El heavy metal es mucho más que un género o un estilo.
Para sus seguidores, a veces ignorados o ridiculizados por los medios, significa mucho más.
Es ese sitio al que llegaste de adolescente para quedarte toda la vida. Para sentirte seguro con los tuyos.
Es como una familia.
He tocado en muchas bandas diferentes pero pocas veces lo disfruto como cuando subo al escenario a homenajear a los grandes clásicos.
El heavy es fuerza, es rabia, pero también virtuosismo y emoción.
Como cuenta el documental A Headbanger's journey, es una forma de vida.
Para que el heavy naciera hicieron falta muchas influencias previas. Hizo falta el blues, el rock y el hard rock.
Led Zeppelin, Deep purple o Iron Butterfly son considerados los precursores.
Incluso 'Helter Skelter' de los Beatles es para muchos, la primera canción heavy.
Por si no lo recordáis, este es el 2º capítulo de un ciclo demoníaco que comenzó con la historia de Aleister Crowley.
Y el heavy ha estado muy asociado con el satanismo, a veces en serio, otras como imagen o pose.
Y gran parte de la culpa la tiene el grupo que lo empezó todo.
Pero, como he dicho al principio, tengo que contaros la historia de un accidente.
Y es una historia que guarda muchos paralelismos con la de Django Reinhardt.
La historia de un chaval que adoraba la música pero que, como muchos otros músicos, tenía que trabajar en otras cosas.
Anthony Frank Iommi era un chico de Birminghan de ascendencia italiana que amaba la música rock.
Ser como Clapton o Chuck Berry era su sueño, pero la vida era dura y con 17 años, Tony curraba en lo que fuera.
Y así, trabajando en una fábrica, sufriría un terrible accidente.
Una prensa aplastó la mano de Tony y le hizo perder parte de los dedos.
Estaba desolado.
Y entonces alguien le trajo unos discos antiguos de jazz. Escucha a este tipo, le dijo.
A Tony no le apetecía escuchar nada en ese momento, pero lo hizo.
El tipo era Django Reinhardt.
Descubrir cómo tocaba Django teniendo dos dedos inutilizados fue como una revelación para el joven Tony.
No tenía por qué rendirse. Solo tenía que encontrar la manera de seguir tocando.
Y lo hizo: se fabricó unos dedales caseros para suplir las falanges perdidas.
El problema era que esas caperuzas le impedían sentir las cuerdas y ejecutar algunas técnicas.
Lo solucionó cambiando a cuerdas más finas -primero probó con cuerdas de banjo- y bajando la afinación.
Eso le dio a su forma de tocar un sonido distinto: más oscuro y tétrico.
Con el tiempo Tony encontró a otros chics que adoraban la música y formaron una banda: Bill Ward, Terence 'Geezer' Butler y John Michael Osbourne.
Aunque a este el mundo le conocería por Ozzy.
La banda se llamó Earth. E iban a cambiar la música. Aunque no con ese nombre.
Era 1968 y tocaban versiones de Hendrix y Cream.
Tras un concierto, Ian Anderson ficha a Tony y este deja Earth para ingresar brevemente en Jethro Tull.
Pero aquello no le convencía: él no quería ser el músico de otro.
Quería una banda de rock. Y ya la tenía en Birminghan.
Al volver a la banda, descubren que hay otro grupo que se llama igual y que tienen que cambiarse el nombre.
Cogiéndolo de una película de terror italiana con un anciano Boris Karloff como narrador, deciden llamarse Black Sabbath.
El nombre venía al pelo de sus canciones.
La fuerza rítmica del bajo y la batería de Geezer y Bill tenían su contrapunto en las oscuras guitarras de Tony y la expresiva voz de Ozzy.
Las letras hablaban de aquelarres o del demonio.
Sin saberlo, la banda estaba definiendo un concepto.
Estaban naciendo un estilo.
En enero de 1970 graban su primer single, 'Evil Woman'. Poco después entran a grabar su primer disco, que se llamaría como ellos.
El disco se abre con el sonido de la tormenta y de lóbregas campanas hasta que entra un riff pesado.
Y el tritono del diablo lo invade todo.
Con semejante principio, el resto del disco supone una patada, un puñetazo donde a veces aún brilla el blues-rock de sus influencias.
En otras la oscuridad, en temas como N.I.B., con su genial solo de bajo inicial, se impone.
Es un debut insuperable. Es un disco fundacional.
Todo, desde la portada, con ese molino abandonado y la figura que sugiere una bruja a la estética de la banda en los conciertos, alude a fuerzas arcanas y malditas.
Es curioso, porque el grupo, por ejemplo, llevaba cruces de plata, pero no como provocación sino como protección.
El éxito fue tal que entraron a grabar rápidamente un segundo disco.
Querían llamarlo como una canción antibelicista que incluía, War Pigs, pero al final lo llamaron como una que improvisaron a última hora. Para rellenar.
Y que se convirtió en un clásico.
Paranoid.
Con estos dos discos, Bill, Geezer, Tony y Ozzy habían creado un género y habían iniciado una leyenda de banda extrema y satánica.
Una leyenda sustentada en muchas exageraciones pero también en muchas verdades y en unos directos que Ozzy convertía en todo un espectáculo.
El problema es que otro de esos clichés de los que se habló sobre ellos, el de las drogas, sí que era una verdad.
Tras editar el tercer disco, 'Master of Reality' (1972), ya tuvieron que tomarse un descanso después de la gira.
Llevaban tres años sin parar.
Su vuelta con el llamado 'Volumen 4' (no se atrevieron a llamarle Snowball, que aludía a la cocaína), ya acusaba el cansancio de una banda para lo que todo iba demasiado rápido.
Aún así, en 'Sabbath Bloody Sabbath' (1973) y 'Sabotage' (1975) aún demostraron frescura y potencia.
Sin embargo la locura de las giras y la adicción a las drogas afectaban ya demasiado a la banda que sacó discos poco afortunados y con malas críticas.
A finales de los 70, se estaban desintegrando. Ozzy amenazó con irse en el 78, aunque no lo hizo.
Al año siguiente lo echaron.
Con la expulsión de Ozzy termina la primera etapa de Black Sabbath.
Es curioso, pero en solitario, el príncipe de las tinieblas demostraría saber rodearse de grandes músicos -siempre lo ha hecho- como en su primer trabajo tras los Sabbath.
Esa maravilla que es Blizzard of Oz.
Hasta los 90, Ozzy no volvería con Iommi.
Diferentes cantantes ocuparon su lugar, desde Ian Gillan a Glenn Hughes o Joe Lynn Turner (no en este orden) en un complicado triángulo que ya expliqué el año pasado.
Y si os gusta como escribo, lo hago en varias redes. No siempre de música: también de libros, propios y ajenos. Tengo dos de suspense y terror publicados.
Y dentro de poco, tendréis noticias frescas de más cosas. 😉
Concebimos la música clásica como algo fijo, inamovible; casi como grabada en piedra.
Pero hay un pianista que se atrevió a hacer lo que quiso con ella.
Y a día de hoy, aún no está claro si era un genio o un arrogante. O ambas cosas.
Hoy, en #LaHistorietaMusical, Glenn Gould.
La historia de las grandes figuras de la música está llena de sus excentricidades.
Peticiones absurdas para el camerino, lujos inconcebibles para cualquier mortal, comportamientos extraños...
Pero no creáis que esto es nuevo.
Ni tampoco es exclusivo de las estrellas del rock.
Más allá de las veleidades exageradas que películas como "Amadeus" nos han mostrado, los músicos de la época "clásica" tuvieron, a veces, vidas dignas de las rock stars.
Paganini, por ejemplo, causaba furores entre sus enloquecidos fans.
Hay un instrumento que nació de la mente de un hombre que fue inventor, diplomático y hasta padre de un país.
Que durante años fue muy popular y, de repente, desapareció hasta casi el olvido.
¿Quizás porque estaba maldito?
Hoy, en #LaHistorietaMusical, la armónica de cristal.
Tengo que confesar que me apasiona la figura de los inventores.
Personajes que aparecen de vez en cuando, que parecen tocados por el don de la creatividad y son capaces de utilizar lo que encuentran a su paso para generar algo nuevo.
Y eso incluye a los instrumentos musicales.
Alguna vez he hablado de algunos ejemplos.
Por ejemplo, la invención del Theremin, ese instrumento que para tocarlo no se toca. Una locura.
O la aparición de las primeras guitarras eléctricas.