El Prado ha reunido las seis poesías que pintó Tiziano para que Felipe II las colgara en un aposento muy íntimo y privado, cuyo único ‘leit motiv’ es el desnudo de la mujer. Es un conjunto inspirado en las ‘Metamorfosis’, actos de dominación y violencia contra ellas.
El museo habla de sensualidad, erotismo y deseo y oculta lo demás. No explica la tragedia de las violaciones recogidas en las ‘Metamorfosis’ salvo en un caso: la violación de un hombre, Ganímedes.
En la cartela de Ganímedes: “Transformado en águila, Zeus agarra con el pico y las garras a Ganimedes mientras intenta penetrarlo por detrás (no vemos aquí el acto secual, pero el simbolismo de la aldaba es suficientemente explícito)”.
En la cartela de Dánae: “Supera en erotismo a todas las demás versiones, como delata la total desnudez de Dánae, la posición de la mano entre las piernas, FACILITANDO EL INTERCAMBIO SEXUAL”. Recordemos que Júpiter está violando a Dánae...
Con “Invitadas” en la sala de abajo, la dirección del museo mantiene su lectura lejos de la perspectiva de género y de las reivindicaciones de inclusión de la mujer. “Pasiones mitológicas” evita el contexto histórico y mitológico, y defiende “sentir con intensidad” el arte.
Habría sido una buena oportunidad para que el museo planteara desde qué lugar quiere contemplar e interpretar la mitología en el siglo XXI y qué valores son los que aportan a la comunidad. La experiencia de las salas saturadas de cuadros de mujeres desnudas no es agradable.
*"secual", no; "sexual"
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Hoy celebramos la sensibilidad de María Isabel de Braganza, que comenzó decenas de vidas pero no tuvo tiempo para terminar su historia.
El 19-XI-1819, en la inauguración del Museo del Prado, falta su inventora. Un año antes fue asesinada por los médicos para salvar una heredera.
Por fortuna para el patrimonio español, le dio tiempo a visitar el monasterio de El Escorial.
Es primavera, el tiempo en la sierra madrileña ha mejorado y la reina se acerca al coloso levantado por Felipe II, en ruinas tras la Guerra de la Independencia.
Mientras repasa las estancias, pide visitar los sótanos y encuentra las joyas de la Corona. Cientos de cuadros amontonados desde el incendio del Alcázar. Ahí llevan casi un siglo, olvidados y expuestos a la humedad del frío monasterio. A salvo del expolio francés.