Alberto García-Salido Profile picture
Marido, padre, intensivista pediátrico, PhD y escritor. Colaboro en @MasDeUno/@JotDownSpain. #PedsICU, cine y libros. ORCID➡️https://t.co/czMI5j5wSb

Oct 31, 2021, 25 tweets

La primera vez que tuvo un fantasma cerca no pudo moverse.

La segunda tan solo respiró.

La tercera vez pudo oler a podrido y sentir cómo susurraban cerca de sus oídos.

La cuarta decidió gritar.

Nadie la escuchó.

Todo comenzó cuando era niña.
No tenía más de cinco años.
Su madre le dio las buenas noches.
Cerró los ojos.
Entonces vio la puerta entreabierta.
Una sombra.
Y al mirar hacia arriba ahí estaba él observándola.

No la creyeron.
No existen los fantasmas.
¿Quién cree a una niña que dice ver cosas en la noche?

“Tranquila”.

“No pasa nada”.

“Solo es tu imaginación”.

Pero sus padres sabían que aquella casa ocultaba un secreto.
Mejor precio imposible.
Un crimen sin resolver.
Una familia con un asesino que se esfumó.
Nadie quería comprarla pero para ellos no era más que superstición.

Desde aquella primera vez la niña dormía tapada completamente.
La manta sobre la cabeza, un muro frágil contra el exterior.
Luz encendida.
Dormir como bosque oscuro.
Cada ruido una amenaza en la imaginación.

La segunda aparición esperó unos años.
Casi había olvidado lo que sintió.
Sus padres estaban de cena.
En casa ella y el hermano mayor.
Sobre la cama, sin tapar.
Primero escuchó un chasquido.
Después pasos.
Y un extraño olor.

Intentó encender la luz, no pudo moverse.
La sombra se hizo grande, girones negros, y una mano, huesos, acarició su rostro.
Una sonrisa.
Ojos amarillos.
Cuando se aproximó a ella todo se desvaneció.

Sus padres recibieron la llamada.
Escucharon a su hija gritar en el salón.
Volvieron rápidos, sin cenar.
Al entrar en casa entendieron que nada es barato cuando el dinero no es la única moneda.

Llevaron a su hija al médico.
La niña explicó lo que sentía.
Y el médico la diagnosticó.
Sencillo.
Parálisis del sueño.
Con voz tranquila les explicó.

Se trataba de un trastorno del sueño.
La persona, el soñador, quedaba inmóvil al inicio del proceso de dormir.
Entonces veía algo.
También podía ser un olor.
Solía ser oscuro.
Negro.
Siempre provocaba terror.
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La gente hablaba de aparición de fantasmas.
Presencias.
Ocurría en un cincuenta por ciento de la población.
Un pequeño número lo sufría varia veces en la vida.
La niña parecía ser una de ellas.

Los padres ocultaron su tranquilidad.
Mejor un diagnóstico que una historia que no se puede explicar.
Su única hija temblaba aún por la última vez.
Preguntaron por un remedio y el médico les proporcionó un recurso.

La niña debía tener siempre un objeto en un cajón.
Al despertar ese objeto sería el ancla.
Su presencia ahí dentro se convertiría en su recurso para saber que lo real quedaba lejos de lo soñado.
Un objeto intocable por un fantasma.
Una muñeca fue su elección.

Volvió a pasar el tiempo.
Varios calendarios se fueron.
Los padres salieron de viaje y en la casa quedó nadie salvo la niña que ya no lo era.
Época de exámenes y frío tras la ventana.

Cerró los ojos sobre el escritorio.
De espaldas a la puerta.
Al caer dormida sintió frío.
Y un viscoso olor a carne podrida.
Peso en la espalda.
Pasos.
Un susurro acariciando su nuca.
Apenas entendió lo que le dijo la voz.

Al recuperarse corrió a su cuarto.
Abrió el cajón.
Allí estaba la muñeca.
Sin tocar.
Parálisis del sueño.
No quiso contar que había vuelto a ocurrir, no quería preocupar a sus padres por algo que soñó.

Tras aquello se hizo preguntas que antes no imaginaba, como si aquella voz le hubiera prestado duda nuevas.
“Busca qué ocurrió”.
Y ella buscó.

Descubrió que en su casa se había producido un asesinato.
Tres muertes y un asesino que se esfumó.
Ellos se mudaron años después de aquello.
En cuanto regresaron sus padres les preguntó.
¿Por qué no se lo dijeron?

Aprobó los exámenes.
Terminó la universidad.
Y decidió estudiar en otra ciudad.
Debía salir de allí.
Sus padres lloraron pero su opinión permaneció impermeable.

La última noche en casa dejó la maleta sobre la cama.
Sus padres veían la televisión en el salón.
Después de comprobar su cajón se fue a dormir.
Cerró los ojos y escuchó como subía el volumen en el salón.

Después sintió que la cama vibraba.
Olor.
Pasos.
Aire gélido sobre ella.
La manta sobre la cabeza, incapaz de moverse.
“He vuelto” pudo escuchar.
Quiso gritar pero no pudo.
Unos dedos taparon su boca.
Después algo atrapó su respiración.

La policía tiró la puerta abajo.
Las manos en la nariz por el hedor.
Los vecinos habían avisado por la ausencia de movimiento.
Se repetía la historia.
Mujer, hombre e hija.
Pero esta vez no tenían un sospechoso.
No vivía ahí ningún hermano mayor.

La casa quedó vacía.
Caso sin resolver.
El médico fue investigado y nadie dudó de su conclusión.
La puerta quedó cerrada.
No hubo nunca más comprador.

Desde aquel día nadie ha tocado los muebles.
Y en una habitación permanece un cajón cerrado.
Cajón que algunas noches tiembla como si invitara a ser abierto para ver lo que hay en su interior.
A su lado dos sombras.
Una niña… y su hermano mayor.

PD: este #HiloYTal es una excusa para haceros saber que si habéis leído este relatillo uno de cada dos tendréis una parálisis del sueño algún día.
Que paséis buen #halloween2021
Y tal.

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