Ya que estoy en Haití, país conformado por descendientes de esclavos que montaron una revolución para liberarse y conseguir la independencia, me veo inspirado para hacer una breve selección de los tipos de racistas que padecemos en España:
El racista evidente. Grita mono y “uh, uh, uh” y se caracteriza por cagarse encima si no se concentra. Son, por fortuna, minoritarios y se sabe perfectamente en qué estadios están, por más que el periodismo deportivo siga hablando de “los campos de España”.
El racista sutil. Se distingue por ver igual de grave una provocación o decir “a Segunda” que gritar mono o negro de mierda. "Es que ambas cosas están mal", afirma. Sus palabras favoritas cuando habla de racismo son ‘pero’ y ‘dicho esto’. Están alarmantemente extendidos.
Nota al pie: en la lógica del racista sutil, si un negro insulta o provoca la respuesta proporcional no es devolver el insulto. Es llamarle negro de mierda o mono. Para el racista sutil no hay diferencia entre un insulto y un insulto racista.
El racista futbolero. La víctima le cae mal o juega en un equipo que le cae mal. Desde ahí todo es posible. Filigranas para justificar cosas que, en otro ámbito, se horrorizaría de solo pensarlas.
Dentro del racista futbolero encontramos la subespecie portavoz, entrenador, directivo: le parece más importante hablar de fútbol y defender “su escudo” (traducción: su sueldo) que el racismo de la sociedad en la que vive.
Y finalmente tenemos al presidente y máximo responsable de La Liga -organismo que, por cierto, sí tiene buenos protocolos antirracistas- respondiendo a un jugador que acaba de ser llamado mono como si estuviera en la barra de un bar tomando un carajillo.
Ninguno de los anteriores tipos de racista es excluyente. Hay personas que pueden verse reflejadas en una o más versiones. Casi siempre, a priori, parecen personas normales. Pero están entre nosotros.
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Lo que ha hecho Macron y lo que está haciendo Francia es abrir un melón que tenía que haberse abierto hace mucho tiempo en Europa. Que debería marcar un antes y un después y del que todos deberíamos participar.
Europa lleva décadas cediendo espacio (geográfico y argumental) al salafismo radical, al islamismo político, que no es sino una interpretación ideológica y belicista del Islam. Y esta ideología es incompatible con la democracia, la libertad y el Derecho. No cabe en Europa.
En nombre de la tolerancia, por intereses económicos o estratégicos o por pura codicia, se ha ido cediendo y normalizando relaciones con países como Arabia Saudí y Catar. Y aceptando discursos intolerables en mezquitas europeas financiadas por estos estados.
Cuando viajé a Sierra Leona para escribir sobre la crisis del ébola, me di cuenta de la ventaja que el virus cobraba gracias a la ignorancia y a la irresponsabilidad. Con una letalidad del 60% aprox., el ébola avanzaba por aldeas y barrios porque la gente no se lo creía.
Seguían tocándose, compartiendo espacios y relaciones. El ébola se contagia si los fluidos corporales de dos personas (sudor, mucosa, sangre…) entran en contacto entre sí. En un país tropical, basta con que dos personas sudando se estrechen la mano.
El gobierno anunció lo que ocurría. Explicó lo que era el ébola y cómo se prevenía. Muchos líderes comunitarios y tribales dijeron que eso no era verdad, que era una estrategia del gobierno para controlarles. Y animaron a sus comunidades a ignorarlo. La epidemia de desató.