María y Ruben son hijos de inmigrantes. Ellos se conocieron muy jóvenes. Él repartía pan de madrugada, en la panadería de sus padres y ella cortaba carne en la carnicería de los suyos.
Ese amor prosperó. Se casaron y tuvieron a su primer hijo.
Ese bebé que dormía en una barca de panadería al lado del horno, en General Flores y Chimborazo, es hoy mi marido y el padre de mis hijas.
Hace 20 años mis suegros decidieron dar un salto de fe y crear Friopan, una empresa que en ese momento era bastante innovadora.