Pedro Torrijos Profile picture
Jun 10, 2021 38 tweets 19 min read Read on X
En Suecia hay una réplica de Brooklyn pero solo es una fachada. Una mentira honesta y eficaz.

En Florida hay una ciudad real pero con el alma vacía. Tan vacía que todos creímos que era un decorado.

En #LaBrasaTorrijos de hoy, AstaZero y la ciudad del Show de Truman.

HILO 👇
(Recomendamos leer el episodio de hoy de #LaBrasaTorrijos acompañado de esta banda sonora)
open.spotify.com/track/5lRT2FSv…
A unos 60 kilómetros de la ciudad sueca de Göteborg, girando a la derecha en un pequeño desvío semioculto en la carretera nacional 180 hay una valla.

Está en medio del bosque pero es una valla más o menos normal, con una barrera más o menos normal.
Sin embargo, lo que hay al otro lado, no es normal en absoluto.

Al otro lado está Brooklyn, Nueva York.
Tiene los restaurantes, las cafeterías y las tiendas de Brooklyn pero, obviamente, no es Brooklyn.

Es un sucedáneo de Brooklyn compuesto solo por fachadas fotografiadas, impresas en vinilo y colocadas en planchas vacías.

Se llama AstaZero y es un pueblo Potemkin.
Según la rumorología del siglo XVIII, cuando los rusos conquistaron la península de Crimea, decidieron auspiciar un viaje por los nuevos territorios para la emperatriz Catalina II, la Grande.
El problema es que esos nuevos territorios, si bien eran geoestratégicamente importantes, también eran bastante hueros y despoblados.

Algo poco voluptuoso para presentar a la emperatriz.
En estas apareció Grigory Potemkin, a la sazón amante de Catalina y Comandante en Jefe del Ejército Imperial y decidió que su cari no iba a pasar vergüenza viendo campos vacíos, así que montó una serie de pueblos de quita y pon a orillas del río Dnieper.
Lo pueblos urdidos por Potemkin eran pueblos de madera construidos con casas que eran solo fachada, sin nada dentro.

Solo estaban allí para ser enseñados a Catalina. Cuando Catalina y el séquito se marchaban, el pueblo se desmontaba y se volvía a montar río abajo.
En realidad, el ardid era bastante tosco y, a menos que Catalina fuese miope como un piojo, lo más probable es que el tinglado no colase. Por eso, los
historiadores modernos ponen en seria duda esta historia. Y sin embargo, el nombre ha permanecido.

Pueblos Potemkin.
En el mundo hay un huevo de pueblos Potemkin. AstaZero y Carson City están en Suecia y sirven como "ciudades" para pruebas de conducción y seguridad al volante de vehículos de toda condición.
(¿Por qué han decidido que AstaZero se parezca a Brooklyn? Pues sinceramente, es una decisión arbitraria. Podría ser cualquier otra ciudad).
En el desierto de Mojave, el ejército estadounidense tiene montados bastantes pueblos Potemkin que simulan para sus entrenamientos militares.
Lo más peculiar es que esos decorados militares como Junction City intentan simular al máximo posible las condiciones que se van a encontrar los soldados. Incluidas mezquitas de cartón-piedra, cajas que fingen ser aires acondicionados, carteles en árabe y hasta frutas de madera.
Porque, en el fondo, y aunque sea casi de casualidad, el pueblo Potemkin es una de las reflexiones MÁS IMPORTANTES de la arquitectura y, si me apuráis, de la civilización:

¿Qué es una ciudad real? ¿Qué hace que un lugar sea verdadero?
Los pueblos que hemos visto tienen claro que no son lo que simulan ser. Y sin embargo, cumplen perfectamente el propósito para el que se construyeron. Son decorados porque, en su propio concepto, nacieron como decorados.

Son honestos y, por tanto, son verdaderos.
Hay otros pueblos Potemkin que no tienen tan claro lo de su honestidad.

Uno de los ejemplos más conocidos es el del distrito chino de Tiandunheng, junto a Hangzhou. Una réplica posmoderna y trubopropulsada de París.

Con Torre Eiffel y todo.
Con sus fachadas parisinas y mansardas parisinas y fuentes parisinas totalmente fuera de escala, Tianducheng es un lugar muy inquietante, pero no está vacío. Allí viven unas 30.000 personas.
Esas fachadas no son cáscaras huecas, así que Tianducheng no es un decorado.

Y sin embargo, ES un decorado.
Es un decorado porque una ciudad no son solo sus fachadas. Porque una ciudad NO puede ser una colección de postales de un lugar al que no pertenece, en el que no ha crecido y que, en realidad, no tiene nada que ver.

Una ciudad no es una imitación de otra ciudad.
Pero hay un caso incluso más extremo.

Una ciudad que no imita a otra, sino que imita a una ciudad imposible.

Bienvenidos a Seaside, Florida.
Cuando, en 1998, Andrew Niccol y la Paramount le encargaron al diseñador de producción Dennis Gassner que, efectivamente, diseñase la ciudad falsa de Seahaven donde vivía Truman Burbank, Gassner decidió que no iba a diseñar nada.

Filmarían en la perfecta ciudad falsa: Seaside.
Fundada en 1981 y con Población 1.228 habitantes (incluyendo gatos y perros), Seaside es el epítome de lo que se llamó "Nuevo Urbanismo americano".
Este nuevo urbanismo no dejaba de ser una traslación física de la ensoñación de la ciudad perfecta. Casas "bonitas", calles "bonitas", paseos "bonitos". Todo perfectamente uniforme. Todo perfectamente controlado.

Los colores perfectos. Las flores perfectas. Todo perfecto.
(Todo.

O no).
O no. Porque para que esas casas fuesen tan perfectas en esas calles tan perfectas había un sencillo peaje que pagar.

Eran carísimas.

Y son carísimas. El precio medio de una vivienda en Seaside ronda los 2,5 millones de dólares.

También la de Truman (que existe de verdad).
Porque, en realidad, estos planes urbanísticos acababan siendo un lavado moral y arquitectónico del clásico suburbio de clase media–alta norteamericana.
Como todas las casas son iguales y las avenidas idénticas, se tiende a una uniformidad también interna porque nadie va a querer que su vecino sea diferente a él.

O sea, gente con pasta que quiere que sus vecinos sea gente con pasta.
Por eso, esa ilusión de uniforme y adinerada perfección convenció a Dennis Gassner para localizar The Truman Show.

Porque era, en efecto, una ilusión. Una ciudad que está vacía la mayor parte del año y a la que casi nadie puede llegar.

Y de la que muy pocos quieren salir.
Y con estas cuatro imágenes que resumen muy bien el episodio de hoy, vamos a despedirnos de AstaZero, de Catalina II, de Truman Burbank, de Seaside y de #LaBrasaTorrijos de esta semana.

Si os ha gustado, hacedme RTs, FAVs, follows o apuntadme a un reality show!
Si os gustan las historias como esta y queréis leerlas contadas como nunca las he contado, Territorios Improbables es el libro de #LaBrasaTorrijos y YA ESTÁ EN PREVENTA.
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Y para saber un poco más de #TerritoriosImprobables, podéis leer este pequeño hilo:
Si de verdad os gusta #LaBrasaTorrijos y os hace feliz cada semana durante un ratito, podéis apoyar el proyecto en el patreon: patreon.com/pedrotorrijos

O también podéis hacer una aportación puntual en este enlace TAN fácil: paypal.me/pedrotorrijos

(Es la hora de pasar la gorra!)
Nos vemos en un nuevo capítulo el próximo jueves a la misma hora.

Si os habéis quedado con ganas de viajar a más territorios improbables, todos los episodios de #LaBrasaTorrijos están archivados en mi tuit fijado, que es este hilo de hilos de hilos:

Las imágenes del capítulo de hoy son de:

Paramount Pictures, Clifford Atiyeh, astazero, François Prost, Zacharie Gaudrillot-Roy, MXNAL, easuviajar, Jakesilbi4, seasidefl [dot] dom, Getty, Ashley Brooks y Steven Brooke Studios.
#LaBrasaTorrijos se escribe en directo todos los jueves desde el soleado barrio de Villaverde.

(Fin del HILO 🎭📽️🎞️🚗🏠🏡🏡💵🇸🇪🇨🇳🇺🇸)
(Y en episodio de la semana vamos a conocer unas arquitecturas que NUNCA se pensaron para el ser humano, y ni falta que les hace).
Pero esta semana HAY UNA SORPRESA. El próximo domingo, a las 18:00h, voy a estar en la cuenta de @WortenES para contar la increíble historia del pueblo construido sobre un infierno que lleva 60 años ardiendo ininterrumpidamente (y que inspiró a Silent Hill).

⚡️Os va a molar ⚡️

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Dec 7
El Cementerio de los Ingleses es un pequeño recinto tapiado frente a los acantilados de Camariñas, en A Coruña.

Pero ¿y si allí estuviese enterrado Jack el Destripador? (Y no, no es descabellado).

Esta es una historia de naufragios y patrimonio, en #LaBrasaTorrijos
🧵⤵️
Plymouth, 8 de noviembre de 1890. Un hombre sube al "HMS Serpent" como quien acepta una sentencia cuyo contenido desconoce pero cuyo peso reconoce al instante. Image
@DACTurismo El nombre que dio —Arthur, James, William, el que fuese— quedó casi disuelto en la humedad del muelle porque lo pronunció demasiado bajo, evitando el cruce de miradas con el oficial que anotaba en un registro ya curvado por la lluvia. Image
Read 31 tweets
Dec 1
Lo de que las estaciones del metro de Estocolmo son preciosas es algo digno de comprobarse in situ.

Pero también esconden una historia. Una historia de amor por los servicios públicos, por las infraestructuras públicas, por la gente que las construye y por la gente que las usa cada día:

La historia empieza, como empiezan casi todas las historias buenas de ciudades nórdicas, en la roca. Ni en el hormigón ni en el hormigón revestido de hormigón —que es la tentación internacional—, sino en la roca viva, la roca madre, el granito glacial que hace de Estocolmo una ciudad con vértebras de hielo fósil.

Cuando a mediados del siglo XX decidieron construir su red de metro, optaron por la solución más directa, casi geológica: excavar, dinamitar, abrir la montaña e insertar trenes. Y en algún momento de esa operación de ingeniería a mano armada surgió una pregunta casi infantil, tan evidente y, a la vez, tan peculiar que era muy raro que alguien se la preguntase: ¿y si dejamos la roca vista?

La respuesta tiene que ver con estética, sí, pero también con política y con época. Tras la Segunda Guerra Mundial, Suecia —como buena parte del norte de Europa— estaba articulando un nuevo pacto social: bienestar público, accesibilidad, democracia cotidiana.

Uno de los engranajes de ese pacto era la convicción tranquila, pero tenaz, de que el arte no debía ser un lujo sino un derecho. Así que, si el metro iba a convertirse en el gran espacio público donde cientos de miles de personas bajarían cada día, ¿por qué no convertirlo también en un lugar donde el arte descendiese con ellas? Un soporte para democratizar la belleza, para hacer país desde el subsuelo.

Esa respuesta convirtió al metro de Estocolmo en la frase con la que lo definen: la galería de arte más larga del mundo. Algo que va más allá del eslogan turístico; es una decisión conceptual. Si vas a perforar la ciudad, abraza sus entrañas. Si vas a mover a tanta gente bajo la tierra, ofréceles algo más que azulejos blancos y tubos fluorescentes.

Haz país. Haz estética. Haz política blanda —que es la mejor política—.Image
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La línea azul es el ejemplo más evidente. Basta bajar desde T-Centralen para entenderlo: la bóveda, pintada de azul profundo, conserva la piel rugosa de la roca. Tiene algo de caverna prehistórica, pero intervenida con brochazos gigantes. Parece la obra de un pintor expresionista que hubiera vivido aquí encerrado con un cubo de acrílico y demasiadas horas de invierno.

Además, en esa bóveda aparecen siluetas de obreros: un homenaje directo a los trabajadores que construyeron la red hace 75 años y que la mantienen cada día.

Tres cuartos de siglo de ciudad subterránea.
Sigue uno bajando por la línea y llegas a Solna Centrum, la estación más fotografiada de Suecia (y probablemente una de las más fotografiadas del mundo). Un túnel rojo, intensamente rojo, un rojo que no te abraza sino que te engulle.

Parece una bajada al infierno, sí, pero es un infierno con una intención: el mural, pintado en 1975, denuncia la deforestación sueca. El rojo del cielo frente al verde de los bosques como un aviso urgente en un país que hoy presume de sostenibilidad, pero que lleva décadas pensando en estas cosas.

Estando allí me pregunté si hoy ese mural se lee de otra manera. Si ya no habla solo de árboles sino del planeta entero.
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Nov 27
Estoy en Estocolmo, moviendo las manos porque hace tres grados bajo cero, y esto que tengo detrás es el ayuntamiento, el Stadshuset.

Visto así, con su ladrillo rojo, su torre alta y esta logia abierta al agua, parece un edificio medieval, casi un híbrido entre castillo nórdico y palacio veneciano. Podría colar como gótico italiano, o como algo que te encontrarías entrando en la plaza de San Marcos por la puerta equivocada.

Pero la gracia es precisamente que no es medieval en absoluto.
Es un edificio del siglo XX: se construye entre 1911 y 1923, lo diseña el arquitecto Ragnar Östberg y es uno de los grandes ejemplos del Romanticismo Nacional sueco, una arquitectura que mezcla referencias históricas con una idea muy moderna de lo que debe ser un edificio público.

Por eso está aquí, pegado al agua. Si esto fuera de verdad un ayuntamiento medieval, lo lógico es que estuviese bien adentro del casco antiguo, protegido por murallas, alejado de cualquier ataque por mar. Pero, en los años veinte, Suecia ya no está pensando en cañones y asedios: está pensando en democracia, administración y ciudad abierta.

El Stadshuset se coloca en la punta de Kungsholmen, justo donde el lago Mälaren se abre hacia el archipiélago que conecta con el Báltico. Es un gesto urbano clarísimo: el poder municipal se asoma al agua porque el agua es lo que organiza Estocolmo.
El patio donde estoy tiene ese aire muy veneciano: arcos de medio punto abajo y esa sensación de plaza porticada que se abre directamente al embarcadero. Te giras y podrías estar esperando que aparezca una góndola, pero lo que llega son ferris y hielo.

La torre, además, está claramente emparentada con el campanile de San Marcos, solo que coronada por las Tres Coronas doradas de Suecia, para que no haya dudas de quién firma el skyline.

Y luego está la obsesión material. El ayuntamiento está construido con unos ocho millones de ladrillos rojos, de los cuales cerca de un millón se hicieron a mano, precisamente para conseguir esta textura vibrante, nada uniforme, que ves en fachada: el típico ladrillo de monasterio nórdico, colocado alternando testas y tizones para que el muro nunca sea del todo plano ni del todo predecible.

Ragnar Östberg era bastante maniático con la textura: quería que el edificio, visto de cerca, tuviera una piel casi viva, con pequeñas variaciones en cada pieza.
Read 7 tweets
Nov 26
Estoy en Stortorget, la plaza central de Gamla Stan, el casco medieval de Estocolmo.
Hoy hay mercadillo navideño, con luces y turistas, pero bajo toda esta postal hubo, hace siglos, bastante menos encanto.

En esta plaza tuvo lugar la Boda Roja original:

Como sabréis por las novelas de George R. R. Martin y la serie Juego de Tronos, la Boda Roja es uno de los episodios más traumáticos de la historia. Martin lo escribió inspirándose en varios hechos históricos, uno de ellos fue el "Baño de Sangre de Estocolmo" de 1520.

Ese año, el rey Cristián II de Dinamarca conquistó Suecia y, para celebrarlo, organizó una gran coronación en el casco antiguo de Estocolmo. Tres días de fiesta, banquetes, vino caliente, diplomacia y buen rollo oficial. Hasta que, al tercer día, Cristián ordenó cerrar todas las puertas de la ciudad vieja.

Entonces empezó la matanza.
Entre ochenta y noventa personas —nobles, clérigos y ciudadanos influyentes de Estocolmo— fueron ejecutadas. Muchos fueron decapitados y sus cabezas expuestas en picas aquí mismo, en la plaza, durante semanas.

En este lugar tan bonito, tan instagrameable, con chocolates calientes y guirnaldas, a principios del siglo XVI se montó una escabechina monumental.

(Sí, ya sé que en el video digo 1580, es que me bailan las fechas más que Gene Kelly en El Pirata)Image
Hoy, Stortorget tiene otra cara.

Además del mercado de Navidad, uno de los edificios que dan a la plaza alberga la Academia Sueca, la institución que concede cada año el Premio Nobel de Literatura: el lugar soñado de Murakami, para entendernos.

Y, claro, aquí se levantan también las famosas Casa Roja y Casa Verde, dos fachadas del siglo XVII que, además de fotogénicas, son bastante tramposas.

La casa verde, por ejemplo: esas líneas blancas alrededor de las ventanas parecen molduras de piedra, pero en realidad son pintura. Querían simular nobleza, apariencia de sillería cara, pero no había presupuesto, así que resolvieron el asunto con pigmento.

En el fondo eran casas normales, con bodega abajo y almacén arriba. De hecho, la famosa ventana redonda superior no es un capricho barroco, es simplemente una forma eficaz de iluminar ese almacén.Image
Read 6 tweets
Nov 21
El Sexto Panteón del cementerio bonaerense de la Chacarita es, sencillamente, uno de los lugares más bellos y más estremecedores del mundo.
Un espacio casi desconocido que esconde un viaje de luz, emoción y la historia de una mujer.

Os la cuento en #LaBrasaTorrijos 🧵⤵️
A mediados del siglo XX, cuando Buenos Aires miraba a la modernidad como una hacia el futuro, una arquitecta recibió un encargo que, para cualquiera de su generación, ya habría sido enorme, pero que para una mujer en los años 50 era casi un desafío a la gravedad social. Image
Se llamaba Ítala Fulvia Villa y entraba en las reuniones de las oficinas municipales —llenas de ingenieros varones— con un cuaderno, algunos planos y esa paciencia feroz que sólo pueden tener las personas que saben que su talento será discutido antes incluso de ser visto. Image
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Nov 12
El edificio Kavanagh, en Buenos Aires, fue el primer rascacielos de Sudamérica.

Parece neoyorquino, pero tiene algo que los rascacielos de Nueva York no tienen: una leyenda. Porque el Kavanagh se construyó por un despecho amoroso.

Esta es la historia:
🧵⤵️
A principios de los años treinta, Corina Kavanagh, una rica heredera, compró una parcela frente al Parque de San Martín, junto a Puerto Madero, y mandó construir un rascacielos. Image
Inaugurado en 1936 con proyecto de Sánchez, Lagos y de la Torre, el Kavanagh, con su estilo Art Decó, recuerda ciertamente a los rascacielos de Nueva York, como el Chrysler o el Empire State.

Aunque este “solo” llega a 120 metros y 31 plantas. Image
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