Resulta que hoy es el #DiaMundialDelGato, así que voy a contaros una historia. Una de cementerios, santuarios, regresos al mundo de los vivos y recuerdos.
Empieza en Roma, en el cementerio acatólico. Uno precioso, en el que se respira paz.
Uno en que podemos encontrar la tumba de Keats, "uno cuyo nombre está escrito en el agua", y los ángeles conviven con restos arqueológicos y kanjis. Un cementerio en que la paz tiene guardianes: los gatos del santuario, que también tienen sus tumbas.
El caso es que allí, también, se encuentra la tumba de Gramsci. El del Partido Comunista Italiano, encarcelado por Mussolini y que murió por una mezcla de la cárcel y la tuberculosis. Muy romántico todo.
Y allí estaba El Gato. Mirando, a ver quien iba a su tumba. Gordote y digno, esperando. Le saludé por su nombre y, por lo visto, le hizo ilusión. No todos esperan flores, pero todos queremos que alguien nos recuerde.
Así que me acompañó el resto del camino. Posando para las fotos (era una celebridad cuando vivía, sabes? todavía me recuerdan en el mundo?). O esperando un par de mimos (hace mucho me gustaban los abrazos, ¿sabes?).
Y así me acompañó hasta que me fui, tras compartir un bocadillo y dormir una siesta en el regazo. Mordió la sudadera una última vez (¿volverás? No lo se, no me queda mucho tiempo en la ciudad).
Así que si vais por ahí, saludadle de mi parte.
PD. Sí, en esta vida le tocó ser gata, lo se. Dice que le da igual.
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