Los venezolanos fuimos incubados en el mito fundacional de la independencia y enseñados a adorar desde la más temprana infancia a «nuestro Libertador». La primera deducción de un niño es que antes éramos esclavos, y que nuestro amo era un cerdo. Más adelante descubre que hablamos
su lengua y que llevamos su sangre. Escuchó que nos invadió física y biológicamente, que nos sometió, que se apoderó del país, que exterminó a sus habitantes y violó a sus mujeres. Luego infiere que nosotros mismos somos un engendro (engendro liberado, pero engendro al fin);
y, como suele hacerse con todo estigma, procura enterrarlo, pasarlo al subconsciente, al baúl del olvido de lo incómodo.
El joven crece inseguro, cultiva en la sombra un complejo de inferioridad. Pero cuenta con un recurso compensatorio, el heroico padre libertador, más que
suficiente para forjarse una autoestima paliativa, pero que genera un orgullo con bases en el resentimiento, lo cual es la fórmula misma de la arrogancia.
El padre libertador no solamente sustituye al padre violador (español), es además un héroe vengador. Este Padre ahora se
escribe con mayúscula y su nombre monopoliza todo lo premium del país. Es un nombre que tiene que estar presente en todo para tapar con orgullo y prepotencia una condición de inferioridad aprendida.
Pero he aquí el detalle: dicha condición de inferioridad no es una verdad
histórica, es una invención de pies a cabeza, una fabricación que justifica la liberación. Porque no hubo invasión ni cautiverio, violación ni opresión; por ende tampoco razón para estigmas, vergüenzas, desquites heroicos, supuestos libertadores ni orgullosos hijos resentidos y
prepotentes. De hecho, no hay nada de lo que se ha dicho en doscientos años, y con lo cual se ha pretendido construir un país.
El violador sanguinario no existió. Tampoco el invasor. Ni siquiera había país, no había un nosotros. No había otra lengua, otra religión. No había
uniformidad, mucho menos convivencia en la diversidad.
El Nuevo Mundo fue una síntesis auto pacificadora alcanzada por los pueblos autóctonos a través de España, sin la cual muchos de ellos habrían desaparecido bajo los estragos cuasi maltusianos de la antropofagia común y la
industria del sacrificio religioso reinantes.
Una vez alcanzado el equilibrio al cabo de tres siglos, el mundo exterior al imperio español se unió en su contra y logró desintegrarlo. Para ello recurrió a la propaganda difamatoria y a la corrupción de sus clases dominantes,
especialmente las ultramarinas, en las que algunos de sus más ambiciosos señoritos consumaron la tarea. No es cierto, como creen los sabiondos de recetas, que los imperios siempre se deshacen solitos por dentro, también los envenenan.
Las potencias rivales encontraron en
Venezuela al mejor de los traidores, uno cuya perseverancia sólo se igualaba a su crueldad, dotado de similar inteligencia para maniobrar y manipular, tan sediento de gloria y mando como lleno de odio hacia todo cuanto estuviese por encima de su dominio; por ejemplo el imperio
español, bingo.
Este criollo destructor de mundos en progreso es sólo el padre del error republicano, no del verdadero venezolano, que es hispano y no es inferior ni hijo bastardo, contrariamente a lo que la república y su alambicada historia deja clara y nefastamente
sobreentendido. Bolívar es un héroe vengador auto invitado, que nos lega un complejo artificial, un resentimiento aprendido, allí donde no hubo otro heroísmo que el de haberse inventado de la nada su propio heroísmo.
X. P.
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En 1519 se publicó en Sevilla el 1er libro impreso sobre el Nuevo Mundo, el cual informa de una meseta (peña plana), cerca del cabo de «Coquibacoa», sobre la cual había un poblado indio con casas llamado «Veneçiuela», que en la lengua local significaba Agua Grande. Fue este el
nombre para la región que empezó a ser usado por los españoles. Mejor conocida, aunque no por ello más verídica, es la versión atribuida a Amerigo Vespucci de una supuesta «Venezziola», término que ni siquiera empleó en la carta fechada el 18 de julio de 1500, dirigida a Lorenzo
di Pier Francesco de Medici, que da supuestamente origen al nombre Venezuela. Lo dicho literalmente allí por Vespucci es que los nativos del lugar «tenían sus casas fundadas en el mar, como Venecia, con mucho artificio y maravilla». La leyenda negra anti española se las ha
Hace 201 años, en 1822, Simón Bolívar le regaló a la ciudad mestiza e indígena de Pasto unas navidades especiales. Ordenó a Sucre realizar el total exterminio de su población. Su abominable plan para ella la encontramos en una carta a Santander: «Porque ha de saber Ud que los
pastusos son los demonios más demonios que han salido de los infiernos. Los pastusos deben ser aniquilados y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país a una colonia militar. De otro modo Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto,
aun cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidarán de nuestros estragos, aunque demasiado merecidos».
Cuenta un testigo, el general José María Obando: «No se sabe cómo pudo caber en un hombre tan moral, humano e ilustrado como el general Sucre la medida, altamente
Cada 17 de diciembre, recordemos que el expediente de actos bárbaros de Bolívar es tan largo como la guerra con que sumió al continente en sus páginas más tristes y sangrientas. El patético megalómano caraqueño, delirante de gloria, manipulador sin igual de la propaganda y el
lenguaje, fue también el verdadero fundador de su propio culto y leyenda dorada. A fuerza de escribanos a sus órdenes fue borrando los rastros de sus atrocidades, suplantándolos por odas ditirámbicas a sus campañas. Y eso es lo que hemos tenido en Venezuela durante dos siglos por
historia: una gran farsa.
Nuestra republicanización forzada es una retahíla de crímenes contra la humanidad (que ya lo eran según los estándares de la época), bien lavaditos por el discurso «patriótico» de todos los gobernantes sucesivos, usufructuarios de ella. Pero toda
Una leyenda negra siempre se inventa con otra. Los hijos de la ilustración, propagadores de la leyenda negra anti española, ya contaban para difamar al imperio español con la leyenda negra antimedieval. Bastaba con asociarlo al supuesto oscurantismo de la Edad Media. Pero lean:👇
«Los cronistas nos pintan esta desdichada época con los colores más sombríos. Por espacio de muchos siglos, no hay más que invasiones, guerras, hambres y epidemias. Y, sin embargo, los monumentos —fieles y sinceros testimonios de aquellos tiempos nebulosos— no evidencian la menor
huella de semejantes azotes. Muy al contrario, parecen haber sido construidos entre el entusiasmo de una poderosa inspiración de ideal y de fe por un pueblo dichoso de vivir, en el seno de una sociedad floreciente y fuertemente organizada.
«¿Debemos dudar de la veracidad de
«Estoy leyendo un libro escrito por un tal Platón. El autor afirma muchas cosas de manera muy perentoria, sin citar ninguna fuente, como un gurú. Ni un solo estudio científico aleatorio, doble ciego, ni una referencia. Ni siquiera una nota a pie de página. Nada. Nunca ha sido
publicado por una revista científica de referencia revisada por referees. Se permite hablar de cualquier cosa basándose únicamente en su opinión y experiencia personal. Algunos pasajes interminables son extractos de discusiones de cantina con sus amigos. Para empeorar las cosas,
no tiene ningún diploma que valide sus habilidades en los cientos de especialidades que menciona. Conocí más sobre el personaje y supe que tiene relaciones conflictivas con un tal Sócrates, un personaje sulfuroso condenado por incitación al odio.
Reproduzco a continuación un buen artículo del blog Contando Estrellas:
Simón Bolívar (1783-1830) es una de las figuras históricas más injustamente mitificadas y blanqueadas, bajo el falso pretexto de considerarle un "libertador".
Nacido en Caracas cuando era
una ciudad española e hijo de una familia acomodada, siendo muy joven fue enviado a estudiar a Madrid, donde a los 19 años se casó con María Teresa del Toro, una madrileña de familia noble que falleció dos años después debido a una enfermedad. Tras conocer las ideas
revolucionarias en la Francia de Napoleón, aprovechó la invasión francesa de la Penínsuna Ibérica para extenderlas a los territorios españoles de América del Sur, alzándose en armas contra España, demostrando por los prisioneros de guerra el mismo desprecio que manifestaron las