En febrero de ‘20 teníamos a las plumas más ansiosas de la prensa liberal, incluida la progresista, vaticinando que el coronavirus iba a ser el Chernobyl de China.
Hoy muchos países occidentales duramente golpeados por la pandemia son incapaces de vacunar siquiera con agilidad.
La respuesta a este desarrollo tan desigual de la enfermedad con China, respecto a las que se dicen las primeras economías del mundo, no tiene que ver con el autoritarismo, sino con el sector público. La plaga neoliberal lo ha arrasado en estas últimas décadas.
Sin una administración fuerte no se puede llevar a cabo ninguna decisión de forma efectiva. Un sector público amputado para servir exclusivamente a los criterios especuladores. En España, concretamente, antes de la vacuna ya lo hemos sufrido con la aplicación del IMV o los erte.
En Madrid el caso es sangrante, donde además del estropicio existe premeditación depredadora para privatizar (transferir dinero público a manos privadas) como única motivación de quien ocupa el gobierno regional. El ciudadano es un inversor indirecto con quien le jode la vida.
Lo público (no el sector privado, no lo común) nos ha evitado un derrumbe social. Pero tenemos a la administración en los huesos, pensada ya como máquina que fomente la especulación, que sirva de combustible a la corrupción y para repartir palos y multas.
Lo peor es que quien tiene el arma homicida aún caliente en las manos, la derecha, es quien va a sacar tajada de esto, en beneficios y en relato. Normal teniendo en cuenta la cobardía socialdemócrata, la apuesta por el asistencialismo común del progresismo liberal.
Ahí tienen ustedes el ejemplo de China, repito, que aprobando su vacuna ayer tiene la pandemia controlada desde hace meses, simple y llanamente porque tiene un sector público fuerte capaz de llevar a cabo planes políticos a largo plazo, con eficacia y sin saboteadores internos.
Para acabar agradecer a nuestros trabajadores públicos su labor. Son ellos los que están moviendo ese invento neoliberal de bicicleta sin pedales.
Saquen conclusiones. Actúen en consecuencia. La vida nos va literalmente en ello.
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Hoy hace un año en que la OMS informaba que China le había comunicado un brote de casos de neumonía, sin muertos, en Wuhan.
“Se están llevando a cabo investigaciones para identificar la causa de la enfermedad”.
El 5 de enero la OMS publicaba el primer informe al respecto, donde detallaba que se desconocía la causa de la enfermedad que afectaba a 44 pacientes, 11 graves, que sufrían fiebre, dificultades respiratorias, y lesiones invasivas en ambos pulmones.
El día 9 supimos que el agente patógeno que causaba la enfermedad era un coronavirus.
El 12 que se trataba de uno nunca detectado: 2019-nCov. Aún se desconocía si se contagiaba entre personas.
El WP publica extractos de una conversación donde Trump presiona al secretario de Estado de Georgia, Raffensperger (R), responsable del proceso electoral en su Estado, para que alterara el resultado buscando 12000 votos, cifra en la que Biden le aventajó. washingtonpost.com/politics/trump…
Merece la pena escuchar los fragmentos más que por la manera tan sibilina en que Trump presiona, por las respuestas lacónicas del funcionario, a medias entre el miedo y la vergüenza.
Raffensperger ya declaró a principios de diciembre que a pesar de ser republicano y partidario de Trump: “Los números no mienten. Como secretario de Estado, creo que los números que hemos presentado hoy son correctos”.
Pijos con cresta haciendo el imbécil ha habido siempre. Que el discurso conspirativo individualista te los una con la conferencia episcopal y la ultraderecha ya es un fenómeno de nuestro tiempo.
Sí, hay un nuevo orden mundial, uno donde sólo proliferan gilipollas, concretamente.
Los gobiernos, los poderosos, el sistema, lo rebelde, lo subversivo, la libertad... en general les debería mover hacia la desconfianza quien utiliza sonoras palabras flotando en el vacío, sin apellidos, emancipadas de acusación o propuesta concreta, desactivadas e inanes.
Sobre todo en esta época tan confusa donde igual de da gritos por la libertad el ravero, el cayetano, el negacionista, el ultra o el arzobispo Cañizares. Sobre todo en una época donde el incauto, el necio y el aprendiz de cunetero van de la mano.
Si habitualmente utilizas la bandera no como enseña nacional sino como un elemento disciplinante para 3/4 del país, al menos luego no finjas sorpresa cuando surge el conflicto.
Ayuso no pone la bandera para representar a España, la pone para dividir y de paso dar la nota.
A mí la rojigualda me es indiferente, no así que los que la enarbolan, de la derecha a la reacción, entiendan el país restrictivamente como suyo, dejando fuera al resto.
La cuestión es que no se luce la bandera por orgullo nacional, sino para marcar adictos y desafectos.
Cuando la bandera sale de lo institucional para plasmarse por doquier puede empezar como una manifestación pop o deportiva, pero puede acabar en un nacionalismo populista excluyente de la peor especie: como secesión de ricos, bien bajo Torra, bien bajo Ayuso.
El chat de los militares golpistas no fue sólo un abrevadero de frustraciones fascistas. Se maniobró para implicar a otras promociones del ejército de Tierra, se propuso un Ejecutivo, se buscó la connivencia del Rey, que calla.
Por menos los independentistas están en prisión.
Culpa de los instigadores. Culpa de los que callaron entre el miedo y el cálculo. El “guardar y hacer guardar la Constitución” implica una posición activa frente a estos pronunciamientos, que empiezan como una mala digestión y acaban en las cunetas.
Ya escribiremos sobre la rama civil del intento de pronunciamiento, la política y especialmente la mediática. Hubo tribunas coincidentes en tiempo y forma y aquí no creemos en las casualidades.
Hoy, con la aprobación de los presupuestos, a más de un año de las elecciones, a algo menos de la toma de posesión del Gobierno y el inicio de la legislatura, se puede decir realmente que comienza la nueva etapa de la coalición Psoe-UP y termina la del Ejecutivo de Rajoy.
Y lo hace incluso con más fuerza parlamentaria que en la investidura, lo cual ya es notable tras haber pasado en sus primeros cien días un Apocalipsis, excusa para unos apetitos golpistas que hace unos meses se calificaban de exagerados y cada día son más ciertos.
El país se juega mucho en esta legislatura -aunque llevamos diciendo esto una década, con razón-. Ahora el cambio, por fin, tiene un apellido concreto: ser el reverso del austericidio, enmendar lo hecho jirones.