Este hilo me transportó al recuerdo de mi primera (y catastrófica) experiencia con una mujer. Un momento que estoy seguro que moldeó de alguna forma quien soy hoy. Ella no debe ni tener ni el mínimo registro de mi existencia.

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Estábamos en tercer año del colegio y todo mi grupo de amigos cercano hace rato ya había experimentado lo que era darle un beso a un individuo del sexo opuesto. Las mujeres empezaban a ser el tema de conversación central, desplazando a los jueguitos de play y al fútbol.

Como egresado de la universidad pública, creo que nos debemos un enorme debate. Todo lo que gira en torno al tema se ha puesto en un púlpito que parece intocable. Sí, se tiene que discutir. No existe país en el mundo con universidad no arancelada y con ingreso irrestricto. Sencillamente no lo hay. En medicina, por ejemplo, Finlandia tiene una tasa de aceptación del 12% y un porcentaje de graduados del 95%. Es decir, todo lo contrario a lo que sucede acá.

Ayer se cumplieron dos años del día que mi ex novia me echó de casa. Una noche cualquiera me encontré con mis cosas salvajemente amontonadas en el palier del edificio. De la tostadora, que nos había regalado mi abuela ni bien nos mudamos, pendía una hoja A4: "Hijo de mil putas". Rumbo al ascensor procuré no pisar ningún joystick, los suponía vitales para transitar los duros meses que venían. En el trayecto aproveché para esconder algunos boxers agujereados que se asomaban del tumulto, los cuales había logrado más de una vez salvarlos de la incineración.

Hace unos años me llamaba la policía para informarme que a mi amigo Lorenzo le habían pegado un tiro en la pierna, y estaba grave. Me dijeron que no tenía muchas opciones, que ya sabían que todo había sido mi culpa, y que mejor me apure en conseguir un buen abogado. Entendí que la broma se me había ido de las manos cuando el comisario me explicó que me esperaban (con mucha suerte) 8 años de prisión. No me salió llorar, el terror y el pánico habían invadido cada espacio de conciencia. Quedé tildado en el medio de la habitación.

Facundo ya no era el de antes. Había perdido la magia. Ya no irradiaba seducción y parecía haber agotado esa aura incomprensible que tenía con las mujeres. Por eso, con los chicos creímos que no había mejor lugar para ayudarlo que en la fiesta de disfraces del sábado pasado. Todo empezó como un chiste, como una idea utópica y descabellada de Juan. Un grupo paralelo en WhatsApp y un plan sobre la mesa. "Tenemos que ayudarlo. Todos acá notamos que anda raro. Bajoneado. Y es bien sabido el por qué, aunque nadie lo quiera decir"

¿Te conté alguna vez la historia de Juancho con esa mina de Melincué, Tomás? Te la tengo que haber contado, es buenísima esa historia. Seguro que te la conté, si casi lo matan al pobre pibe. Casi le rajan dos tiros. Hay que tener cuidado con las minas con las que uno se enreda. Sé que es una redundancia decir que soy medio tronco con esto de relatar anécdotas. Sin embargo, cuando me toca contar ésta, me brota una insólita inspiración y las palabras se me escapan de la boca con naturalidad y fluidez. ¿Será porque soy parte del desastre? puede ser.

Se acercan las fiestas. Navidad casi que ya está acá. Quizás sea una buena ocasión para contar cómo me enteré de la cruel farsa de Papá Noel. Cuánta maldad, jugar así con la inocencia de una criatura. Si me preguntan a mí, me hubiese gustado enterarme de otra forma. Algo con más tacto, más pedagógico. "Mirá Tomás, el gordo éste es en realidad todo chamuyo. Una mentira de los yankees. No existe. Es tu vieja con un par de tíos poniendo juguetes debajo del árbol" No sé, algo así.

Quiero empezar pidiendo disculpas por lo que voy a contar. Que tire la primera piedra quien nunca ha mentido en su afán de conquistar una mujer. Mentí, sí. Pero acá estoy. Dando explicaciones, como corresponde. Haciéndome cargo del desastre y la vergüenza que tuve que pasar. De antemano quiero aclarar que no soy un mentiroso. Si esa noche tuve que recurrir a tan desleal herramienta fue porque no encontré otra forma de llamar la atención de Isabel. Apenas era un pibe de 18 años y necesité gambetear con engaños las trampas de mi inexperiencia.

Quiero contarles la historia de un hombre que dejó todo por el amor de su vida. Y cuándo digo todo, es todo: profesión, amigos, familiares y prosperidad económica. Solamente por estar convencido de la perpetuidad y franqueza de su amor. Esta historia no es chamuyo... Mi kinesiólogo pagó carísimo ser tan sentimental. Es que, más allá del cagadón que se mandó, para mí sigue siendo un excelente profesional y lo más importante de todo... un buen tipo. Lamentablemente, tuvo que abandonar la kinesiología para dedicarse a manejar el taxi de su tío.

Mi viaje a la Patagonia fue una catástrofe. Con sólo mencionar que fui en auto y volví en avión, usted ya imaginará el tenor de mis desgracias. Desde un comienzo advertí que llevar al Bocha era un disparate, pero nadie me escuchó. Lo que "Bochita" Suarez tiene de buen tipo, lo tiene de problemático. Y no me refiero a una o dos chinches de esas que todos tenemos. No. El tipo es un histérico irremediable que con sus ojos saltones parece escanearte cada movimiento, cada mueca, cada gesto o visaje.

Cuando Franco "El Cabezón" Elías nos comentó que había sido infiel, nadie en la mesa lo pudo creer. ¿Cómo un hombre, singularmente feo y antiestético, puede cometer semejante imprudencia? El juicio de valor estará en ustedes. Tan verídica es esta historia que he tenido que cambiar nombres y seudónimos para eludir el escarnio público a los que se verían sometidos los protagonistas. Sólo decidí mantener indemne un apodo: el Cabezón.

Hoy quiero contarles la historia de una isla y una mujer. No les voy a relatar una singladura epopéyica con piratas y esas cosas, sino algo bastante más extraño. Existe una isla en el corazón de Nueva York que han decidido borrar del recuerdo. Los amantes de la lectura sabemos de qué nos hablan cuando nos mencionan la isla de Blackwell, ya que escritores como Dickens, O Henry y Scott Fitzgerald han coqueteado mucho con ella. Sin embargo, poca gente parece conocer bien su historia.

"24 años tenés, pelotudo. Ya estás grande para hacer estos papelones. No imaginás el quilombo que armaste. Te voy a matar". Reza uno de los dos mensajes que acaban de ingresar a mi casilla de WhatsApp. El remitente es mi tío, Juan. Estrictamente hablando, no nos une ningún vínculo de consanguinidad sino su matrimonio con mi tía Belén. Estoy preocupado porque presiento que lo de ayer me va a traer serios problemas con ella, al punto de no querer volver a hablarme.

Mi mejor amigo me robó el amor de mi vida. Recuerdo la noche en que los descubrí apretados contra la pared de la entrada del edificio y una sensación espantosa me recorre el cuerpo. Es la primera -y última- vez que voy a contar esto. Quiero pedirles que no juzguen al Negro por lo que van a escuchar a continuación. Yo también asumo mi grado de responsabilidad en este lío. Con el tiempo supimos enaltecer la amistad por sobre una mujer. Sólo prometimos una cosa: no hablar de la noche del 5 de agosto de 2016.

Creo que las experiencias personales nunca deben llevarnos a conjeturas generales. Hoy haré una excepción a mi propia filosofía: Tinder es la peor aplicación jamás inventada. No sólo no la recomiendo, sino que me considero el principal militante de su abolición. Al escuchar el pitido insufrible de las notificaciones de Tinder un escalofrío me recorre el pescuezo. Automáticamente resucito aquella noche caribeña. Desde aquel suceso todas mis pesadillas tienen una caña de pescar y una mexicana de protagonistas. Sé que suena extraño...

Drogué a mi primo menor de edad. Casi se me muere en el extranjero. Por suerte es una anécdota que puedo contar en libertad. La tanatofobia de mi abuela la hace querer darse todos los gustos en vida. Gastón y yo somos los nietos mayores, por lo que tenemos ciertos privilegios por sobre sus otras cuatro bendiciones. Esta vez el obsequio que ligamos fue un viaje a Orlando. Nada mal...

Casi muero en una previa. Terminé en el hospital. Lo que se suponía una noche alegre terminó en escándalo. Sangre, gritos y puteadas. Dicen que por mi culpa. Yo sigo sosteniendo mi inocencia hasta la muerte. Soy el bruto del grupo de amigos. Así dicho parece una nimiedad, pero no saben cuánto me molesta ese rótulo. Son muchas las veces que he intentado cambiar, pero no hubo forma. Soy absurdamente torpe. Todo lo que toco lo rompo. La fiesta del año pasado superó todo límite.

Mi ex suegro me detesta. Me odia con rabia sincera. Prometió que de encontrarme en la calle me desfiguraría a trompadas. Sinceramente creo que me lo merezco. Lo que le hice a Hernan es de lo único que me arrepiento en la vida. Quiero pedir disculpas públicamente. El papá de Victoria siempre tuvo fama de malo. Todos le teníamos terror. Un tipo de 1,90 y 100 kilos fácil. Cuando la pasaba a buscar por el colegio lo mirábamos mezclando reverencia y admiración. Generalmente vestía trajes caros que maridaba con unos Ray Ban al estilo Top Gun.

Jamás pensé que esto podía pasarme, pero sucedió. Me enamoré en el supermercado. No se los recomiendo. No esperaba este final. Lo que les voy a contar esta vez no es un cuento. Preparativos de asado, nada raro. Yo soy el encargado de las compras, creo que es porque no me disgusta. Siempre me acompaña Felipe, tenemos todo pulido. Yo voy por los vinos, las gaseosas y la picada. Él la carne. En 15 minutos entramos y salimos. Tenemos aceitado el engranaje.