En Donostia hay una escultura de acero que diseñó un portero de fútbol y que ocupa MILES DE KILÓMETROS.
Quizá es la mejor escultura del mundo porque, en realidad, no está hecha de acero sino de horizonte, espuma y viento.
El pasado 18 de septiembre, la 68 edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián se inauguró con la última película de Woody Allen.
Se llama Rifkin's Festival y, entre otras cosas, es una declaración de amor por Donostia.
A lo largo de unos cuantos paseos por la ciudad, la cámara de Allen sigue a Wallace Shawn, Gina Gershon o Elena Anaya, desde el Kursaal hasta la Iglesia de San Vicente, pasando por una playa de la Concha que parece extraída de la Nouvelle Vague francesa.
Y uno de esos paseos termina en un mirador sobre el mar como no hay otro en el mundo.
Termina, por supuesto, en el Peine del Viento.
Cuando estuvo rodando allí en 2019, la comitiva de Woody Allen provocó unos cuantos arremolinamientos y unos cuantos cortes de tráfico.
Al fin y al cabo, el cineasta neoyorquino era casi un hijo adoptivo de San Sebastián.
Lo que quizá no sabía Allen es que, en una de esas serendipias del tiempo, el Peine del Viento se inauguró en 1977, EXACTAMENTE el mismo año en el que él estreno la película que cambiaría su filmografía y, para muchos (entre quienes me incluyo) su mejor filme: Annie Hall.
En Annie Hall también sale el mar aunque, claro, no es el Cantábrico.
Cuando la estrenó, Woody Allen tenía 42 años.
42 años antes, en ese trozo del Cantábrico que filmaría 42 años después, un niño jugaba a esquivar la espuma de las rompientes.
Se llamaba Eduardo Chillida.
El niño Chillida saltaba de un lado a otro de ese extremo de Donostia y movía las manos dibujando trayectorias. Nos gustaría pensar que en esas trayectorias, ya estaba imaginando siluetas de acero plegadas contra el horizonte.
Pero no.
El niño Chillida lo que quería ser era portero de fútbol y en esas trayectorias lo que imaginaba eran disparos a puerta, despejes de puños y centros al área.
Y lo consiguió. Chillida, rápido, alto y enjuto fue guardameta de la Real Sociedad en la temporada 42-43.
Tenía 19 años.
Jugó 14 partidos como titular. Fue en ese partido 14 cuando Fernando Sañudo, delantero del Valladolid, golpeó con su rodilla en la rodilla de Chillida.
Chillida pasó hasta seis veces por el quirófano pero nunca pudo volver a ser futbolista profesional.
Los txuriurdines perdieron a una gran promesa pero, a cambio, el mundo ganó a uno de los mejores escultores de la historia.
Durante casi seis décadas, Eduardo Chillida colonizó el mundo del arte contemporáneo con algunas de las mejores obras de su disciplina.
Esculturas que jugaban con el espacio, el aire y el material. De acero, piedra y hormigón. En Berlín, Madrid y Barcelona.
Y en Donostia, claro.
En su San Sebastián natal.
A finales de los 60, Chillida ya era una figura de la escultura contemporánea. Había expuesto en decenas de países y varios donostiarras querían que la ciudad le rindiera un homenaje.
Chillida quería que ese homenaje fuese una escultura.
Las autoridades de la Donostia franquista no estaban totalmente por la labor de que se inaugurase un espacio público rabiosamente moderno en su ciudad.
Así que ese homenaje no llegaría hasta casi 10 años después.
En 1977.
Se llamaría Peine del Viento XV.
Chillida llevaba trabajando sobre el concepto del Peine del Viento desde 1952 y, de hecho, llegó a realizar 23 obras con ese nombre.
Por eso, el nombre completo del conjunto escultórico de Donostia es Peine del Viento XV.
Durante todos esos años y en todas esas versiones, el escultor plegaba el material y el espacio a su antojo.
Sin embargo, cuando fue a colocar el número, entró en juego las fuerzas de la materia y la naturaleza.
El Cantábrico enbravecido.
En sus propias palabras: "Es la solución de una ecuación que, en lugar de números, tiene elementos: el mar, el viento, los acantilados, el horizonte y la luz. Las formas de acero se mezclan con las fuerzas de la naturaleza, dialogan con ellas, son preguntas y afirmaciones".
Pero, para contemplar esas preguntas y esas afirmaciones, el Monte Igeldo no era suficiente. Igual que la obra de Chillida peinaba al Cantábrico antes de entrar a Donostia, el terreno debía ser domado para poder sentarse a contemplarlo.
Ese monte transformado, ese acantilado domesticado fue obra de su amigo, el arquitecto Luis Peña Ganchegui, quien construyó un delicadísimo anfiteatro de piedra horadada, por donde el aire y la espuma brota en géiseres acariciantes cuando la marea es brava.
Cada una de las tres piezas del Peine pesa casi 10 toneladas, así que su colocación, y más en 1977, no fue precisamente fácil.
Pero se puedo lograr gracias al ingeniero José María Elósegui y un montón de trabajo. Las imágenes de la puesta en obra son fascinantes.
Además, para que la roca resistiese, hubo que reforzarla con pernos que sujetasen las fisuras preexistentes y las que provocó el peso de las piezas.
El resultado final es que, las piezas de acero corten no parecen "colocadas" en la roca, sino que han sido lo milenios de viento y agua salada los que han ido erosionándolas hasta descubrir los brazos de acero.
Como si la escultura SIEMPRE HUBIERA ESTADO ALLÍ DEBAJO.
Pero hay algo más.
(Siempre hay algo más).
El conjunto de las tres esculturas ocupa unos cientos de metros y la plataforma de Luis Peña Ganchegui unos 3.000 m2 pero, en realidad, el Peine del Viento ocupa miles de metros. Cientos de miles de metros.
Ocupa el horizonte.
Porque, desde allí, entre el acero corroído y la espuma del Cantábrico, entendemos que, contra el viento, apenas somos nada.
Apenas somos un turista que mira al tiempo.
Eduardo Chillida murió en 2002 tras sufrir Alzheimer. Algunas crónicas dicen que en sus últimos años ya no recordaba lo que había hecho y que había sido uno de los mejores escultores de la historia. Un maestro del espacio y la materia.
Tal vez tienen razón pero yo no lo creo.
Porque también dicen que, en los estadios avanzados del Alzheimer, los enfermos ya solo recuerdan las cosas que vivieron cuando eran niños.
A mí me gusta creer que, al final de sus días, Eduardo Chillida recordaba esas tardes en las que, con 11 años, jugaba esquivando el viento y la espuma en ese extremo de San Sebastián.
Esas tardes en las que imaginaba trayectorias: tiros a puerta, despejes de puños y centros al área. Y las dibujaba con las manos.
Y ese dibujo era como el de unas barras piezas de acero corten de 10 toneladas que estaban debajo de las rocas y el viento comenzaba a descubrir.
Y con estas cuatro fotos que resumen muy bien el episodio de hoy, vamos a irnos despidiendo de Chillida, del Peine del Viento, de Donostia, de Woody Allen y de #LaBrasaTorrijos de hoy.
Si os ha gustado, hacedme RTs, FAVs, follows o invitadme al cine!
El episodio de #LaBrasaTorrijos de hoy es una colaboración con Turismo de Donostia @SSTurismo, que han editado una ruta interactiva CHULÍSIMA para recorrer el San Sebastián de Woody Allen.
Si queréis conocer más territorios improbables, todos los episodios de #LaBrasaTorrijos están archivados en mi tuit fijado, que es este hilo de hilos de hilos:
Jesús Uriarte, Donostia San Sebastián Turismoa, Álvaro Galve, Wouter Homs, Juanedc, Samuel Negredo, Rincewind, Sukopare, Joxemai, Juan Leyva, Pixabay, Javier Colmenero, Juanma Merino, Nitopol, Tripictures y Rollins-Joffe Productions.
#LaBrasaTorrijos se escribe en directo todos los jueves desde el soleado barrio de Villaverde.
(Fin del HILO 🌊🌬️💇♂️📽️⚽️)
(Y en el episodio de la semana que viene vamos a viajar a México a conocer una casa de hormigón que estuvo abandonada muchos años...aunque no estuvo vacía)
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Todo el mundo ha emitido ya su opinión PERO OS FALTABA LA MÍA, que es la que verdaderamente necesitáis para cuñadear a gusto en la cena de Navidad.
¿POR QUÉ LA RESTAURACIÓN DE NOTRE DAME ES EQUIVOCADA?
(Y no es porque esté muy limpia).
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Lo primero es lo primero: este hilo es una respuesta a este otro que escribió mi buen amigo @itineratur, en el que afirma que a él le gusta mucho como ha quedao Notre Dame.
Aquí es importante señalar que a @itineratur le gusta mucho todo lo francés: la Torre Eiffel, el Arco de Triunfo, las baguettes, rendirse a los nazis a la primera de cambio...
A veces se nos olvida que los pueblos y ciudades donde vivimos no existen porque sí.
La mayor parte de nuestra experiencia como habitantes depende del territorio donde se construyó el lugar donde vivimos hace cien, quinientos, mil o dos mil años.
¿Sabéis quien fue el segundo español que tocó suelo lunar?
Luis Carrero Blanco.
Sí, en serio. Y esto no es un chiste; es una historia sobre la condición humana y el territorio (y la Guerra Fría).
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Decir que una historia trata de la Guerra Fría, la condición humana y el territorio es básicamente un pleonasmo porque, en mi opinión, la Guerra Fría fue la época de la historia en la que el control del territorio se trató de una manera más sofisticada.
Como entrar en guerra abierta era impensable, las dos superpotencias se dedicaron a tocarse los huevos mutuamente mediante operaciones más o menos en la sombra: espionaje, propaganda, intervenciones militares en terceros países, financiación de revueltas y golpes de estado...
Para solucionarlo, construyeron TRES ESPEJOS COLOSALES que reflejan su luz y la llevan hasta allí durante todo el invierno (y hasta juegan a vóley-playa).
En #LaBrasaTorrijos, Sam Eyde y los Tres Espejos de Rjukan.
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Voy a aprovechar el hilo de esta semana para hacer una pequeña reflexión sobre por qué Gehry condensa todo lo bueno y todo lo malo de los arquitectos-estrella y también por qué esta es mi obra favorita suya (junto a una de las primerísimas).
A Gehry le conocemos todos por el Guggenheim de Bilbao. De algún modo, es su puesta de largo.
Sin embargo, Gehry ya tenia 60 años cuando le encargan el museo de Bilbao. Es más, ya había recibido el Pritzker en 1989, por una carrera que era esencialmente potencial.
En 1989 (con 60 años), apenas había construido un puñado de cosas.
Dicen que cuando a Gehry le encargaron proyectar un edificio en Elciego, un pueblo alavés de menos de mil habitantes, no accedió inmediatamente porque, bueno, su obra pertenecía a las grandes ciudades.