El balance de las experiencias y figuras revolucionarias del pasado no es un hecho arbitrario, sino una etapa estratégica ineludible para la reconstitución del comunismo como teoría revolucionaria y cosmovisión del proletariado.
El balance no es una mera labor historiográfica en el sentido burgués, es el autoconocimiento histórico del proletariado, de su lucha por la emancipación. Y en ese autoconocimiento el proletariado reconoce en la experiencia revolucionaria previa puntos de partida ineludibles.
Es un proceso de superación dialéctica en donde el momento de derrota actual es vencido por un relanzamiento de la revolución proletaria que incorpora todas las conquistas de las experiencias precedentes, sus lecciones más valiosas y la crítica de sus errores y limitaciones.
El balance se desarrolla en una doble línea: primero el enfrentamiento contra las distorsiones vertidas por la burguesía y sus intelectuales/propagandistas. Señalar las conquistas históricas del comunismo y recuperar la memoria perdida de la clase obrera.
Pero el balance también se desarrolla en una segunda línea a través de la lucha contra el revisionismo. Esta se realiza mediante la lucha de dos frentes: contra el liquidacionismo de derechas y el ultraizquierdismo que suplanta la línea revolucionaria.
Un balance que no haga referencia a la lucha contra el revisionismo es un balance castrado que no sabe indicar cómo va a enfrentar la tarea estratégica de reconstituir el comunismo como teoría revolucionaria. Es abstracción o ambigüedad en el seno de la teoría revolucionaria.
Es por ello que la idea de balance no puede hacer referencia simplemente a una supuesta lucha contra dogmatismos y mitos. Es en la lucha de la teoría revolucionaria contra el revisionismo donde el balance muestra sus resultados y se constituye como arma ideológica.
Es así como el balance y por ende la lucha ideológica en el seno del movimiento comunista — la lucha de la línea revolucionaria contra el revisionismo— como se cimenta la unidad de los comunistas y los pasos hacia la reconstitución del Partido Comunista.
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Este posicionamiento peca de algunas imprecisiones que nos parecen importantes señalar de cara a esclarecer la postura comunista acerca de la autodeterminación.
En primer lugar: la autodeterminación es realizada por las naciones oprimidas, no por clases aisladas.
Los comunistas defendemos el derecho a la autodeterminación como solución democrática a la opresión nacional. Esta es una defensa negativa, la posibilidad (o no) de que una nación se separe de otra y forme su marco estatal propio.
La política proletaria es aquella que, al mismo tiempo que defiende la autodeterminación, busca organizar de manera independiente al proletariado más allá del marco nacional, sin privilegiar al nacionalismo de pequeña nación ni al chovinismo de la nación opresora.
La gran conquista histórica de la noción del Partido de Nuevo Tipo leninista radica en la dialéctica vanguardia-masas y su movimiento dentro de la estrategia y táctica revolucionaria. El Partido Comunista como órgano superior de combate del proletariado.
Antes de la confirmación del Partido de Nuevo Tipo las organizaciones se dividían en dos tipos: los partidos conspirativos de corte blanquistas, donde una minoría revolucionaria actuaba con total independencia de las masas. Está es la primera forma de partido revolucionario.
El fracaso de este modelo de partido durante el siglo XIX y la larga lucha por la legalización del socialismo en los países occidentales dio lugar al segundo tipo de organización: los partidos socialdemócratas de masas, partidos que utilizaban la legalidad para acumular poder +
El surgimiento de sindicatos de inquilinos por todo el territorio estatal es necesario y urgente, pero hay ciertos presupuestos que limitan su marco de actuación y lo atan nuevamente al reformismo.
Es obvio que un sindicato de inquilinos se centre en la crítica al rentismo y a la especulación inmobiliaria, pero es necesario señalar que el problema de la vivienda es una forma particular en la que se manifiesta la explotación capitalista que sufre la clase obrera.
Saltar sobre este hecho lejos de aupar mayorías contra el rentismo, refuerza a éste al desligarlo de la base material de la que surge —el capitalismo— y del conjunto de problemas que sufre la clase obrera. Es el discurso interclasista que nada aclara y entorpece todo.
Los liberales afirman que el comunismo condena a la gente a una vida gris de servidumbre al Estado, pero esta es precisamente la situación del proletariado bajo el capitalismo: una vida de explotación en un trabajo que te desrrealiza como humano por un salario mísero.
La explotación capitalista se cimenta en la reducción del obrero a mera fuerza de trabajo a la que explotar sin límites, de persona pasa a ser un autómata pasivo ligado al trabajo por un salario, ajeno a toda la riqueza que su esfuerzo crea día tras día.
La explotación capitalista es inseparable de la conversión del obrero en un ser sin autonomía, totalmente coartado en el puesto de trabajo por el disciplinamiento que impone la producción y la jerarquía. El obrero es un instrumento más que se reemplaza cuando deja de ser útil.
Uno de los caracteres fundamentales del fascismo de nuestros días es que este no enfrenta a un proletariado organizado ni a la amenaza de la revolución socialista. Por ello no necesita de la demagogia obrerista para conquistar a la clase trabajadora, sino que se muestra +
abiertamente como el programa de la burguesía más rapaz, la vía autoritaria para salir de la crisis capitalista y asegurar a toda costa la acumulación de capital y el beneficio de la clase dominante.
El fascismo de nuestros días mantiene el chovinismo, el racismo y el enfrentamiento nacional como herramienta de disciplinamiento y articulación interclasista de la sociedad, pero no cede ni un milímetro a posturas aparentemente sociales. Los sectores de la clase obrera +
Decía Lenin que los problemas particulares de la clase obrera debían ser iluminados por la teoría marxista.
Para el proletariado su fusión con la teoría científica superior, con el marxismo, no es una cuestión meramente intelectual. La teoría rige su práctica revolucionaria.
Para el proletariado la teoría revolucionaria no es un mero objeto de estudio más, sino que es el corazón, la médula racional que constituye su conciencia como clase.
Sólo el conocimiento recto de la realidad objetiva permite al proletariado dirigir su lucha política.
El conocimiento de las estructuras del capital permite al proletariado no sólo entender éstas en tanto que realidad, sino también a él mismo como sujeto, como clase social sobre cuyo trabajo y explotación se levanta la totalidad del modo de producción capitalista.