Hay quien asegura que se les podía ver merodeando por la isla hasta la llegada de los portugueses en el siglo XVI, pero que tras el incidente de la cueva años más tarde, dejaron de recibir sus visitas. "Quizá quede alguno viviendo en los bosques", decían. Quizá.
Dejaron de tener contacto con ellos, pero durante generaciones, los nage de la isla indonesia de Flores, compartieron los rincones más recónditos de la isla con los que ellos denominaban "Ebu gogo".
Algo que significa literalmente "abuela que come cualquier cosa". Seres humanoides de baja estatura, poco más de un metro, brazos largos que llegaban más allá de las rodillas y caras anchas y chatas. Seres ágiles que caminaban y corrían como sombras en la jungla.
No se entendían con ellos, aunque sí tenían su propio idioma, uno gutural que murmuraban y podía oírse entre la vegetación. Nunca aprendieron su lenguaje, a pesar de que los Ebu gogo poseían la capacidad de repetir expresiones de los nage.
Lo de "come cualquier cosa" define sus hábitos alimenticios. Se alimentaban de los frutos de los árboles y los tubérculos que arrancaban del suelo. A veces lograban capturar algún pequeño animal. O hacerse con un cadáver reciente. Comían lo que encontraban.
Y se lo comían todo crudo. Tal cual. No tenían control del fuego. Carecían del arte de la cocina. Eso era lo que los llevaba a acercarse a las aldeas de los nage. Acudían a pedir comida. A disfrutar de los alimentos cocinados al fuego.
Aseguran que muchas veces hacían rápidas incursiones en los poblados al caer el sol. Sombras ágiles buscando restos de comida junto a las hogueras apagadas. A veces, buscando algo más: niños.
Niños que llevarse a las profundidades de la selva para que formasen parte de su comunidad. Niñas y niños de los que aprender el manejo del fuego y el prodigio de la cocina. Antes de eso los toleraban. No les importaba verlos caminar por sus territorios.
Tampoco acercarse al poblado. Ni entrar a buscar restos de comida. Pero el episodio de los niños despertó la furia entre los nage. Algunos aseguraban haber visto a una anciana de pelo gris y grandes pechos ondulantes raptar a una pequeña y desaparecer bosque adentro.
La anciana que les da nombre, Ebu gogo, la que supuestamente se comió a la niña, la que llevó a los aldeanos planear como deshacerse de ellos. Les regalaron grandes cantidades de fibras vegetales. Con ellas podían hacerse ropas y cubrir sus peludos cuerpos.
Ellos mismos les enseñarían a elaborarlos, se dejaron guiar hasta la cueva donde se refugiaban de las inclemencias del tiempo y las bestias del bosque. Ahí estaban todos ellos reunidos, asombrados por las fibras que acababan de recibir, hasta que cayó un tizón encendido.
La cueva fue engullida por las llamas. No vieron salir con vida a ninguno de ellos de la gruta. Los que no murieron abrasados sucumbieron al humo. Los Ebu gogo desaparecieron. Era el siglo XVII. Los colonos portugueses no los vieron nunca.
Oyeron hablar de ellos pero no los vieron, igual que todos los antropólogos que desde entonces han escuchado y estudiado el relato. Durante años se creyó que era eso: un mito. Un hombre del saco indonesio. Un ser que rapta y come niños. Un mito, sin embargo, con muchos detalles.
Las descripciones de los Ebu gogo son iguales las relate quien las relate. ¿Quizá hacen referencia a los macacos que habitan la isla? ¿Son ellos los humanoides de sus historias? Así se creía hasta 2004. El año en el que un descubrimiento científico dio nueva vida al mito.
Ese año se describió la existencia de una nueva especie humana en la isla de Flores: 'Homo floresiensis', un homínido que deambuló por la región hasta hace 50.000 años, al que inmediatamente se apodó el hobbit.
Como los seres imaginados por Tolkien, los individuos de la nueva especie medían un metro de altura y pesaban apenas 25 kg. Unas características que enseguida llevaron a pensar en los Ebu gogo. ¿Podían ser ellos?
Su extinción prácticamente coincide con el tiempo en que Homo sapiens se estaba expandiendo por las islas. ¿Podían los nage guardar un recuerdo del encuentro con aquellos humanos? ¿Una memoria oral de los tiempos de Homo floresiensis?
La idea es seductora. A todos nos encantan los mitos. Nos atraen, tanto como la idea de que tras todos ellos hay una historia real. Pero hay pocos indicios de que el relato tenga relación alguna con Homo floresiensis.
Los nage habitan una zona de la isla alejada de la cueva donde se han hallado los restos arqueológicos de Homo floresiensis. La gruta está dentro de los terrenos de los manggarai, un grupo cultural y lingüístico distinto que no cuenta con Ebu gogo en su folclore.
Mitos similares existen en Sumatra donde se los humanoides son los orangutanes de sus selvas, en Flores el mito podría hablar de los macacos. Es la explicación más plausible. Quizá el mito se basa en los restos de Homo floresiensis, como algunos seres mitológicos...
...nacieron ante el encuentro de fósiles de elefantes o dinosaurios. La relación entre mitos y ciencia es cada vez más compleja. Como también lo es nuestra propia historia. Capas y capas de complejidad apasionantes.
Share this Scrolly Tale with your friends.
A Scrolly Tale is a new way to read Twitter threads with a more visually immersive experience.
Discover more beautiful Scrolly Tales like this.