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«Soy el primero en viajar por el espacio. Me llamo Yuri Alexéievich Gagarin.»

Este hilo es mi regalo para todos en el día de la Cosmonáutica. El primer vuelo espacial tripulado tal y como lo vivió el primer hombre en el espacio, del libro "El Camino del Cosmos".
Se acercaba la hora de la partida. De un momento a otro, debían mandarnos al cosmódromo de Baikonur. Y sin embargo, yo me consumía de impaciencia. Sabía que la nave en que iba a volar había recibido el nombre de Vostok.
8 de abril de 1961.
Antes de nuestra marcha se celebró una reunión del partido, de despedida. Intervinieron los que marchaban al cosmódromo y los que se quedaban.
-Te deseamos un feliz vuelo. Cuando regreses del cosmos no vuelvas engreído ni altanero, se tan modesto como ahora.
Me concedieron la palabra y dije:
- "Iré al próximo vuelo al cosmos, de todo corazón y con gran deseo de cumplir esta tarea como corresponde. Me adhiero a las numerosas colectividades de hombres de ciencia y obreros que han creado la nave espacial".
Bastaría que una mota de polvo cayese en un ojo del primer candidato al vuelo al cosmos, que subiese su temperatura medio grado o aumentase la frecuencia de su pulso en cinco pulsaciones, para que hubiera que sustituirlo por otro hombre preparado en todos los sentidos.
Poco antes del día señalado para el vuelo (5 de abril), había estado en la Plaza Roja. Miles de personas venían en dirección contraria a la mía. Nadie nos prestaba atención ni sabía que se preparaba un acontecimiento de una grandiosidad que jamás había conocido la historia.
«¡Que alegrón se va a llevar nuestro pueblo cuando se realice lo que se proyecta!», pensaba yo.

Aquella misma noche salimos en avión para el cosmódromo. Venía con nosotros Evgueni Anatólievich, nuestro jefe y médico; también Nikolaí Kamanin uno de los primeros héroes de la URSS.
A mi lado estaba sentado mi amigo mas íntimo, Guerman Titov, un magnifico piloto. El también miraba a la tierra que se deslizaba allá abajo y pensaba. Tal vez no le hubieran elegido para el primer vuelo porque lo reservasen para otro más complicado.
En el cosmódromo ya nos esperaban. Encontramos allí muchos especialistas, conocidos nuestros, y al Ingeniero-jefe Serguéi Koroliov. Yo sabía que para aquellos hombres no existiría nunca la tranquilidad.
En el cosmódromo, al que llegamos antes de la partida de la Vostok, todo sorprendía y maravillaba. El tiempo aceleró su marcha. Llegó el día anterior al vuelo, 11 de abril de 1961. Nos dieron pleno reposo. Por la tarde jugamos una partida de billar, que duró poco tiempo.
Desde hacía varios días comíamos «al modo cósmico», echándonos en la boca el nutritivo y sabroso alimento contenido en unos tubitos. Nuestras conversaciones no giraban en torno al vuelo, hablábamos de nuestra infancia, de los libros que habíamos leído, del futuro.
Vino a vernos el Ingeniero-jefe Serguéi Koroliov, tan bondadoso y atento como siempre.
A las 21:50 horas, Evgueni Anatólievich comprobó mi tensión arterial, temperatura y pulso. Todo era normal.
- Ahora a dormir. Me dijo.
- ¿A dormir? Bueno. Contesté sumiso.
Después del vuelo, Evgueni Anatólievich contaba que cuando, media hora más tarde, entró en la alcoba, yo yacía boca arriba, con la palma de la mano en la mejilla, y dormía apaciblemente. Guerman Titov dormía sobre el costado derecho. Yo dormí sin que nada me intranquilizase.
Miércoles, 12 de abril de 1961.

A las 5:30 am el médico Evgueni Anatólievich entró en la alcoba y me zarandeó levemente por el hombro.
-Es hora de levantarse, Yuri.
-¿De levantarse? Bueno...
Salté de la cama instantáneamente, Guerman Titov se levantó también.
Después de la acostumbrada gimnasia matinal y de bañarnos, desayunamos el contenido de los tubos: puré de carne, mermelada de arándanos negros y café. Se levantó la correspondiente acta médica. Todo era normal.
Llegó el momento de revestirse con el equipo cósmico. Yo me puse un mono de abrigo, suave y ligero, azul celeste. Luego, los camaradas empezaron a ponerme la escafandra, de un vivo color anaranjado, que aseguraría la capacidad de trabajo incluso en el caso de que la cabina...
-en la nave ya en órbita, perdiese su hermeticidad. Acto seguido se comprobó el funcionamiento de los aparatos e instrumentos de que estaba dotada la escafandra. Yo me coloqué en la cabeza el blanco fonocasco y, encima de éste, el casco hermético.
Vino el Ingeniero-jefe Serguéi Koroliov. Por primera vez le vi preocupado y con aspecto de cansancio. Seguramente, la noche en vela se dejaba sentir. Sin embargo, sonreía. Hubiera querido abrazarle como a un padre. Me hizo algunas recomendaciones y me dio unos consejos.
Llegó un autobús especialmente equipado. Yo me instalé en el sillón "cósmico", que recordaba al cómodo de la cabina espacial. En la escafandra había un sistema de ventilación al que se suministraba energía eléctrica y oxígeno, conectado con las fuentes instaladas en el autobús.
El autobús corría raudo por la carretera. Desde lejos, yo había visto ya el cuerpo argentado del cohete 8K72 -una variante del misil R-7 Semiorka- tendido hacia arriba, provisto de 6 propulsores. Cuanto más nos acercábamos a la plataforma, más grande se iba haciendo el cohete.
El tiempo era favorable para el vuelo. El cielo estaba despejado. En la plataforma de despegue vi al Ingeniero-jefe Serguéi Koroliov. Allí se encontraban los dirigentes del cosmódromo, el grupo encargado del lanzamiento, diseñadores, mi gran amigo Guerman Titov y más camaradas.
-¡Qué hermosura!, dije, sin poder conterenme.
- No se distraiga de los aparatos. Me había advertido entonces, severamente, el jefe de mi patrulla. Recordaba que las emociones son las emociones, pero el trabajo está por encima de todo.
Miré a la nave en que debía emprender un viaje sin precedente. Era hermosa, más hermosa que la locomotora, el avión, el barco y los palacios juntos. Y se pensaba que aquella belleza habría de ser eterna y quedaría para las personas de todos los países, para los tiempos venideros.
Antes de subir al ascensor a la cabina de la nave, hice una declaración para la radio y la prensa.
«¿Qué puedo decirles en estos últimos momentos antes de la salida? Toda mi vida me parece ahora un maravilloso instante.» Observé a Serguéi Koroliov miraba con disimulo el reloj.
Y, ya en la plataforma de hierro, ante la entrada a la cabina, levanté ambas manos, en saludo de despedida a los camaradas que quedaban en la Tierra, y dije:
-¡Hasta pronto!
Entré en la cabina, aromada por el aire del campo, me instalaron en el sillón, cerraron si ruido la escotilla. Quedé a solas con los aparatos, no iluminados ya por la luz del día, del Sol, sino la luz artificial. Oía todo lo que ocurría fuera de la nave.
Quitaron los puntales de hierro y se hizo silencio.
-"Tierra, habla el cosmonauta." Comprobando el sistema de enlace. La posición inicial de los interruptores en el cuadro de comando es la dada. El globo se encuentra en la linea divisoria. Preparado para la salida.
Hora y media de preparación después, me dijeron que en la pantalla de televisión se veía bien mi rostro, y que mi ánimo alegraba a todos. Me comunicaron también que mi pulso era de: 64 por minuto, y mi respiración: 24.
Yo contesté:
-El corazón late normalmente, me siento bien.
Por fin, el dirigente técnico del vuelo dio la orden:
-¡En marcha!

Yo repuse al grito de ¡poiéjali! (поехали!, ‘allá vamos’).

Todo va normalmente. Me siento bien. Mi mirada se detuvo en el reloj. Sus agujas marcaban las 9:07 am hora de Moscú.
Oí un silbido y un creciente fragor, percibí que el gigantesco navío se estremecía todo el y que despacio, muy despacio, se iba desprendiendo de la instalación de despegue. Los potentes propulsores del cohete estaban creando la música del futuro.
Empezaron a aumentar las sobrecargas. Era como si una fuerza me oprimiese más y más contra el sillón. Yo sabía que aquel estado duraría poco, hasta que la nave, tomando velocidad, entrase en órbita. Las sobrecarga se acrecentaban sin cesar.
La «Tierra» me recordó:
— Han pasado 70 segundos desde el despegue.
Yo contesté:
— Comprendido: 70 segundos. Me siento perfectamente. Continúo el vuelo. Aumentan las sobrecargas. Todo va bien.
La «Tierra» volvió a preguntar:
—¿Cómo se siente?
— Bien, ¿Qué tal ahí?
De la «Tierra» respondieron:
— Todo va normalmente.
Yo mantenía radiocomunicación bilateral con la Tierra por tres canales.
Pasadas las capas densas de la atmósfera, se desprendió automáticamente y salió disparada la ojiva del cohete. En las portillas apareció la lejana superficie de la Tierra. En aquellos momentos la Vostok volaba sobre un ancho río siberiano.
—¡Qué hermosura!, exclamé de nuevo, Sin poderme contener, y al instante, quede cortado: mi misión era transmitir información es prácticas y no de deleitarme con las bellezas de la naturaleza. Veo la Tierra, los bosques, las nubes...
Una tras otra, agotado su combustible, las acciones del cohete se fueron desprendiendo, y llegó el momento en que pude comunicar:
— Se ha realizado la separación del cohete portador, según lo programado. Me siento bien.
Luego anuncié los parámetros de la cabina.
La nave entró en la órbita, del gran camino del cosmos; llegó la imponderabilidad, ese mismo estado cuya descripción yo había leído ya, cuando era niño, en los libros de K. Tsiolkovski. Al principio, aquella sensación era inhabitual, pero pronto me acostumbré.
Para todos nosotros, habitantes de la Tierra, la gravedad es un fenómeno algo extraño. Pero el organismo se adapta pronto a él y se siente una excepcional ligereza. ¿Qué me ocurrió? Me desprendí del sillón y quedé pendiente en el aire, entre el techo y el suelo de la cabina.
Los objetos no fijos también flotaban, y yo los observaba como en un sueño: el portamapas, el lápiz, la libreta...
yo estuve trabajando todo el tiempo. Vigilaba las instalaciones de la nave, observaba a través de las portillas, y hacía anotaciones en el diario.
Escribía con un lapicero corriente de grafito. Se escribía con facilidad, y las frases, una tras otra, se iban extendiendo sobre el papel del diario de a bordo. Hablaba en voz alta de todo lo que veía, y el magnetófono iba grabando mis palabras en su cinta estrecha y deslizante.
La «Tierra» se interesaba por lo que yo veía abajo. Y yo les dije que el aspecto de nuestro planeta es el mismo, aproximadamente, que puede verse cuando se vuela a gran altura en aviones reactivos. Se perfilan con claridad las cordilleras, ríos, las grandes áreas de bosques...
Quería observar a la Luna, saber que aspecto tenía desde el cosmos. Pero por desgracia, durante el vuelo, su hoz se encontraba fuera de mi campo visual. «No importa» pensé. — ya la veré la próxima vez.
Se efectuaba la observación no sólo del cielo, sino de la Tierra. Está rodeada de una aureola de suave tonalidad azul celeste. Luego, esa franja va oscureciéndose gradualmente y se torna turquesa, azul, violeta, y, por último, negro como el carbón. El tránsito es muy bello.
Observando con atención y de continuo las indicaciones de los aparatos, determiné que la Vostok, siguiendo estrictamente la órbita marcada, de un momento a otro empezaría el vuelo sobre la parte de la Tierra no iluminada todavía por el Sol.
La entrada de la nave en la sombra se efectuó rápidamente. Al instante, se hicieron las tinieblas, negras, profundas. Yo debía volar sobre el océano, porque ni siquiera se columbraba abajo el polvo dorado de las luces de las ciudades.
La Vostok iba a una velocidad de cerca de 28,000 km/h. Semejante velocidad es difícil imaginársela en la Tierra. Yo no sentía durante el vuelo hambre ni sed. Pero, con arreglo al programa, a una hora determinada comí y bebí agua de un sistema especial de suministro de ésta.
A las 10:15 am, cuando la Vostok 1 se acercaba en vuelo al continente africano, el dispositivo automático de programación dio orden a los aparatos de a bordo de que se preparasen para conectar los motores de frenado. Yo transmití: — El vuelo transcurre normalmente.
Se aproximaba la etapa final del vuelo: el regreso a la Tierra. Empecé a prepararme para él. A las 10:25 am hora de Moscú, se conectaron automáticamente los motores de frenado. Funcionaron bien, y en el tiempo previsto.
La Vostok comenzó a perder velocidad y pasó de la órbita a la elipse de transición. La nave empezó a entrar en las capas densas de la atmósfera. Su escudo se recalentaba con rapidez, y yo, a través de las persianas que cubrían las portillas, vi el reflejo de las llamas.
Las crecientes sobrecargas me oprimían contra el sillón. Aumentaban de continuo y eran considerablemente mayores que durante el vuelo de ascenso. La nave empezó a girar. Yo lo comuniqué a la Tierra. Pero aquellas vueltas que me habían intranquilizado, cesaron pronto.
Estaba claro que todos los sistemas funcionan a la perfección y que la nave se dirigía con exactitud hacia la zona de aterrizaje fijada. La altura del vuelo iba disminuyendo sin cesar. Convencido de que la nave llegaría a la Tierra felizmente, me preparé para el aterrizaje.
A las 10:55 am, la Vostok-1, luego de rodear en vuelo el globo terráqueo, descendió a la zona fijada, posándose sobre un campo, labrado en otoño, junto a la aldea de Smelovko, cerca de la ciudad de Saratov (Rusia). Nunca habían visto nada semejante.
Al pisar tierra firme, vi a una mujer y a una niña que, paradas junto a un ternero con manchas, me observaban con curiosidad. Me acerqué a ellas. Cuanto más se acercaban, sus pasos se iban haciendo mas lentos. Yo llevaba puesto aún mi escafandra de vivo color anaranjado.
— ¡Soy de los nuestros, camaradas!. Grité, luego de quitarme el casco hermético. Eran Anijaiat Tajtarova, mujer de un guardabosque, y su nieta Rumiya Kudashova, niña de seis años.
— ¿Será posible que venga usted del cosmos? Me preguntó la mujer no muy segura de ello.
— Pues imagínese, de allí vengo. Dije yo.
— ¡Yuri Gagarin! ¡Yuri Gagarin!, -Empezaron a gritar unos mecánicos que habían acudido, corriendo, de un campo cercano.

Eran los primeros hombres que encontraba en la Tierra después del vuelo.
Después, llegó un grupo de soldados y un oficial que iban por la carretera. Uno de ellos me llamó comandante. Yo, sin preguntar, comprendí que el ministro de defensa Malinovski, me había conferido el grado de comandante, con carácter de excepción, sin pasar por el de capitán.
Uno de los militares traía un aparato fotográfico. Nos pusimos juntos, en un gran grupo, y nos retratamos. Aquella era la primera foto hecha después del vuelo. Los camaradas militares me ayudaron a quitarme la escafandra. A los soldados les había interesado mucho en nave cósmica.
Estaba en medio del campo arado, a unas decenas de metros de un profundo barranco. Examiné atentamente la Vostok. La nave y sus instalaciones interiores se encontraban en perfecto estado; podrían ser utilizadas de nuevo para otros vuelos cósmicos
Una inmensa dicha me embargaba, rebosante. Me sentía dichoso de saber que el primer vuelo del hombre al espacio había sido realizado en la Unión Soviética y que la ciencia de nuestro país había avanzado aún más. Fin del hilo.
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