El problema de Vox es sencillo. Con Pedro Sánchez fuera de la Moncloa se acaba el aglutinante que incentiva una buena parte de su voto. Y por eso está intentando conseguir, antes de las elecciones del 23 de julio, el mayor número posible de sillones.
Pero el PP no tiene por qué ceder en eso, o no tiene por qué hacerlo en todas las comunidades. El PP no quiere un pacto general con Vox (al menos de momento) y negocia cosas distintas en comunidades distintas con partidos distintos en función de las circunstancias.
Vox es libre de pedir un acuerdo global, pero ni tiene los escaños ni los votos necesarios para ello. Otra cosa es que el PP quiera concedérselo, que está por ver.
El PP no quiere atarse a Vox, sino una relación liberal en el mejor de los casos, y Vox quiere matrimonio.
Vox ha visto lo que ha ocurrido con Podemos y el PSOE y quiere lo mismo: ministerios y consejerías, aunque sean pequeños, desde los que plantear una batalla cultural inversa a la de Irene Montero. La misma guerra, pero ahora desde la trinchera contraria.
Su problema es que el PP ha visto que ese camino lleva a la destrucción del proyecto. Sánchez es ya el presidente que más rechazo ha generado en España desde 1978, en parte por él y en parte por Podemos.
Y ocurrirá lo mismo con Feijóo si el PP le cede a Vox poder institucional.
Porque Vox no es un partido institucional. Es un partido revolucionario que no está aquí para gestionar, sino para librar una batalla mesiánica. El problema es que eliminados de la ecuación Sánchez, Iglesias, Rufián, Otegi y Montero, ¿contra quién se libra esa batalla?
Vox tiene que correr la raya. Y lo está haciendo. Ahora la raya de lo "tolerable" está en María Guardiola. Necesitan ese enemigo externo (mucho mejor si es mujer) para aglutinar un voto muy masculinizado y que no pide cambios ni reformas, sino tablas rasas.
Todo eso cambiará el 24 de julio porque el ruido de la batalla cultural bajará muchos decibelios y Vox se quedará sin enemigos.
Y por eso Vox hace ahora lo mismo que hizo Sánchez: mover la ventana de Overton hasta que las mujeres del PP ocupen el lugar que ahora ocupa el PSOE.
Vox tiene opciones alternativas más inteligentes. Entre ellas convertirse en un partido obrerista que ocupe el espacio que la izquierda woke ha desocupado. Presionar al PP desde el rojipardismo, es decir desde el antiliberalismo. Algo que tendría mucha más lógica estratégica.
Pero si María Guardiola ha de venderse como la nueva Irene Montero, buena suerte con ello. También el PSOE está intentando convencer a los españoles de que Feijóo es un peligroso ultraderechista, y así les van las encuestas. Al final, la realidad es la que es.
Al final, a los intelectuales de Vox les ocurre lo mismo que a los intelectuales catalanes que primero fueron de Maragall, luego de Ciudadanos y ahora de Valls: que hacen unos análisis sociológicos impecables, cartesianos… que luego se estrellan contra la realidad.
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Algo hay que reconocerle a Sánchez y es que responde lo mismo, exactamente lo mismo, le entreviste quien le entreviste. Da igual Évole que Alsina. Es puro granito, el tío. Quiero decir, que los zascas del entrevistador dan para meme y tal, pero el objetivo final no es ese.
El objetivo es que el entrevistado se sienta acorralado, salga de su zona de confort y responda a tus preguntas. Pero si eso no ocurre, por más que tú recites todas sus mentiras, ¿qué has ganado? Sólo estás haciendo un editorial más, con el presidente de cuerpo presente.
Lo que no entiendo son las reticencias de Sánchez a ser entrevistado por periodistas no-sanchistas. Si yo tuviera ese cuajo, me daría igual que me entrevistara la mismísima Oriana Fallaci.
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