Hoy iba por la calle y me he encontrado al Dani del pasado. Soy yo, hace unos años. Nos hemos ido a un bar a tomar una cerveza, y a comentar cómo nos va la vida. Yo hablaba sobre hoy. Él, sobre el pasado. No se rían, a mí estas cosas me pasan con frecuencia. Dentro hilo.
Mi yo del pasado estaba super motivado con el tema del cambio climático. Me decía que habría que hacer algo. Que el momento de actuar es ahora. Que habría que encontrar cualquier excusa, la que fuese, para hacer a la gente abandonar el coche.
Decía “tío, seguro que pasará algo en 2019 o 2020, que hará que la gente se dé cuenta de que hay que cambiar”. Y seguía: “si el cambio es inevitable, no hay marcha atrás, y es cuando la sociedad salta hacia el futuro”. Mi yo del pasado estaba totalmente convencido. Y yo callaba.
Ponía el ejemplo de la llegada de la patata a Europa, y de cómo ese hecho aparentemente simple cambió la historia del continente. Mi yo del pasado está convencido que, si la humanidad ve una oportunidad para revertir el cambio climático, lo hará.
Insistía en que, a veces, parecemos idiotas. Pero si nos va la vida en ello, la humanidad suele tomar la decisión adecuada. Era optimista: sí, en 2019 o 2020, es cuando la humanidad verá que parar el cambio climático es posible, y necesario. No he podido aguantarle la mirada.
Así hablando, me he dado cuenta que en la mesa de al lado un viejo nos miraba. Era el Dani del futuro. Cansado, con los pulmones hechos polvo. Nos ha dicho que nos dejemos de soñar: en el futuro, el mundo ha vuelto a las andadas. Nunca hubo voluntad real de cambiar nada.
El yo del futuro se ha levantado de su mesa, y se ha unido a nuestra conversación. Se han puesto a discutir con el yo del pasado. Mi yo futuro dice que fuimos imbéciles. Que deberíamos haber visto las tendencias. Que se veía venir que pasaría lo que pasó.
Mi yo pasado le ha insistido que el futuro no existe, que es algo que podemos cambiar: que la humanidad siempre reacciona a tiempo. Pero el viejo, erre que erre, dice: “en 2020 tuvisteis una oportunidad de oro, y nadie entendió nada”.
Y repite: “la naturaleza os envió un aviso clarísimo de que, si jugabais contra ella, perderíais”. Ahí deberíais haber reaccionado. Haber visto cómo bajaba la contaminación al inicio de 2020, y haber prohibido los coches. Haber dicho “cambiemos de hábitos, nos jugamos el futuro”.
Era el momento de, aprovechando el confinamiento, haber dicho: nada volverá a ser igual. Total, la gente ya había parado en seco. No costaba nada aprovechar ese empujón y decir “mañana, la mitad de las calles son peatonales, cómprense un patinete o caminen”.
“Y qué hicisteis?” dijo mi yo del futuro. Lo que hacéis siempre: nada, salvo que os obliguen. Tan pronto como pudisteis volver a coger el coche, lo cogisteis. Y en lugar de decir “vale, me compro una bici o voy a pie”, volvisteis a la vida de 2019. No aprendéis, acusaba.
Ha pasado el rato, y me he dado cuenta que mis dos yos empezaban a desvanecerse. Será la cerveza, que me hace ver cosas que no existen, pero poco a poco, estos dos curiosos personajes han ido callando, se han vuelto transparentes, y han desaparecido.
Y me he quedado en el bar, meditando sobre lo que había visto y escuchado. Me he dado cuenta de que mi yo del pasado no puede ver lo que yo estoy viendo ahora. No sabe lo que realmente ha pasado a comienzos del 2020, que lo puede cambiar todo.
También he pensado que mi yo del futuro, de hecho, aún ni existe. Y que sólo existirá en una forma u otra según decidamos todos qué hacer estos meses. Pero que, si no hacemos nada, ese es el futuro que nos espera.
Mientras los dos fantasmas se desvanecían, he visto la ciudad llena de coches, la misma ciudad sucia y contaminada que teníamos hace 6 meses, y me he quedado pensando si realmente hemos aprendido algo a raíz del covid.
Me ha dado por pensar que el virus y el cambio climático son dos variantes del mismo problema: fenómenos de avance lento pero imparable. El tipo de fenómenos que no sabemos ver venir porque crecen poco a poco, pero que cuando te das cuenta, son arrolladores.
Porque claro, cuando la OMS dijo “este virus es peligroso”, nadie les hizo caso: había pocos muertos. Pero el virus creció y, para cuando se dieron cuenta, eran millones de casos y cientos de miles de muertos. Y por su propia inercia, parar el virus fue dificilísimo y costoso.
Eso sí, luego el poder trató de reescribir la historia, vendernos que “no se podía ver venir”, que “todos los países reaccionaron igual”, y otras memeces. Cuando hubo avisos más que sobrados de lo que iba a suceder, lo que pasa es que no hicimos caso. Porque nunca lo hacemos.
Pero el covid es una nadería comparado con el cambio climático. Porque, como el virus, el cambio climático avanza poquito a poco. Y nadie se da cuenta que una décima de grado al año no parece nada. Pero que, en 10 años, es una amenaza gigantesca para la especie humana.
Y, cuando la temperatura haya subido 3 o 4 grados, el problema será descomunal e imparable, porque es lo que pasa con los problemas de tendencias matemáticas: revertirlos es fácil si actúas pronto. Es imposible si pierdes el tiempo. ESA es la enseñanza que nos ha dejado el virus:
Cuanto más lenta y sutil es una amenaza, menos llama la atención, y no saltan las alarmas. Pero, por otro lado, mucho más peligrosa, porque le estás dando toda esa ventaja temporal al problema. El cambio climático no lleva meses fraguándose como el virus: lleva un siglo.
El covid es poco más que el anuncio de lo que se nos viene encima. Y, al mismo tiempo, es una lección de qué funciona, y qué no, ante estos fenómenos imparables. Sabemos lo que hay que hacer. Y, además, tenemos una población que acaba de ver cómo sería una vida diferente.
Una población que ahora entiende que, si hay que cambiar, se cambia. Y que puestos a cambiar, cuando antes cambies, menor es el impacto: unas semanas antes habrían salvado miles de vidas del covid. Unos años antes en el cambio climático, también.
La población acaba de ver que todo es más inestable de lo que parece, pero que al mismo tiempo nos podemos adaptar a todo. Que si desaparecen los coches, pasaremos semanas duras. Pero luego nos acostumbraremos. Y quizás habremos salido ganando con el cambio.
Sería bueno que aprendiésemos de ésta. De momento, no parece que sea así: la segunda mitad de 2020 se parece demasiado a 2018 y 2019. Y ahí no hay futuro.
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