Se dice que Toledo tiene más muertos bajo las calles que vivos sobre ellas. Y es algo que se demuestra cada vez que se levantan los suelos del casco antiguo. Durante unas obras en la parroquia de San Andrés encontraron una cripta secreta que estaba llena de momias.
Foto real:
Siempre que se realiza algún tipo de obra arquitectónica en el casco histórico es necesario contar con un arqueólogo. Es común que al abrir el suelo o tirar los muros se encuentren restos de otras épocas. Y en ocasiones lo que se halla es digno de una película de terror.
Los suelos de muchas iglesias estaban completamente formados por lápidas de difuntos. Y cuando ya no quedaba espacio para más cuerpos, se sacaban antiguos huesos y se llevaban al osario. De ahí que Toledo tenga calles con nombres tan sugerentes como «Callejón de los Muertos».
A esto se le suma la enorme cantidad de historias sobre fantasmas, casas encantadas, demonios, alquimistas, brujas y magos negros que desde hace siglos impregnan la ciudad. Muchas de esas historias, como los libros de magia aquí traducidos, son tan reales como las propias calles.
Y las momias, aun estando ocultas en criptas o tras gruesos muros de piedra, no son más que la punta de un iceberg. Y este se remonta milenios atrás, hasta una época en la que no había iglesias ni callejones de los muertos, pero esa es ya otra historia...
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El sexo tiene tres dimensiones asociadas a las tres partes del ser: por un lado es reproducción, vinculado al plano físico. Por otro lado es placer, asociado con lo psicológico. Y finalmente, aunque muchas veces olvidado, también tiene una parte mágica, conectada a lo espiritual.
Sin embargo, estas tres funciones no han sido igualmente consideradas por todas las culturas ni en todos los momentos de la historia. Las civilizaciones abrahámicas, por ejemplo, han tendido a reducir el sexo a la primera función: la reproducción.
Siendo el placer algo pecaminoso y su aspecto espiritual directamente brujería. El mundo moderno, por el contrario, valora más el sexo en su aspecto placentero, relegando a un segundo plano la reproducción e ignorando por completo la magia.
Desde los tiempos remotos se ha contemplado la existencia, no sólo de lugares de poder, sino también de tiempos de poder. Periodos mágicos insertos en esa rueda del eterno retorno anual y sujetos a los ciclos naturales.
Aquellos que nos precedieron valoraban el poder que desprendían los Solsticios y los Equinoccios, así como otras fechas sagradas cuya celebración puede remontarse a la noche de los tiempos.
Precisamente una de esas mágicas noches de tiempos antiguos, sujeta a los ciclos solares, es de la que ahora procede hablar: La Noche de San Juan.
El 𝑀𝑎𝑙 𝑑𝑒 𝑂𝑗𝑜 es el maleficio más famoso de todos los que existen. Una maldición que es tan antigua como el propio mundo y que se encuentra dentro del folklore y las creencias de casi todos los pueblos.
Y aunque hay quien lo considera una vulgar superstición, lo cierto es que su creencia puede ser encontrada en todos los rincones de la sociedad. Es por esta razón que el Mal de Ojo ha sido uno de los fenómenos más estudiados de la historia.
Porque sí, los maleficios y otros tipos de prácticas mágicas se estudian en serio de forma académica. Las maldiciones se estudian desde la antropología, la etnografía, el folklore, la psicología e incluso la medicina. Muchas áreas porque existen muchas facetas.
Pitágoras, el célebre filósofo del mundo antiguo, pasó a la historia como uno de los mayores matemáticos, cuyo teorema se sigue utilizando en la actualidad. Sin embargo, mucho menos conocida era la dimensión profundamente esotérica que tenía el pitagorismo.
Para los pitagóricos, el origen de todo, el arjé (ἀρχή), era el número. Y todo lo demás se articulaba en torno a este principio. De ahí que las matemáticas fuesen realmente el lenguaje del cosmos. Y junto a esta creencia también sostenían otras relacionadas con el alma.
Si atendemos a los testimonios antiguos, las doctrinas pitagóricas enseñaban que el alma era inmortal y que además podía reencarnarse en diferentes cuerpos tras la muerte. Pensaban que el tiempo es cíclico, no lineal. Y que al igual que cree el animismo, todo está dotado de vida.
En esta frase extraída de Sobre los dioses y el mundo" fundió Salustio toda la esencia de la mitología. Él decía que los mitos, al igual que los dioses que aparecen en ellos, son divinos.
Las esencias de los Dioses no han sido creadas, pues lo que siempre existe nunca ha sido creado. Y del mismo modo tampoco tienen cuerpo ni habitan un lugar físico. Es decir, que los Dioses no residen físicamente en el Monte Olimpo, o en los Cielos, o bajo colinas y túmulos.
¿Por qué entonces en los mitos se les concede un lugar físico a los Dioses? ¿Por qué se les concede un cuerpo físico similar al de los hombres? ¿Por qué se les atribuye un origen y un final? Porque lo importante del mito, como en los dioses, es la esencia divina que transmite.
Cuando los perros ladran a ese algo invisible que se esconde en los rincones de la casa, o a ese viento que agita las hojas secas durante la noche, en realidad ladran a Melínoe. A veces diosa, otras ninfa; oscura y luminosa a partes iguales pero siempre ligada a los fantasmas.
Cuentan los mitos que Melínoe era hija de Perséfone y de Zeus, quien se había disfrazado de Hades para seducir a su esposa. Por tanto, era descendiente tanto de los poderes celestes, como de las fuerzas ctónicas. Esto la convierte también en psicopompo, guía de los muertos.
También solían acompañarla los malos pensamientos, las pesadillas, las alucinaciones. A veces incluso aparece como un aspecto más de la diosa Hécate, quien presenta atributos similares a los de Melínoe. Y lo cierto es que esta diosa también está asociada a la magia.