La mayoría de los economistas que opinan sobre los acuerdos de libre comercio ni siquiera manejan el modelo Heckscher-Ohlin.
Cuando el comercio involucra bienes no-competitivos, por ejemplo, cuando un país importa bienes que no produce (y no puede producir) y exporta bienes que no desplazan la producción de terceros países, obviamente el comercio sólo tiene ganadores.
Allí la ventaja es absoluta en sentido estricto. Pero lo que interesa es analizar qué ocurre cuando se comercializan mercancías que compiten con la producción local.
Para hablar de ventajas comparativas todos los bienes en cuestión tienen que ser al menos potencialmente producidos en los países involucrados.
En este caso, basta con una mirada a dicho modelo para advertir que la apertura al comercio siempre tiene ganadores y perdedores. El comercio conlleva ventaja para quienes compran y quienes venden, y una desventaja para quienes compiten con aquellos que consiguen vender.
A priori no se puede establecer cuantos ganadores y perdedores habrá.
Adviértase que aquí ni siquiera hacemos referencia al ajuste de las cantidades, a la posibilidad de incluir el desempleo en el análisis (lo que invalidaría el uso de conceptos como fronteras de posibilidades de producción, restricciones presupuestarias, etc.).
Tampoco incluimos las complicadas consecuencias de considerar la comercialización de bienes intermedios.
Nuestros expertos opinan como si fuera un axioma que todos saldrán beneficiados sin mayores precisiones. Cada vez más superficiales e impresionistas.
