Anónima me hicieron Profile picture
Oct 1, 2020 57 tweets 11 min read Read on X
#CosasQuePasanPorSerMédica #27. Ocho de la mañana. No vino nadie a relevarnos y mi compañera me pide que haga el pase sin ella: tiene que reemplazar al marido –que entra de guardia a las ocho en un hospital de provincia al que siempre llega algo tarde, (+)
(-) aunque tampoco tanto– en el cuidado de la beba a la que dejó sola doce horas de corrido por primera vez. La noche estuvo tan movida que ni tiempo de sentirse culpable le dio; la mitad llena del vaso. Le digo que vaya, que yo me ocupo, y me siento en la silla (+)
(-) de tapizado rojo deshilachado –que ruge, disconforme– a esperar a los de la guardia entrante. Ella se mete en el baño a cambiarse y protesta por el olor a cloaca al que se desacostumbró durante su licencia. Le grito que es solo por su bienvenida y al menos putea riéndose. (+)
(-) Sale. Codazo, besos de lejos al resto y desaparece.
Cierro los ojos. Portazo. Alguien revuelve una bolsa. Suelas de goma que relinchan contra las baldosas del pasillo. La puerta de la heladera que se abre y se cierra (creo que quedó (+)
(-) mal cerrada). En el medio alguien saca un paquete, lo abre y ofrece. ¿Qué es? ¿A qué huele? A nada. ¿Será torta? ¿Alguien cumplió años? Mis ojos siguen en huelga, ni pispean. Hojas que pasan. No está anotado el paciente, ni idea, preguntá en el shock-room. (+)
(-) No me despiertes, ruego para adentro. Aprieto los hombros contra el respaldo de la silla que a esta altura ya me resulta casi tan cómoda como el sofá de mi casa. Se va. Los músculos de la nuca se contraen un ratito más por si vuelve. Finalmente, aflojan. (+)
(-) Ruido a puerta, a otro paquete –algo no tan pesado ni tan liviano que se apoya–, a celular que vibra, a tecla de plástico. Quince segundos. Olor a café del bueno, ese que compramos nosotros por turnos. Sé que si lo tomo no voy a poder dormirme en el colectivo. (+)
(-) Sigo con los ojos cerrados. La abuela con Covid que llegó casi muerta me sonríe. El de la diarrea con moco y sangre sugiere que busque un lugar mejor para cambiarme y me señala el inodoro –el nuestro– hecho un enchastre. En el otro baño –ese que no tenemos– (+)
(-) hay un viejo con pañal que consultó por melena (caca negra por un sangrado en el estómago o por ahí cerca). Se saca el pañal cargado, a punto de rebalsar, y lo tira en el tacho. Se mete a la ducha. Perdone, doctora, así no puedo estar. Miremé, bañado en esta bosta estoy. (+)
(-) La melena se me impregna en las fosas nasales. Me las rasco por encima del barbijo. Bajo la cabeza y lo dejo hacer lo suyo. Salgo a la vereda a cambiarme como si fuera de lo más normal. Desde adentro se ríen de los colgajos bajo mis brazos. Es que los (+)
(-) gimnasios cerraron. Eso no es de la pandemia. Me los miro. Están desnutridos, con piel marmórea, arrugada y fría que les cuelga en la parte de abajo. Más que arrugas son nervaduras que delinean mapas de planicies y montañas a la altura de los resaltos óseos, (+)
(-) atravesadas por algún que otro río violáceo que se transparenta a través de esta piel que nunca porté tan blanca. Me pregunto si mi cara habrá envejecido así de golpe también, cincuenta años o más en cinco minutos. Intento mirarme contra la ventana; está (+)
(-) tan sucia que no me devuelve reflejo alguno, ni viejo, ni joven. Miro alrededor en busca de hijos o nietos que no aparecen. En la búsqueda mi cuello se estira, se retuerce hasta quebrarse y la cabeza cae, primero pica y luego rueda. La veo alejarse desde otra (+)
(-) cabeza más chica que nace en su lugar, esta vez una cabeza de nena, con dos trenzas claras –demasiado pegadas al cuero cabelludo– decoradas con moños rosas y blancos. Me río desde mi nueva niñez. ¿Y ésta?, pregunta una voz de varón que podría ser mi viejo. (+)
(-) Hundo el cuello entre los hombros y la cabeza se esconde, casi del todo para adentro.
–¿Estás viva? –me sacuden por los hombros que todavía sostengo levantados para ocultar la cabeza pequeña–. Perdoná la hora...
(+)
(-)
Abro los ojos, más el derecho que el izquierdo. Lo hago de a poco, con entre miedo y pereza. Adelante mío hay un hombre en traje de astronauta, con papel y lapicera en mano. Es un astronauta con cofia de los minions.
–¿Vamos? –pregunta.
(+)
(-)
Mis neuronas lo miran sin entender demasiado y mi cabeza de adulta veinte veinte se ladea aguardando una aclaración que demora en llegar.
–¿Hacemos el pase? –insiste.
Recién ahí mis labios autómatas escupen un "voy" mientras izo los glúteos exhaustos de la silla que los (+)
(-) cobijó por los cuarenta minutos que resulta que dormí: son las ocho y cuarenta, el astronauta es uno de los ayudantes del domingo y parece que de su guardia solo llegó él. Apenas caigo en eso, apuro el paso, no vaya a ser que me pidan que me quede. Ni loca. (+)
(-) Necesito mi cama, mi almohada, un té calentito con bastante miel para esta garganta rasposa de tanto gritar desde atrás de la máscara. Las medialunas de la panadería que queda de pasada desde donde me deja el bondi, una ducha caliente, el toallón peludo celeste, mi colchón,(+
(-) sábanas limpias, frazadas varias y dormir hasta mañana, o mejor, pasado.
Vamos consultorio por consultorio, desde la puerta nomás; yo no me puse el disfraz entero, solo N95 y máscara.
La del tres respira horrible. Está por emergento, pero el de ayer ya se fue y el de hoy(+)
(-) no llegó. Le indicamos un corticoide y mi compañero astronauta entra al y, procurando no tocar nada más que la perilla, le sube el flujo del oxígeno. Yo, mientras, emito para dentro una especie de rezo para que la mujer aguante.
Seguimos avanzando. (+)
(-) En el cuatro hay un muerto –no de Covid, un alcohólico y drogadicto en situación de calle que se pasó de yuyos– ya embolsado y en el cinco… en el cinco me cambiaron al paciente. Es un hombre morocho con un aro de esos que agrandan el agujero (+)
(-) de la oreja al mango, pelo rapado a los costados formando caminitos y costras de sangre sobre el cuello. Duerme en posición fetal y hasta ronca.
–Acá había uno de clínica –me defiendo temiendo la inminente puteada del astronauta por el pase incompleto.
(+)
(-)
No dice nada.
–Era uno de setenta y pico con oxígeno que tenía que subir a piso… Hasta las ocho estaba acá.
–ANEA. Típico –murmura el astronauta.
Junto las cejas al medio y me lo quedo mirando.
–ANEA: Antes no estaba así. Lo que me dicen mis residentes cuando se les va (+)
(-) al tacho un paciente de la nada. Variante de ANEA, digamos.
Quiero ladrarle que no soy su residente y que, si hubiera llegado puntual, habría encontrado al de setenta y pico con el oxígeno, que seguro lo subieron y alguien metió (+)
(-) a este paciente, que no puedo recorrer dos veces antes del pase porque ellos llegan siempre tarde y que de gracias que no me fui a la mierda y le dejé todo escrito en una hojita para que se arregle. En lugar de eso, me acerco algo al paciente, me pongo un (+)
(-) par de guantes, extiendo el brazo y estoy a punto de apretarle el hombro de lejos para despertarlo y preguntarle quién lo trajo, cuando noto el brillo en torno a su muñeca izquierda que lo ata a la baranda de la camilla. Doy un paso atrás y freno con el dorso (+)
(-) de mi antebrazo extendido al astronauta que estaba a punto de sacudirlo. Le señalo la muñeca en cuestión –que se continúa por una mano también con costras de sangre y dedos con tatuajes de letras raras en los nudillos– y le hago señas para que salgamos. (+)
(-)
Volvemos al pasillo, ya con una idea de lo que pudo haber pasado, y espero unas disculpas que no llegan. Giro la cabeza hacia un lado y hacia al otro en busca de alguien que sepa del hombre. A lo lejos, casi cuando el pasillo dobla, dos oficiales se matan de risa y toman (+)
(-) café con el tapabocas sobre el cuello. Me quedo mirándolos. Uno –de pelo tirado hacia atrás con exceso de gel– lo nota; el otro –canoso, con entradas y el pelo tipo cepillito– no sé, pero siguen en lo suyo.
–Disculpen... –alzo la voz con la esperanza de que se acerquen.
(+)
(-)
No sucede.
–¿Usted es la psiquiatra? –pregunta con voz ronca el canoso cepillito.
–No llegó –les contesta el que me está tomando el pase.
–¿El esposado de acá es de ustedes? –interrumpo.
(+)
(-)
–Si le gusta, se lo regalamos con moño y todo –bromea el del gel.
–¿Quién les dijo que lo pusieran acá? –sigo sin reírme. El agotamiento no me lo permite.
Silencio.
–¿Alguien les indicó que podían usar ese consultorio? –insisto.
(+)
(-)
Silencio de nuevo.
Los miro con sus tapabocas oscuros –no entiendo por qué no les dan barbijos–, tomando café como si nada, y me pregunto si al menos se habrán lavado bien las manos, aunque lo dudo, dado que no hay jabón y hace dos (+)
(-) horas que se acabó el alcohol en gel.
–Ahí adentro había un Covid, uno que tosía bastante, y no creo que hayan llegado a limpiar todavía –les informo.
Se miran. Un moscardón zumba mientras revolotea contra una de las ventanas no del todo abierta.
–Te dije... –le larga el(+)
(-) canoso cepillito al del pelo pseudo-engominado.
–Bicho malo nunca muere –contesta él y le da otro sorbo al café.
Me pregunto si alguna vez escuché así el refrán. Creo que no.
–¿Ustedes estuvieron ahí con él? –los traigo a la realidad.
(+)
(-)
–Menos de una hora –contesta el del gel.
Claro que menos de una hora porque son casi las nueve y a las ocho estaba el otro, pero igual es bastante.
–¿Se lavaron las manos? –sigo.
Se miran.
–¿Alcohol en gel? –repregunto.
Nada.
(+)
(-)
–¿Y dónde lo ponemos? Porque lo tiene que ver la psiquiatra –consulta el canoso.
Miro al astronauta y le hago que no con la cabeza. Está todo lleno.
–Con el fiambre… –pronuncia bajo, con tono entre propuesta y pregunta.
–Ni en pedo –se le escapa al del gel.
(+)
(-)
–Es fiambre o covid –insiste el astronauta–. Además, en nada se lo llevan.
Un pájaro protesta desde afuera.
–¿Baranda tiene? –indaga el canoso mientras se rasca el cepillito.
El movimiento de sus uñas resuena en el pasillo desolado.
(+)
(-)
–Se acaba de morir –alzo las manos al costado del cuerpo.
Otra vez se miran, sus ojos debaten. El pajarraco insiste.
–Lo metemos ahí y lo miramos desde la puerta –le propone el del gel.
–Y ustedes llaman para que nos saquen pronto al finado –agrega el cepillito.
(+)
(-)
Hago que sí, decidida a dejarle el quilombo al astronauta y a sus compañeros impuntuales, y seguimos el pase. El resto sale, por suerte, sin sobresaltos ni quejas.
Agarro mis cosas y voy a cambiarme al baño. Una cucaracha chiquita camina por la ducha. (+)
(-) La miro con desgano y ni intento matarla. Me apuro con lo mío y, mientras me pongo el sweater, me acuerdo del hombre de la melena con el pañal cargado de mi sueño.
Salgo. Casi choco con el jefe que me pregunta si no quiero quedarme, que le falta gente. (+)
(-) Le contesto que no doy más, que estoy desde anteayer y que no me da el alma.
–Qué poética, doctora –emite por respuesta.
Yo bajo la cabeza, me calzo la mochila y huyo hacia la entrada de ambulancias antes de que insista. (+)
(-) Tiro besos, codazos y la traspaso, feliz. Miro al cielo. No hay sol, pero no importa. Cierro los ojos un segundo, me reclino contra la pared y dejo que el vientito me pegue en la frente que es de lo poco que deja al descubierto el barbijo.
(+)
(-)
–Doctora –una voz de hombre, que prolonga la segunda “o” como hacía el de la lotería o el quini que veía con mi abuelo, me roba esos segundos de placer.
Lo miro, cejas juntas y todo, sin el más mínimo intento de ocultar mi disgusto.
(+)
(-)
–Disculpe, perdón. No quería molestarla. Igual, qué bueno que la encontré… Pensé que se me había hecho tarde… pasa que me quedé tomando unos mates con mi nena, ¿vio?, porque con ella sí podemos tomar, como vivimos juntos…
Intento identificarlo (+)
(-) en mi memoria, pero mis neuronas solo quieren dormir. Me remito al silencio, a ver si él me lo aclara.
–Bueno, mi mujer está mejor, le cuento. Gracias a usted y a su equipazo, unos grandes, la verdad. Y yo sé que esto no alcanza, pero va a haber más, le (+)
(-) prometo. Les debemos la vida, la de ella y la mía también, porque yo sin mi gorda… no sé… le digo la verdad... no sé… –se emociona y de le piantan un par de lágrimas.
Yo revuelvo aún más en la cabeza para saber quién es su gorda y (+)
(-) qué era lo que tenía, pero nada.
–Y ella me manda –sigue–, pero yo también quería venir, eso seguro. Pero bueno, ella dice que perdón, que los chipacitos se los debe, que todavía no está para amasar, pero ya le va a hacer como le prometió…
(+)
(-)
Ahí recién mis neuronas se espabilan. Él sigue con su monólogo.
–…que igual tenía miedo que no los coman por la higiene, aunque ella es bien limpia y cuidadosa, pero con el Covid se entiende, aunque le dijeron que ya no contagia.
(+)
(-)
Finalmente me estira la mano con una bolsa grande y me pide que me fije lo que hay. Pispeo: cajas de bombones, paquetes de café, yerba y galletitas. Me muero de ganas de abrazarlo, pero me contengo para no ponerlo incómodo.
(+)
(-)
–Gracias. Mil, mil gracias. Se pasaron, gracias. Igual no era necesario –largo por respuesta sin lograr poner en palabras la alegría que me acaba de regalar.
–Eso no es nada –se ríe y se me acerca–. Y ahora yo quiero hacer algo, pero le voy a (+)
(-) pedir permiso por el Covid y todo, aunque no creo que tenga.
–Dígame…
–¿Yo le puedo dar un abrazo a usted, doctora?
Mis brazos se estiran en respuesta y lo envuelven. Le palmeo la espalda y lamento no (+)
(-) poder regalarle la sonrisa que inunda mi cara desde atrás del barbijo. Lo abrazo a él, a mi papá, a mis amigos, a mi ahijado, a mis colegas. Se extiende bastante más de lo esperado, pero él tampoco me suelta. Lo hago yo, al final, cuando veo a la clínica de los (+)
(-) domingos que me hace montoncito de “¿Qué hacés?” con los dedos.
El hombre sonríe con los ojos y se despide con un “no se lo vaya a comer todo sola” seguido de una carcajada. Le prometo que no, que les guardo a mis compañeros para (+)
(-) la otra semana, y hace que sí con la cabeza. El nombre de su esposa se me viene justo a la lengua y le pido que le mande mis saludos, a ella y a la hija que tenía un retraso madurativo si mal no recuerdo.
–Se los doy. No sabe lo contentas que se van a poner…
(+)
(-)
Camino hasta la parada del colectivo. Saco mi spray de alcohol y me baño de los pelos a las uñas de los pies. Llega apenas termino. Subo, me siento y cierro los ojos. Por unos segundos temo soñar con el de la melena, con el esposado o con el muerto del cuatro. (+)
(-) Justo el colectivo se sacude y mis dedos se aferran a las manijas de la bolsa de la que se escapa algo del aroma a café del rico. Una sonrisa enorme me invade la cara bajo el barbijo celeste. Por lo menos hoy, creo que voy a dormir bien.

• • •

Missing some Tweet in this thread? You can try to force a refresh
 

Keep Current with Anónima me hicieron

Anónima me hicieron Profile picture

Stay in touch and get notified when new unrolls are available from this author!

Read all threads

This Thread may be Removed Anytime!

PDF

Twitter may remove this content at anytime! Save it as PDF for later use!

Try unrolling a thread yourself!

how to unroll video
  1. Follow @ThreadReaderApp to mention us!

  2. From a Twitter thread mention us with a keyword "unroll"
@threadreaderapp unroll

Practice here first or read more on our help page!

More from @Anonmehicieron

Jan 8, 2022
#CosasQuePasanEnLaGuardia #140. Bajo el pie derecho del colectivo a la vereda. Despego el izquierdo, lo avanzo en el aire y la máquina monstruosa arranca antes de que toque el suelo. Mi mano –prendida de la manija cromada– se suelta unos segundos tarde. (+)
(-) Caigo. En realidad, primero giro. Giro, caigo y aterrizo algo hacia atrás y para el costado. Mi mano izquierda salva al trasero blanco del ambo de terminar estampado contra el pavimento y sostiene a mi cuerpo –todavía dormido– casi medio minuto en el aire en un fino intento(+
(-) de equilibrio del que, tras una serie de movimientos intempestivos, logra retornar a su posición erguida. Miro la hora: siete y cincuenta y ocho de un sábado que ya quiero que sea domingo. Soplo la frutilla que se me hizo en la mano y apuro el paso.
(+)
Read 97 tweets
Dec 3, 2021
#CosasQuePasanEnLaGuardia #139. El hombre del tajo en la cabeza que hasta hace unos segundos tarareaba a Luis Miguel, junta moco –probablemente espeso y verde o, como mínimo, amarillo virando hacia el marrón– primero en la garganta y luego en la boca.
(+)
(-)
–Ni se le ocurra –lo prevengo mientras le subo, ayudándome con una gasa limpia para no ensuciarme los guantes estériles, el tapabocas de Racing que le decora el mentón.
Son las seis de la mañana. Hace más de media hora que estoy tratando de suturarlo y, entre las (+)
(-) protestas porque la anestesia le quema y el hilo le tira y sus sacudidas de torso y brazos compenetrados acompañando un súbito grito de “Suave, como me mata tu mirada. Suave”, recién voy por el tercer punto de los diez –mínimo– que necesita. “Última guardia”, pienso y (+)
Read 71 tweets
Nov 9, 2021
#CosasQuePasanEnLaGuardia #138. PRE-COVID. Once y doce de la noche. El chico de las empanadas me acaba de entregar los paquetes y su mano espera, palma arriba, la propina que debería suceder al pago cuantioso que acabo de depositarle. Recorro, bolsillo por bolsillo, y (+)
(-) recolecto un rejunte de monedas y billetes chicos que no provocan en su cara de ojos ansiosos la más mínima emoción positiva. Hago una nota mental para putear a mi compañero alto –que calculó cuánto era por cabeza– por no haber tenido en cuenta la propina.
(+)
(-)
Le entrego al chico la suma –bastante miserable– que logré reunir y estoy a punto de pedirle que me espere unos minutos a que le busque algo más, cuando un auto tan oscuro como la noche de nubes amenazantes que nos sobrevuela –decorado con restos de barro, (+)
Read 67 tweets
Oct 23, 2021
#CosasQuePasanEnLaGuardia #137. Once y cuarenta y siete de la noche. Recién pudimos sentarnos a cenar. Dejamos sobrepobladas hasta las camillas del pasillo.
Calentamos la pizza –mitad napolitana, mitad cuatro quesos– al microondas –encimada a lo (+)
(-) torre– y ninguno se queja por lo blandengue que sale. La pediatra intenta robarse una porción y la pelirroja le golpea la mano con un “tremenda milanga te mandaste sin convidar”. La otra le escupe un “me hubieras pedido” y, tras un intercambio de miradas fruncidas, (+)
(-) liga medio triángulo.
Devoramos en silencio. El flacucho de aros negros circulares con ventanas en los lóbulos de las orejas que parece que terminó ayer la facultad –lo conseguimos de reemplazo a un buen rato de empezada la guardia; faltaron dos– mastica rápido (+)
Read 62 tweets
Oct 4, 2021
#CosasQuePasanEnLaGuardia #136. PRE-COVID. La puerta del consultorio resuena a puños de boxeador. Adentro el residente de cirugía con olor a chivo acumulado de dos días intenta revisarle la panza al paciente que recién le comenté: un chico con un retraso (+)
(-) madurativo –tiene casi veinte, en realidad; veinte menos cinco días– con sospecha de apendicitis que acaba de plegarse sobre sí mismo, enterrando la cabeza contra la panza raquítica de su madre a la cual abrazó cual garrapata. La sangre sube por la tubuladura de la vía (+)
(-) que la enfermera logró colocarle –tras unas cuantas sacudidas y con la ayuda de tres más– en el pliegue del codo. Cierro los ojos y ruego para que no se tape.
El residente acerca su mano de dedos eternos y huesudos por demás al abdomen contorneado (+)
Read 66 tweets
Sep 17, 2021
#CosasQuePasanPorSerMédica #34. Postguardia. Muy. Demasiado. Ni sé qué hora es. No creo haber dormido más de dos horas. Dos que pretendía que fueran ocho. Ocho al día. O por lo menos, siete. Siete que últimamente nunca llegan a ser más de cinco. Cinco que hoy no van a ser ni (+)
(-) dos porque ahí está otra vez, casi rabioso. Me tapo con el acolchado y la almohada con tal de que se calle. Suena profundo, agudo. Taladra entre mis neuronas y llega hasta el medio de mis ojos, por atrás de la nariz. Aprieto la almohada contra las orejas –hecha una U en (+)
(-) torno al pelo todavía húmedo– y me quedo quieta. Me lo imagino, a quien sea que esté tras mi puerta, pegado a la madera, intentando captar el más mínimo sonido que le ratifique mi presencia. En realidad, solo me imagino una oreja. Una oreja gigante (+)
Read 63 tweets

Did Thread Reader help you today?

Support us! We are indie developers!


This site is made by just two indie developers on a laptop doing marketing, support and development! Read more about the story.

Become a Premium Member ($3/month or $30/year) and get exclusive features!

Become Premium

Don't want to be a Premium member but still want to support us?

Make a small donation by buying us coffee ($5) or help with server cost ($10)

Donate via Paypal

Or Donate anonymously using crypto!

Ethereum

0xfe58350B80634f60Fa6Dc149a72b4DFbc17D341E copy

Bitcoin

3ATGMxNzCUFzxpMCHL5sWSt4DVtS8UqXpi copy

Thank you for your support!

Follow Us!

:(