En Chicago hay un rascacielos con cien ventanas. Pero no es un edificio de oficinas ni de apartamentos: es una prisión. Una cárcel vertical de hormigón, sin rejas y prácticamente inexpugnable. (Y con un patio en la azotea).
En la confluencia de la calle Van Buren con Clark, en el distrito histórico del Loop de Chicago, hay un rascacielos de casi 100 metros. Una máquina arquitectónica brillantísima, pero que, no figura en las guías de la ciudad.
Es el Metropolitan Correctional Center.
Claro, no está en las guías y apenas hay documentación interior porque claro, como dije en la presentación, no es un edificio que se pueda visitar: es una prisión federal. De mínima seguridad, sí, pero prisión federal.
Para contar la historia del MCC de Chicago habría que hablar de ENORME cantidad de prisiones que hay en USA. De hecho, aunque la mayoría son recintos en zonas alejadas de las ciudades, la de Chicago no es la única prisión urbana. También hay en Buffalo (iz.) o New York (dr.)
También las hay en otras ciudades como San Diego y, por cierto, en NYC hay OTRO rascacielos de hormigón y sin ventanas del que hablaré en otro episodio. Y no es una cárcel.
Este de aquí abajo.
Con todo, lo que convierte el MCC de Chicago en especial es que es el más esbelto. Con 92 m de altura y 28 plantas es un verdadero rascacielos.
Lo cual tiene todo el sentido, porque Chicago fue la cuna mundial de los rascacielos.
Chicago es la ciudad del Monadnock Building, primigenio rascacielos de ladrillo construido hace 120 años; del lobulado Marina City de Bertrand Goldberg, de los elegantísimos Lake Shore Drive apts, de Mies, y de la Torre Willis, de Skidmore, Owen y Merrill.
Es más, el MCC está tan en el centro de la ciudad, que el Monadnock y la Willis son prácticamente sus vecinos.
¿Los distinguís?
Pero es que, además, el MCC de Chicago es un edificio inteligentísimo y también una máquina de precisión.
Cuando, en 1969, el Departamento de Justicia encargó al arquitecto Harry Weese el proyecto, Weese tuvo claro que aprovecharía la condición de altura.
Por ejemplo, las ventanas del MCC tienen más de 2 m de alto pero no tienen rejas porque miden SOLO 13 cm de ancho.
Pero es que, además, en el caso de que alguien cupiese, le esperaría una caída imposible. Pensemos que un preso cuya celda esté en el piso 14 se encuentra a apenas 50 metros de la libertad, pero claro, son 50 metros insalvables.
50 metros en el plano no son 50 metros en altura.
(Y aún así, ha habido un par de fugas. Supongo que de reos MUY delgados)
Por su propia naturaleza arquitectónica, en el MCC no hay módulos ni grandes patios vigilados con torretas, sino que todo el edificio se estructura según plantas que funcionan como compartimentos estancos.
Tal es así que es uno de los escasos presidios mixtos de los Estados Unidos; los hombres y las mujeres viven, sencillamente, en pisos distintos.
En el "bloque" superior, los hombres. En el inferior, las mujeres.
Y en realidad, daría igual, porque aunque están separados por el comedor, a media altura, las plantas masculinos y femeninos podrían estar incluso mezclados porque, con solo 18 celdas en cada uno, se comportan de manera independiente.
Aquí se ven las plantas tipo del edificio.
Y aquí los croquis iniciales de Harry Weese.
Los únicos momentos críticos de la vida en el MCC se producen cuando los reos tienen que salir, no de sus celdas, cuyas puertas suelen estar abiertas, sino de su planta. Para bajar al comedor, la enfermería, la lavandería o la biblioteca.
Se toman cuatro ascensores con controles externos de seguridad y guardias armados en cada salida. Es difícil comprender la sensación que se puede tener cuando algo tan cotidiano como tomar un ascensor, se convierte en una experiencia vigilada y, a la vez, de liberación.
Porque, sí, el aspecto brutalista del edificio es un poco distópico (sobre todo por la noche). Además, es MUY probable que la gente de WarnerBros se inspirase en el MCC cuando imaginó la prisión de Azkabán para las pelis de Harry Potter.
Y sin embargo, tomar esos ascensores puede ser una experiencia liberadora porque esos ascensores conducen al patio, y como todo en el MCC, el patio no es igual al de las demás cárceles. El patio del Metropolitan Correctional Center está a 90 metros de altura.
En la cubierta.
Estar preso es una putada pero, aunque solo sea un par de horas al día, aunque solo sirva como mínima maniobra de ensoñación contemplada a través de una malla metálica, esas horas se pueden disolver jugando al voleibol...
...levantando pesas o haciendo sentadillas...
simplemente mirando a la ciudad de Chicago, al Millenium Park y hasta al lago Míchigan desde donde nadie puede hacerlo.
Y con estas tres fotos que resumen muy bien el episodio de hoy, vamos a despedirnos del Weese, de Chicago, del MCC y de #LaBrasaTorrijos de esta semana.
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(Es la hora de pasar la gorra!)
Nos vemos en un nuevo capítulo el próximo jueves a la misma hora.
Si queréis conocer más territorios improbables, todos las temporadas y todos los episodios de #LaBrasaTorrijos están archivados en mi tuit fijado, que es este hilo de hilos de hilos:
Ellisa Rolle, MONT, Joshua Mellin, Victor Hilitsky, Pillippe Ponchaux, ChicagoModern, ShyCutyNXR, Bill Zbaren, Hedrich Blessing, YoChicago, MiggityMac, Arkiteck, Joe Lekas, Kevin Ku, Jonathan Choe...
...Smisthsonian Channel, Angie Castells, Google, Warner Bros Pictures y quiero agradecer especialmente a @watery79 que fue ayer mismo a hacer unas cuantas fotos exclusivas para el episodio de hoy 🤗🤗🥰
(Fin del HILO 🏙️🪟🏀)
(Y en el episodio del próximo jueves vamos a conocer la historia de dos pueblos que están a 2 kilómetros de distancia pero llevan 70 años en guerra. Eso sí, no se atacan con armas sino con banderas, bafles y K-Pop)
Vamos con las codas, peticiones del oyente y saludos a mi mamá.
En el videojuego Watch Dogs aparece un edificio claramente inspirado en el MCC de Chicago. Lo llaman Palin Correctional Center y la entrada es bastante parecida a la del edificio real.
Jeffrey Epstein se suicidó en un MCC, pero no en el de Chicago sino en el de Nueva York.
En este.
Las fachadas del nuevo edificio de la Asamblea Legislativa de Costa Rica se parecen bastante a las del MCC de Chicago.
Es cierto, pero no creo que haya influencia; ese tipo de composición de fachada es relativamente frecuente en la arquitectura contemporánea.
Y una última cosa, esta vez personal.
Ha habido algunas respuestas al capítulo en el que califican al edificio como "horrible", mientras que alguna otra (sobre todo al ver el interior), han dicho que parece un hotel.
Pues ni lo uno ni lo otro.
El edificio es un edificio excelente que funciona como una máquina muy precisa para el objeto para el que ha sido proyectado: estancias breves en prisión.
El edificio no es culpable de que su función esencial sea privar de libertad.
Y, efectivamente, una cárcel funciona como artefacto para privar de libertad. No es un hotel. Nunca es un hotel.
Que te priven de libertad NUNCA es como pasar una temporada en un hotel.
Y la última. Una errata POR SUPUESTO.
La firma de arquitectura SOM es Skidmore, OWINGS & Merrill.
(Había escrito 'Owen' porque vete tú a saber por qué 🤦♂️🤦♂️🤦♂️)
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El Cementerio de los Ingleses es un pequeño recinto tapiado frente a los acantilados de Camariñas, en A Coruña.
Pero ¿y si allí estuviese enterrado Jack el Destripador? (Y no, no es descabellado).
Esta es una historia de naufragios y patrimonio, en #LaBrasaTorrijos
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Plymouth, 8 de noviembre de 1890. Un hombre sube al "HMS Serpent" como quien acepta una sentencia cuyo contenido desconoce pero cuyo peso reconoce al instante.
@DACTurismo El nombre que dio —Arthur, James, William, el que fuese— quedó casi disuelto en la humedad del muelle porque lo pronunció demasiado bajo, evitando el cruce de miradas con el oficial que anotaba en un registro ya curvado por la lluvia.
Lo de que las estaciones del metro de Estocolmo son preciosas es algo digno de comprobarse in situ.
Pero también esconden una historia. Una historia de amor por los servicios públicos, por las infraestructuras públicas, por la gente que las construye y por la gente que las usa cada día:
La historia empieza, como empiezan casi todas las historias buenas de ciudades nórdicas, en la roca. Ni en el hormigón ni en el hormigón revestido de hormigón —que es la tentación internacional—, sino en la roca viva, la roca madre, el granito glacial que hace de Estocolmo una ciudad con vértebras de hielo fósil.
Cuando a mediados del siglo XX decidieron construir su red de metro, optaron por la solución más directa, casi geológica: excavar, dinamitar, abrir la montaña e insertar trenes. Y en algún momento de esa operación de ingeniería a mano armada surgió una pregunta casi infantil, tan evidente y, a la vez, tan peculiar que era muy raro que alguien se la preguntase: ¿y si dejamos la roca vista?
La respuesta tiene que ver con estética, sí, pero también con política y con época. Tras la Segunda Guerra Mundial, Suecia —como buena parte del norte de Europa— estaba articulando un nuevo pacto social: bienestar público, accesibilidad, democracia cotidiana.
Uno de los engranajes de ese pacto era la convicción tranquila, pero tenaz, de que el arte no debía ser un lujo sino un derecho. Así que, si el metro iba a convertirse en el gran espacio público donde cientos de miles de personas bajarían cada día, ¿por qué no convertirlo también en un lugar donde el arte descendiese con ellas? Un soporte para democratizar la belleza, para hacer país desde el subsuelo.
Esa respuesta convirtió al metro de Estocolmo en la frase con la que lo definen: la galería de arte más larga del mundo. Algo que va más allá del eslogan turístico; es una decisión conceptual. Si vas a perforar la ciudad, abraza sus entrañas. Si vas a mover a tanta gente bajo la tierra, ofréceles algo más que azulejos blancos y tubos fluorescentes.
Haz país. Haz estética. Haz política blanda —que es la mejor política—.
La línea azul es el ejemplo más evidente. Basta bajar desde T-Centralen para entenderlo: la bóveda, pintada de azul profundo, conserva la piel rugosa de la roca. Tiene algo de caverna prehistórica, pero intervenida con brochazos gigantes. Parece la obra de un pintor expresionista que hubiera vivido aquí encerrado con un cubo de acrílico y demasiadas horas de invierno.
Además, en esa bóveda aparecen siluetas de obreros: un homenaje directo a los trabajadores que construyeron la red hace 75 años y que la mantienen cada día.
Tres cuartos de siglo de ciudad subterránea.
Sigue uno bajando por la línea y llegas a Solna Centrum, la estación más fotografiada de Suecia (y probablemente una de las más fotografiadas del mundo). Un túnel rojo, intensamente rojo, un rojo que no te abraza sino que te engulle.
Parece una bajada al infierno, sí, pero es un infierno con una intención: el mural, pintado en 1975, denuncia la deforestación sueca. El rojo del cielo frente al verde de los bosques como un aviso urgente en un país que hoy presume de sostenibilidad, pero que lleva décadas pensando en estas cosas.
Estando allí me pregunté si hoy ese mural se lee de otra manera. Si ya no habla solo de árboles sino del planeta entero.
Estoy en Estocolmo, moviendo las manos porque hace tres grados bajo cero, y esto que tengo detrás es el ayuntamiento, el Stadshuset.
Visto así, con su ladrillo rojo, su torre alta y esta logia abierta al agua, parece un edificio medieval, casi un híbrido entre castillo nórdico y palacio veneciano. Podría colar como gótico italiano, o como algo que te encontrarías entrando en la plaza de San Marcos por la puerta equivocada.
Pero la gracia es precisamente que no es medieval en absoluto.
Es un edificio del siglo XX: se construye entre 1911 y 1923, lo diseña el arquitecto Ragnar Östberg y es uno de los grandes ejemplos del Romanticismo Nacional sueco, una arquitectura que mezcla referencias históricas con una idea muy moderna de lo que debe ser un edificio público.
Por eso está aquí, pegado al agua. Si esto fuera de verdad un ayuntamiento medieval, lo lógico es que estuviese bien adentro del casco antiguo, protegido por murallas, alejado de cualquier ataque por mar. Pero, en los años veinte, Suecia ya no está pensando en cañones y asedios: está pensando en democracia, administración y ciudad abierta.
El Stadshuset se coloca en la punta de Kungsholmen, justo donde el lago Mälaren se abre hacia el archipiélago que conecta con el Báltico. Es un gesto urbano clarísimo: el poder municipal se asoma al agua porque el agua es lo que organiza Estocolmo.
El patio donde estoy tiene ese aire muy veneciano: arcos de medio punto abajo y esa sensación de plaza porticada que se abre directamente al embarcadero. Te giras y podrías estar esperando que aparezca una góndola, pero lo que llega son ferris y hielo.
La torre, además, está claramente emparentada con el campanile de San Marcos, solo que coronada por las Tres Coronas doradas de Suecia, para que no haya dudas de quién firma el skyline.
Y luego está la obsesión material. El ayuntamiento está construido con unos ocho millones de ladrillos rojos, de los cuales cerca de un millón se hicieron a mano, precisamente para conseguir esta textura vibrante, nada uniforme, que ves en fachada: el típico ladrillo de monasterio nórdico, colocado alternando testas y tizones para que el muro nunca sea del todo plano ni del todo predecible.
Ragnar Östberg era bastante maniático con la textura: quería que el edificio, visto de cerca, tuviera una piel casi viva, con pequeñas variaciones en cada pieza.
Estoy en Stortorget, la plaza central de Gamla Stan, el casco medieval de Estocolmo.
Hoy hay mercadillo navideño, con luces y turistas, pero bajo toda esta postal hubo, hace siglos, bastante menos encanto.
En esta plaza tuvo lugar la Boda Roja original:
Como sabréis por las novelas de George R. R. Martin y la serie Juego de Tronos, la Boda Roja es uno de los episodios más traumáticos de la historia. Martin lo escribió inspirándose en varios hechos históricos, uno de ellos fue el "Baño de Sangre de Estocolmo" de 1520.
Ese año, el rey Cristián II de Dinamarca conquistó Suecia y, para celebrarlo, organizó una gran coronación en el casco antiguo de Estocolmo. Tres días de fiesta, banquetes, vino caliente, diplomacia y buen rollo oficial. Hasta que, al tercer día, Cristián ordenó cerrar todas las puertas de la ciudad vieja.
Entonces empezó la matanza.
Entre ochenta y noventa personas —nobles, clérigos y ciudadanos influyentes de Estocolmo— fueron ejecutadas. Muchos fueron decapitados y sus cabezas expuestas en picas aquí mismo, en la plaza, durante semanas.
En este lugar tan bonito, tan instagrameable, con chocolates calientes y guirnaldas, a principios del siglo XVI se montó una escabechina monumental.
(Sí, ya sé que en el video digo 1580, es que me bailan las fechas más que Gene Kelly en El Pirata)
Hoy, Stortorget tiene otra cara.
Además del mercado de Navidad, uno de los edificios que dan a la plaza alberga la Academia Sueca, la institución que concede cada año el Premio Nobel de Literatura: el lugar soñado de Murakami, para entendernos.
Y, claro, aquí se levantan también las famosas Casa Roja y Casa Verde, dos fachadas del siglo XVII que, además de fotogénicas, son bastante tramposas.
La casa verde, por ejemplo: esas líneas blancas alrededor de las ventanas parecen molduras de piedra, pero en realidad son pintura. Querían simular nobleza, apariencia de sillería cara, pero no había presupuesto, así que resolvieron el asunto con pigmento.
En el fondo eran casas normales, con bodega abajo y almacén arriba. De hecho, la famosa ventana redonda superior no es un capricho barroco, es simplemente una forma eficaz de iluminar ese almacén.
El Sexto Panteón del cementerio bonaerense de la Chacarita es, sencillamente, uno de los lugares más bellos y más estremecedores del mundo.
Un espacio casi desconocido que esconde un viaje de luz, emoción y la historia de una mujer.
Os la cuento en #LaBrasaTorrijos 🧵⤵️
A mediados del siglo XX, cuando Buenos Aires miraba a la modernidad como una hacia el futuro, una arquitecta recibió un encargo que, para cualquiera de su generación, ya habría sido enorme, pero que para una mujer en los años 50 era casi un desafío a la gravedad social.
Se llamaba Ítala Fulvia Villa y entraba en las reuniones de las oficinas municipales —llenas de ingenieros varones— con un cuaderno, algunos planos y esa paciencia feroz que sólo pueden tener las personas que saben que su talento será discutido antes incluso de ser visto.
El edificio Kavanagh, en Buenos Aires, fue el primer rascacielos de Sudamérica.
Parece neoyorquino, pero tiene algo que los rascacielos de Nueva York no tienen: una leyenda. Porque el Kavanagh se construyó por un despecho amoroso.
Esta es la historia:
🧵⤵️
A principios de los años treinta, Corina Kavanagh, una rica heredera, compró una parcela frente al Parque de San Martín, junto a Puerto Madero, y mandó construir un rascacielos.
Inaugurado en 1936 con proyecto de Sánchez, Lagos y de la Torre, el Kavanagh, con su estilo Art Decó, recuerda ciertamente a los rascacielos de Nueva York, como el Chrysler o el Empire State.
Aunque este “solo” llega a 120 metros y 31 plantas.