En 1875, un joven aficionado a la arqueología descubrió junto al rio Salaca, situado en la actual Lituania, cerca de la frontera con Estonia, las fosas individuales de una chica de entre 12-18 años y de un hombre de entre 20-30 años.
Carl Georg Count Sievers, ese era su nombre, dedujo inmediatamente que estaba ante unos entierros prehistóricos, sin embargo los académicos de la región rechazaron su hipótesis, asegurando que no eran tan antiguos como clamaba.
Sievers no se dejó influenciar por las negativas de los expertos y envió los dos cráneos al ya entonces famoso médico alemán Rudolf Virchow.
Virchow había asegurado años antes, que los primeros restos de Neandertal descubiertos en Düsseldorf en 1856, no correspondía a un humano primitivo, sino a un individuo deforme.
Más curiosa fue la explicación que dio en su momento el anatomista Franz Mayer, quien aseguraba que eran los restos de un cosaco que sufría raquitismo y murió persiguiendo a Napoleón por Europa, de ahí la forma asqueada de sus piernas.
Ni Mayer con su visión del jinete raquítico tras los pasos de Napoleón, ni Virchow con su idea de individuo deforme estuvieron muy acertados con el hallazgo del primer hombre de Neandertal, aún así Sievers le mandó a Virchow sus cráneos.
Cuando los examinó llegó a la misma conclusión que el joven aficionado, se trataba de individuos que llevaban miles de años muertos, pero la cosa no pasó de allí, cayendo el yacimiento en el olvido.
Se llegó a creer que los cráneos habían sido destruidos durante la Segunda Guerra Mundial, pero finalmente fueron localizados en un inventario en 2016, lo que suscitó realizar nuevos trabajos en la zona.
De vuelta en Lituania, los arqueólogos hallaron dos nuevos entierros, los de un hombre adulto y el de un neonato. Los sistemas de datación modernos permitieron poner edad al yacimiento: eran cazadores-recolectores de hace 5300-5050 años.
Interesados por estudiar la composición genética de los cazadores-recolectores de aquella época, los investigadores han analizado su ADN antiguo, así como el de posibles patologías… y ahí es donde han encontrado lo más interesante.
El cráneo del hombre que descubrió Sievers, envío a Virchow y se creía perdido, resultó estar infectado por la bacteria de la peste bubónica: Yersinia pestis. Su secuencia es la más antigua que se conoce hasta la fecha, permitiendo estudiar su evolución.
Hace tres años en Suecia se descubrieron los restos de una chica de aproximadamente 5.000 años que también murió infectada por dicha bacteria.
El hallazgo tan atrás en el tiempo llevó a los autores a especular que el declive poblacional que padeció Europa hace 6.000-5.000 años durante el Neolítico se debió a un brote epidémico de peste. Quizá el primero de los muchos que padecería la humanidad más tarde.
Los megasentamientos neolíticos del este y centro de Europa, así como la existencia de una red de comunicación e intercambio mercantil entre las comunidades, se plantearon como las causas de proliferación y dispersión de la enfermedad que diezmó las poblaciones.
En la historia todo parecía encajar, pero los autores del nuevo estudio no están de acuerdo con la hipótesis, asegurando que la secuencia de la bacteria de hace 5.000 años nos permite concluir que fuese capaz de dar lugar a una epidemia tan mortífera.
Las secuencias de las bacterias de aquella época carecen de la mutación genética que más tarde les permitiría infectar a las pulgas y ser transmitida a través de su picada.
Argumentan que la bacteria de entonces no era tan transmisible, que al no poder ser transmitida por pulgas, la infección no podía viajar tan fácilmente de una persona a otra. Las personas se infectarían por la mordedura de un roedor.
Por ejemplo de un castor como los que podía haber en el río Salaca y de los que se alimentarían los cazadores-recolectores. De hecho, la peste de Manchuria en 1910 saltó de los castores infectados a los traperos que buscaban ganarse la vida con sus pieles.
Por cierto, fue en aquella epidemia cuando se desarrollaron y se usaron las primeras mascarillas con fines epidemiológicos, pues fue un brote de peste pulmonar que se transmitía por vía aérea.
Volviendo al Neolítico, la transmisión roedor-humano tuvo que hacer que la transmisión fuese mucho más lenta, como demuestra que las otras tres personas enterradas con él no estuviesen infectadas.
Argumentan también que posiblemente no fuese tan mortal, sino que fuese una infección crónica, pese a que la abundancia hallada en el cráneo del hombre sugiere que fue la enfermedad la que lo hizo sucumbir.
Así pues dos trabajos realizados con secuencias casi de la misma época, plantean dos hipótesis contrapuestas: los primeros que la bacteria fue la causa del declive vivido por las sociedades neolíticas en Europa.
Los segundos, que la bacteria de hace 5.000 años era más crónica, inofensiva y más difícil de transmitir de lo que lo fue más tarde, y que no es posible que pudiese generar un declive como el observado durante ese período.
Ante este panorama, hará falta esperar a nuevos trabajos que miren de resolver tanto la evolución del patógeno como las causas del declive, las razones de los brotes epidémicos no solo se encuentran en el genoma del patógeno sino en los hábitos de las comunidades afectadas.
Muchas gracias por la lectura. Aquí el enlace al estudio que se ha publicado hoy.
cell.com/cell-reports/f…
También el enlace al estudio del estudio de 2015 donde ya se sugería la peste bubónica como causa del declive neolítico.
cell.com/cell/fulltext/…
El trabajo del genoma de la bacteria recuperado en un yacimiento sueco de hace 4.900 años que también apunta al patógeno como agente del declive poblacional.
cell.com/cell/fulltext/…
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