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DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA

En la vida de las naciones llega un momento en el que sus vínculos elementales sufren tensiones intolerables, ante las cuales la única opción saludable es aceptar la disolución de tales lazos y dar testimonio al mundo de las causas de esta decisión.
La defensa de la igualdad de las personas y sus derechos inalienables a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, son los únicos fundamentos legítimos para la constitución de los gobiernos, y el consentimiento de los gobernados es la base de esa legitimidad.
El apartamiento, subversión o directa destrucción de estos principios y valores son la única razón que un pueblo debe argumentar para promover la reforma de sus instituciones, o su directa abolición y reemplazo cuando semejante esfuerzo probara fuese imposible.
Aplicar estas nociones exige una apreciación prudente y mesurada, para no infligir a un pueblo la anarquía por trivialidades pasajeras. Es también cierto que las naciones prefieren soportar males tolerables bajo gobiernos conocidos, a la justa pero dolorosa odisea de la reforma.
Pero la salvaguardia de la libertad, la paz y los derechos no puede ceder a la comodidad y la resignación, y ante continuos abusos y subversiones que buscan someter a un pueblo al despotismo arbitrario, es su derecho y su deber construir nuevas instituciones para su seguridad.
Deseamos, pues, dejar al mundo clara evidencia de estos agravios, tanto los que se remontan a décadas como los que en tiempos recientes han hecho intolerable el presente estado de cosas.
La historia de la República Argentina ha sido una sucesión de agravios, desvíos y traiciones a sus fines fundacionales, expresados de manera inimitable desde 1853 en el Preámbulo de la Constitución Nacional.
En lugar de CONSTITUIR LA UNION NACIONAL, ha mantenido vivas las antiguas discordias y creado nuevas, ha transformado las disparidades regionales en realidades inconciliables, y ha promovido el aislamiento y el recelo entre las partes de la República.
En lugar de AFIANZAR LA JUSTICIA, ha convertido a los tribunales en mercados de corrupción, convertido a los jueces en títeres de la voluntad política por el expediente de la lealtad, la extorsión y el cohecho, y ha dejado a los habitantes a merced de abusos y violencias.
En lugar de CONSOLIDAR LA PAZ INTERIOR, ha promovido el resentimiento y la división entre las regiones, las clases y las afinidades, por conveniencia electoral, para facilitar la perversión de las instituciones, marginar las oposiciones e imponer la uniformidad social.
En lugar de PROVEER A LA DEFENSA COMÚN, ha dejado a los argentinos desarmados, vulnerables y sometidos a la buena voluntad de las potencias extranjeras, con nuestras instituciones uniformadas desmoralizadas, resignadas e incapaces de cumplir sus funciones.
En lugar de PROMOVER EL BIENESTAR GENERAL, ha esparcido en todo el país la pobreza, el atraso, la indolencia y la miseria, no sólo en lo meramente económico sino en lo material, lo espiritual y anímico, resultando en generaciones de personas sin esperanza ni ánimo de superación.
En lugar de ASEGURAR LOS BENEFICIOS DE LA LIBERTAD, los ha ahogado bajo una maraña pasmosa de prebendas y regulaciones, impuestas por organismos extravagantes e inútiles, para asegurarle a las corporaciones sociales una rapiña que no sea perturbada por la justicia o la decencia.
A modo de síntesis de estas perversiones, y a pesar de las glorias y logros de su historia, la República Argentina se ha transformado en un apetito voraz que consume el futuro, las energías y la riqueza de su gente, sin posibilidad alguna de alcanzar la satisfacción.
En particular, en apenas días el presente Gobierno ha dado sobradas muestras de querer continuar la obra del régimen vigente entre 2003 y 2015, felizmente inconclusa en su momento, de imponer a la Argentina una farsa de república donde la única ley sea el capricho del caudillo.
La culpabilidad de este gobierno no sólo abarca al régimen que busca continuar, sino a la fuerza política que los prohijó y que dominó la vida social por décadas, y que por tanto carga con una culpa especial e ineludible sobre estos males que creó o agravó hasta lo intolerable:
Ha negado su consentimiento a leyes y proyectos de ley de absoluta y plena necesidad para el bienestar general, sin más razón que la conveniencia política circunstancial.
Ha pervertido el federalismo de la Constitución, procurando transformar a las provincias en feudos familiares o en rehenes de la apropiación arbitraria y extorsión de los fondos públicos que por derecho les corresponde.
Ha prostituido el espíritu de las leyes con maniobras leguleyas y redacciones amañadas para el solo beneficio de los adictos a sus facciones.
Ha consentido y alentado la corrupción en todos los niveles del Estado, transformándolo en patrimonio personal de los gobernantes, a los contratos en festines de enriquecimiento ilícito y a los bienes públicos en propiedad malhabida de los comensales del saqueo de la Patria.
Ha establecido una multitud de cargos públicos de utilidad cuanto menos dudosa, poblándolos de funcionarios cuya sola calificación para el cargo es la obsecuencia o la devolución de favores, y obligado al erario público al que contribuimos a sostener su extravagancia.
Ha organizado, financiado, armado, alentado y mantenido entre nosotros organizaciones irregulares y violentas de fanáticos con el objetivo de alcanzar por la extorsión y el amedrentamiento el poder absoluto e irrestricto que la Constitución y las leyes le impiden.
Ha pretendido excluir a las instituciones de la rendición de cuentas indispensable bajo nuestro régimen democrático y republicano.
Ha suscrito acuerdos espurios con potencias extranjeras con el fin de limitar el libre ejercicio de nuestros derechos y someternos a las decisiones de tiranos, dictadores y sátrapas de poderes autoritarios.
Ha propagado perniciosas doctrinas judiciales que protegen y exculpan, bajo formas meramente simbólicas de intervención judicial, a los delincuentes y criminales que nos privan de nuestros derechos, nuestra propiedad y las vidas de nuestros seres queridos.
Ha obstaculizado con restricciones, retenciones y normativas de arbitrariedad absoluta nuestro comercio con el mundo.
Ha impuesto sobre nosotros tributos sin nuestro consentimiento, y negándonos el recurso que la Constitución Argentina nos da de establecerlos solo por medio de nuestros representantes en el Congreso.
Ha envilecido nuestra moneda para perpetuar el robo a los más humildes en aras de sostener un Estado extravagante y disfuncional.
Ha consentido, en las Provincias de la República, que sus poderes ejecutivos se arroguen el conocimiento de causas judiciales y dictaminen a su entero capricho el sobreseimiento de sus simpatizantes y secuaces.
Ha dispuesto la modificación unilateral de nuestras leyes y abolir de hecho la forma republicana, representativa y federal de gobierno.
Ha buscado el otorgamiento de facultades extraordinarias que comportan una suma del poder público por la cual la vida, el honor y la propiedad de los argentinos quedan sujetos a su supremacía.
Ante cada atropello, hemos pedido justicia sólo para recibir agravios e insultos. Un régimen de este carácter, que busca hacer del Estado un ídolo al cual sacrificar las vidas de sus habitantes en vez de servidor de éstos, no es digno de ser el gobierno de un pueblo libre.
Nunca dejamos de advertir a nuestros compatriotas sobre los peligros de otorgar al Ejecutivo un dominio que, como nuestra historia lo demuestra con innumerables y tristes ejemplos, siempre ha sido fuente de miserias y desgracias.
El silencio cómplice ha sido su única respuesta.
Entendemos, sin embargo, que la mera separación política no es la solución a problemas que encuentran su raíz en el alma argentina, en los hábitos arraigados, en prácticas aceptadas y en actitudes consolidadas.
Por eso deseamos que nuestra independencia sea más amplia.
Por lo tanto, aquellos de la Argentina que no nos resignamos a ser arrastrados a un futuro de miseria, decadencia y arbitrariedad, en nuestro nombre y por nuestra plena voluntad, solemnemente hacemos público y declaramos nuestra independencia:
De los fracasos del pasado.
De las miserias de nuestro carácter.
De los vicios de nuestra conducta.
De las ideologías una y otra vez fracasadas.
De la resignación.
De la complicidad.
De las prácticas violentas.
De la desesperanza.
Del resentimiento.
De la indolencia.
De los tiranos.
De los explotadores.
De sus cómplices.
De sus secuaces.
De sus propagandistas.
De sus sátrapas.
De los saqueadores de lo que producimos.
De los vividores del erario de todos.
De los criminales y asesinos de nuestro futuro y nuestras esperanzas.
Apelamos e invitamos a todos los argentinos a hacer propia esta Declaración de Independencia y trabajar para su plena vigencia, o en caso contrario, a reconocer abiertamente que es imposible continuar la ficción de comunidad entre facciones cuyas diferencias son irreconciliables.
Estamos dispuestos a trabajar por la felicidad de nuestra Patria, pero también estamos dispuestos a aceptar la necesidad de establecer entre quienes anhelamos el futuro y quienes proponen el estado actual la separación que caracteriza a las naciones independientes.
De nuestros compatriotas depende aceptar sus responsabilidades y aunar sus esfuerzos a los nuestros para que la República Argentina pueda estar a la altura de su promesa e iniciar una nueva era.
De lo contrario, esta Declaración llegará a sus últimas consecuencias, con nuestra separación como Estado libre, soberano e independiente con los derechos y poderes de tal condición, y cuya relación con la República Argentina sea de amistad en la paz y hostilidad en la guerra.
Y en apoyo de esta Declaración, con absoluta confianza en la justicia de nuestra causa, la legitimidad de nuestros propósitos y nuestro anhelo de libertad, empeñamos nuestra vida, nuestra hacienda y nuestro sagrado honor.
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