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Cuenta a cargo de Mauricio Montiel Figueiras, escritor y editor mexicano. Instagram: @mmfigueiras Libro más reciente: “El funeral” (Salto de Página, 2023).

Dec 11, 2023, 16 tweets

SOBRE EDWARD HOPPER

Hace poco más de una década, en 2012, el Grand Palais de París albergó una magna muestra retrospectiva consagrada a Edward Hopper (1882-1967), el pintor que localizó en la soledad estadounidense una puerta para acceder al desamparo global.

Curada por Didier Ottinger, director adjunto del Centro Georges Pompidou, la exposición se dividió en dos vastos hemisferios cronológicos: el periodo formativo de Hopper, que comprende de 1900 a 1924, y su etapa madura, que abarca de 1924 a 1966.

El cuadro que funge como gozne entre ambos hemisferios podría ser “House by the Railroad”, cuya mansión emblemática inspiró entre otros a dos cineastas mayores: Alfred Hitchcock en “Psicosis” (1960) y Terrence Malick en “Días de gloria” (1978).

Emblemática es también la fecha en que se realizó "House by the Railroad", 1924, ya que en julio de ese año Hopper contrajo matrimonio con la pintora Josephine (Jo) Nivison, a quien conoció en la New York School of Art, donde ambos estudiaron bajo la tutela de Robert Henri.

Edward Hopper y Jo Nivison fincaron su vínculo amoroso en el verano de 1923, durante una estancia en una colonia artística en Gloucester, Massachusetts.

Compañera fiel al grado de sacrificar su propia carrera plástica para mantener sobre rieles la trayectoria de Hopper, Jo Nivison (1883-1968) llegó a expresar con triste elocuencia el sigilo y el retraimiento que cincelaron el carácter célebre de su marido.

“A veces hablar con Eddie [Hopper] es como arrojar una piedra a un pozo, salvo que no se oye nada cuando toca fondo”, declaró Jo Nivison.

De la oscuridad de ese pozo, sin embargo, brotaron varias de las estampas más radiantes del siglo XX, imágenes que retratan a los inquilinos de una desolación que responde a la inquietud de Hopper: “Quizá yo no sea muy humano. Mi deseo era pintar la luz del sol sobre una pared.”

Implacable, inconfundible, el fulgor hopperiano dio cabida a una amplia galería de apátridas del universo —para usar el término creado por Nathaniel Hawthorne— en la que la mujer tiene una presencia preponderante.

Nacido en Nyack, pequeña población del estado de Nueva York, Edward Hopper se crió en un entorno de severidad baptista dominado por la figura femenina a través de su madre, su abuela materna, su hermana mayor (Marion) y la sirvienta de la casa.

Precoz en el dibujo, con el que comenzó a descollar a los cinco años, Hopper nutrió desde niño una naturaleza introspectiva y reservada que plasmaría en su mundo pictórico mediante personajes que parecen pertenecer a filmes detenidos en el tiempo de manera indefinida.

Las actrices de estas películas noir que el espectador debe echar a andar en su imaginación son especialmente seductoras: ya sea ataviadas con ropa de época, semidesnudas o desnudas, todas exhiben una fragilidad psicológica que en varias ocasiones se mezcla con el poder erótico.


Esta mezcla consigue generar un efecto fascinante como ocurre “High Noon” (1949), óleo donde Hopper recupera la voluptuosidad de las acuarelas que constituyen la parte más secreta de su obra y que empezaron a surgir en 1923 a sugerencia de Jo Nivison.

Las hermosas acuarelas eróticas que Edward Hopper realizó gracias al impulso de Jo Nivison se dieron a conocer tardíamente y constituyen una muestra más del enorme talento del artista para captar la figura femenina.

Fue justamente Jo quien, luego de aceptar la propuesta marital en 1924, pasó a ser la única modelo de Edward Hopper: una sola mujer que, tal vez para paliar la ausencia de hijos, se multiplicaría en innumerables mujeres trocadas en efigies del desarraigo cósmico.

En el verano de 1943, Edward Hopper llegó a Saltillo en compañía de Jo Nivison. Huían del bullicio de la Ciudad de México, que había sido su primer destino vacacional. El matrimonio regresaría en otras dos ocasiones a la ciudad coahuilense, donde el pintor trabajó en acuarelas.


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