Pedro Torrijos Profile picture
Sep 19, 2024 30 tweets 11 min read Read on X
Esta es la caja de herramientas más segura del mundo. Si detecta que cualquier herramienta no vuelve a su sitio, paraliza un edificio del tamaño de una catedral.

Porque de esa catedral depende la seguridad de miles de personas.

En #LaBrasaTorrijos, el Hangar 6 de Iberia.
🧵⤵️
1. Una gran caja de herramientas amarilla. Parece un archivador de metro y medio de altura por unos 2 de ancho. 2. La cola y la parte de inferior de un avión de pasajeros dentro de un espacio descomunal.  Ambas son de Pedro Torrijos.
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@Iberia (Se recomienda la lectura del hilo de hoy acompañada de la siguiente banda sonora).
open.spotify.com/intl-es/track/…
@Iberia Ya lo he dicho alguna otra vez: hay algo fascinante en las arquitecturas que no se han construido para el ser humano.

Espacios cuya escala no tiene nada que ver con nosotros. Interior del detector de neutrinos Super-Kamiokande, en Japón. Kamioka Observatory, ICRR (Institute for Cosmic Ray Research), The University of Tokyo
@Iberia Espacios sin ningún ornamento, sin nada que no sirva al puro propósito para el que se han construido. Interior de un tanque de Gas Natural Licuado. Northern Marine.
@Iberia Como las catedrales.

Sí, porque, en realidad, en las catedrales apenas hay ornamentos. Todo se ideó y se construyó de la manera más eficaz para alcanzar su propósito: la trascendencia. Interior de la Catedral de Reims. Josep Renalias CC BY-SA.
@Iberia Por eso, cuando alguien dice que ya no construimos catedrales, yo creo que el mundo está lleno de catedrales; solo hay que mirarlo con los ojos de la maravilla.

Y una de estas catedrales, una que nos pone en contacto con la trascendencia, es el Hangar 6 de Iberia Mantenimiento.
@Iberia Construida en los terrenos de La Muñoza, junto al aeropuerto de Barajas, el Hangar 6 batió dos récords en el momento de su inauguración en 1995.

Por un lado, era el espacio cubierto diáfano más grande del mundo, con casi 32.000 metros cuadrados SIN UN SOLO PILAR.
@Iberia Por el otro, con sus 4.000 toneladas, supuso el izado más pesado de una cubierta que se hacía DE UNA SOLA PIEZA.

Porque no es solo que no haya pilares en la parte central, es que uno de los lados largos tampoco tiene ni un solo soporte.

¿Por qué este atrevimiento estructural? Foto exterior durante la elevación de la cubierta. Iberia.
@Iberia Pues porque, como su nombre indica, el propósito del Hangar 6 es albergar aviones de pasajeros. Y los aviones de pasajeros no pueden maniobrar entre columnas como cuando nosotros aparcamos en un garaje.

Había que dejar TODA LA PUERTA DESPEJADA. Foto del Hangar 6 con el gran portón totalmente abierto y un avión asomándose bajo la luz del atardecer. Iberia.
@Iberia Por eso, ese lado se sostiene por un arco de 250 metros de luz que, junto con el resto de la cubierta, se levantó todo de una vez en un proceso milimétrico que transcurrió durante 5 días enteros. Foto del arco recién tomada la cota definitiva. Iberia.
@Iberia Pero, en realidad, todas estas cifras y estos datos, y ni siquiera el exterior, pulcro y estrictamente funcional, nos prepara para lo que significa entrar en el Hangar 6.

Porque entrar en el Hangar 6 nos coloca en un lugar único. Un espacio que es una máquina. Imagen aérea del Hangar 6 en la actualidad. Google/Maxar.
@Iberia Una máquina colosal hecha para cuidar a otras máquinas colosales.
@Iberia Porque lo que se hace en el Hangar 6 es el mantenimiento pesado de aviones de pasajeros.

Para que entendáis la escala monumental, eso de arriba es una pasarela para personas. Lo de la derecha es la cola de un avión. Una foto hecha por mí en la que señalo la pasarela de mantenimiento, que es ridículamente pequeña comparada con la cola del avión que se ve a la derecha.
@Iberia Y sí, el edificio es una máquina. Está plagado de sistemas que no apelan al ornamento. Que son pura eficacia.

Soportes móviles que no tocan el suelo y que se mueven por puentes grúa. Torretas de agua a presión operadas por sensores que se autoorientan en el caso de incendio. Una foto general del hangar donde señalo una de las torretas autoorientables. Pedro Torrijos.
@Iberia Porque diez aviones son más de 2.000 viajeros. Pero es que en los años que lleva en activo, por el Hangar 6 han pasado más de 3.000 aviones. Haced las cuentas de los viajeros que dependen de este edificio.
@Iberia De hecho, cada 12 años los aviones paran allí para que se les realicé una revisión exhaustiva que implica DESMONTAR Y VOLVER A MONTAR TODO EL AVIÓN.

Todo el fuselaje, toda la estructura, la cabina, las bodegas y hasta los motores. Todo.
@Iberia Todas las superficies y todos los remaches y todos los tornillos y todas las tuercas se desmontan y se vuelven a apretar.

Por eso, como dije en el primer tuit, las cajas de herramientas del Hangar 6 son las más seguras del mundo. La caja de herramientas del primer tuit. Pedro Torrijos.
@Iberia Cada vez que un técnico quiere sacar una llave o un destornillador o cualquier otra herramienta de allí, debe identificarse digitalmente o la caja no se abre.
Una vez abierta, los sensores de la caja detectan QUÉ herramienta no está y QUIÉN se la ha llevado. Interior de una de las bandejas de la caja de herramientas. Con una flecha, señalo el hueco que ha dejado una llave y que es el hueco que detectan los sensores de la caja. Pedro Torrijos.
@Iberia Y, al final del trabajo, si esos sensores no detectan que la herramienta ha vuelto a su sitio, hacen saltar las alarmas y paralizan el edificio para buscarla.

Como imagináis, no se puede correr el riesgo de que haya una herramienta suelta en un avión en vuelo. La misma imagen anterior, pero con el hueco ocupado por la llave y señalado con una mano femenina. Pedro Torrijos.
@Iberia El Hangar 6 es una máquina monumental pero los engranajes que la mueven no son ni los puentes-grúa ni las torretas antiincendios ni las cajas de herramientas automatizadas.
Son las más de mil personas que trabajan allí.

Y esas personas son las que lo convierten en una catedral.
@Iberia Porque la trascendencia que buscaban las catedrales era, de algún modo, llegar al cielo.

Y nada nos pone más cerca del cielo que volar a 30.000 pies de altura. Foto del cielo por encima de las nubes. DP.
@Iberia Desde que el ser humano toma conciencia de la tierra, ha perseguido el sueño de volar.

Y nos hemos acostumbrado a ello, pero volar, aunque es ciencia, sigue siendo un prodigio.
@Iberia Y ese prodigio, esa trascendencia, depende de muchas cosas. Algunas son visibles, como los aeropuertos, los aviones, los pilotos...

Pero hay otras que son igual de necesarias y que apenas tenemos en cuenta.
@Iberia Una de ellas es el Hangar 6.
Una obra cuya construcción fue un desafío estructural.
Una caja colosal, pulcra y sin ornamentos, donde se revisan cientos de aviones cada año.
Una máquina que cuida a otras máquinas.


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1. Foto del Hangar 6 en construcción. Iberia. 2. Foto del interior con un avión en el fondo y una torreta autoorientable en primer plano. 3. Foto aerea exterior del Hangar 6. Google/Maxar. 4. Foto interior en la que encuadro la parte derecha (estribor) de un avión. Pedro Torrijos.
@Iberia Pero, si lo miramos con los ojos de la maravilla, el Hangar 6 es algo más.

Es un lugar del que depende la seguridad de miles de viajeros. Que permite que crucemos el cielo.

Es la catedral escondida de ese prodigio que es volar. Image
Por cierto, si queréis ver el Hangar 6 por dentro, tenéis una oportunidad de oro el fin de semana del 28 y el 29 de septiembre, porque está abierto para visitas en el Open House Madrid.

En este enlace os podéis inscribir:

openhousemadrid.org/programa-2024/…
openhousemadrid.org/programa-2024/…
Si os ha gustado el hilo de hoy, no olvidéis darle un RT, un Like, compartirlo y guardarlo en favoritos, que es la mejor manera de vencer al algoritmo y que llegue a mucha gente.

Y muchísimas gracias por leerme, de veras ❤️

El hilo de hoy es una colaboración con @Iberia, a quienes quiero agradecer el cariño, la libertad y la absoluta confianza en el proyecto de #LaBrasaTorrijos.
@Iberia Por cierto, que también tengo cuenta en Instagram, donde podéis escuchar mi melodiosa voz y ver mi estupenda jeta 😁

➡️
instagram.com/reel/DAGn94Cqd…
instagram.com/reel/DAGn94Cqd…
Ah, y también en TikTok (pero no hago bailes ni nada de eso 😅)

tiktok.com/@pedro.torrijo…

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Dec 1
Lo de que las estaciones del metro de Estocolmo son preciosas es algo digno de comprobarse in situ.

Pero también esconden una historia. Una historia de amor por los servicios públicos, por las infraestructuras públicas, por la gente que las construye y por la gente que las usa cada día:

La historia empieza, como empiezan casi todas las historias buenas de ciudades nórdicas, en la roca. Ni en el hormigón ni en el hormigón revestido de hormigón —que es la tentación internacional—, sino en la roca viva, la roca madre, el granito glacial que hace de Estocolmo una ciudad con vértebras de hielo fósil.

Cuando a mediados del siglo XX decidieron construir su red de metro, optaron por la solución más directa, casi geológica: excavar, dinamitar, abrir la montaña e insertar trenes. Y en algún momento de esa operación de ingeniería a mano armada surgió una pregunta casi infantil, tan evidente y, a la vez, tan peculiar que era muy raro que alguien se la preguntase: ¿y si dejamos la roca vista?

La respuesta tiene que ver con estética, sí, pero también con política y con época. Tras la Segunda Guerra Mundial, Suecia —como buena parte del norte de Europa— estaba articulando un nuevo pacto social: bienestar público, accesibilidad, democracia cotidiana.

Uno de los engranajes de ese pacto era la convicción tranquila, pero tenaz, de que el arte no debía ser un lujo sino un derecho. Así que, si el metro iba a convertirse en el gran espacio público donde cientos de miles de personas bajarían cada día, ¿por qué no convertirlo también en un lugar donde el arte descendiese con ellas? Un soporte para democratizar la belleza, para hacer país desde el subsuelo.

Esa respuesta convirtió al metro de Estocolmo en la frase con la que lo definen: la galería de arte más larga del mundo. Algo que va más allá del eslogan turístico; es una decisión conceptual. Si vas a perforar la ciudad, abraza sus entrañas. Si vas a mover a tanta gente bajo la tierra, ofréceles algo más que azulejos blancos y tubos fluorescentes.

Haz país. Haz estética. Haz política blanda —que es la mejor política—.Image
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La línea azul es el ejemplo más evidente. Basta bajar desde T-Centralen para entenderlo: la bóveda, pintada de azul profundo, conserva la piel rugosa de la roca. Tiene algo de caverna prehistórica, pero intervenida con brochazos gigantes. Parece la obra de un pintor expresionista que hubiera vivido aquí encerrado con un cubo de acrílico y demasiadas horas de invierno.

Además, en esa bóveda aparecen siluetas de obreros: un homenaje directo a los trabajadores que construyeron la red hace 75 años y que la mantienen cada día.

Tres cuartos de siglo de ciudad subterránea.
Sigue uno bajando por la línea y llegas a Solna Centrum, la estación más fotografiada de Suecia (y probablemente una de las más fotografiadas del mundo). Un túnel rojo, intensamente rojo, un rojo que no te abraza sino que te engulle.

Parece una bajada al infierno, sí, pero es un infierno con una intención: el mural, pintado en 1975, denuncia la deforestación sueca. El rojo del cielo frente al verde de los bosques como un aviso urgente en un país que hoy presume de sostenibilidad, pero que lleva décadas pensando en estas cosas.

Estando allí me pregunté si hoy ese mural se lee de otra manera. Si ya no habla solo de árboles sino del planeta entero.
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Nov 27
Estoy en Estocolmo, moviendo las manos porque hace tres grados bajo cero, y esto que tengo detrás es el ayuntamiento, el Stadshuset.

Visto así, con su ladrillo rojo, su torre alta y esta logia abierta al agua, parece un edificio medieval, casi un híbrido entre castillo nórdico y palacio veneciano. Podría colar como gótico italiano, o como algo que te encontrarías entrando en la plaza de San Marcos por la puerta equivocada.

Pero la gracia es precisamente que no es medieval en absoluto.
Es un edificio del siglo XX: se construye entre 1911 y 1923, lo diseña el arquitecto Ragnar Östberg y es uno de los grandes ejemplos del Romanticismo Nacional sueco, una arquitectura que mezcla referencias históricas con una idea muy moderna de lo que debe ser un edificio público.

Por eso está aquí, pegado al agua. Si esto fuera de verdad un ayuntamiento medieval, lo lógico es que estuviese bien adentro del casco antiguo, protegido por murallas, alejado de cualquier ataque por mar. Pero, en los años veinte, Suecia ya no está pensando en cañones y asedios: está pensando en democracia, administración y ciudad abierta.

El Stadshuset se coloca en la punta de Kungsholmen, justo donde el lago Mälaren se abre hacia el archipiélago que conecta con el Báltico. Es un gesto urbano clarísimo: el poder municipal se asoma al agua porque el agua es lo que organiza Estocolmo.
El patio donde estoy tiene ese aire muy veneciano: arcos de medio punto abajo y esa sensación de plaza porticada que se abre directamente al embarcadero. Te giras y podrías estar esperando que aparezca una góndola, pero lo que llega son ferris y hielo.

La torre, además, está claramente emparentada con el campanile de San Marcos, solo que coronada por las Tres Coronas doradas de Suecia, para que no haya dudas de quién firma el skyline.

Y luego está la obsesión material. El ayuntamiento está construido con unos ocho millones de ladrillos rojos, de los cuales cerca de un millón se hicieron a mano, precisamente para conseguir esta textura vibrante, nada uniforme, que ves en fachada: el típico ladrillo de monasterio nórdico, colocado alternando testas y tizones para que el muro nunca sea del todo plano ni del todo predecible.

Ragnar Östberg era bastante maniático con la textura: quería que el edificio, visto de cerca, tuviera una piel casi viva, con pequeñas variaciones en cada pieza.
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Nov 26
Estoy en Stortorget, la plaza central de Gamla Stan, el casco medieval de Estocolmo.
Hoy hay mercadillo navideño, con luces y turistas, pero bajo toda esta postal hubo, hace siglos, bastante menos encanto.

En esta plaza tuvo lugar la Boda Roja original:

Como sabréis por las novelas de George R. R. Martin y la serie Juego de Tronos, la Boda Roja es uno de los episodios más traumáticos de la historia. Martin lo escribió inspirándose en varios hechos históricos, uno de ellos fue el "Baño de Sangre de Estocolmo" de 1520.

Ese año, el rey Cristián II de Dinamarca conquistó Suecia y, para celebrarlo, organizó una gran coronación en el casco antiguo de Estocolmo. Tres días de fiesta, banquetes, vino caliente, diplomacia y buen rollo oficial. Hasta que, al tercer día, Cristián ordenó cerrar todas las puertas de la ciudad vieja.

Entonces empezó la matanza.
Entre ochenta y noventa personas —nobles, clérigos y ciudadanos influyentes de Estocolmo— fueron ejecutadas. Muchos fueron decapitados y sus cabezas expuestas en picas aquí mismo, en la plaza, durante semanas.

En este lugar tan bonito, tan instagrameable, con chocolates calientes y guirnaldas, a principios del siglo XVI se montó una escabechina monumental.

(Sí, ya sé que en el video digo 1580, es que me bailan las fechas más que Gene Kelly en El Pirata)Image
Hoy, Stortorget tiene otra cara.

Además del mercado de Navidad, uno de los edificios que dan a la plaza alberga la Academia Sueca, la institución que concede cada año el Premio Nobel de Literatura: el lugar soñado de Murakami, para entendernos.

Y, claro, aquí se levantan también las famosas Casa Roja y Casa Verde, dos fachadas del siglo XVII que, además de fotogénicas, son bastante tramposas.

La casa verde, por ejemplo: esas líneas blancas alrededor de las ventanas parecen molduras de piedra, pero en realidad son pintura. Querían simular nobleza, apariencia de sillería cara, pero no había presupuesto, así que resolvieron el asunto con pigmento.

En el fondo eran casas normales, con bodega abajo y almacén arriba. De hecho, la famosa ventana redonda superior no es un capricho barroco, es simplemente una forma eficaz de iluminar ese almacén.Image
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Nov 21
El Sexto Panteón del cementerio bonaerense de la Chacarita es, sencillamente, uno de los lugares más bellos y más estremecedores del mundo.
Un espacio casi desconocido que esconde un viaje de luz, emoción y la historia de una mujer.

Os la cuento en #LaBrasaTorrijos 🧵⤵️
A mediados del siglo XX, cuando Buenos Aires miraba a la modernidad como una hacia el futuro, una arquitecta recibió un encargo que, para cualquiera de su generación, ya habría sido enorme, pero que para una mujer en los años 50 era casi un desafío a la gravedad social. Image
Se llamaba Ítala Fulvia Villa y entraba en las reuniones de las oficinas municipales —llenas de ingenieros varones— con un cuaderno, algunos planos y esa paciencia feroz que sólo pueden tener las personas que saben que su talento será discutido antes incluso de ser visto. Image
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Nov 12
El edificio Kavanagh, en Buenos Aires, fue el primer rascacielos de Sudamérica.

Parece neoyorquino, pero tiene algo que los rascacielos de Nueva York no tienen: una leyenda. Porque el Kavanagh se construyó por un despecho amoroso.

Esta es la historia:
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A principios de los años treinta, Corina Kavanagh, una rica heredera, compró una parcela frente al Parque de San Martín, junto a Puerto Madero, y mandó construir un rascacielos. Image
Inaugurado en 1936 con proyecto de Sánchez, Lagos y de la Torre, el Kavanagh, con su estilo Art Decó, recuerda ciertamente a los rascacielos de Nueva York, como el Chrysler o el Empire State.

Aunque este “solo” llega a 120 metros y 31 plantas. Image
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Oct 24
En Viena hay seis torres nazis de hormigón: colosales, indestructibles. Fueron fortalezas antiaéreas, pero hoy son acuarios o miradores.

Porque la ciudad ha entendido lo que hacer con su pasado: transformar la máquina de guerra en memoria.

Os lo cuento en #LaBrasaTorrijos 🧵⤵️
Si paseáis por Augarten, uno de los preciosoS parques al norte de Viena, enseguida os vais a encontrar, aunque no queráis, con una estructura que desafía la lógica: es la Flakturm G.

La Torre Flak G.
43 metros de diámetro, 55 de altura. Muros de hormigón de DOS METROS Y MEDIO DE ESPESOR Y UN TECHO DE TRES METROS Y MEDIO.

Una máquina de matar. Un símbolo nazi que aún sigue en pie. Image
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