Este soy yo cinco minutos antes de entrar a la Unidad de Cuidados Intensivos COVID del hospital Sabogal del Callao.
Este soy yo con tres trajes encima, 2 mascarillas, dos pares de guantes, dos pares de botas, dos sombreros y un protector facial que en segundos empezó a nublarse.
Este soy yo con tres trajes encima, 2 mascarillas, dos pares de guantes, dos pares de botas, dos sombreros y un protector facial que en segundos empezó a nublarse.
Este soy yo antes de entrar al lugar vestido como los médicos y enfermeros que no paran desde que se desató el infierno.
¡Una mamá y su hijo, mire!, me dice un hombre, hastiado de la repetición de cosas.
¡Una mamá y su hijo, mire!, me dice un hombre, hastiado de la repetición de cosas.
Señala a 2 personas que semanas atrás acudieron a un matrimonio. Él era el novio. Celebraron, son familia de médicos y hoy están aquí: él, boca abajo para que entre más oxígeno a sus pulmones. Ella, sedada boca arriba. Ambos cambiarán de posición cada 3 días.
Si sobreviven, será un milagro.
Si acaso mueren, será el destino.
En una sala UCI COVID el máximo permitido para grabar son diez minutos. Quisiera, pero no puedo, explicar lo que es estar en un lugar donde se lucha contra lo constante y invisible.
Si acaso mueren, será el destino.
En una sala UCI COVID el máximo permitido para grabar son diez minutos. Quisiera, pero no puedo, explicar lo que es estar en un lugar donde se lucha contra lo constante y invisible.
El único lugar del mundo donde realmente sabemos que el virus está.
Quisiera explicarlo, pero lo único que hice fue pensar en quienes creen que esto terminó. Sentí rabia. Mucha.
Una mamá y su hijo. Si sobreviven, estoy seguro de que la culpa no les alcanzará para entenderlo.
Quisiera explicarlo, pero lo único que hice fue pensar en quienes creen que esto terminó. Sentí rabia. Mucha.
Una mamá y su hijo. Si sobreviven, estoy seguro de que la culpa no les alcanzará para entenderlo.
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