Desde su popularización con "El origen de las especies", las islas Galápagos se han convertido en un lugar idóneo donde estudiar la evolución insular. Allí habitan numerosas especies y subespecies endémicas, como los pinzones de Darwin.
Pero algunos organismos pasan desapercibidos para el gran público. Un ejemplo es Lecocarpus lecocarpoides, una planta cuyo hábitat mundial se restringe a la isla La Española y sus islotes asociados. Desde hace varios años se la consideraba extinguida.
Los últimos registros que se tenían eran de 2012, cuando se observaron 17 ejemplares. En 2014 ya no quedaba ninguna. ¿Qué estaba ocurriendo? A finales de 2020 una expedición volvió a recorrer la isla y encontraron 24 pequeños plantones de esta especie.
Los biólogos de @DarwinFound aprovecharon la ocasión y se llevaron semillas al laboratorio (también a sus casas particulares durante la pandemia). Allí descubrieron que las semillas estaba recubiertas de hongos microscópicos y que eran esenciales para la germinación.
Lecocarpus lecocarpoides mantiene una relación simbiótica estrecha con algunos hongos, los cuales le son necesarios para germinar. Aún se desconoce la ecología o la parte molecular de esta relación, pero seguramente esté detrás de las fluctuaciones poblacionales de esta planta.
El paradigma de la inteligencia ha cambiado drásticamente en los últimos años. La inteligencia ha pasado de ser una cualidad casi exclusiva del ser humano a estar ampliamente extendida en el reino animal. Uno de los mejores ejemplos donde podemos observarla es en las aves.
Se han realizado muchos experimentos en distintas especies de aves y se ha visto que cada grupo posee un tipo de inteligencia (o varias) que puede estar muy desarrollada. Aunque definir y medir la inteligencia es complicado, sí que se pueden medir algunos de sus componentes.
Por ejemplo, hay especies que son capaces de innovar y crear herramientas, otras capaces de reconocer huevos parásitos ajenos y otras que desarrollan nuevas habilidades.
Se acaban de publicar dos artículos en @ScienceMagazine que cambian la visión de la evolución de los homínidos en África durante el Mioceno. En la parte superior tenéis cómo eran los ecosistemas predominantes hace más de 10 m.a. Abajo, cómo sabemos que eran realmente.
Estos dos nuevos artículos han encontrado evidencias (paleontológicas, biogeoquímicas, etc.) de cómo era el hábitat predominante hace más de 10 m.a. donde los primeros homininos evolucionaron: no era una selva frondosa, sino una sabana con parches boscosos.
Ese estereotipo de sabana africana donde evolucionaron nuestros ancestros surgió no hace tantos millones de años en África. Hasta ahora, el límite eran 10 m.a., pero estos nuevos estudios sitúan el origen de la sabana africana en hasta 21 m.a.
Mary F. Lyon descubrió cómo hacen las hembras de los mamíferos para evitar la sobreproducción de proteínas ligadas al cromosoma X. Y un ejemplo muy conocido lo encontramos en estos gatos. nature.com/articles/51803…
Al tener dos copias del cromosoma X, las hembras deben desactivar uno de los dos para producir la misma cantidad de proteínas que los machos (XY). El cómo lo hacen fue el descubrimiento de Lyon: desactivando al azar uno y otro según la línea celular proveniente del cigoto.
Esto da lugar a un mosaico de expresión: habrá zonas del animal donde un cromosoma X esté inactivo, y otras donde el opuesto esté inactivo. En el ejemplo de los gatos carey, por ejemplo, el gen para el color seguirá ese mosaico.
La evolución no siempre es sinónimo de ganancia, también de pérdida. Un maravilloso ejemplo lo podemos encontrar en los colibríes, esas diminutas aves que baten sus alas a velocidad récord.
Esa increíble velocidad requiere, como intuiréis, de aportes de energía brutales y constantes. Y la vía más rápida para conseguirla es la glucólisis, el proceso metabólico que obtiene energía de la descomposición de la glucosa.
Pues bien, un reciente estudio ha secuenciado los genomas de distintas especies de colibrí y ha encontrado que carecen de la enzima fructosa-bifosfatasa-2 (FBP2). Esta enzima está codificada por el gen homónimo e interviene en la gluconeogénesis.
El sistema CRISPR-cas9 fue inventado por las bacterias para defenderse de los virus bacteriófagos, degradando su ADN. Luego nosotros le encontramos un uso increíble: la edición genética. Pero no todas las proteínas cas9 funcionan igual. ¿Cómo hacemos para encontrar las idóneas?
Las proteínas cas9 de bacterias que han coevolucionado con humanos no sirven para la edición genética porque son detectadas por nuestro sistema inmune. Hay que buscarlas en bacterias ajenas a nosotros, en períodos geológicos en los que aún no existíamos como especie.
Esa fue la loca idea de un grupo de científicos españoles que se planteó buscar las configuraciones ancestrales de proteínas cas9, para luego reconstruirlas en el laboratorio y usarlas como herramientas de edición genética. Y sí: fue plantearlo y lograrlo.
Las ranas de Chernóbil, un maravilloso ejemplo de evolución reciente. Tras el accidente nuclear de 1986, se liberó al ambiente una gran cantidad de radiación. Desde entonces, dicha radiación parece haber actuado como una fuerte presión selectiva para los anfibios.
En la zona de exclusión es donde se puede encontrar la mayor contaminación por radiactividad. Allí, en esos territorios, las ranas son ahora muy diferentes de las ranas que viven fuera de la zona de exclusión. Su apariencia externa ha cambiado en apenas 35 años.
Un estudio llevado a cabo por @pabloburraco y @GOrizaola en Chernóbil ha analizado la radiación ionizante, el melanismo y el estrés oxidativo sufrido por ranas de la especie Hyla orientalis. Todo en un gradiente radiactivo que va desde la zona de exclusión hasta las afueras.