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Cadía día arranco a las 7 y trabajo. Leo los diarios extranjeros y los principales portales de Estados Unidos y Europa. La dosis de información es una máscara para tapar el miedo que produce este virus que nos amenaza. Se suman los partes. Lo tangible es la muerte cotidiana. Hilo
Ayer @fralonso en @CaputRadio me preguntó cómo íbamos a salir de esta pesadilla. No tengo respuestas. Surgen los estadistas de la incertidumbre y desde los medios dominantes brotan "consejos" como gotas de escupitajos y un avezado estudio de la parálisis del moco y la economía.
La gran mayoría de las víctimas fatales del Covid-19 son de CABA. Suman 115 muertos en la Argentina. 2571 enfermos. La tasa de transmisión comunitaria es del 18,6%. El virus está en 22 provincias. 613 personas fueron dadas de alta. Se han descartado más de 20 mil tests negativos.
El Gobierno comienza una negociación clave con acreedores privados y el FMI. Y la vocería de los fondos enmarcados detrás de @clarincom @LANACION promueven una híper, desempleo, y hasta el nacimiento de "cuasimonedas" como en 2001/2002. Ver Pagni: lanacion.com.ar/politica/el-me…
Lo cierto es que cada día despertamos con suerte en el ojo que mira el magma como decía "El Flaco" Luis Alberto Spinetta. "No somos tan malos, todo va a estallar". En España murió el escritor Luis Sepúlveda de coronavirus. Había ingresado al hospital en febrero por una neumonía.
La muerte es el relato cotidiano de los medios de comunicación comerciales. La muerte y la fractura nuclear del sistema capitalista. En Estados Unidos, 22 millones de personas perdieron el trabajo. Eso es equiparable a la mitad de la población de la Argentina. Reina la fugacidad
Por este asunto de la cuarentena preventiva obligatoria han crecido las separaciones, los vínculos virtuales, el auge de la masturbación y las fantasías sexuales líquidas. Eso mientras el agua de Venecia ya es azul clara y los pumas andan por el centro de Santiago en Chile.
No llega el flujo de agua a las cataratas de Iguazú y los jaguares comen más cocodrilos que antes. "Aunque tu corazon recircule/Siga de paso o venga/Pretenda volar con las manos/Sueñe despierto o duerma/O beba el elixir de la eternidad/Sos alma de diamante, alma de diamante".
La música de Spinetta cura como la de Bowie. Suena ahora en mi cabeza, mientras 250 personas hacen fila debajo de mi balcón para pagar impuestos en el único kiosco que los atiende. ¿Qué lleva a una persona a pagar la luz, el gas y el agua, cuando puede morir en cualquier momento?
No entiendo eso, como tampoco comprendo muchas cosas. De 7 personas que han muerto hasta anoche, 4 eran de CABA: mujeres de 80 y 94 años y hombres de 70 y 57. Muchos de mis amigos tienen menos de 60 años. Esta pandemia nos acosa como una sombra estirada. No hay seguridad.
Se me dice que la esperanza en un redondel de niños jugando y que el tiempo es como un perro que los corre por la valla. Suena Bowie que no está pero está. Su voz arrima los tonos del sol que a esta hora es el pulso de nuestros corazones anhelantes.
Había una vez una chica que soñaba con un trabajo "fijo" como "ejecutiva" e invirtió en estudios y trajecitos y su peinado rubio y lacio iba como el viento en tren y hasta la oficina donde colgaba el piloto y siempre se dejaba los tacos. Su hijo la esperaba cada tarde naranja.
Los ojos verdes color del agua y su mente buscando un punto fijo del infinito sueño y eso que estaba porvenir. Aunque algo -una molestia que parecía un sarpullido sanguíneo- la mantenía inquieta. Cada tarde anaranjada el sonido de sus tacos subía por la escalera de su casa.
Su hijo hacía la tarea desde la ventana donde tenía un cuadro de The Wall comprado en una feria del Sur. La foto de su padre asomaba en el cajón debajo de la billetera de cuero bordada. Ahora ella ni siquiera conserva los tacos porque al lugar adonde vamos eso no es necesario.
En la televisión una pibita le pone actitud e intenta que los televidentes no se abrumen con la muerte. Y en los canales de cable -por eso de la casualidad- pasan películas de pestes, héroes, algo de amores que matan e bichos humanos como los del Kafka.
Y como crecí en la dictadura vuelvo a la polera marrón que me ponía mi vieja y veo mis rodillas ralladas de rojo y la tibia llena de moretones por los golpes del fútbol. La pelota fue girando y mi madre tiene 87 años. A mí esto me encontró con 53.
Marianne Faithfull canta con furia y se apoya en el bastón. Mira de costado a la banda y frasea en un inglés áspero lo que significa amar o desamar, acompañada de la guitarra de Ana Calvi que la sigue como la arena del más allá.
Un guión radial sin radio.
De pronto llegan los poemas de Vallejo, Neruda, Juan de la Cruz y García Lorca. Cada uno tiene una versión de la peste. Porque siempre hubo una peste para esta humanidad chocada. ¿Será por eso que los osos no nos quieren y nos matan con sus garras?
"Si yo encontrara la estrella que me guiara/Yo la metería muy dentro de mi pecho (...)/Dejaste encendido el fuego y entre estrellas me dejaste/Estrella llévame a un mundo con más clemencia y más piedades/Abriremos un mundo nuevo, sin fusiles ni venenos".
Morente, España, 1977.
El WhatsApp se llena de mensajes sin sentido. Cada día mi hija escribe, escribo, busco certezas en las más hondas tinieblas. A veces duermo siesta, a veces no duermo porque la vida me ocupa y el dolor se agrupa. "Con la mirada/con la mirada de mi sol/Caramelo, decirtelo todo".
"No perdono a la muerte enomorada. No perdono a la vida desatenta, no perdono ni a la tierra ni a la nada. Y en mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes".

"(...) de los enamorados labradores".

Suenan las palmas en las huertas y en los cementerios.
Stevland Hardaway Morris nació en Michigan en 1950, seis semanas antes de lo previsto. Los médicos lo mantuvieron en una incubadora. Su madre tuvo seis hijos. Stevie Wonder se mudó a Detriot junto a su familia y a los 11 tocaba el piano, la batería y la armónica. Un genio musical
Una de las zonas más castigas por el coronavirus es el Bronx donde Stevie debutó ante una multitud en el Teatro Apollo. El lugar cerró y luego fue recuperado por la comunidad negra. El Queen Hospital no da abasto por la cantidad de fallecidos. Casi todos latinos y negros.
"Como un mar, alrededor de la soleada isla de la vida, la muerte canta noche y día su canción sin fin", dijo Rabindranath Tagore. En sus reuniones con Victoria Ocampo en San Isidro no se escuchaba -todavía-, este disco del pianista ciego. La luz emerge.
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