En 1962, el escritor Anthony Burgess imaginó un futuro distópico en donde jóvenes de clases medias eran adictos a la ultraviolencia gratuita. Tenían su propios códigos y modismos en cuanto a vocabulario y no encontraban mayor placer que dirigir su furia contra alguien más débil.
Para ellos la vida es un juego donde la única diversión es la atrocidad, y el único logro es el sometimiento del indefenso. No eran concientes de ningún tipo de contrato social y su capacidad empática era directamente nula.