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México 70'. "El metro patrón del fútbol". Mitos, leyendas, intrigas. Todo. Para más, hay que leer el pronto público libro de @SVilarino. Brasil tricampeão. La cima de todo. Primer campeón mundial en color y para siempre eterno. Esplendor mágica. ¿Qué podía ir mal?
La historia es relativamente conocida pero la resumo: Brasil clasificó al Mundial con Joao Saldanha en un equipo que era distinto al que luego fue campeón. Saldanha fue cesado y Zagallo, poco antes de la Copa, tomó su lugar, cambió cosas y el equipo, serendipia, fue lo que fue.
Lo cuenta muy bien el fantástica @Chemaerrebravo en este artículo ecosdelbalon.com/2013/02/confor…
Saldanha había sido entrenador de Zagallo como jugador en el Botafogo de finales de los 50s. Tenían cosas en común, pero también otras en las que eran si no opuestos, sí lo suficiente alejados como para no mirarse a los ojos.
¿En qué sí se miraban a sus ojos? En su fulgurante pasión por la modernidad. Era 1970, pero veníamos de los 60s. Once upon a time... in the football fields. Velocidad. En 1968, en el libro Na Boca do Túnel, Saldanha hablaba de esto.
Y luego de la victoria de Brasil en el Mundial, también lo afirmaba. La modernidad, la modernidad. Algo que también valoraba, a su forma, Helenio Herrera, el Mago.
El Mundial de México 70 se jugó a 2000(+) metros de alturas sobre el nivel del mar, 40 grados y en campos de césped largo, alto y seco. El fútbol ya se jugaba a más marchas, ya había cambiado. Pero en el Mundial se jugó con una cadencia distinta.
Pero más allá de eso, ya era un fútbol moderno. Había tardado. Tras los cambios reglamentarios de 1925, la Segunda Guerra Mundial, etc, el fútbol ya había tomado la forma que hoy conocemos y afrontaba su segunda gran revolución: la del fútbol total.
El fútbol en blanco y negro era posicional. Se hablaba de posiciones. Fue cambiando, poco a poco, las revoluciones son así, y a 1970 ya llegó nuevo. Brasil, moderna, fue la cima del fútbol de la posguerra, pero también la ventana al fútbol que vendría. Un híbrido histórico.
Pero, como en todo, no todos miran el futuro igual. Tostao nos cuenta cómo lo miraba Saldanha, el hombre que más confió en él, y sin nombrarlo, también nos habla de Zagallo.
Zapallo había sido campeón del Mundo como jugador en 1958 y 1962. Luego, fue el entrenador de la campeona de 1970. Pelé era el rey, pero como rey era un símbolo. Zagallo fue el operario. Su victoria le dio el status. Sería el hombre de la modernización del fútbol brasileño.
¿Qué implicaba esa modernización? Muchas cosas. Una de ellas era la velocidad. ¿El principal perjudicado? Ademir Da Guia. Quizás uno de los más brillantes jugadores de Brasil. A nivel de mediatización, seguro por delante de Rivelino. "Eres muy lento" le dijo Zagallo.
Por eso no llevó al Mundial del 70 y, en el 74, solo lo puso a jugar 60 minutos, ante Polonia por el tercer puesto. Lo sustituyó acusándolo de estar cansado, algo que luego sería desmentido. Pero me estoy adelantado.
La Brasil del 70 fue categorizada dentro del llamado "fútbol-arte". ¿Pero lo era? Saldanha era un modernista. Zagallo también. La Brasil del 70 hace parte de esa época de modernización. Y ganó. Pero no en los términos mediáticos que querían sus cabezas.
Al poco tiempo de ganar el Mundial, Pelé, el rey, el artista, se retiró de la selección. A los tres días, Zagallo aprovechó su ausencia para justificar públicamente un proyecto de remodelación del fútbol brasileño. Sin Pelé, sin él, era justificable la modernidad más pronunciada.
¿Cuál era esa modernidad? Como en tantas otras cosas, se planteó un debate en el que se enfrentaron dos opuestos: el fútbol arte y el fútbol fuerza. Los más meridianos hablaban del "fútbol fuerza al servicio del arte". El fútbol fuerza, apoyado por los militares, ganó.
Se hablaba de cientificismo. ¿Qué se valoraba? La velocidad, la resistencia, el colectivismo. Todo fetichizado. Era el fútbol fuerza. Era una tendencia mundial. No solo de Brasil. Por ejemplo, estaba lo del uruguayo Ricardo De León.
Y, en Europa, se forjaba también el Fútbol Total holandés del que ya hablaremos. El primer reto de la nueva Brasil fue la Copa Independencia de 1972 que celebraba los 150 años de la independencia de Brasil. Los de Zagallo fueron campeones... sin convencer.
Los nuevos conceptos eran confusos y generaron contradicciones: en lugar de velocidad y movimiento, Brasil jugó un fútbol opaco, timorato, lento y miedoso, coptado por los principios colectivistas. ¿Suena conocido?
La debacle verdadera llegaría en la Copa de 1974. Brasil, campeón defensor, como todos los equipos sudamericanos, tuvo una nefasta presentación en Alemania. Y, sobre todo, fue humillado por la Holanda de Cruyff.
Los holandeses, que llevaban apenas una década* en el mapa futbolístico, eran la bandera de la revolución futbolística a la que también pertenecía la Brasil de Zagallo, pero transmitían toda la frescura, innovación y rebeldía que los brasileños no.
¿Cuál era ese fútbol? Era el fútbol del no estar para llegar, de la presiones colectivas, de la velocidad, del fútbol de las funciones y no de las posiciones, de los espacios por ocupar. Movimiento, fluidez, dinámica.
La Brasil del 74 era un equipo, en realidad, lleno de jugadores técnicos y brillantes. Jugaban 433 con laterales ofensivos, un volante técnico como Carpegiani, por delante Rivelino y Dirceu en la moderna posición de enganches, Paulo Cézar de punta armador, Jarzinho y Valdomiro.
Sin embargo, fueron sobrepasados por el fútbol holandés. Esa derrota, antes que destronar a Zagallo, lo que hizo fue confirmarle a la CBF que estaba en el camino correcto y que, al contrario, debía redoblar esfuerzos: el fútbol fuerza europeo era el futuro.
Pero había críticas. Se habló de que Brasil había adoptado un fútbol defensivo. Piazza, campeón en el 70, se lamentaba por el hecho de que el "colectivismo había superado el individualismo". El fútbol, se decía, era ahora más físico y duro. No había lugar para artistas.
Las críticas apartaron a Zagallo de la selección y con él se fue la retórica del modernismo y la europeización del fútbol brasileño. A Brasil llegó Osvaldo Brandao, un entrenador veterano, del fútbol pre revolución, pero con fama de disciplinador y de talante militar.
El discurso de Brandao se centró en la obediencia y la disciplina de los jugadores. Es decir, siguió la línea del colectivismo, pero sin mencionarlo. No hablaba de la modernización táctica, algo que sí pasaba en la Argentina de Menotti. ecosdelbalon.com/2013/12/labor-…
Brandao duró solo dos años. Su gran legado fue la victoria de la copa del Bicentenario de la independencia de Estados Unidos. Pero tampoco convenció. A su fútbol se le acusó de lento y defensivo. ¿Por qué esto último? Pues porque Osvaldo alineó un cuadrado mágico.
Para entonces, Brasil ya había superado la época del 424 y el 433 era la alineación estándar, con dos posiciones nuevas en boga: por un lado, la del meia-atacante, que reemplazaba al Ponta de lança, y la del ponta armador. La primera era un enganche. La segunda un extremo cuyo
fútbol estaba más vinculado con el centro del campo y la construcción de juego que con la delantera y el desborde. El siguiente paso lógico era convertir ese ponta armador en un mediocampista más. Eso fue lo que hizo Brandao y esa era su idea de cara a las eliminatorias al 78.
El cuadrado mágico vio la luz en un amistoso contra Millonarios en Bogotá. Brandao alineó a Givanildo y Falcao como pareja de volantes y a Zico y Rivelino como mediocampistas ofensivos. "RETRANQUEIRO" gritó la prensa brasileña. Luego de un empate con Colombia, se acabó su paso.
Y llegó, con ellos, por fin, el hombre ideal de la CBF. Claudio Coutinho. No fue futbolista. Pasado militar. Formación académica y científica. Preparador físico moderno e innovador. Patriótico. Poliglota. Culto. Un hombre de mundo, moderno, que hablaba en lenguaje militar.
Con Coutinho al mando, la retórica de modernidad y europeísmo volvió con más fuerza incluso. Coutinho era un hombre leído y estudiado. No hablaba con el lenguaje clásico del hombre del fútbol sino con la sofisticación de un outsider.
Coutinho quería una selección cuyo principal objetivo era la anulación del equipo contrario. Un equipo coordinado en tareas defensivas, de sacrificio y espíritu colectivo, como la Holanda del 74. De gran vigor físico y rapidez.
"Ya no se gana con uno o dos jugadores, como Garrincha o Pelé... no hay más fútbol de exhibición. Lo importante hoy es la fuerza del grupo".
Coutinho hablaba de un fútbol de líneas de pase prefabricadas y automatizadas, de un fútbol con pases rápidos y verticales antes que horizontal, dribles fintas. Su dominio del inglés lo llevó a traer expresiones como "overlapping" para hablar de las funciones sus jugadores.
Tenía neologismos como "la zona de razón" o de la "zona de aceleración" para referirse a zonas del campo. Y hablaba, sobre todo, de polivalencia y del "punto futuro". ¿Qué eran estos?
Coutinho quería jugadores polivalentes, capaces de jugar en cualquier zona del campo y cumplir cualquier función. Y hablaba del punto futuro: quería que sus jugadores no estuviesen en un punto específico sino que llegaran a puntos desocupados y que pensases en esos términos.
Coutinho llegó a una Brasil en pleno cambio generacional. Rivellino y Paulo Cézar, los más noveles del Brasil del 70, eran los veteranos de un equipo en el que asomaban Zico, Dirceu, Toninho Cerezo, Sócrates, Reinaldo o Falcao, a los que Coutinho tenía en el bolsillo.
Su palabra llegaba con fuerza y era aprehendida con voluntad e ilusión por los más jóvenes, quizás porque Coutinho había llegado al puesto de seleccionador tras pasar por el Flamengo de Zigo y la selección olímpica de 1976. Eso creó ilusión en la torcida brasileña.
Pero eso no duró mucho. Lo que en un principio fue llamado "espíritu de lucha" comenzó a ser llamado "juego brusco y violento". Sus extensas pruebas, que era recibidas con ilusión, comenzaron a ser criticadas. ¿Por qué llamaba este y no a otro? ¿Por qué Zico si quería juego duro?
¿Por qué no Falcao si quería fútbol técnico? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? A la Copa del 78, Brasil jugó un fútbol duro, violento, con Chicao de mediocentro, un tipo duro, pegador y poco técnico en comparación con los Cerezo, Carpegiani o Falcao. Brasil fue tercera, pero no gustó
Coutinho dio tumbos durante toda la Copa e incluso terminó prescindiendo de Zico y Reinaldo, los jugadores que habían sido sus ojitos derecho e izquierdo durante su primer año - y con razón, pues eran los más talentosos de la generación -.
Con el desastre que fue el Mundial del 78 llegaron las mofas: se hablaba de Coutinho como un robot al que había que cambiarle las pilas porque siempre repetía lo mismo. "Couto cibernético". Y se mofaban de la polivalencia: si ganaban, había habido polivalencia, si no, no.
Si usted cambia polivalencia por posesión y se pone en 2010, encontrará lo mismo.

Coutinho continuó al mando de la seleção, pero cambió. La experiencia hizo que reprochara del énfasis defensivo y se abriera al fútbol de ataque.
En el Flamengo, al que también dirigía, plantearía un 433 con dos extremos puros y Zico de enganche, dos laterales muy ofensivos como Toninho y Júnior, y Carpegiani de volante.

En la selección, añadiría a Falcao y Sócrates al mediocampo: 4222.
En esa Copa América Brasil perdería en semifinales contra Paraguay tras haber eliminado a Argentina y Bolivia. Fue el fin de Coutinho. Zagallo alertaría sobre el nivel técnico del fútbol brasileño: el único al nivel de la generación anterior era Zico. El resto, inferiores.
Se trataba de una selección hipcrtécnica e hipercreativa que jugaba al ataque, pero que perdía. La histeria y la falta de perspectiva generaban afirmaciones como la de Zagallo, que estaba equivocada.
En 1992, la revista Placar preguntaría a personas del fútbol cuáles eran los diez tracks del fútbol brasileño de los últimos 25 años, quedando Pelé fuera de concurso. Estos fueron los resultados de esa encuesta.
Ese status, sin embargo, lo obtendrían solo con la llegada de Tele Santana a la selección brasileña. Su ciclo, que ya pertenece a otro hilo, no estuvo exento de polémicas, pero, bajo los mismos principios de modernidad, se ganó la admiración del mundo. Aunque no ganara nada.
La Brasil de Santana fue una oda a la modernidad, pero lo hizo en sus propios términos, los del fútbol arte. Enamoró a todos y heredó el prestigio de la Holanda74. Y sus jugadores, tanto los que fueron al Mundial como los que no, demostraron que eran tan buenos como cualquiera.
Porque lo visto entre 1980 y 1982 fue un despliegue generacional exuberante y exagerado de talento en casi todos los puestos (quizás, salvo en la portería) al estilo, mínimo, de la selección 58-62 o la generación de Ronaldo Nazario, para dar perspectiva.
No obstante, fue vista con ojos de duda, histeria y condescendencia hasta que la realidad hizo imposible no admirarlos al punto de, aunque no ganaron, están a la altura de los que sí. En ese sentido, adoro esta portada del libro de Milton Leite. Habla por sí sola.
Esta historia de lo que aconteció en Brasil en la década de 1970 no es distinta a lo que ocurrió tras la derrota en el Mundial de 1950, en el Mundial de 1986 o en el Mundial de 2006. O mismamente, lo que le ocurre hoy a una selección y un país donde las copas del mundo se pierden
Y que quizás pueda servir para que veamos con perspectiva los huracanes de la modernidad que siempre nos envuelven. Y que hoy nos envuelven. Porque el fútbol siempre repite su historia y hay villanos y héroes, malos y buenos, según cómo esta se cuente.
Y que no se pierdan al que es mi equipo favorito de todos los tiempos, el equipo de mis sueños. La Brasil de Tele Santana. Todos sus partidos están disponibles gratis online. Va mucho más allá del Mundial y la leyenda de que defendían mal. Era un equipazo completo. Futbol-arte.
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