Es el protagonista de cada libro de texto de Economía y su influencia va más allá de lo que puedas imaginar: determina modelos, moldea pensamientos, influencia políticas...
Esta hermosa historia que voy a contar se basa en el capítulo 3 de #DoughnutEconomics, de @KateRaworth.
Las ciencias necesitan unidades de análisis simplificadas y predecibles que permitan establecer hipótesis y experimentos para modelar una realidad.
La economía no tenía...
Bueno, porque hacemos política para “aumentar el bienestar” de la población. Esto va a suceder cuando la mayoría de los individuos estén mejor. ¿Cómo sabemos qué es mejor? ¿Lo medimos?
Tenemos que entonces empezar a describir a ese individuo, quien será nuestra unidad de análisis para elaborar conclusiones sobre el efecto de diversas políticas.
Esta frustración llevó a John Stuart Mill a decir: ok, manos a la obra.
Esta descripción arbitraria era necesaria para definir el alcance del análisis económico.
Sin embargo, esta simplificación le fue muy útil a la teoría económica para elaborar un aparente método científico y se afianzó como base de los modelos.
Fue una joda y quedó.
A William S. Jevons, este concepto le pareció fantástico: si podemos medir la felicidad con la utilidad, podemos hacer política económica que logre maximizarla.
“Los deseos humanos son incontables en número y muy variados en forma” dijo Alfred Marshall, en su influyente obra “Principios de Economía”, en 1890.
WOW. 🤯
Pero… había un problema. ¿Cómo hacía para saber cuándo una opción era mejor que otra? ¿Cómo calculaba todo?
Pf... No hay nada que un economista no pueda suponer. En 1920, Frank Knight decidió otorgarnos dos nuevos superpoderes: conocimiento y previsión perfecta. Ya fue todo.
A partir de allí las ecuaciones empezaron a complejizarse y la disciplina empezó a parecer una ciencia compleja, hecha y derecha, con conclusiones matemáticas no subjetivas (sarcasmo: ON)
En primer lugar, porque las políticas públicas se sustentan en modelos económicos. En el corazón de los modelos, lo que se busca es maximizar el bienestar (o utilidad) de este ser, quien siempre está mejor cuanto más consuma.
Nuestro bienestar se reduce a lo que somos como consumidores, no como seres integrales.
Lo que empezó siendo un modelo del hombre se convirtió en un modelo para el hombre. Un modelo individualista, consumista, egoísta y racional (y superpoderoso).
Es imposible que la humanidad sea sustentable si los 10.000 millones de personas que vamos a ser para 2050 nos comportamos como este personaje.
Es hora de dibujar otra caricatura.
A quienes les interese profundizar sobre este tema, recomiendo muchísimo la bibliografía de Doughnut Economics.
Un buen lugar para empezar es acá: kateraworth.com/doughnut/