Es la única forma de no perderse en la jungla de la estupidez.
Recordemos cómo estábamos (todos, la humanidad) el 21 de abril del año pasado.
Aun se sabía poco y nada de cómo se contagiaba el virus.
La gente seria -los mejores infectólogos y epidemiólogos, entre ellos- trataban de poner un poco de racionalidad sobre la locura y el delirio que tiraban los medios cada día.
Yo sacaba a pasear a Giap todos los días varias veces y la ciudad estaba vacía.
A lo lejos pasaba un colectivo por la 9 de Julio. Cada tanto pasaba una persona sola llorando o hablando a los gritos.
Era una imagen apocalíptica.
Lo mismo sucedía en Roma, Nueva York o Río.
Un día una señora que venía hablando sola me paró y me dijo que mi perro iba a exterminar a toda la cuadra y sacó una botellita de lavandina y se la quiso echar encima para "sanitizarlo".
Zafamos de suerte.
Cosas así pasaban todo el tiempo.
La gente que aprende ha aprendido mucho en estos 13 meses de Pandemia.
La gente que no aprende nunca sigue creyendo en los medios y las campañas de los trolls en Twitter que mezclan dos declaraciones contrarias: que se hizo todo mal y, a la vez, la pandemia fue un bluff.
Yo siempre estoy aprendiendo. Y eso me alegra.
Es difícil aprender porque significa que uno debe admitir primero que no sabe.
Segundo, uno debe pensar, evaluar mucha información (la inmensa mayoría falsa o de baja calidad), reflexionar, incorporar cosas nuevas.
Uno aprende también a valorar a la gente y a las organizaciones.
Ve mucha bosta. Y ve mucho altruismo, gente que hace lo imposible para que estemos mejor, para que nuestros seres queridos no mueran, para que todos lleguemos al final del túnel menos dañados.
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Pero la mayoría de las pasiones masivas (desde las deportivas a las militantes) me dejan completamente frío. Ni siquiera puedo entender cómo alguien se siente feliz o triste porque su cuadro perdió o ganó.
No me parece mal que nadie sufra o disfrute de un partido de fútbol, de basquet, de tenis o de lo que fuera (ni tampoco que crea que si gana su partido político el mundo irá bien y si pierde vamos al desastre), pero no puedo sentir esas cosas.
Sé que todas estas pasiones vienen del sentido de pertenencia, el más fuerte de los sentimientos sociales.
Es que justamente yo amo no pertenecer a ninguna parte.
Al principio -de niño- me llamaba la atención que no encajara en ningún lugar. Con el tiempo comencé a disfrutarlo.
Ahora que tenemos una legislación que protege el derecho de cada mujer a interrumpir el embarazo si así lo desea surgen nuevos reclamos.
Por ejemplo, de los varones que embarazaron. ¿Tienen o no derecho a intervenir?
La legislación mundial está dividida. La mayoría pro-interrupción dice que la mujer tiene toda la decisión de su parte porque es la que pone el cuerpo.
Pero el feto que está en su vientre tiene material genético de otra persona. Biológicamente no es "todo" su cuerpo.
Además, surge un problema central.
Si la mujer es la que decide sobre la nueva vida que se está gestando (yo creo que debe ser así), entonces también debería hacerse cargo completamente de las consecuencias de esa nueva vida, tanto para descartarla o para criarla.
El embrollo jurídico que creó Larreta en su intento de ser más fanáticamente antikirchnerista que Bullrich quizá lleve a que la Corte cometa el mayor desaguisado de su historia.
Si la Corte falla a favor de la ciudad está diciendo que la Corte no debería haber intervenido.
Si la ciudad es una unidad jurídica que está por encima de la Nación y de todo acuerdo federal, entonces no se entiende por qué la Corte cree que tiene juridiscción para fallar en este o en cualquier otro caso que implique a la ciudad (como ya hizo muchas veces).
Si la ciudad debe someterse a la Constitución Nacional y al acuerdo federal, entonces la Corte le debe explicar a la ciudad que "autónoma" no significa que está por fuera del ordenamiento jurídico argentino sino que tiene el poder en su territorio, pero no más que eso.
La semana pasada me encontré con el editor-director de uno de los dos grandes grupos de editoriales que hay en la Argentina (y en todo el mundo del castellano).
Le preguntó por qué solo están publicando boludeces.
Le muestro el email de su grupo editorial con las novedades de abril.
Miramos la principal novela argentina publicada este mes y ambos decimos que es un desastre que solo se publiquen cosas como esa.
"Pero será best-seller, venderá mucho; es lo que hoy interesa", me dice.
Le digo que solo veo libros de feminismo, diversidad sexual, cómo educar hijos trans, novelas sobre la mujer y problemática femenina y casi nada más.
Me dice: "es lo que vende, aunque estamos cada vez vendiendo menos, pero en España no quieren otra cosa".
Voy a recomendar la lectura de unos muy pocos libros que son básicos para comprender la época que vivimos, ya que nos ayudan a pensar en medio del caos.
De alguna manera sirven como brújulas en medio de una tormenta de arena, cuando todas las demás referencias se han perdido.
Si debiera ser justo con los mejores libros para pensar en la tercera década del siglo XXI debería reseñar no menos de 100 (y posiblemente unos 1000), pero con estos pocos alcanza para darse cuenta que hay que empezar ya a leer lo mejor y solo lo esencial.
No hay que boludear.
Una de las prácticas más comunes es leer para "matar el tiempo" (es decir, para no sentir que estamos vivos).
La mayoría no es tan honesta y no se dice esto.
Se engaña pensando que lee esa novela moderna porque se siente identificada, porque le habla al corazón.
Solo veo tuits en contra del gobierno (todo el día, a toda hora, furibundos, por cualquier cosa) de gente que detesta al gobierno desde antes de que ganara la elección en 2019.
¿Ustedes vieron a alguien a quien le cayera bien el gobierno hace un año, pero que ahora lo odie?
Juntos por el Cambio no solo maneja los medios (es decir, toda esa locura que leemos, vemos y escuchamos es producto de su aparato de propaganda), sino que maneja las redes sociales, en especial Twitter.
Así que ver todo el día locura antikirchnerista fanática es lógico.
Eso no quiere decir que el mundo se haya vuelto antikirchnerista.
Siempre recuerdo el odio constante que La Nación y Clarín lanzaban en contra de Cristina y cuando vieron 2.000.000 de personas en la 9 de Julio por el Bicentenario no lo podían creer.