Lo he dicho muchas veces: la música es como un ser vivo.
Necesita interrelacionarse, mezclarse, incluso a veces morir para poder renacer convertida en otra cosa.
No le sientan bien las etiquetas cerradas ni los corsés.
Sobre todo a la música más popular.
El flamenco es uno de esos ejemplos.
Una música que nace de la calle y del encuentro. Del camino y de la vida.
Quizás por eso se fusiona tan bien con el rock.
En el ADN de una y otra laten las voces de carreteras polvorientas y de duros trabajos en el campo.
Las imposiciones sobre lo que es y no es correcto en un género musical a veces vienen cuando las instituciones intentan apropiarse de ellas.
Le pasó al flamenco durante el franquismo. El régimen, a la vez que perseguía al pueblo gitano, utilizaba su cantar como identidad patria.
Otras veces, esas imposiciones sobre lo que debe ser o no una música vienen desde dentro de la propia escena.
Es algo que pasa en la música clásica, pasa en el rock, pasa en el heavy y, claro, también pasa en el flamenco.
Mucho.
No hay nada peor que un purista.
Puristas que rechazaron 'La leyenda del tiempo' por considerarlo sacrílego.
Que rechazaron a Morente por juntarse con aquellos de Lagartija Nick.
Artistas que hoy son valorados, pero que en su día sufrieron la crítica.
Y antes que ellos hubo otros.
A finales de los 60, pese al relato que nos ha hecho creer que lo moderno llegó aquí con la movida, hubo ya muchos que desafiaron convenciones y asimilaron nuevas músicas.
Y como cuenta en este libro @FranGMatute muchos de ellos estaban en el sur.
El opresivo ambiente sevillano chocó con la influencia de las bases americanas de Rota y Morón.
Estas fueron la puerta por donde las semillas del rock and roll entraron para sembrarse en tierra fértil, abriendo las mentes de la juventud.
Y de repente, Sevilla era hippy.
Artistas como Nazario, managers como Ricardo Pachón, músicos como Kiko Veneno o Silvio estaban al tanto de la música más moderna apenas días después de que saliera.
Sevilla de día seguía la tradición, pero de noche, en clubs como el Dom Gonzalo, ocurría una revolución musical.
Soldados americanos y jóvenes españoles bailaban al ritmo del rock.
Y la influencia era bilateral: muchos 'guiris' venían buscando aprender flamenco de figuras como Diego el Gastor.
Otra recomendación: el documental 'Underground, ciudad del arcoiris'.
Uno de aquellos primeros grupos de rock andaluz fue Gong, una banda formada a partir de otra anterior, Los Murciélagos, y por dónde pasaron músicos como Silvio, Tele Palacios o Mané.
Un grupo seminal de donde surgieron bandas como Triana, Alameda o Guadalquivir.
O Smash.
Es tras pelearse con Gong cuando su manager, Gonzalo, le propone a un músico llamado Gualberto, que había pasado por allí también, que forme una nueva banda.
Gualberto, que tocaba la guitarra y se haría un experto del shitar, tantea a Silvio o a un jovencísimo Jesús de la Rosa.
Al final el grupo se conforma con Antonio Rodríguez a la batería y Julio Matito al bajo y voz.
Es el año 68 y sus primeras actuaciones les hacen ganar varios premios.
Un año más tarde se les une la 4ª pata del banco: un danés, Henrik, que había venido a aprender flamenco.
Henrik, Antonio, Matito y Gualberto firman con un pequeño sello con el que graban dos singles: 'Soneto' y 'Scoutting/Ensayo 1º'.
Smash eran distorsión y fusión, caos, luz y espontaneidad.
Eran blues, rock y psicodelia hechas desde la Andalucía del 69.
Su primer disco llega pronto: el estupendo 'Glorieta de los lotos', ya con la discográfica Phillips, en 1970.
Un disco lleno de rock, con letras en inglés y español.
También colaboraron con una compañía de teatro para ponerle música a un montaje de Antígona, de Bertolt Bretch.
Su segundo disco es otra declaración de intenciones que juega con el nombre del grupo: 'Esta vez venimos a golpear' (1971).
Smash se convierten en un referente en la movida underground.
Y a la manera de otras corrientes contraculturales publican un manifiesto.
No fueron los únicos: ya os conté como Juan de la Rocha o Carlos Cano habían publicado el Manifiesto Canción del Sur, que buscaba revitalizar la música y la poesía andaluza.
Ellos buscaban golpear.
Y por eso su manifiesto es la Cosmogonía de lo borde.
Un texto que diferencia a los hombres de las praderas, como Hendrix, de los hombres de los montañas, como Hitler.
A los funcionarios (cuevas sombrías) y los mercaderes (cuevas suntuosas).
Para hacer música había que huir hacia las praderas.
Había que buscar la belleza.
Había ser libre y corromperse.
Fusionar flamenco y rock sin miedo.
Así, imaginaron a Bob Dylan con Diego el Gastor y una botella de Tío Pepe y se preguntaron: ¿que haría Bob?
Y pensaron: pues lo mismo que Manuel Molina si tocara bulerías eléctricas.
Manuel Molina era un guitarrista de origen ceutí que desde joven vivía en Triana.
Era otro visionario como Gualberto, pero desde el otro lado del camino: uno era flamenco y el otro rockero.
Y se encontraron a mitad de él para cambiarlo todo.
Smash había acabado su contrato con Phillips y su nuevo manager, Ricardo Pachón, les convence para integrar a Manuel en el grupo, al que convenció porque así se libraba de la mili.
Y un día hablaremos de Ricardo: es imposible entender el flamenco de las últimas décadas sin él.
Los ahora cinco Smash entran a grabar y el flamenco se abre paso con fuerza entre las guitarras y la distorsión.
El sencillo que editan, que traía por un lado 'El garrotín' y por otro los 'Tangos de Ketama' es algo nuevo y sorprendente. Una mezcla única.
Sin embargo, Gualberto no estaba contento con la elección de canciones de la discográfica, que consideraba comercial, y decide, sorpresivamente, dejar el grupo e irse a EEUU.
Sin él, el grupo saca su tercer disco, 'Ni recuerdo, ni olvido' pero poco después, se separan.
Años después, algunas canciones de aquellas últimas sesiones formaron la cara A del mítico 'Vanguardia y Pureza del Flamenco' (1978), un disco editado por Vicente Romero que tenía a Agujetas en la cara B.
Gualberto recorrería EEUU unos años y volvería para lanzar sus discos en solitario y arreglar trabajos de otros, como por ejemplo, Carlos Cano.
Matito también seguiría en solitario y Antonio sería batería de Pata Negra o Kiko Veneno.
Henrik volvió a su país.
Y Manolo...
Manuel, junto con su mujer, Dolores Montoya, formaría un dúo que haría temblar las bases del flamenco clásico y sentaría las bases del nuevo flamenco: Lole y Manuel.
Su primer disco, 'Nuevo día' es tradición y es modernidad.
Y tiene esta maravilla.
A finales de la década de los 70 hubo un intento de reunir a Smash, para una actuación en el programa Musical Express del gran Ángel Casas.
Por desgracia, un accidente de tráfico acabó con la vida de Matito y con las posibilidades de reunión.
Quién sabe que hubiera pasado.
La influencia de Smash, pese a su corta carrera, es enorme, abriendo un camino que otros recorrieron después.
Medina Azahara, Triana, Alameda, Iman Califato Independiente o Veneno son deudores de su genio.
Rock y flamenco se habían abrazado. Y de ahí nació el rock andaluz.
Smash nació en una época de represión que, sin embargo, daría luz a una escena llena de vida que merecería ser más conocida.
Quizás es porque los diamantes solo nacen bajo la adecuada presión.
Siempre ha sido así.
En mi infancia late el recuerdo de oir a Alameda y a Triana en casa de mi tía, mientras miraba fascinado la portada de 'Hijos del Agobio'.
No hubiera sido posible si antes no hubiera existido Smash.
El problema de las comparaciones es que siempre hay alguien que sale perdiendo.
Y este cantautor escocés tuvo que soportar ser comparado con la mayor figura del mundo del folk.
Y tanto le marcó que se perdió buscándose a sí mismo.
Hoy, en #LaHistorietaMusical, Donovan.
Donovan Leitch nació en Glasgow en 1946 de antepasados irlandeses: no es extraño que desde niño se sintiera atraída por el folk y los sonidos celtas.
Y es que la música folk, al igual que el blues, había hecho un largo viaje de ida y vuelta.
Solo que en sentido contrario.
Del viaje del blues ya hablamos esta temporada a propósito de Cream.
Precedido por el éxito del skiffle, el blues arraigó en UK. Y a partir de los 60, tras lo que se conoció como "invasión británica", los ingleses se lo devolvieron a EEUU hecho beat, blues-rock y hard-rock.
Fue una de las grandes damas del jazz de la época clásica, en una carrera que abarcó décadas de éxitos y reconocimientos.
Y su voz era tan perfecta que la llamaron "la divina".
Hoy, en #LaHistorietaMusical, nos vestimos de gala para hablar de la increíble Sarah Vaughan.
Es curioso pero Sarah Vaughan no es tan conocida (o reconocida) hoy día más allá de los entendidos del jazz que otras figuras con una vida más polémica como Nina Simone o desgraciada como la pobre Billie Holiday.
Y motivos artísticos para ser más valorada no le faltaban.
Y esto nos lleva a una reflexión que quizás es necesario hacerse de vez en cuando.
Nos gusta el morbo.
Nos gustan las historias dramáticas, los momentos difíciles, los tragos amargos y los finales trágicos.
Este último hilo de Cream me ha hecho darle vueltas a unos conceptos que he tocado de refilón en muchos hilos, como el de Janis o Jefferson Airplane, y que están relacionados con como entendemos la evolución musical.
Voy a intentar explicarlo en esta #MetaHistorietaMusical.
En el estudio de la historia de la música, como en la historia de cualquier arte y en general como en la historia misma, es un recurso fácil (y útil) marcar hitos usando fechas.
En tal año nació el rock, este es el primer disco heavy, este concierto marcó el fin de la era hippy.
Es útil y sencillo. Sirve para diferenciar épocas, estilos o tendencias.
Pero como bien explicó @PGonz8 hace poco, refiriéndose a la historia en general, no deja de ser una simplificación.
Solo hicieron falta tres músicos y cuatro discos para poner patas arriba el blues y el rock y crear un sonido que sigue siendo inspiración para muchos incluso hoy en día.
Y eso que solo se aguantaron apenas dos años.
Hoy, en #LaHistorietaMusical, el primer supergrupo: Cream.
Esta historia de hoy la vamos a empezar hablando de listas.
Y es que a los rockeros siempre nos han gustado las listas.
Ya sabéis: que si los cinco mejores discos del año tal, los mejores baterías ordenados según, yo que sé, el número de timbales...
Y no, no es algo de ahora.
En 1966, en Inglaterra, hubo tres músicos que salieron en unas famosas listas como los mejores en su respectivo instrumento.
En la guitarra el número uno lo tenía un tal Eric Clapton, en la batería un tal Ginger Baker, y el mejor bajista se llamaba Jack Bruce.