En septiembre de 1945, el ejército de Estados Unidos envió al fotógrafo Joe O’Donnell para documentar el daño producido por las bombas nucleares lanzadas en Japón. Durante los siete meses que estuvo allí, hizo una fotografía que daría la vuelta al mundo. Tira del hilo 🧵👇🏽👇🏽👇🏽
En el verano de 1945, el presidente Harry Truman, autorizaba el lanzamiento de dos bombas nucleares contra Japón: el día 6 lanzaron "Little Boy" sobre Hiroshima y el día 9 "Fat Man" sobre Nagasaki.
A finales de 1945, las bombas habían matado a más de 160.000 personas en Hiroshima y alrededor de 80.000 en Nagasaki, en su mayoría civiles. A fecha de hoy todavía siguen muriendo personas por secuelas atribuidas a la exposición a la radiación liberada por las bombas.
Joe O’Donnell tenía 23 años, cuando se le ordenó, mientras estaba enrolado en los Marines, documentar con fotografías el estado en que habían quedado Hiroshima y Nagasaki tras el lanzamiento de las bombas.
Un mes después de la segunda explosión, tomó esta desgarradora imagen, que escondió, entre otras, por miedo a que los mandos militares la incautasen, debido a su gran dureza.
Al volver a Estados Unidos, las guardó en varias cajas en el ático de su casa durante más de cuarenta años, hasta que un día decidió sacarlas a la luz. O’Donnell contaba así el momento en que sacó aquella histórica fotografía:
“Vi pasar a un niño de unos diez años con un bebé a la espalda. Pude ver que había venido a este lugar por una razón seria. No llevaba zapatos, su rostro era duro y la cabecita del pequeño estaba echada hacia atrás como si estuviera profundamente dormido..."
"El niño permaneció allí durante cinco o diez minutos hasta que los hombres con mascarillas se acercaron a él y en silencio comenzaron a quitarle la cuerda que sostenía al bebé. Fue entonces cuando vi que el bebé estaba muerto..."
"Los hombres sujetaron el cuerpo por las manos y los pies y lo arrojaron al fuego. Se quedó allí erguido, sin moverse, mirando las llamas. Se mordía el labio inferior con tanta fuerza que brillaba con sangre..."
"La llama ardía lentamente, como si el sol se estuviera poniendo, hasta que el niño se dio la vuelta y se alejó en silencio".
Aquel niño había venido a cumplir con su deber: cremar a su hermano, en una estampa que quizá podía reflejar el espíritu de una nación que había sido derrotada, pero no humillada.
Una parte de esta historia es contada magistralmente en una maravillosa película japonesa de 1988 que recomiendo a todo el mundo: "La tumba de las luciérnagas".
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