A finales de los 80, Arrigo Sacchi, DT del Milan, plantó una bandera que él no inventó, pero que perfeccionó a tal punto de descubrir una fuga en el reglamento. Lo derrotó a tal punto que lo obligó a cambiar sus reglas.
Este es Arrigo Sacchi y así se llama su revolución. Hilo.
El fútbol es infinito, infinito dentro de un marco con muros delgaditos: el reglamento. “Es el mejor libro de táctica jamás escrito”, dice Juanma Lillo. Y se podría decir que el corazón que ha dictado el ritmo de la evolución táctica ha sido la regla del fuera de juego.
En tiempos imperantes de la marca al hombre, defender en línea y marcar en zona era contracultural. Fue pasar de defender corriendo hacia atrás para hacerlo hacia adelante. Era en un fútbol defensivista, sin riesgos, que se materializó en el Mundial de Italia 90, muy poca gracia.
Para leer ese fútbol hay que hacerlo con dos reglas que no existen ahora: el fuera de juego posicional y la cesión al arquero. Si el último defensa estaba en línea con el delantero rival había offside, no importaba que el jugador no participara en la jugada.
Y los arqueros podían agarrar la pelota tras un pase de un compañero.
Ahora volvamos a Sacchi.
Porque, tukiti, cuando entrenaba al Parma, equipo que había ascendido a la Serie B, Arrigo Sacchi, un DT que no había sido futbolista profesional, se estrelló tres veces con el Milan en la Copa de Italia. Le ganaron dos veces seguidas.
“La primera vez, Berlusconi me dijo que me seguiría, la segunda que quería hablar y la tercera me hizo una oferta”.
Sacchi estaba bañado en la escuela holandesa: atacan todos juntos, defienden todos juntos. Menos solistas, más jugadores universales entregados al colectivo.
Y el cortocircuito, obvio, siempre fue con el de los goles: Marco Van Basten. Los primeros días de Sacchi fueron turbulentos por sus métodos poco convencionales que exprimían a los suyos en las prácticas.
Van Basten le dijo que por qué trabajaban tanto y se divertían tan poco, su DT lo miró con cara de vampiro y le respondió:
“Mira… los que deben divertirse no son ustedes, son los del público”.
Sacchi, en una práctica armó un partido de once contra cuatro defensores y un arquero. Quedó 0-0 y demostró que cinco ordenados le ganan a un equipo desordenado.
"Se me pone la piel de gallina al ver a once futbolistas moverse como una sola persona".
Su modelo base, con movimientos mecanizados entre todos, era el 4-4-2. Un equipo con unos nombres propios que lo hizo todo posible: arriba Van Vasten y Gullit, un talentoso que hechizó a Sacchi por su espíritu entregado al colectivo. Un mediocampo con Rijkaard y Ancelotti.
Y en el fondo tipos como Maldini y el líder del laboratorio de alquimia: Franco Baresi.
Jefe de la manada, quien escogía el momento para salir a morder como lobos.
: “¡Milan!”, era el grito con el que salían a recuperar con una presión endemoniada o a hacer la trampa del offside.
Esa era la magia de ese Milan: atacaba defendiendo usando las artes oscuras de la presión, pero como herramienta ofensiva.
Y era ver a un equipo corto y compacto que tenía 25 metros de largo entre Baresi y Van Basten.
Pero el momento en el que el Milan dio a luz como uno de los mejores clubes de la historia, como ese equipo fetiche antes del Barcelona de Guardiola, fue en las semifinales de la Copa de Europa de 1989 ante Real Madrid.
Era como un juego de cartas que sellaría la transición de un fútbol a otro, un traspaso de la forma de sentir el juego. Un equipo del futuro clausurando la época consagrada de uno que ya iba a ser de otros tiempos, en esos días líricos del Madrid de “La Quinta del Buitre”.
Para el partido de vuelta, el DT Leo Beenhakker envió un espía a la sede de Milanello para chismosear el entrenamiento de su rival.
Aquel soplón volvió sudando hielo, con las pupilas dilatadas, incrédulo de lo que acababa de ver: a una tropa militar que entrenó movimientos excelizados en la cancha sin una pelota al ritmo de un científico loco como Sacchi. “No entiendo lo que vi, míster”.
Aquella noche, el Milan metió un trompetazo de historia y goleó 5-0 al Madrid. Trapeó con ellos, pero, paradojas, ese fue uno de los partidos en los que Sacchi negoció la pureza de sus valores: no presionó tan alto como siempre y cedió la posesión de la pelota.
Pero los mató, era el resultado y no las maneras el que iba a dictar el curso de la historia. Y Sacchi sembró terror como ningún equipo lo había hecho en tiempos modernos. Milan ganó la Copa de Europa.
Y en paralelo, porque la vida es demasiado hermosa y sofisticada, al otro lado del mar un tipo con su mismo credo, era campeón de América: Francisco Maturana con Atlético Nacional en 1989, su alter ego. Un equipo que también evangelizaba la presión zonal con línea presionante.
Maturana, ya retirado como futbolista, estaba consagrado a la odontología. Pero un día llegó a su consultorio el uruguayo Luis Cubilla, por esos días entrenador de Atlético Nacional, a hacerse una falsa profilaxis. Lo convenció de trabajar con él.
Y Francisco, por revelación de Dios, halló la escuela con la cual se sentía identificado: la del uruguayo José Ricardo de León, de la que Cubilla era su gran discípulo. Pressing zonal y rabioso, en el que cada jugador defendía una zona del campo.
También estaba inspirado en la Holanda de Rinus Michels. Pero con una variación: los futbolistas no irían a morder al jugador sino a la pelota. Y fue así como en la Intercontinental de 1989, se estrellaron dos mundos calcados.
Fue un partido con dos equipos comprimidos en 27 metros tan lejos de sus arcos. Partido cerrado, con más de 30 fueras de lugar, que quedó 1-0 a favor de Milan, que ganó con un gol de tiro libre de Evani al minuto 119.
Maturana y Sacchi, como en juego de gemelas, se vieron en el otro a ellos mismos. Se enamoraron y forjaron una amistad que sigue vigente en encuentros en los que el colombiano, de vez en cuando, toma un avión a la mansión del italiano en las montañas al norte de Italia.
De hecho, para Italia 1990, Sacchi fue invitado especial de Maturana en aquella delegación colombiana que enamoró al mundo en ese Mundial. Y como Francisco, Arrigo tampoco es profeta en su tierra: en 1994 perdió la final del Mundial con Italia por penales.
Y sus métodos no volvieron a calar con la dimensión de sus primeros años, retiro temprano. Es que el fútbol ya había cambiado, ya lo había cambiado él y lo habían cambiado por él.
En 1991, tras dos títulos consecutivos del Milan, la International Board decidió eliminar el fuera de juego posicional. Cerrar la grieta de la que Sacchi se había aprovechado. Las coreografías tirando la trampa del fuera de juego de manera coordinada ya no eran posibles.
Ya un futbolista para estar adelantado debía ser partícipe de la jugada. Y un RIP pasajero, le metieron bisturí a la historia del fútbol: habría que esperar un par de décadas más para recuperar ese fútbol de bloques cortos lejos de los arcos y presiones altas.
Que hoy personifican gentes como Guardiola y Klopp, quien dice siempre que su principal fuente de inspiración es Arrigo.
Cada vez que nombraban al Milan de Sacchi en un noticiero había terror: una revolución que se orquestó, otra paradoja, en la capital del catenaccio en la Tierra.
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