Siempre he pensado en la música casi como en un ser vivo, como en una fuerza de la naturaleza que crece y evoluciona y cambia con el contacto con otras músicas.
Y hubo un cantautor andaluz de voz grave y trémula que nos lo demostró.
Si los estilos musicales fueran compartimentos estancos nos perderíamos mucho.
Si los cantos de plantación no se hubieran dado la mano con la música de los colonos blancos no tendríamos el rock.
No tendríamos flamenco si la música gitana y la andalusí no se hubieran abrazado.
Algunas cosas que creemos muy nuestras, no lo son tanto. Cómo el cajón flamenco, que se lo trajo Paco de Lucía del Perú.
Y algunos palos son la evolución de músicas que viajaron más allá del mar y después volvieron enriquecidas con otros ritmos.
Los palos de ida y vuelta.
Este hilo, para mí, es como un palo de ida y vuelta. Un homenaje a mi infancia.
Porque sí, seré muy rockero, pero en mi niñez, lo que oía en mi casa era flamenco y copla.
Y hay un disco que, de tanto oírlo mis padres, se me quedó grabado.
Cuaderno de coplas. De Carlos Cano.
Yo no lo sabía entonces, pero ese disco, del que me hacía gracia 'La Murga de Emilio el Moro', cobraría su importancia para mí con los años.
1º, porque me retrae a la infancia.
Y 2º, porque me hizo descubrir a un artista que, más que cantante, era un poeta.
Y un investigador.
Nacido en Granada en el 46, de joven, como muchos españoles, tuvo que irse fuera de nuestro país a buscarse la vida, algo que estaba presente en muchas de sus letras.
Viniendo de familia republicana -su abuelo fue fusilado- la política también lo estuvo, sobre todo al principio.
Pero sobre todo lo que él sentía era la necesidad de reivindicar la música andaluza y darle categoría. Musicas más allá de un flamenco que estaba ya enfocado al turista o encorsetado por la dictadura.
El trovo alpujarreño, una forma de poesía musicada casi perdida, por ejemplo.
No era el único. Muchos autores andaluces andaban, en esos años finales de oscuridad, buscando la luz de la música.
No era tan diferente a lo que hacían los cantautores del otro lado del océano con el folk y otras músicas de raíz.
Así nació el Manifiesto Canción del Sur.
Fue iniciado por el poeta granadino Juan de Loxa y con firmantes como Antonio Carvajal, Joaquín Sabina, Luis Eduardo Aute o el propio Carlos Cano.
La idea del manifiesto era utilizar la poesía y las músicas andaluzas como una forma de reivindicar el espíritu de esta tierra.
Que por cierto, era paralelo a otro movimiento, basado en la música rock, que fue el 'Manifiesto de lo borde', firmado por los sevillanos Smash.
Pero eso es tan interesante que me lo reservo para otro hilo. 😉
El Manifiesto fue ganando relevancia cultural en una época donde hacían falta aires de cambio.
Uno de sus momentos más importantes fue cuando Carlos Cano participó en París en 1972 en unas jornadas sobre Federico García Lorca junto con Enrique Morente, Lluis Llach y Ian Gibson.
Y ya entrados en la transición y animado por Juan de Loxa, Carlos comenzaría a transformar sus poemas en música.
Y no en cualquier música.
Carlos exploraría desde el trovo que os he contado hasta las músicas del carnaval o los ritmos andalusíes que palpitan en el alma del Sur.
El Manifiesto se terminó disgregando pero la carrera de Carlos Cano ya se había lanzado.
A lo largo de los años ochenta fue abandonando el tono político para centrarse en un intimismo lírico que con su voz, profunda y sentimental, daría lugar a canciones llenas de poesía.
Ese tono reivindicativo palpita en uno de sus primeros éxitos: 'La murga de los currelantes'.
Pero donde volcó todo su saber fue en una de sus composiciones más famosas.
Una que tendía un puente sobre el Atlántico entre dos ciudades.
Cádiz y La Habana.
Junto con el escritor Antonio Burgos, autor de la letra, Carlos compondría una de las canciones más hermosas que puede dedicarse a una ciudad.
O a dos.
Dos ciudades que vieron como reflejo la una de la otra, con el inmenso espejo del Atlántico entre ambas.
No podían ser más diferentes los dos autores: el granadino era republicano: un emigrante de familia humilde.
El escritor, de familia de alta cuna sevillana, monárquico y facha autoproclamado.
Y sin embargo todo eso quedó atrás al unirse para este canto de amor al mestizaje.
"Desde que estuve, niña, en La Habana, no se me puede olvidar tanto Cádiz ante mi ventana..."
Así empiezan unos versos que hacen romper a las olas de la caleta contra el malecón de La Habana.
Porque es el mismo mar.
Melaza y carnaval. Chirigota y guayaba.
Guantánamo y Rota.
Para ponerle música a estas palabras, Carlos nos explicará porque elige la habanera.
"Canto un tango, y es una habanera, de la misma manera, tan dulce y tan galana...
...y con el mismo compás."
Y así es. Ni más ni menos.
La habanera es un canto coral cubano que evolucionó del tango gaditano.
Lenta y sensual, esta danza viajó desde Andalucía con los emigrantes, se enamoró de los ritmos africanos del Caribe y volvió acá, como otros palos similares como la Guajira.
La de Bizet es muy conocida.
Y Carlos Cano, que no solo exploró las músicas andaluzas sino también esas que volaron allende el mar, sabía lo que hacía al usarla.
Os he dicho que fue investigador además de cantante o poeta.
Tocó bolero y tango, samba o cuecas chilenas.
Sabía lo que hacía. Y lo hizo genial.
Por eso la Habanera de Cadiz suena a Cuba pero tambien esconde la esencia del sur de España.
Como cuando el coro inicia el estribillo, que le 'robaron' a Lola Flores, con aire carnavalero para después crecer con aromas que saben a ron, a mar y a vida.
Una canción que ata a dos ciudades separadas por un mismo océano.
Pero unidas por la música. Por una actitud ante la vida. Por el son y la sonrisa.
"Y verán que no exagero, si al cantar esta habanera repito, La Habana es Cádiz con más negritos, Cádiz La Habana con más salero".
Es una canción que se hizo increíblemente famosa. A mi, como os he dicho, me trae de regreso a la infancia de manera inmediata.
Ha sido versionada infinidad de veces.
Quizás una de las hermosas sea esta de María Dolores Pradera.
Otro disco imprescindible suyo es 'El diván del tamarit'. Y por supuesto, aquel que sirvió de despedida, un directo donde repasó toda su carrera con Benjamín Torrijo al piano.
Porque Carlos murió en el año 2000 de un aneurisma, que nos arrebató a este genio demasiado pronto.
Durante toda su vida exploró esa unión entre músicas y pueblos, por ejemplo, entre Portugal y España, con 'María la Portuguesa'.
Porque él sabía que sólo la música crea el puente más irrompible, cómo nos explica @drexlerjorge.
El puente de la memoria.
Esta semana he perdido yo también, por un infarto, a un buen amigo al que le encantaba la salsa, y me intentaba convencer de la fusión que había tras esa música.
El problema de las comparaciones es que siempre hay alguien que sale perdiendo.
Y este cantautor escocés tuvo que soportar ser comparado con la mayor figura del mundo del folk.
Y tanto le marcó que se perdió buscándose a sí mismo.
Hoy, en #LaHistorietaMusical, Donovan.
Donovan Leitch nació en Glasgow en 1946 de antepasados irlandeses: no es extraño que desde niño se sintiera atraída por el folk y los sonidos celtas.
Y es que la música folk, al igual que el blues, había hecho un largo viaje de ida y vuelta.
Solo que en sentido contrario.
Del viaje del blues ya hablamos esta temporada a propósito de Cream.
Precedido por el éxito del skiffle, el blues arraigó en UK. Y a partir de los 60, tras lo que se conoció como "invasión británica", los ingleses se lo devolvieron a EEUU hecho beat, blues-rock y hard-rock.
Fue una de las grandes damas del jazz de la época clásica, en una carrera que abarcó décadas de éxitos y reconocimientos.
Y su voz era tan perfecta que la llamaron "la divina".
Hoy, en #LaHistorietaMusical, nos vestimos de gala para hablar de la increíble Sarah Vaughan.
Es curioso pero Sarah Vaughan no es tan conocida (o reconocida) hoy día más allá de los entendidos del jazz que otras figuras con una vida más polémica como Nina Simone o desgraciada como la pobre Billie Holiday.
Y motivos artísticos para ser más valorada no le faltaban.
Y esto nos lleva a una reflexión que quizás es necesario hacerse de vez en cuando.
Nos gusta el morbo.
Nos gustan las historias dramáticas, los momentos difíciles, los tragos amargos y los finales trágicos.
Este último hilo de Cream me ha hecho darle vueltas a unos conceptos que he tocado de refilón en muchos hilos, como el de Janis o Jefferson Airplane, y que están relacionados con como entendemos la evolución musical.
Voy a intentar explicarlo en esta #MetaHistorietaMusical.
En el estudio de la historia de la música, como en la historia de cualquier arte y en general como en la historia misma, es un recurso fácil (y útil) marcar hitos usando fechas.
En tal año nació el rock, este es el primer disco heavy, este concierto marcó el fin de la era hippy.
Es útil y sencillo. Sirve para diferenciar épocas, estilos o tendencias.
Pero como bien explicó @PGonz8 hace poco, refiriéndose a la historia en general, no deja de ser una simplificación.
Solo hicieron falta tres músicos y cuatro discos para poner patas arriba el blues y el rock y crear un sonido que sigue siendo inspiración para muchos incluso hoy en día.
Y eso que solo se aguantaron apenas dos años.
Hoy, en #LaHistorietaMusical, el primer supergrupo: Cream.
Esta historia de hoy la vamos a empezar hablando de listas.
Y es que a los rockeros siempre nos han gustado las listas.
Ya sabéis: que si los cinco mejores discos del año tal, los mejores baterías ordenados según, yo que sé, el número de timbales...
Y no, no es algo de ahora.
En 1966, en Inglaterra, hubo tres músicos que salieron en unas famosas listas como los mejores en su respectivo instrumento.
En la guitarra el número uno lo tenía un tal Eric Clapton, en la batería un tal Ginger Baker, y el mejor bajista se llamaba Jack Bruce.