Sobre la “fuerza de trabajo” es importante recordar que el proletariado es sólo propietario de esta mercancía en términos formales, pues no tiene uso libre de ella para emanciparse del sistema.
El proletariado puede intentar especializarla, maximizarla y sí, emplear su fuerza de trabajo en los espacios políticos para tirar el sistema abajo. Pero no puede retirarla sin más del sistema o desvincularla de la burguesía y su estado.
De hecho, lo más cercano que vivimos a este fenómeno no tiene la forma de una retirada sino de una expulsión, devenir excedentario y, con ello, una persona sinhogar y en otras posiciones lumpemproletarias.
Estas vidas son quizá en las que se hace más patente que el propietario último de la fuerza de trabajo, regular e irregular, es el Estado, que ejecuta varios ejercicios de violencia para que la gente vuelva al circuito productivo.
Es decir, el modo de producción capitalista está diseñado con dos elementos: la burguesía como arrendadora de la fuerza de trabajo y el estado burgués como propietaria formal y reguladora.
El estatuto del trabajador, las leyes de educación, la seguridad social, etc. son grandes conquistas de la clase trabajadora, pero que fueron aceptadas por la burguesía en tanto que útiles para la regulación de la fuerza de trabajo, no como ejercicios de emancipación.
Un proceso de negociación en el que cumplieron un papel protagonista los partidos socialdemócratas y sus sindicatos. Herencia que todavía arrastran hoy, al actuar como intermediarios entre burguesía y proletariado.
Esto tira abajo por enésima vez la tesis reformista, pues estas conquistas tuvieron un peso tangible en la mejora y optimización del capitalismo sin ningún avance patente en su superación. Lo cuál evidencia la necesidad de la subordinación de la lucha económica a la política.
No porque no fueran necesarias las luchas obreras en torno al estatuto del trabajador, la educación y la seguridad social o inherentemente reformistas sino porque su potencial revolucionario no existe en sí sino cuando se conecta con la toma del poder.
El elemento más trágico de este sistema es, sin embargo, el que alberga más esperanza: que el sistema regulador de la fuerza de trabajo no es capaz de evitar ni resolver la erosión de la misma y su valor. De hecho, no baja sino que incrementa la población excedentaria.
Por lo que nunca cesan de surgir las luchas inmediatas y la oportunidad de construir la estructura que puede apoyarse en ellas como plataforma para la lucha política por la toma del poder.
Pero sólo la toma del poder por parte de la clase explotada y con ella, la socialización de los medios de producción, alberga la capacidad de acabar con estas contradicciones. Y ambas, son sólo el principio.
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Aquí la razón es de Aguiriano. Con buenas intenciones se toma la clandestinidad como valor y no como condición. Lo que ha de permanecer clandestino o público vincula con cómo se despliega la dominación. La frontera entre la clandestinidad como valor y el blanquismo es estrecha.
No se pueden organizar a las masas que no te conocen, con las que no te conectas, para las que no existes. Lo cuál es bien distinto de que toda tu actividad deba ser pública o reglamentarte en la legalidad burguesa.
Evidentemente el estado burgués busca aprovechar los intersticios de tu actividad pública para desmantelar la clandestina y la totalidad del movimiento. Pero si ese es el riesgo a pagar por existir entre las masas se paga con trabajo de seguridad y responsabilidad no alejándose.
Hay que tener valor para cuestionar que “sólo el pueblo salva al pueblo” cuando las instituciones nacionales y autonómicas se están pasando la bola y se abre un proceso de reconstrucción y reparación en el que veremos sistemáticamente cómo el aparato estatal abandona a la gente.
Cuando decimos que “sólo el pueblo salva al pueblo” no defendemos una visión romántica y voluntarista del apoyo mutuo, pero enfatizamos que ante la negligencia (diseñada) del estado burgués sólo el proletariado y sus instituciones propias pueden sostenerse.
Por aclarar este tema MAKI (el Partido Comunista de Israel) defiende el carácter de liberación nacional del pueblo palestino, pero la enmarca en la solución de dos Estados
Comunicado de hoy a las 11.28: “Entre todas estas [causas y derechos del pueblo palestino] la mayor es la autodeterminación, la formación de un estado propio y el derecho de regreso de acuerdo con las resoluciones internacionales que las legitiman”
Principios del Partido Comunista de Israel: “El CPI fue el primer partido en esta tierra en proponer una paz para ambos pueblos (…) una paz árabe-israelí centrada en el fin de la ocupación (…) y una paz árabe-Israeli de dos Estados para dos pueblos”
Varios apuntes sobre este artículo tan reaccionario como mediocre.
(1) ante la enésima obstinación con la categoría de constructo social sólo hay que volver a su origen - simple y llanamente que las categorías que manejamos proceden enteramente de su origen social
¿En manos de las marxistas que quiere decir esto? Que las categorías que empleamos son históricamente contingentes y materialmente determinadas y pretenden prescribir las formas de organización capitalistas sea su dimensión productiva o, en este caso, la reproductiva.
Vaya que no son inmanentes ni esenciales al margen de que a esta inmanencia o esencialismo lo llames naturaleza o “raíz psíquica profunda” y que el deseo de representarlas así manifiesta más una voluntad de blindarlas de crítica que un análisis sesudo por inteligente que parezca.
La democracia de la burguesía o la capacidad de la misma de emplear el parlamentarismo como forma de coordinar y regular sus intereses, utilizando al estado y los partidos socialdemócratas como intermediarios con el proletariado es la dictadura burguesa sobre el proletariado.
La dictadura del proletariado, es decir, la imposición de ésta como clase tomando los aparatos del estado burgués y comenzando a liquidar a la clase que los ampara es dictadura para la burguesía y democracia para el proletariado.
Midamos la victoria en sus términos y recordemos que el capital no concede nada en vano. Al capital le mueve el miedo a la huelga política y la organización revolucionaria porque una chispa puede incendiar una pradera. No hay que cejar.
Después del cese de relaciones, el
Comité de Bases, los consejos de trabajadores clave en el aparato imperialista, de ahí a la huelga política y de la huelga política allá donde nos propongamos. Que la inercia nos haga fuertes.
Nada divide más que una victoria relativa. Desata la lucha de clases en los movimientos porque aparecen las preguntas, ¿hemos conseguido lo que nos propusimos? ¿Merece la pena continuar? Si es así, ¿cómo? Pronto aparecen dos lineas y sólo una es revolucionaria.