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El 6 de agosto de 1811 regresó a Gijón el ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos, uno de los intelectuales más relevantes de su tiempo. Pensaba recuperarse de unos cuantos sinsabores y su ciudad lo recibió con todos los honores. Aun así, no le fue bien. 👇🏻
Jovellanos —nacido en Gijón en 1744— fue escritor, jurista y político. Perteneció a la Real Academia de la Historia, la Real Academia de San Fernando y la Real Academia de la Lengua. Estuvo muy cerca del poder, pero el poder y él nunca llegaron a entenderse bien del todo.
En 1797 aceptó el cargo de ministro de Gracia y Justicia. Tuvo problemas con la Iglesia —intentó aminorar la influencia de la Inquisición— y sólo duró nueve meses. Antes también había sido magistrado en Sevilla o director de la Sociedad Económica Matritense.
Entre unas y otras ocupaciones, siempre volvía a recalar en Asturias. En Gijón creó (1794, en el edificio de la foto) el Real Instituto de Náutica y Mineralogía. También planteó fundar una academia que estudiase la lengua asturiana, de la que fue un firme defensor.
[Nota: Jovellanos tuvo una hermana, Xosefa, que fue la primera poeta conocida en lengua asturiana. Pasó sus últimos años recluida en el convento de las Agustinas, que fue luego Fábrica de Tabacos y que será próximamente un centro cultural.]
A Jovellanos lo retrató Goya en dos ocasiones. La primera (1780-1785), cuando acababa de llegar al Consejo de Órdenes Militares y parecía iniciar una carrera fulgurante. La segunda (1798), cuando faltaba poco para su cese como ministro de Gracia y Justicia. El cambio es patente.
En 1801, Godoy, que se la tenía jurada, ordenó su detención y su destierro a Mallorca, primero a la cartuja de Valldemossa y después al castillo de Bellver. Allí se fue deteriorando su salud hasta que lo liberaron en 1808.
José Bonaparte le ofreció formar parte de su Gobierno, pero lo rechazó y se incorporó, en representación de Asturias, a la Junta Central, el órgano que, desde Sevilla, ejerció los poderes ejecutivo y legislativo durante la ocupación napoleónica.
Pero los franceses entraron en Andalucía, la Junta tuvo problemas y Jovellanos se dirigió por mar a Asturias en febrero de 1810, aunque una tempestad lo obligó a refugiarse en Muros (Galicia), donde permaneció varios meses).
Finalmente, pudo volver a Gijón el 6 de agosto de 1811 y se instaló en su casa natal. Una plaza de la ciudad, ubicada en lo que en su tiempo fue la Puerta de la Villa, conmemora esa fecha y está presidida por una escultura que lo representa en pose mayestática.
Pero, ¡ay!, los franceses volvieron pronto a contraatacar en la costa de Gijón y tuvo que salir otra vez por mar. Quiso volver a Galicia —algunos piensan que para viajar desde allí a Londres—, pero otra tormenta lo obligó a recalar en Puerto de Vega, en el occidente asturiano.
Encontró cobijo en la casa del hidalgo Antonio Trelles Orozco. Su salud estaba muy maltrecha y allí murió el 27 de noviembre de 1811. «¡Nación sin cabeza!», dicen que fueron sus últimas palabras.
En Gijón el recuerdo de Jovellanos está siempre muy presente, algo lógico si se piensa que la configuración urbanística de la ciudad bebe de sus ideas. «Gijón le debe el mar a Dios y el resto a Jovellanos», asevera un dicho popular.
En Gijón se conserva la casa donde nació y en la que se instalaba cada vez que recalaba en la ciudad. Hoy acoge el @MuseoJovellanos. A su lado continúa en pie el inmueble en el que fundó el Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía.
Ese edificio se quedó pronto pequeño y hubo que levantar otro en lo que entonces eran las afueras de la ciudad. Él sólo llegó a ver construida la planta baja. Se trata de lo que fue el Real Instituto Jovellanos y es hoy el Centro de Cultura Antiguo Instituto.
Y bueno, por aquí y por allá hay placas que recuerdan algunas de sus frases y que le rinden (merecido) homenaje. Luego está su tumba, claro, pero sobre eso hay una historia muy curiosa que también os quiero contar.
Ya os he dicho que Jovellanos murió en Puerto de Vega (Navia). Pues bien, lo enterraron allí mismo, en la iglesia de Santa Marina, que es una joyita del barroco rural. Aún se conserva una placa, ante el altar, que indica dónde estuvo la tumba.
En 1842, sus restos se trasladaron a Gijón y fueron sepultados en un mausoleo de la antigua iglesia de San Pedro, al principio de la playa de San Lorenzo. Allí se quedaron hasta que, en 1936, empezó la guerra civil y unos anarquistas plantearon prender fuego al templo.
En ese instante entra en escena este personaje. Se llamaba Emilio Robles Muñiz, pero firmaba sus papeles —era escritor y dramaturgo y usaba tanto el español como el asturiano— con el seudónimo de «Pachín de Melás».
Era un gran admirador de Jovellanos y regentaba, precisamente en la plaza del Seis de Agosto, este quiosco tan bonito que ya no existe —luego os cuento por qué— y que fue una especie de epicentro de la vida cultural local.
El caso es que llegó a sus oídos que los anarquistas planeaban quemar San Pedro y «Pachín», ni corto ni perezoso, se fue a ver al alcalde, Avelino González Mallada —que también era anarquista— para pedirle que evitara que ardieran los restos de Jovellanos.
Entre que el chorreo tuvo que ser épico y que los dos estaban en el mismo bando —«Pachín» era socialista, así que ambos iban con la causa republicana—, el alcalde le hizo caso. Ya saltaban las primeras chispas cuando entraron en la iglesia.
Consiguieron sacar de allí los restos de Jovellanos, que se reubicaron durante un tiempo en la Escuela de Altos Estudios Mercantiles. En 1940 se depositaron en la capilla de los Remedios, anexa a la casa natal del ilustrado.
Así pues, los restos de Jovellanos quedaron a salvo gracias a «Pachín de Melás». El sentido común y la lógica dicen que tendrían que habérselo agradecido mucho, pero más bien fue al contrario. Poco después de su gesta, alguien prendió fuego a aquel quiosco tan bonito que tenía.
Asturias cayó en manos de los franquistas en octubre de 1937. «Pachín» estaba ya viejo y enfermo y no pudieron evacuarlo. En los primeros meses de 1938 fueron a buscarlo a casa y lo encerraron en la antigua cárcel de El Coto. Allí murió al poco tiempo.
Así son las cosas en este país nuestro, queridos. Si andáis por Gijón, sabed que podéis visitar la tumba de Jovellanos en el interior de la capilla de los Remedios. Que, como digo, está anexa a su casa natal, donde hay un museo que también vale la pena visitar.
Y si pasáis por la plaza del Seis de Agosto —donde esta mañana se hará una ofrenda floral en honor a Jovellanos—, pensad que ahí mismo, en el entronque con la calle Corrida, tuvo su quiosco el bueno de «Pachín de Melás», y dedicadle un recuerdo.

Fin
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