La letra "Ñ" no existe en inglés, ni en francés, ni en alemán. No viene del latín y, sin embargo, está en miles de palabras del castellano y en lenguas como el gallego, el euskera, el quechua o el filipino.
Es única. Y esta es su historia.
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En la Edad Media, cuando los libros se copiaban a mano y cada trazo costaba tiempo, tinta y paciencia, los monjes idearon un recurso ingenioso. Para ahorrar esfuerzo, comenzaron a abreviar letras duplicadas usando un trazo sobre la letra original.
Así, donde debía escribirse “anno”, escribían “año”. La virgulilla (~) sobre la N indicaba que ahí había una doble N. Lo mismo pasaba con palabras como “donna” (doña), “pannum” (paño) o “hispannus” (español). No era un adorno, era pura necesidad y ahorro de costes.
Con el paso del tiempo, ese signo dejó de ser solo una abreviatura, empezó a pronunciarse de forma diferente y se convirtió en una letra con valor propio, en un sonido nuevo. Lo que antes era ahorro, acabó siendo identidad.
La Ñ representaba un sonido único, distinto de la "N", un sonido que no existía en latín clásico y que fue evolucionando con fuerza en el castellano. Porque, mientras otras lenguas evitaban el problema, el español lo convirtió en parte del sistema.
La primera vez que apareció impresa fue en 1492, el mismo año en que Colón llegaba a América y Nebrija publicaba la primera gramática del castellano. En ese libro, la "Ñ" ya figuraba como letra independiente y no era casualidad, era un símbolo de modernidad.
Otras lenguas tomaron caminos distintos. El francés usó “gn” (como en “champagne”), el italiano también (“lasagna”), el portugués optó por “nh” (“senhor”) y el inglés simplemente no tiene ese sonido. Solo el castellano se inventó una letra y la convirtió en letra oficial.
Con el tiempo, la "Ñ" se extendió por el mundo. Hoy aparece en lenguas originarias de América como el quechua, el aimara, el mapuche, el guaraní o el náhuatl, también en el gallego, el euskera o el tagalo de Filipinas, pero no en el catalán, donde se usa "ny".
Su importancia es tan extraordinaria que, en 1991, cuando las empresas de informática quisieron eliminarla de los teclados, se armó un escándalo brutal. Decían que no era necesaria, que ocupaba espacio y que dificultaba la “globalización”. Pero España dijo que no. Y ganó.
Desde entonces, la "Ñ" se ha convertido en mucho más que una letra. Es una declaración, una defensa de lo propio, una señal de que el lenguaje también tiene memoria, territorio e historia y que no todo debe adaptarse a lo anglosajón.
Porque la "Ñ" no es una rareza, sino una huella de cómo el castellano creció a partir de lo que tenía, y no de lo que le faltaba. Una prueba de que la lengua también se inventa y se vive.
No es casual que esté en palabras como “año”, “niño”, “sueño” o “España”. Todas ellas hablan de tiempo, de identidad, de futuro. De algo que se proyecta más allá. En todas ellas está la "Ñ", esa letra medieval que emplean cada día más de 600 millones de hispanohablantes.
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Antes de que existieran los teléfonos, el alumbrado público o la policía moderna, las noches de las ciudades eran territorio hostil. Hasta que aparecieron ellos, los serenos. Hombres con capa, farol y llaves que vigilaban las calles y gritaban la hora. Tira del hilo 🧵👇🏽👇🏽👇🏽.
El oficio del sereno nació en España en el siglo XVIII, cuando las ciudades empezaron a crecer y los robos nocturnos eran constantes. No había alumbrado público ni cuerpos de seguridad organizados, y alguien debía cuidar las calles mientras todos dormían.
Su nombre viene de una palabra curiosa, ya que “sereno” hacía referencia al estado del cielo. Al anunciar la hora, decían también el tiempo: “Las doce y sereno” si la noche era tranquila, o “Las doce y nublado” si amenazaba lluvia.
Cuando Maximiliano de Habsburgo fue fusilado en México, su cuerpo inició un viaje para cruzar el Atlántico sin descomponerse. Para lograrlo, lo embalsamaron dos veces, lo llenaron de arsénico y lo sellaron en plomo. Tardó siete meses en volver a Austria. Tira del hilo 🧵👇🏽👇🏽👇🏽
El 19 de junio de 1867, Maximiliano cayó bajo las balas republicanas en el Cerro de las Campanas. Tres disparos en el abdomen, pecho y corazón. Su cuerpo fue llevado al convento de Capuchinas, donde comenzó un embalsamamiento improvisado.
El encargado fue el doctor Vicente Licea, formado en París. Usó una técnica experimental con cloruro de zinc, arsénico y alumbre, inyectando los compuestos en arterias y cavidades para frenar la descomposición. El resultado fue eficaz, pero grotesco...
Cuando Maximiliano de Habsburgo llegó a México en 1864, hizo una de las entradas más espectaculares de todos los tiempos. Bajo el sol de Veracruz lo esperaba un trono sobre ruedas: seis caballos blancos y una carroza dorada que parecía salida de un cuento. Tira del hilo 🧵👇🏽👇🏽👇🏽
Esta carroza de gala fue fabricada en Milán por la Casa Cesare Scala, en maderas finas, con molduras doradas, cristales biselados y un interior tapizado con seda. Era una pieza de artesanía europea destinada a proyectar lujo y legitimidad.
Llegó a México junto con los muebles, retratos y enseres que Napoleón III envió para que Maximiliano y Carlota pudieran instalar su corte en el Castillo de Chapultepec, la nueva residencia imperial.
En los años 20, en las cervecerías de Múnich, muchos se burlaban de un pequeño partido político llamando a sus miembros “nazis”. Lo que nadie imaginaba es que aquel insulto acabaría dando nombre al régimen más temido y mortífero del siglo XX. Tira del hilo 🧵👇🏽👇🏽👇🏽
La palabra “nazi” nació como una abreviatura de Nationalsozialist, es decir, “nacionalsocialista” en alemán, pero su historia es mucho más antigua y reveladora, porque no nació en la política, sino en antiguos pueblos de Baviera.
En el dialecto bávaro, “Nazi” o “Naczi” era un diminutivo del nombre Ignaz (Ignacio en castellano), que era muy común entre campesinos. Con el tiempo, se usó como sinónimo de persona simple o torpe, una especie de “paleto” rural.
Durante siglos, los marinos hablaron de olas que aparecían de la nada y eran tan altas como edificios. Nadie les creyó, hasta que en 1995, una boya en el Mar del Norte registró una de 25 metros. Acababan de descubrir que las olas monstruo eran reales. Tira del hilo 🧵👇🏽👇🏽👇🏽
La noche del 1 de enero de 1995, en plena tormenta invernal, la plataforma petrolera Draupner E registró un pico de agua descomunal. Un sensor láser marcó 25,6 metros de altura entre la cresta y el valle de la ola. Nadie la vio, pero los instrumentos no mentían.
Era más del doble de la altura media del oleaje circundante, que apenas llegaba a 12 metros. Hasta entonces, las olas gigantes eran consideradas leyendas de marineros, exageraciones de hombres que pasaban demasiado tiempo mirando horizontes imposibles.
¿Sabías que la Fanta nació en Alemania en 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, bajo el régimen nazi de Hitler? Cuando Coca-Cola se quedó sin ingredientes por el embargo, sus fabricantes alemanes crearon una nueva bebida con lo que tenían a mano. Tira del hilo 🧵👇🏽👇🏽👇🏽
En 1923, Coca-Cola quiso ampliar su negocio e internacionalizarse. Proporcionaba el sirope "secreto" y en cada país se encargaban de aportar materias primas y la maquinaria necesaria para la fabricación, motivo por el que sabe ligeramente diferente según donde la bebas.
La expansión llevó a la marca hasta Alemania, donde querían conseguir que sus habitantes no bebieran solo cerveza, sino que también consumieran este refresco. La compañía levantó en el país 50 plantas de fabricación, pasando de vender 100.000 cajas anuales a casi cinco millones.