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Jul 22, 2021 41 tweets 16 min read Read on X
En Madrid hay un edificio donde el suelo es techo y el exterior es interior, que es pasado y a la vez es futuro, y que pesa 10.000 toneladas pero flota a 2 metros del suelo.

Y que supuso un reto constructivo único en el mundo.

En #LaBrasaTorrijos de hoy, el CaixaForum.

HILO 👇
Se recomienda acompañar el hilo de hoy con este episodio del podcast "Sonidos de Infraestructuras" en el que participo y del cual soy asesor 😬)
open.spotify.com/episode/1AWlPY…
El 15 de julio de 2004, un aparatoso incendio en una subestación eléctrica dejaba sin luz a decenas de miles de madrileños y colapsaba el centro de la capital de España.
El incendio se había producido en la llamada subestación "Mediodía" que estaba al lado del Paseo del Prado, tras una gasolinera y, curiosamente, junto a un edificio en obras que también se había llamado "central eléctrica de Mediodía".

Salió en todos los periódicos.
No muchos madrileños sabían qué era ese edificio de ladrillo sin techo que estaba al lado del incendio ni qué había sido antes ni qué iba a ser después.

Porque ninguno sabía que, en realidad, lo que se estaba construyendo allí era una botella de Klein.
(¿Una botella de Klein? ¿Qué es una botella de Klein?)
Una botella de Klein es una superficie que no tiene exterior ni interior. O, de algún modo, una superficie donde el interior ES el exterior de forma continua, y viceversa.

Esto de aquí.
¿Y por qué el edificio que estaban construyendo allí, junto al Paseo del Prado, era una botella de Klein?

Para entenderlo, tenemos que viajar a hace cien años. Al Madrid donde al que pertenecía la central eléctrica de mediodía.

(Dadle al play ▶️)
Sí, la central eléctrica de Mediodía era un edificio industrial de ladrillo del año 1900 que pertenecía a otra época.
Para el año 2000 llevaba varias décadas abandonado y, aunque no tenía gran valor arquitectónico, era uno de los pocos restos de la memoria industrial de Madrid.
Un Madrid de callejuelas estrechas y edificios no demasiado salubres.

Un Madrid que tenía una gasolinera en pleno Paseo del Prado, algo que hoy nos parece impensable, pero que duro hasta hace apenas 15 años.

(La central de Mediodía está detrás de la gasolinera).
Por eso, cuando La Caixa adquirió el edificio para construir allí un nuevo museo y centro cultural, eligió como arquitectos de su edificio a Jacques Herzog y Pierre De Meuron.
Por un lado, La Caixa ya había construido el CaixaForum de Barcelona en un antiguo edificio industrial; y por otro, Herzog & De Meuron, además de estar en la cima de su carrera, llevaban ya tiempo considerando que la arquitectura industrial era digna de ser valorada.
Además, el solar estaba en el denominado triángulo de los museos de Madrid, junto al Reina Sofía y el Thyssen y justo en frente del Prado y el Jardín Botánico.
La respuesta que ofrecieron los arquitectos suizos fue, sencillamente, formidable.

Creaban una nueva plaza pública que generase espacio para mirar a la vieja fachada de ladrillo industrial, que cobraba una importancia capital, PUES ESTABA ELEVADA SOBRE UN PEDESTAL DE AIRE.
Efectivamente, con ese enorme vuelo y la linea de sombra generada, parecería que la antigua nave industrial flotase sobre la nueva plaza.
Pero como las necesidades del nuevo museo eran mucho mayores que lo que cabía en la vieja nave (hall, auditorio, salas de exposición...), el edificio crecía con un cuerpo superior que, dialogando con la memoria, sería de acero corten.

Un material estéticamente industrial.
En realidad no se conservaba todo el antiguo edificio industrial, solo la fachada de ladrillo. Ahora bien, a esa piel de ladrillo se le cortaría el zócalo inferior y, de algún modo, permaneció COLGADA DURANTE TODA LA OBRA.

Un reto constructivo único.

(Volved a darle al play ▶️)
En esta ALUCINANTE foto del principio de la obra se ve la antigua fachada industrial apeada, sujeta, por un sistema provisional de vigas de acero.

Es una tramoya, pero una tramoya magnífica.
Claro, la fachada no se iba a sujetar en el aire por arte de magia. Se anclaría mediante un sistema de mechinales (pernos embebidos la pared) a un muro perimetral de hormigón que, a su vez, se cogía con ménsulas a los tres únicos núcleos portantes del edificio.

Estos tres.
Y eso que asoma por detrás es el muro perimetral de hormigón que sujetaría la vieja fachada de ladrillo a la nueva estructura.
Una vez la fachada estaba sujeta al muro y el muro apoyado en los núcleos, se pudo al fin cortar la parte inferior y retirar los apoyos provisionales.

Los madrileños vimos un edificio que, genuinamente, no sabíamos dónde leches estaba apoyado.

Las fotos de obra son FLIPANTES.
De hecho, más de un paisano no tenía claro que eso se sujetase bien. Incluida la abuela de Elena Álvarez, ingeniera de Ferrovial y jefa de producción de la obra 🙃.

( Play ▶️)
Por supuesto que el resto de la obra también fue un reto. Había que excavar en una zona del centro de Madrid de calles estrechas y con un tráfico colosal. Había que transportar materiales pesados y de tamaños descomunales. Había que esquivar la antigua gasolinera...
Pero lo cierto es que, una vez solucionado lo de sujetar la fachada, lo demás fue algo más sencillo.

Se quitó la gasolinera, se cubrió el auditorio con el suelo de la nueva plaza y, esa nueva plaza se conectó con el barrio de las Letras.

El edificio se podía cruzar por debajo.
Y el edificio también había crecido por arriba. Con ese volumen de acero corten que, sin embargo, trataba por todos los medios de ser lo más liviano posible.
Y era lo más liviano posible porque no quería imponerse sobre el resto de las cubiertas inclinadas y los retranqueos del barrio. Por eso el volumen también se recorta y se inclina y se retranquea. Para que visualmente ocupe lo mínimo posible...
Y también por eso, las chapas de corten están perforadas. Casi se diluyen contra el cielo.
Así, al poco de su inauguración en 2008, el CaixaForum Madrid se convirtió en uno de los sitios más fotografiados, y mas bonitos, de la capital.
A ello contribuía, por supuesto, el formidable jardín vertical de Patrick Blanc o, ya en el interior, la preciosa escalera de hormigón blanco autocompactante que recorre todo el edificio de abajo a arriba.
O la chulísima escalera de entrada, que es a su vez suelo de la plaza y falso techo del edificio y paredes de acceso y, sin darte cuenta, estás dentro.

Porque es exterior y, a la vez, interior.

Como una botella de Klein.
Pero esa no es la única botella de Klein del CaixaForum.

Porque si una botella de Klein es un artefacto que es a la vez una cosa y su contraria, TODO el CaixaForum es una enorme botella de Klein...
Un edificio que es privado y, a la vez, regala uno de los mejores espacios públicos de esa zona de Madrid.

Un edificio que es furiosamente contemporáneo y, a la vez, tiene una fachada que es memoria industrial de hace cien años.
Y un edificio que pesa diez mil toneladas pero flota a dos metros del suelo y, aunque mide más de treinta metros, en los atardeceres se difumina contra el cielo de Madrid.
Si queréis saber más del CaixaForum y del reto ingenieril y constructivo que supuso, tenéis que escuchar este episodio de "Sonidos de Infraestructuras", el podcast de @ferrovial_es en el que he colaborado, porque es realmente alucinante.

ivoox.com/07-el-edificio…
Da un montón de detalles desconocidos contados de primera mano por gente que estuvo allí. Mola un montón y también lo tenéis todas las demás plataformas habituales de podcast...

Youtube:
Spotify: open.spotify.com/episode/1AWlPY…
Apple: podcasts.apple.com/es/podcast/07-…
Y con estas cuatro fotos que resumen muy bien el episodio de hoy, vamos a despedirnos la central de Mediodía, de Madrid, de las botellas de Klein, del CaixaForum y de #LaBrasaTorrijos de hoy.

Si os ha gustado, hacedme RTs, FAVs, follows o cosedme el bajo del pantalón!
Si queréis conocer más territorios improbables, todos los episodios de #LaBrasaTorrijos están archivados en mi tuit fijado, que es este hilo de hilos de hilos:

Las imágenes del capítulo de hoy son de:

Dave Morris, Felipe Gabaldón, Jean-Pierre Dalbéra, Lenore Edman, Oscar Carnicero, Ruben Vique, TijsB, Google Earth, Pedro Torrijos y un montón cortesía de Ferrovial.
El episodio de #LaBrasaTorrijos de hoy es una colaboración con la @ferrovial_es, que han hecho un podcast realmente estupendo y, además, tienen un equipo de comunicación cojonudo al que quiero agradecer desde aquí la confianza en el proyecto.
#LaBrasaTorrijos se escribe en directo todos los jueves desde el soleado barrio de Villaverde.

(Fin del HILO 🏭✂️🏙️🌬️⛅️)
(Y en el episodio de la semana que viene, que será el último de esta temporada, vamos a viajar a la costa atlántica a bañarnos en un trozo de océano domesticado durante un verano infinito)

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Dec 7
El Cementerio de los Ingleses es un pequeño recinto tapiado frente a los acantilados de Camariñas, en A Coruña.

Pero ¿y si allí estuviese enterrado Jack el Destripador? (Y no, no es descabellado).

Esta es una historia de naufragios y patrimonio, en #LaBrasaTorrijos
🧵⤵️
Plymouth, 8 de noviembre de 1890. Un hombre sube al "HMS Serpent" como quien acepta una sentencia cuyo contenido desconoce pero cuyo peso reconoce al instante. Image
@DACTurismo El nombre que dio —Arthur, James, William, el que fuese— quedó casi disuelto en la humedad del muelle porque lo pronunció demasiado bajo, evitando el cruce de miradas con el oficial que anotaba en un registro ya curvado por la lluvia. Image
Read 31 tweets
Dec 1
Lo de que las estaciones del metro de Estocolmo son preciosas es algo digno de comprobarse in situ.

Pero también esconden una historia. Una historia de amor por los servicios públicos, por las infraestructuras públicas, por la gente que las construye y por la gente que las usa cada día:

La historia empieza, como empiezan casi todas las historias buenas de ciudades nórdicas, en la roca. Ni en el hormigón ni en el hormigón revestido de hormigón —que es la tentación internacional—, sino en la roca viva, la roca madre, el granito glacial que hace de Estocolmo una ciudad con vértebras de hielo fósil.

Cuando a mediados del siglo XX decidieron construir su red de metro, optaron por la solución más directa, casi geológica: excavar, dinamitar, abrir la montaña e insertar trenes. Y en algún momento de esa operación de ingeniería a mano armada surgió una pregunta casi infantil, tan evidente y, a la vez, tan peculiar que era muy raro que alguien se la preguntase: ¿y si dejamos la roca vista?

La respuesta tiene que ver con estética, sí, pero también con política y con época. Tras la Segunda Guerra Mundial, Suecia —como buena parte del norte de Europa— estaba articulando un nuevo pacto social: bienestar público, accesibilidad, democracia cotidiana.

Uno de los engranajes de ese pacto era la convicción tranquila, pero tenaz, de que el arte no debía ser un lujo sino un derecho. Así que, si el metro iba a convertirse en el gran espacio público donde cientos de miles de personas bajarían cada día, ¿por qué no convertirlo también en un lugar donde el arte descendiese con ellas? Un soporte para democratizar la belleza, para hacer país desde el subsuelo.

Esa respuesta convirtió al metro de Estocolmo en la frase con la que lo definen: la galería de arte más larga del mundo. Algo que va más allá del eslogan turístico; es una decisión conceptual. Si vas a perforar la ciudad, abraza sus entrañas. Si vas a mover a tanta gente bajo la tierra, ofréceles algo más que azulejos blancos y tubos fluorescentes.

Haz país. Haz estética. Haz política blanda —que es la mejor política—.Image
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La línea azul es el ejemplo más evidente. Basta bajar desde T-Centralen para entenderlo: la bóveda, pintada de azul profundo, conserva la piel rugosa de la roca. Tiene algo de caverna prehistórica, pero intervenida con brochazos gigantes. Parece la obra de un pintor expresionista que hubiera vivido aquí encerrado con un cubo de acrílico y demasiadas horas de invierno.

Además, en esa bóveda aparecen siluetas de obreros: un homenaje directo a los trabajadores que construyeron la red hace 75 años y que la mantienen cada día.

Tres cuartos de siglo de ciudad subterránea.
Sigue uno bajando por la línea y llegas a Solna Centrum, la estación más fotografiada de Suecia (y probablemente una de las más fotografiadas del mundo). Un túnel rojo, intensamente rojo, un rojo que no te abraza sino que te engulle.

Parece una bajada al infierno, sí, pero es un infierno con una intención: el mural, pintado en 1975, denuncia la deforestación sueca. El rojo del cielo frente al verde de los bosques como un aviso urgente en un país que hoy presume de sostenibilidad, pero que lleva décadas pensando en estas cosas.

Estando allí me pregunté si hoy ese mural se lee de otra manera. Si ya no habla solo de árboles sino del planeta entero.
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Nov 27
Estoy en Estocolmo, moviendo las manos porque hace tres grados bajo cero, y esto que tengo detrás es el ayuntamiento, el Stadshuset.

Visto así, con su ladrillo rojo, su torre alta y esta logia abierta al agua, parece un edificio medieval, casi un híbrido entre castillo nórdico y palacio veneciano. Podría colar como gótico italiano, o como algo que te encontrarías entrando en la plaza de San Marcos por la puerta equivocada.

Pero la gracia es precisamente que no es medieval en absoluto.
Es un edificio del siglo XX: se construye entre 1911 y 1923, lo diseña el arquitecto Ragnar Östberg y es uno de los grandes ejemplos del Romanticismo Nacional sueco, una arquitectura que mezcla referencias históricas con una idea muy moderna de lo que debe ser un edificio público.

Por eso está aquí, pegado al agua. Si esto fuera de verdad un ayuntamiento medieval, lo lógico es que estuviese bien adentro del casco antiguo, protegido por murallas, alejado de cualquier ataque por mar. Pero, en los años veinte, Suecia ya no está pensando en cañones y asedios: está pensando en democracia, administración y ciudad abierta.

El Stadshuset se coloca en la punta de Kungsholmen, justo donde el lago Mälaren se abre hacia el archipiélago que conecta con el Báltico. Es un gesto urbano clarísimo: el poder municipal se asoma al agua porque el agua es lo que organiza Estocolmo.
El patio donde estoy tiene ese aire muy veneciano: arcos de medio punto abajo y esa sensación de plaza porticada que se abre directamente al embarcadero. Te giras y podrías estar esperando que aparezca una góndola, pero lo que llega son ferris y hielo.

La torre, además, está claramente emparentada con el campanile de San Marcos, solo que coronada por las Tres Coronas doradas de Suecia, para que no haya dudas de quién firma el skyline.

Y luego está la obsesión material. El ayuntamiento está construido con unos ocho millones de ladrillos rojos, de los cuales cerca de un millón se hicieron a mano, precisamente para conseguir esta textura vibrante, nada uniforme, que ves en fachada: el típico ladrillo de monasterio nórdico, colocado alternando testas y tizones para que el muro nunca sea del todo plano ni del todo predecible.

Ragnar Östberg era bastante maniático con la textura: quería que el edificio, visto de cerca, tuviera una piel casi viva, con pequeñas variaciones en cada pieza.
Read 7 tweets
Nov 26
Estoy en Stortorget, la plaza central de Gamla Stan, el casco medieval de Estocolmo.
Hoy hay mercadillo navideño, con luces y turistas, pero bajo toda esta postal hubo, hace siglos, bastante menos encanto.

En esta plaza tuvo lugar la Boda Roja original:

Como sabréis por las novelas de George R. R. Martin y la serie Juego de Tronos, la Boda Roja es uno de los episodios más traumáticos de la historia. Martin lo escribió inspirándose en varios hechos históricos, uno de ellos fue el "Baño de Sangre de Estocolmo" de 1520.

Ese año, el rey Cristián II de Dinamarca conquistó Suecia y, para celebrarlo, organizó una gran coronación en el casco antiguo de Estocolmo. Tres días de fiesta, banquetes, vino caliente, diplomacia y buen rollo oficial. Hasta que, al tercer día, Cristián ordenó cerrar todas las puertas de la ciudad vieja.

Entonces empezó la matanza.
Entre ochenta y noventa personas —nobles, clérigos y ciudadanos influyentes de Estocolmo— fueron ejecutadas. Muchos fueron decapitados y sus cabezas expuestas en picas aquí mismo, en la plaza, durante semanas.

En este lugar tan bonito, tan instagrameable, con chocolates calientes y guirnaldas, a principios del siglo XVI se montó una escabechina monumental.

(Sí, ya sé que en el video digo 1580, es que me bailan las fechas más que Gene Kelly en El Pirata)Image
Hoy, Stortorget tiene otra cara.

Además del mercado de Navidad, uno de los edificios que dan a la plaza alberga la Academia Sueca, la institución que concede cada año el Premio Nobel de Literatura: el lugar soñado de Murakami, para entendernos.

Y, claro, aquí se levantan también las famosas Casa Roja y Casa Verde, dos fachadas del siglo XVII que, además de fotogénicas, son bastante tramposas.

La casa verde, por ejemplo: esas líneas blancas alrededor de las ventanas parecen molduras de piedra, pero en realidad son pintura. Querían simular nobleza, apariencia de sillería cara, pero no había presupuesto, así que resolvieron el asunto con pigmento.

En el fondo eran casas normales, con bodega abajo y almacén arriba. De hecho, la famosa ventana redonda superior no es un capricho barroco, es simplemente una forma eficaz de iluminar ese almacén.Image
Read 6 tweets
Nov 21
El Sexto Panteón del cementerio bonaerense de la Chacarita es, sencillamente, uno de los lugares más bellos y más estremecedores del mundo.
Un espacio casi desconocido que esconde un viaje de luz, emoción y la historia de una mujer.

Os la cuento en #LaBrasaTorrijos 🧵⤵️
A mediados del siglo XX, cuando Buenos Aires miraba a la modernidad como una hacia el futuro, una arquitecta recibió un encargo que, para cualquiera de su generación, ya habría sido enorme, pero que para una mujer en los años 50 era casi un desafío a la gravedad social. Image
Se llamaba Ítala Fulvia Villa y entraba en las reuniones de las oficinas municipales —llenas de ingenieros varones— con un cuaderno, algunos planos y esa paciencia feroz que sólo pueden tener las personas que saben que su talento será discutido antes incluso de ser visto. Image
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Nov 12
El edificio Kavanagh, en Buenos Aires, fue el primer rascacielos de Sudamérica.

Parece neoyorquino, pero tiene algo que los rascacielos de Nueva York no tienen: una leyenda. Porque el Kavanagh se construyó por un despecho amoroso.

Esta es la historia:
🧵⤵️
A principios de los años treinta, Corina Kavanagh, una rica heredera, compró una parcela frente al Parque de San Martín, junto a Puerto Madero, y mandó construir un rascacielos. Image
Inaugurado en 1936 con proyecto de Sánchez, Lagos y de la Torre, el Kavanagh, con su estilo Art Decó, recuerda ciertamente a los rascacielos de Nueva York, como el Chrysler o el Empire State.

Aunque este “solo” llega a 120 metros y 31 plantas. Image
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