Gorka López de Munain Profile picture
Aunque me doctoré en Historia del Arte, lo mío es la historia de las imágenes. Profesor en la @upvehu, en la @UNED y en la Univ. de Buenos Aires.

Jul 14, 2021, 18 tweets

El nacimiento del retrato en el arte medieval es uno de los enigmas más difíciles de desentrañar. ¿Cuándo se pasa de una representación esquemática a una natural e identificable? Veamos en este hilo un ejemplo muy curioso: el retrato postmortem de Isabel de Aragón.

En el románico solemos encontrar rostros trabajados de manera sucinta, a veces mostrando expresiones y sentimientos, pero sin llegar a ofrecer características que permitan reconocer al individuo por sus rasgos faciales.

Ojo, no quiero decir con esto que no haya retratos en el románico y que algunos no puedan recoger elementos que pudieran ayudar a una identificación directa, pero no hay en general una búsqueda en la plasmación fehaciente de la apariencia y de la esencia del individuo.

A finales del XIII, empiezan a aparecer obras en las que se hace un esfuerzo por lograr que el efigiado resulte reconocible entre sus contemporáneos. El retrato de Bonifacio VIII de Arnolfo di Cambio es un temprano ejemplo de esta tendencia.

Es importante remarcar una idea antes de avanzar: esto en absoluto significa que los escultores del románico sean inferiores en calidad a sus compañeros de siglos después. Simplemente estamos ante sociedades distintas que tenían necesidades también distintas.

[Por supuesto, aunque me centraré en ejemplos escultóricos, esta idea es igualmente aplicable a la pintura.]

Entre otros factores, la superación de un temor idolátrico hacia las imágenes allanó el camino a una sociedad que empezaba a demandar obras cada vez más individualizadas (este es un tema complejo, así que lo dejo para otro hilo y lo hablamos con más calma).

Volvamos al asunto. ¿Qué tiene que ver en este tema la reina consorte de Francia Isabel de Aragón? Para saberlo tenemos que viajar a la época de la octava cruzada emprendida por Luis IX. Una época difícil y una cruzada en la que todo iba a salir mal…

Isabel y su esposo el príncipe Felipe (quien será después Felipe III de Francia) se unieron al rey Luis IX con el propósito de conquistar Túnez. La cruzada fue un completo fracaso y, además, el rey murió dejando el trono en manos de Felipe. El retorno se hizo urgente y necesario.

La reina volvía embarazada de seis meses y fatigada por un viaje a caballo que no parecía terminar. Estando en Cosenza (Calabria), el 11 de enero de 1271 tuvo un accidente y cayó de su montura, golpeándose con fuerza contra el suelo.

Tras una larga agonía intentó dar a luz a su hijo, pero no tuvo suerte y el agotamiento y las heridas hicieron que finalmente muriera el 28 de enero. Su marido, en recuerdo de su esposa, mandó construir un monumento funerario en la catedral de Cosenza que tuvo un peculiar destino

Unas reformas del siglo XVIII lo ocultaron tras unos estucos y quedó de esa guisa hasta que, en 1891, se llevaron a cabo unas restauraciones en las que el sepulcro volvió a salir a la luz. Fue entonces cuando los estudiosos descubrieron algo extraño…

¡El rostro de la reina parecía mostrar las heridas del accidente a caballo! Investigadores míticos como Erlande-Brandenburg o von Schlosser pensaron que tal vez pudo utilizarse una máscara mortuoria como modelo. El escultor, siguiendo lo que veía en el vaciado, plasmó…

…los rasgos faciales de Isabel de Aragón y, también, las heridas que habrían quedado impresas por la acción del molde. Si esto es cierto (y las últimas investigaciones de Dominic Olariu parecen confirmarlo), estaríamos ante uno de los “retratos semejantes” más tempranos.

El uso de un positivo obtenido de un molde del rostro de la reina nos indica que existió una voluntad expresa de hacer su efigie “reconocible” por sus rasgos faciales, a diferencia de la imagen de su marido, que parece más idealizada.

Es interesante comprobar cómo en este proceso de cambio, de búsqueda de nuevas posibilidades, los moldes juegan un papel central. Gracias a ellos, el escultor puede crear un rostro con facciones individualizadas, separándose de los modelos tradicionales.

Con ello, se empezarán a poner las bases de una nueva sensibilidad y asistimos al nacimiento de un impulso que irá poco a poco creciendo (espoleado por una demanda cada vez mayor de retratos reconocibles) y que tendrá en el Renacimiento su momento de máximo esplendor.

Si os interesa este tema y queréis ahondar en “la génesis de la representación semejante”, la obra clave es el libro de Dominic Olariu, publicado hace poco en Peter Lang.

¡Gracias por haber llegado hasta aquí! 😊😊😊

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