El hermano de un amigo empezó a salir con una japonesa que estaba aquí en Sevilla perfeccionando su castellano, bueno, pues en verano se vino el hermano de ella que también lo estudiaba a pasar unos días. No tuvimos más remedio que sacarlo por ahí de fiesta nosotros porque, ya ves, para un día que salíamos tú me dirás.
Pues eso, que al nota le iba la marcha y nos dedicábamos, en las botellonas, a mandarlo a preguntarle a cualquiera que tuviera letras chinas tatuadas.

A mí una vez me invitaron a una boda en Sevilla en agosto, era yo un jiven despreocupado. 374º podía hacer perfectamente ese día, coño, se cayó uno dentro de un horno y cuando abrieron para sacarlo dijo «¡ESA PUERTA, QUE SE VA EL AIRE!». Bueno, pues como he dicho era un mozalbete despreocupado que la noche anterior se fue de fiesta a las terracitas de verano abusando de bebidas espirituosas y garrafón a partes iguales. 45-55 a lo sumo. Total, que todavía estaba borracho y el cura que si sed buenos, carajo.

Quillo, me acabo de acordar de una cosa que me pasó en mercadona. Bueno, pues nos ubicamos en los primeros años de este glorioso siglo XXI, sin pandemias, sin aplaudir en los balcones pero sí con el resistiré, que lleva más tiempo que la cancela de falcon crest.

Os voy a contar una historia que me ocurrió en mis años mozos universitarios allá en la Sevilla de mediados de los 90, en pleno apogeo del britpop, de las sudaderas Umbro y de peinarse con un folio. Dentro hilo. Resulta que apareció por la facultad venido de la fría Noruega un vikingo de ojos claros, pelo rubio y con la banda de "gran follarín" puesta desde que se bajó del avión. Gunnar se llamaba el bigardo. Rápidamente pasó a llamarse "no te vas a dejar sin follar a ningunnar".