Jacobo Fitz-Edwards ☘ Profile picture
Sep 13, 2020 32 tweets 6 min read Read on X
Septiembre siempre me hace recordar mis días escolares. Mi primera caja de lápices Alpino que cayó hecha virutas gracias al sacapuntas de manivela que, junto a aquellos, me regaló mi padre. Mi babero, con las iniciales bordadas por las monjitas, regalo de tía Adelita Va hilo. 👇
Y no sé si les pasa igual a ustedes, pero para mí son recuerdos felicísimos. La ilusión del primer día de clase. El bullicio del patio del colegio tan distinto de la tranquilidad de nuestro patio de geranios, cintas y aspidistras. De pronto, te adentras en un mundo desconocido
Siempre recordaré mi primer encuentro con Pancho en el patio de los Maristas. Era el primer día de clase. Me habían acompañado mis padres y mis abuelos hasta la puerta. Yo llegaba nervioso. Nervioso y emocionado. Tío Ramón me había contado lo divertido que podía ser el colegio.
Recuerdo la imagen de mi madre y mi abuela, elegantísimas, y despidiéndose de mí como si fueran la reina Isabel y la Reina Madre saludando a la multitud congregada en una visita a la Exposición Anual de Rosas de Pitiminí de Southampton. Sólo faltaba el Regimiento de la Guardia.
Luego supe que mientras tanto, mi padre se apostaba mil pesetas con mi abuelo a que me caía antes de entrar en clase. ¿La razón? Iba todo el rato saludando y mirando hacia atrás. Me contaron que la recta final fue emocionantísima. Sólo un instante antes, di un traspié y me caí.
En el recreo, un niño cabezón me empujó, me tiró al suelo y me llamó «pelirrojo, pecoso, gafitas cuatro ojos, capitán de los piojos». Desde el suelo, lo miré a la cara y vi su babero con el nombre escrito a bolígrafo en una cinta blanca pegada con sabe Dios qué: Pancho Perales.
Me levanté con la elegancia de los Fitz-Edwards, con esa gallardía de los fusileros del Rey que llevamos en la masa de la sangre y, con todo el desprecio de un lord, me fui de allí esperando mi momento. Ya en clase, vi que mi agresor se había quedado dormido. Me acerqué a él.
En un pispás, aprovechando su descuidado sueño, le introduje sendas canicas que me había regalado tío Ramón, en sus conductos nasales. Se despertó como en un estertor y medio asfixiado. Las dos canicas quedaron alojadas en aquella narizota ahora enrojecida. Y a la Cruz Roja.
Cuando me recogieron, mis padres fueron debidamente informados del incidente. Mi madre llamó preocupadísima a la de Pancho mientras mi padre se lo contaba a mi abuelo y a tío Ramón en la biblioteca que, aprovechando que estaban solos en la biblioteca, se partían de la risa.
Me castigaron sin postre. Menos mal que Otilia, aunque me llamó «zoquete, más que zoquete» y me regañó -«buena la has hecho y el primer día. ¿Para qué ibas a esperar?» se compadeció de mí y me subió de extranjis a mi dormitorio un plato de arroz con leche que le salía de miedo.
Al día siguiente me llevaron a verlo al hospital y a disculparme. «Nada, cosas de niños», dijo su padre. Yo, aleccionado por mi madre, le abracé y él aprovecho el momento. Me clavó un tenedor en salva sea la parte. Allí mismo me dieron los tres puntos que sellaron nuestra amistad
Desde entonces nos hicimos inseparables. Chimo se sumó a los pocos días. Como a él no le gustaba el salchichón, le cambié su bocadillo por el de Pancho que era de chorizo y se lo estaba cuidando. A mí, que me estaba comiendo el mío que era de jamón, no me importó el trueque.
A Pancho, sí. Pero cuando volvió del baño, yo había terminado el mío y Chimo estaba liquidando el último bocado del de chorizo, así que mientras Chimo y él se pegaban, yo me comí también el de salchichón. Pobre Pancho, qué hambre pasó aquella mañana. Aún nos lo recuerda.
A finales de septiembre empecé a sentirme mal. Muy mal. Llegaba a casa, merendaba, hacía mis deberes y cuando me retiraba a disfrutar del merecido descanso tras aquellos arduos días escolares, notaba mareos, la habitación me daba vueltas y sufría terribles dolores de cabeza.
Cada noche despertaba a mis padres llorando. Recuerdo a los dos, y también a mis abuelos, terriblemente preocupados junto a mi lecho, desvelados, intentando que me durmiera, lo que conseguía a duras penas tras tomarme una de aquellas aspirinas infantiles con sabor a fresa
y ponerme, alternativamente, paños de agua caliente y fría en mi pobre cabecita. Los dolores proseguían a diario. Mis padres, preocupados, recurrían a mi pediatra a quien yo, cariñosamente, me refería como el tito Rafael. Mi abuelo me hacía pajaritas de papel y mi abuela rezaba.
Una noche, a los pies de mi cama, el tito Rafael se confesó sobrepasado en sus conocimientos ante aquella dolencia y les recomendó que me hicieran reconocer por un especialista. Las aspirinas infantiles me endulzaban las dolorosas noches pero no calmaban la ansiedad de mis padres
Visitamos a varios oculistas que descartaron cualquier problema de visión, más allá de la miopía que ya había afianzado sus garras en mis ojitos verdes. Tío Ramón llamó a un viejo amigo de sus noches madrileñas, catedrático de la Complutense que les avanzó la terrible noticia.
Aquel niño encantador, aquel angelito del cielo -que hubiera cantado Juanito Valderrama- podría padecer un tumor cerebral. Y les adelantó que en España iba a ser difícil tratarlo con éxito. Quizá en el extranjero. Inglaterra, Francia, Alemania o los Estados Unidos. Allí, quizá sí
Imaginen el impacto en mis padres y mis abuelos. La noticia corrió como la pólvora entre los Ruiz de Almodóvar y dejó destrozada a toda mi extensa familia. Mis abuelos paternos venían a visitarme a diario. Las tardes en casa eran un bullir de gente cariacontecidaTodo me extrañaba
Tía Adelita redobló sus rezos. Ella y tita Carmen ayunaban por mi sanación. Encargaron misas en iglesias, monasterios, conventos y santuarios de toda España. Tía Cristina, que era la Madre Abadesa Sor Corazón de Jesús, tenía a todo su convento granadino en rezo permanente.
Mi abuela le puso tantas velas a San Cipriano, por lo de la cabeza, como antes le había encendido a Santa Otilia, Santa Lucía y Santa Clara cuando creyeron que podría ser alguna afección relacionada con la vista. San Rafael estaba en boca de toda la familia, de rezo en rezo.
Tío Eugenio se deshacía en lloros. Llamaba a diario y me enviaba caramelos de violeta. Siempre fue un alma noble y sensible. Tío Fernando, que entonces vivía en Inglaterra, buscó a los mejores especialistas para que me pudieran diagnosticar. Se preparó el viaje para noviembre.
Milagrosamente, el dolor, las náuseas y los mareos desaparecían durante las horas colegiales. Pero a eso de las nueve o nueve y media de la noche volvían. Volvían y me atenazaban la cabeza, vomitaba a veces toda la cena y mi pobre madre no paraba de llorar. Día tras día.
Hasta que un día finales de octubre y pocos días antes de emprender el viaje de mi curación a la tierra de mis ancestros paternos, Otilia me curó. Y lo hizo a su estilo. Me extirpó el supuesto tumor de un bofetón que hubiera levantado a una mula torda. Ella era así. Contundente.
Mi madre, que volvía a la cocina llevando una bandeja con el servicio de café de la merienda, sufrió un colapso al ver a Otilia estrellándome contra el frigorífico y levantándome un palmo del suelo cogiéndome de una oreja, mientras me gritaba «sinvergüenza, sinvergüenza».
El estrépito de la porcelana rota alertó a todos los que estaban en la casa. Mi madre yacía en el suelo y miraba epatada a Otilia que tiraba de mí gritando «menudo sinvergüenza el enfermito».
Tía Adelita lloraba desconsoladamente. Los demás, asombrados, no sabían qué hacer.
En ese momento, mi abuela María del Carmen la increpó:
-Otilia, por Dios bendito, deja a Jacobo ahora mismo que le vas a empeorar el tumor.
 -Ni tumor, ni pamplinas, doña Carmen. El borrachuzo este se estaba trajinando el cubilete del barrilillo de vino que tengo para los guisos.
Mi padre me olió el aliento. -Pilarín, el niño huele como la bayeta de una taberna
-¿Qué? ¿Seguro?
-Lo que oyes Nene, -se volvió hacia mí- dime la verdad ¿esto lo haces todas las tardes?
-Sí. Todos los días antes de acostarme
-Pero, ¿porqué te bebes el vino del barrilito?
Porque dice tío Ramón que el vino anima la inteligencia. Y yo quiero sacar todo sobresaliente en el colegio. Quiero ser un hombre de provecho el día de mañana como quiere mamá.
Mi madre me dio una sonora colleja y se fue enfadadísima. Mi padre suspiró y se rió entre dientes.
Quitaron el barrilito de en medio y mi abuelo, por pura precaución, le puso dos candados a la puerta de la bodega.Y desaparecieron los dolores de cabeza y las nauseas que resultaron ser fruto de una resaca infantil y no de un tumor cerebral como mis pobres padres llegaron a creer
es diré que siempre que recordamos esta simpática anécdota mi padre se ríe, tita Carmen me llama «botarate» y madre se enfada muchísimo recordando lo mal que lo pasó aquel mes. Yo intento justificarme porque el fin que buscaba era noble, el sobresaliente.

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Oct 6
Gracias a mi querida doña @MMorguix he visto esta noticia sobre gente que paga para que le digan qué nombre ponerle al niño y me he acordado de don Severino, un amigo de mi padre que trabajaba en el Registro Civil y que hacía eso mismo gratis.
Va hilo 👇
elpais.com/mamas-papas/fa…
Don Severino había nacido en Palencia un 8 de enero de 1945, razón por la que lo bautizaron con el nombre del santo del día. Cosas de la época. Y la verdad es que al hombre nunca le gustó lo de llamarse Severino. Ni de niño. Y eso que su madre le llamaba Nano. Pero ni por esas.
A Córdoba llegó en el 67 con sus oposiciones aprobadas y a buscar a Rafi Benavente, una medio novia que tuvo cuando vino aquí a estrenar el Muriano y hacer la mili. Lo malo es que, nada más llegar, se la cruzó por el bulevar, embarazada y del brazo de su recién estrenado esposo.
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Jun 4
Me examiné de Selectividad en 1982. El examen era a las nueve de la mañana. La noche antes, cenando, mi padre me dijo:
-Nene, mañana te juegas tu futuro. Pero no vayas a llamarme para despedirte, que no son horas de molestar y tu madre estará levantada desde antes del alba.
👇
Hizo una pausa, bebió un sorbo de vino y siguió:
-No te deseo suerte porque eso es de una vulgaridad innecesaria. Si cuando leas las preguntas te las sabes, no hay necesidad de ponerse nervioso porque las contestarás correctamente y si no las sabes tendrás claro el resultado.
Así que no vayas a dar un espectáculo. Controla tu venita ruizalmodovariana y no vayas a venir luego a vanagloriarte si lo has hecho bien ni a montar una tragedia si fue mal. Lo que hoy hagas será fruto de tu esfuerzo anterior. Y, sobre todo, no vayas a pedir premios si apruebas.
Read 8 tweets
Apr 3
Suena el móvil.
-¿Sí?
-¿Jacobo?
-Dime, tita.
-¿No me digas que estabas durmiendo y te he despertado?
-Sí...
-Me alegro.
-¿De que estuviera durmiendo o de despertarme?
-Dejemos la pregunta en el aire. ¿Tú sabes si las acuarelas son venenosas?
-Esto... no sabría decirte
Va hilo 👇
-Pues yo no sé para qué te pagaron tus padres los estudios.
-A ver, tita, no creo, aunque tampoco me imagino a nadie lamiendo acuarelas...
-¿Y si te la bebes?
-¿Quién se puede beber las acuarelas, tita? Por Dios...
-Willy.
-¿Cómo?
-Que se ha bebido un vaso grande de acuarelas.
-Tita, que estoy todavía desperezándome. ¿Me dices que tío Willy se ha bebido un vaso de acuarelas?
-Sí. Y grande.
-Así, ¿sin más?
-No, le he insistido yo. Pero poco. Ya sabes que me idolatra y se toma lo que yo le diga.
-¿Y por qué le has dicho que se beba un vaso de acuarelas?
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Feb 13
Esta noche, no eran ni las siete, cuando aun el sol ni siquiera se había desperezado, y con una crueldad impropia de la más primigenia civilización, ha sonado el móvil. Con fuerza. «La cabalgata de las Walkirias» a pleno esplendor. Y al poco, el ring ring del fijo.
Va hilo .👇
Me levanté, me puse la bata y las zapatillas y cuando llegué al despacho, el móvil correteaba sobre el buró. Maldita vibración. Se la quito y algún duende informático vuelve a instalarla. A su vez, el ring ring del fijo insistía constante y mortecino taladrándome el cerebro.
La legendaria decisión de los Fitz-Edwards me aconsejó descolgar el fijo y atender el móvil. sabía que eran tita Carmen y Conchita
-¿Tita...?
-¿Cómo sabes que era yo, Jacobo? ¿Ahora también sois profetas los robapeñones?
-No, es por la musiquilla. ¿Desde cuando soy robapeñones?
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Jan 28
Pues voy a dar mi opinión sobre el cartel de la Semana Santa de Sevilla. ¿Por qué? Porque me parece bien. Y lo voy a hacer desde un punto de vista artístico y desde otro religioso. Catequético, incluso. Pero, desde ya, les digo que me gusta. Y mucho. ¿Las razones? En el hilo 👇 Image
Desde el punto de vista artístico, la representación del Resucitado es tal cual. Incluso, está el maravilloso Resucitado de la Minerva de Miguel Ángel que carece de paño de pureza y aparece absolutamente desnudo. Aunque haya una versión a la que le colocaron después el paño. Image
La visión del cuerpo desnudo de Jesús es una constante en sus representaciones artísticas. El Crucificado, el Ecce Homo o el Cristo azotado en el Pretorio son, casi siempre, imágenes de un hombre joven, torturado y dolorido, pero también musculado y con un cuerpo torneado. Image
Read 9 tweets
Jan 5
Mi día de Reyes de 1971 empezó como un mes antes. Exactamente, el Día de la Inmaculada del año anterior. Los tíos se habían venido para pasar las pascuas a Córdoba, que entonces iban de la Purísima a la Candelaria y organizamos una comida familiar en Las Golondrinas.
Va hilo👇
Y allí estaba yo cuando tío Ramón me preguntó que si le había escrito la carta a los Reyes
-Estoy pensando
-¿Por qué?
-Porque solo puedo pedir tres cosas, igual que el Niño Jesús
-Dos, Nene. Dijo mi padre
-Eso, pido tres y recibo dos
-¿Qué eliminas el oro, el incienso o la mirra?
-Es que el oro, que es el dinerillo que me dais lo ingresa mi padre en la cartilla.
-¿Seguro? Igual se lo queda, que es inglés. Corsario, como dice tita Carmen
-No, tío Ramón, es para que tenga un porvenir y una vida muelle el día de mañana
-¿Y eso qué es?
-Pues como tú, supongo.
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