La cosa es sencilla: la globalización es una marea imparable y las marcas dominan nuestra vida.
Es así. En cualquier ciudad del mundo hay un Zara y un Starbucks y un Apple Store y, por supuesto, un McDonalds.
Incluso en la India.
Y tiene gracia que existan McDonald's allí porque la India es uno de los países más vegetarianos del mundo y la mayoría de la gente no come ni ternera (obvio) ni cerdo. Y McDonald's vende hamburguesas.
Pero como decía un amigo que sabe mucho de esto: "No hay manera de escapar a las marcas".
Por eso en la India, McDonald's vende McCurry Pan, un guiso vegetariano de legumbres servido en un barco comestible hecho de pan, y el McAloo de patata y guisante.
En realidad, esto no es más que las mutaciones de las marcas para intentar colonizar TODOS los mercados apelando a un gusto autóctono y a un cierto patriotismo fake.
Por ejemplo, en Nueva Inglaterra y ciertas zonas de Canadá, McDonald's vende el McLangosta (con tenacitas y todo)
Otro ejemplo: la sopa es un elemento distintivo de la alimentación portuguesa, hasta el punto de que incluso los propios carteles del McDonald's las anuncian como «una sopa tradicional y típicamente portuguesa».
Sopa de legumbres tradicional y típica, pero de McDonald's...
Y en Costa Rica hacen el McPinto, que no es más que la versión globalizada del gallo pinto, el arroz negro con judías que es el plato tradicional costarricense.
Por supuesto, McDonald’s no son los únicos que deslocalizan su branding, también lo hace Burger King con una hamburguesa británica a base de coles de Bruselas (porque en UK son así) o Wendy’s, que en Japón sirve una hamburguesa de foie gras por el módico precio de 20 €.
Y lo que pasa con los salados también pasa con los dulces, claro.
McFlurry de (apestoso) durian en Siungapur o de pistacho en Italia...
Y, claro, el rey de los postres globales-pero-locales: el Kit-Kat japonés.
Quizá sea por el aislamiento insular o quizá por efectos no comprobados de la radiación atómica, pero el caso es que los japoneses son...peculiares. Y se ve en la fascinación que tiene Japón por los productos occidentales, especialmente por la japonesización de esos productos.
Nestlé Japan produce y comercializa, a veces de manera continuada, y otras veces en forma de serie limitada, una batería de versiones de la popular chocolatina que son un fenómeno coleccionista (y un desafío para los paladares).
Desde el KitKat de tarta de queso con arándanos hasta el de whisky y naranja; pero también el de té verde, el de salsa de soja, el de patata asada, el de pepino y hasta el de wasabi (que hay que tenerlos cuadrados).
Y si pasa con la comida, desde luego que también pasa con la bebida.
A saber, Pepsi Azuki, con sabor a judía, Pepsi Ice Cucumber, con sabor a pepino, Pepsi Salty Watermelon, con sabor a Sandía salada (¿en serio?).
E incluso Pepsi Baobab, cuyo gusto supongo que debe ser similar a lamer la corteza de un árbol de la sabana africana.
En cambio, toda esa aproximación local que hace Pepsi, no la hace Coca-Cola, cuyo objetivo es conquistar el mundo y, aparentemente, lo ha conseguido.
Es cierto que Pepsi se sigue vendiendo bien en muchos mercados y que existen frikadas como la francesa Mecca Cola, que apela al mercado musulmán o la alemana Afri-Cola, que tiene el diseño más bonito de la historia.
De hecho, aunque es una compañía de la Alemania pre-nazi (1931), Afri-Cola tuvo su momento de gloria en los 60 con una PSICOTRÓPICA campaña publicitaria a cargo del fotógrafo Charles Wilp.
Y hablando de de bebidas de cola y de publicidad es cuando tenemos que desmentir este tuit que escribí hace cinco minutos.
Efectivamente, Coca-Cola ha conquistado China y la antiga Unión Soviética y ha pasado por encima de Royal Crown y de Pepsi. Pero hay un país que se ha resistido desde el principio: Perú.
En 1999, la prensa peruana celebró como una victoria que Coca-Cola decidiese comprar el 49% de las acciones de Inca Kola, la bebida gaseosa tradicional peruana: "De sabor nacional".
De alguna manera, esa compra del accionariado suponía la claudicación del gigante de Atlanta en favor de la bebida local y daba por terminada una guerra que había durado casi cinco décadas.
La cosa es sencilla: aunque la Inca Kola es posterior a la Coca-Cola, la Coca-Cola no intentó el desembarco en Perú hasta después de la 2ª Guerra Mundial.
Allí se encontró con que la Inca Kola era no solo la preferida del consumidor peruano, sino que se apoyaba en un fortísimo sentimiento nacional. Apelaba ni más ni menos que a los Incas, como se ve en las botellas antiguas (y en el nombre, claro).
Por otro lado, ese sentimiento nacional no dejaba de ser una estrategia de marketing, porque los creadores y dueños de la Inca Kola era la familia Lindley, emigrantes ingleses.
Tras una década de los 50 más o menos de tanteo, los 60 supusieron la explosión de orgullo nacional peruano a través de la Inca Kola. El eslogan pasó a ser "La bebida de sabor nacional" y "Lo nuestro está primero".
Las imágenes apelaban a ese nacionalismo tradicionalista del inca pero, ejem, curiosamente, las modelos eran bastante mucho muchísimo caucásicas.
Sea como fuere, por las campañas, por la agresividad o por el sabor (que se hace con aroma de hierba luisa, muy dulce, que recuerda al chicle) la Inca Kola siempre fue la preferida de los peruanos.
Y finalmente, venció a la Coca-Cola.
Tal es así que Jorge Luis Borges llamaba a la Inca Kola, "la bebida implausible".
Y sigue siendo la preferida en Perú.
Y tiene hasta versión Zero porque la globalización aprieta pero no ahoga.
Y con estas cuatro fotos que resumen muy bien el episodio de hoy, vamos a despedirnos de la Inca Kola, el Kit-Kat de pepino, la McLangosta y de #LaBrasaTorrijos de hoy.
Si os ha gustado, hacedme RTs, FAVs, follows o invitadme a una bebida de soda gaseosa con sabor raro!
O también podéis hacer una aportación puntual en este enlace TAN fácil: paypal.me/pedrotorrijos
(Es la hora de pasar la gorra!)
Nos vemos en un nuevo capítulo el próximo jueves a la misma hora.
Si queréis conocer más territorios improbables, todos los episodios de #LaBrasaTorrijos están archivados en mi tuit fijado, que es este hilo de hilos de hilos:
Las imágenes del capítulo de hoy son de:
Su Cunnigham, History and Art Collection, David Morton, Arca Continental, Sean Hegarty, Charles Wilp, Nestlé Japan, McCann Perú, Issuespot, McDonald's, Akiko y PepsiCo Japan.
(Fin del HILO 🍔🍟🍾🍹🌎 )
(Y en el episodio de la semana que viene vamos a conocer la historia del hombre que estuvo a punto de poner una cúpula para cubrir Manhattan)
Un par de codas al episodio de ayer:
1. TENÉIS QUE LEER los comentarios que está dejando la gente con mil y una curiosidades más de todo el planeta, desde las colas euskaldunas hasta los McPescados neozelandeses...
2. Coca-Cola no es totalmente íntegra. Más allá de la Cherry y la Vanilla, en Japón (duh) comercializa algunos sabores rarunos de manera más o menos continuada.
Y 3. Una de las posibles razones por las que el Kit-Kat es tan popular en Japón quizá sea porque su pronunciación se parece a la expresión "kitto katsu", que significa "vas a ganar" o "buena suerte".
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¿Os habéis fijado en que todos los centros de las grandes ciudades son iguales? Todos se han convertido en un gigantesco anuncio.
¿Y si os dijese que la culpa es de Walt Disney y de uno de los mafiosos más sanguinarios de la historia?
Veámoslo en #LaBrasaTorrijos.
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Es 26 de diciembre de 1946 y diez mil bombillas crepitan y chisporrotean por primera vez en un estilizadísimo letrero a un costado del South Las Vegas Boulevard.
Es el comienzo de una era.
Benjamin «Bugsy» Siegel acaba de inaugurar "The Flamingo Hotel & Casino" en el Strip, el primer casino de Las Vegas y, tal vez sin saberlo, también acaba de dar forma al futuro de las ciudades.
Voy a aprovechar el hilo de ayer para hablar muy brevemente sobre un edificio que la gente menos versada se extraña cuando les digo que es uno de los mejores edificios del mundo: la Biblioteca Beinecke de Yale.
Para entender por qué el edificio es TAN distinto de exterior a interior (y por qué es uno de los mejores edificios del mundo), hay que saber qué es exactamente la Beinecke.
Yo no califico a menudo un edificio como "feo" o "bonito"; suelo distinguirlos en edificios buenos y edificios malos.
¿Pero cómo saber la diferencia?
Veámoslo con estos dos ejemplos muy similares y, a la vez, muy distintos.
Os cuento en #LaBrasaTorrijos.
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Vale, lo primero es entender que para saber distinguir la buena de la mala arquitectura requiere de un proceso bastante largo que permita formar un criterio. E incluso los criterios puede diferir (aunque no demasiado).
Por eso, para esta explicación voy a usar dos casos que ejemplifican muy bien la diferencia: la torre del BBVA y las torres KIO.
Ambos son edificios de función y tipología similar, ambos se proyectaron por arquitectos e ingenieros de primer orden y ambos se levantan muy cerca.
En 2019, el FBI comenzó la búsqueda de dos niños.
Pero había un problema: habían desaparecido en la Zona de la Muerte de Yellowstone. Un lugar donde puedes cometer cualquier crimen (incluso asesinato) SIN QUE PUEDAN JUZGARTE.
¿Cómo es posible? Lo vemos en #LaBrasaTorrijos
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El 26 de noviembre de 2019, la policía de Rexburg, Idaho, hizo públicas las fotos de dos hermanastros desaparecidos: Tylee Ryan, de 17 años y JJ Vallow, de 7.
Llevaban desaparecidos desde el 8 de septiembre, pero las pesquisas no avanzaban.
Fue entonces cuando entró el FBI.
¿Por qué entró el FBI? Pues porque las últimas imágenes que aparecieron de Tylee las registró una de las cámaras del Parque Nacional de Yellowstone.
En 1928, Henry Ford construyó una ciudad entera en medio de la Amazonía.
Una nueva Detroit en la selva, y cuyos habitantes debían ser vegetarianos y abstemios, pero acabó destruida en una revuelta de nativos semialcohólicos.
En #LaBrasaTorrijos, Fordlandia.
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En 1876, el explorador británico Henry Wickam robó 500 kilos de semillas de árbol del caucho y las trasladó de contrabando desde Brasil hasta el sudeste asiático.
Allí, los árboles crecieron con rapidez, desbancando enseguida a los terrenos de látex brasileños.
Para el año 1920, Brasil ya había perdido el control del mercado del caucho en favor de un cártel de productores europeos que recolectaban en Asia. Y como dominaban el mercado, podían fijar los precios.
Algo que no gustó nada a un señor de Detroit llamado Henry Ford.
Hace diez generaciones, el odio y la xenofobia dejaron a una etnia sin tierra y les obligó a vivir en el agua.
200 años después, sus tataranietos construyeron el campo de fútbol más bonito del mundo (gracias a Maradona).
Os cuento la historia en #LaBrasaTorrijos
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Como nos enseñó Gerardo Olivares en su divertidísimo documental/no documental "La Gran Final", un Mundial de fútbol afecta a la vida hasta en los lugares más remotos: el Sahara, la Amazonía o el desierto de Gobi.
hay veces en las que un acontecimiento deportivo universal altera la vida y cambia el territorio del lugar más insospechado.
Especialmente cuando en ese acontecimiento se produce uno de los momentos más bellos y más decisivos de la historia del deporte.