El 14 de octubre de 1989, el capataz llamo a los obreros que estaban trabajando en la obra de un edificio de 21 plantas y 65 metros de alto en Fort Mill, Carolina del Sur.
Les dijo, sencillamente, que debían irse a casa.
El edificio no iba a terminarse.
Los cerca de treinta trabajadores que estaban en la obra soltaron literalmente sus herramientas y se largaron.
Era el abrupto fin de una historia que había durado casi 30 años.
Una historia de amor.
Porque esta es una historia de amor.
La historia del amor de Jim Bakker y Tammy Faye LaValley, la historia de amor de Jim y Tammy Faye a Jesucristo y la historia de amor de Jim y Tammy Faye al dinero.
Al dinero de otras personas, concretamente.
En 1960, Jim Bakker conoce a Tammy Faye LaValley en una universidad cristiana de Minneapolis. Jim y Tammy Faye se gustan, se casan, se mudan a Carolina del Sur y montan un imperio de la telepredicación que no sé como lo haría Jesucristo para que pasasen por el ojo de una aguja.
Efectivamente, en 1974, Jim y Tammy Faye fundaron un programa de televisión llamado “El Club PTL”, donde las siglas significaban “Praise The Lord” (Alabado sea el Señor) pero también “People That Love” (Gente Que Ama).
Todo muy amoroso.
Al principio emitían desde un almacén abandonado pero, como pronto empezaron a sacar pasta, se cambiaron enseguida a un plató y luego construyeron todo un complejo para dar cabida a las oficinas, las salas de conferencias donde impartían sus seminarios-espectáculo.
Además, los programas se grababan con un cada vez más multitudiario público en directo.
De hasta miles de personas, de hecho.
Parece algo exagerado, si tenemos en cuenta que, al principio, el programa consistía básicamente en Jim sermonendo y Tammy Faye cantando.
Pero, amigos, con la popularización de la televisión, los 70 fueron los años del despegue de los telepredicadores y el Club PTL llegó a facturar más de 120 millones de dólares anuales.
Los Bakker estaban en la cresta de la fama.
Para poder compatibilizar lo de ser multimillonarios con lo de del rico y el camello, los Bakker predicaban una suerte de “Evangelio de la Prosperidad” que les venía muy bien para pasar olímpicamente de los preceptos de pobreza cristianos.
Ese "Prosperity Gospel" era un espectáculo de brilli-brilli mezclado con el conservadurismo capitalista característico de la era Reagan.
Alabad al señor, pero alabadle dándonos vuestro dinero. Amén.
Y sin embargo, a Jim y Tammy Faye no les debía parecer suficiente con la morterada que sacaban de la telepredicación porque, en 1978, decidieron acometer la empresa definitiva que demostrase su verdadero amor a Jesús: construir un parque temático dedicado al susodicho.
Si somos sinceros, la arquitectura religiosa europea lleva bastantes tiempo siendo un parque temático. O nos vamos a creer ahora que toda esa gente que va en verano a la Basílica de San Marcos o a Notre Dame de París lo hace por fervor cristiano...
Lo que pasa es que en USA no hay iglesias antiguas que disneyficar, así que lo Jim y Tammy Faye hicieron fue una genuina Disneylandia con temática evangélica. No lo llamaron Jesuscristolandia porque quedaba un poco feo, pero era un poco sustituir a Mickey por Jesús, más o menos.
El parque se llamó Heritage U.S.A, cuya traducción vendría a ser “Legado de los Estados Unidos de América” porque, aparentemente, lo de que las tribus americanas llevasen allí varios miles de años era una chorrada; el verdadero legado yanqui era el cristianismo de derechas.
El caso es que Dios es grande, y su parque temático hecho era gigantesco. Casi 10 000 hectáreas entre rutas a caballo, toboganes acuáticos y anfiteatros capaces de acoger a miles de personas con el ánimo perfecto para ser sermoneadas.
En su apogeo, Heritage U.S.A. llegó a ser diez veces más grande que Disneyland en California y veinte veces más grande que Disney World en Florida.
De hecho, en 1986, la creación de Jim y Tammy Faye fue el parque temático más visitado de USA. Más que los del ratón animado.
Su eslogan era “El Parque que Inspira a Toda la Familia” y tenía de todo: una Main Street U.S.A (otro día hablaremos de este clásico del pueblo potemkin), el King's Castle, El King's Arena, trenes, coches y hasta caballitos.
También había un enorme parque acuático con un tobogán de 50 metros de altura y la piscina de olas más grande del mundo donde se realizaban espectáculos de "natación cristiana". Sí, eso.
Para acoger a los casi seis millones de visitantes que recibía anualmente, Heritage U.S.A. disponía de un extenso camping , pero también había un hotel de lujo con 501 habitaciones, cuyo vestíbulo interior simulaba una calle con tiendas y restaurantes y donde SIEMPRE ERA DE DÍA.
También comenzaron la construcción de una torre de 21 plantas y 65 metros de alto destinada a jubilados ricos que quisieran vivir lo más cerca posible del ministerio de Jim y Tammy Faye.
El sitio estaba destinado a ser: "Un lugar especial para el pueblo de Dios", así que entre sus otras atracciones se incluía una versión a tamaño natural del Cenáculo (la habitación donde tuvo lugar la Última Cena).
Además, también había una tienda que supuestamente reproducía la experiencia de ir de compras a un mercado de Jerusalén y una enfervorecida obra de teatro que representaba la vida y muerte de Jesucristo, con la ayuda de humo y espejos, espectáculos de luces y efectos especiales.
Tanto con la tienda de Jerusalén como con el Cenáculo, el parque ofrecía una versión dulcificada de Tierra Santa, que fuese aceptable para los cristianos americanos conservadores. Es decir, mucho cartón piedra y pocas moscas, poco calor y poco desierto.
De hecho, en 1986, Jim Bakker expresó deseo que el parque algún día incluyera una "réplica a gran escala de Jerusalén tal y como era en la época de Jesús".
Mientras siguiese corriendo el dinero, por qué no.
Pero el dinero dejó de correr. De golpe.
A principios de 1987, se hizo público que Bakker había pagado casi 300 000 dólares a Jessica Hahn, modelo y secretaria de Jim Bakker, para comprar su silencio.
Esta joven.
El 19 de marzo de ese mismo 1987, Bakker admitió públicamente que había tenido un encuentro extramatrimonial con la señorita Hahn en 1980 y, acto seguido, dimitió de su puesto al frente de PTL.
Pero la dimisión sirvió de muy poco porque Hahn no era una simple aventura; Hahn había acusado formalmente a Jim Bakker y a su copresentador, el también pastor John Wesley Fletcher, de haberla drogado y violado, cosa que Bakker negó rotundamente, alegando que todo era una trampa.
Las acusaciones nunca llegaron a juicio, pero aceleraron la caída de Jim Bakker.
En un memorable programa especial del Club PTL, compareció junto a Tammy Faye para dar su versión de los hechos.
Las caras yo no eran tan amorosas.
Aprovechando la situación, se produjeron varios intentos de compra hostil de Heritage U.S.A por parte de telepredicadores rivales que vieron flaquear a Bakker.
Porque esto tenía menos que ver con la palabra del Señor y mucho con operaciones empresariales de colmillo retorcido.
Pero hubo otras acusaciones que sí llegaron a un tribunal. Las de fraude y estafa organizada, que acabaron con los huesos de Jim Bakker en prisión durante cinco años, desde 1989 hasta 1994.
Y eso que la condena fue a 45 años, nada menos.
Al parecer, y según demostró el Gran Jurado, un porcentaje no desdeñable de los 126 millones de dólares que ingresaba PTL cada año procedían de un esquema piramidal en el que el telepredicador era como un Robin Hood chusco y robaba el dinero de los ricos para dárselo a sí mismo.
En cuanto al parque, una vez que todas las acusaciones se hicieron públicas en 1987, la afluencia a Heritage U.S.A. cayó en picado. Además, Hacienda decidió revocar la exención fiscal del parque, alegando —y con razón— que eso no era un actividad religiosa sino un negocio.
En vista de que la compañía estaba sin presidente, el también telepredicador Jerry Fallwell montó un espectáculo emitido en directo en el que se deslizó por el tobogán vestido de traje y corbata, para después anunciar que tomaba el control de PTL.
A los pocos días, Falwell declaró a Heritage U.S.A. en bancarrota.
Y, como si toda esta historia fuese un relato bíblico en vez de de un entramado de delincuencia económica (y quizá sexual) en medio de edificios de cartón piedra, en 1989, el huracán Hugo azotó las costas de Carolina, causando daños severos a varios edificios del parque.
Tras la tormenta, Heritage U.S.A cerró para siempre.
A día de hoy, en el recinto donde se encontraba Heritage USA solo funciona el hotel y el Cenáculo, que aún se usa para dar misas de tanto en vez.
También se conservan algunas reliquias modernas de lo que una vez hubo allí.
Tanto el Castillo del Rey (que no iba ser otra cosa que una gigantesca hamburgesería Wendy's), como el anfiteatro y el parque acuático fueron demolidos la pasada década.
Solo quedan las fotos.
En cuanto a Jim y Tammy Faye...
Se divorciaron en 1992, mientras Jim cumplía condena.
Ambos rehicieron sus vidas y ambos volvieron al negocio de la predicación evangélica, aunque desde perspectivas muy diferentes.
Tammy Faye se convirtió en una de las pocas figuras de la derecha religiosa americana que abogó por los derechos del colectivo LGTBI e incluso fue objeto de un documental narrado por la drag queen RuPaul.
Murió de cáncer en 2007, a los 65 años de edad.
Jim Bakker ha continuado su particular visión megalómana del cristianismo con un nuevo programa televisivo desde el que suelta profecías apocalípticas y hace actos de contrición por su mal comportamiento del pasado.
Y ha perdido pelo.
También ha escrito varios libros, se ha visto envuelto en unas cuantas polémicas y se ha embarcado en algunas empresas.
Ninguna que se parezca a un gigantesco parque temático, gracias a Dios.
Ya hay algún otro...
Y con estas cuatro imágenes que resumen muy bien el hilo de hoy, vamos a despedirnos de Jim y Tammy Faye, de Heritage USA, de los telepredicadores y de #LaBrasaTorrijos de esta semana.
Si os ha gustado, hacedme RTs, FAVs, follows o llevadme a los coches de choque!
La historia de hoy es una adaptación abreviada a formato Tuiter de uno de los capítulos de TERRITORIOS IMPROBABLES, el libro de #LaBrasaTorrijos.
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(Es la hora de pasar la gorra!)
Nos vemos en un nuevo capítulo el próximo jueves a la misma hora.
Si os habéis quedado con ganas de viajar a más territorios improbables, todos los episodios de #LaBrasaTorrijos están archivados en este hilo de hilos de hilos:
Joe Nitz, Will and Demi McIntyre, Jacob Schipper, taybrwnj, Globephotos, URC, PTL Club, Google Street View, Emilio Flores/Getty, ABC, CNN, Chuck Burton mentalitch y IllicitOhio.
#LaBrasaTorrijos se escribe en directo todos los jueves desde el soleado barrio de Villaverde.
(Fin del HILO 🇺🇸✝️👨👩💵💵💵)
(Y en el episodio de la próxima semana vamos a viajar a Francia a conocer la historia de un edificio que giraba a 12 metros de altura para mirar al sol)
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En Viena hay seis torres nazis de hormigón: colosales, indestructibles. Fueron fortalezas antiaéreas, pero hoy son acuarios o miradores.
Porque la ciudad ha entendido lo que hacer con su pasado: transformar la máquina de guerra en memoria.
Os lo cuento en #LaBrasaTorrijos 🧵⤵️
Si paseáis por Augarten, uno de los preciosoS parques al norte de Viena, enseguida os vais a encontrar, aunque no queráis, con una estructura que desafía la lógica: es la Flakturm G.
La Torre Flak G.
43 metros de diámetro, 55 de altura. Muros de hormigón de DOS METROS Y MEDIO DE ESPESOR Y UN TECHO DE TRES METROS Y MEDIO.
Una máquina de matar. Un símbolo nazi que aún sigue en pie.
Estos son los Gasómetros de Viena, uno de los conjuntos más fascinantes de la arquitectura europea reciente. ¿Por qué? Pues porque es arquitectura industrial —y de hace un siglo— transformada en viviendas.
Son cuatro cilindros gigantes de ladrillo —setenta metros de diámetro, ojo— que fueron en su día depósitos de gas, construidos a finales del siglo XIX para alimentar la red de alumbrado público de la ciudad. Estructuras industriales, apenas utilitarias, y pensadas para desaparecer cuando el gas dejara de arder.
Pero Viena decidió no demolerlos. A finales del siglo XX, la ciudad optó por algo más inteligente y más difícil: transformar el patrimonio industrial en patrimonio habitado. Entre 1995 y 2001, cuatro arquitectos —Jean Nouvel, Coop Himmelb(l)au, Manfred Wehdorn y Wilhelm Holzbauer— intervinieron cada gasómetro para convertirlos en viviendas, residencias de estudiantes y espacios públicos.
Y el resultado es brillante. Porque aquí no solo se conserva una fachada: se recupera una memoria de la ciudad. Se demuestra que los restos industriales, tan olvidados, pueden convertirse en lugares para vivir, para estudiar, para encontrarse. Que el pasado no tiene por qué ser siempre un museo, puede ser una estructura útil.
Las viviendas —en su mayoría de alquiler asequible— se agrupan en torno a enormes patios circulares abiertos al cielo, donde la luz entra con una precisión casi teatral. En el exterior se conserva la piel de ladrillo original; dentro, todo se reinventa. Rampas, galerías metálicas, pasarelas suspendidas.
Un corazón nuevo latiendo dentro de un cuerpo antiguo.
El Gasómetro B, de Coop Himmelb(l)au, es el más audaz: un edificio inclinado, de acero y vidrio, que se acerca al muro histórico sin tocarlo. Apenas lo roza, como si entendiera que el respeto no consiste en quedarse quieto, sino en moverse con cuidado.
Esto redondo que tengo detrás en el video no es una galería de arte ni una casa. Es, oficialmente, el país más pequeño del mundo. Se llama Kugelmugel, y está en medio del Prater de Viena. Su historia, aviso, parece una broma muy elaborada, pero es completamente real:
En los años setenta, en el otro extremo de Austria, un artista llamado Edwin Lipburger decidió construirse una casa esférica. Una bola de madera habitable, de unos veinticinco metros cuadrados, que iba a usar como estudio para sus cosas de artista (que, por lo visto, requerían mucha superficie curva).
Hasta que apareció la burocracia. Le dijeron que necesitaba licencias, permisos, sellos, tasas… y él, muy digno, contestó que no, que el arte no paga licencias. Que si Austria no lo entendía, se independizaba. Y se independizó.
Proclamó la República de Kugelmugel —que significa algo así como “la bola en la colina”—, y se declaró soberano. Diseñó una bandera (la austríaca, pero con los colores del revés), escudo propio, incluso sellos.
Austria, en un nada inesperado giro, no lo reconoció. Le cayeron diez meses de cárcel, aunque luego lo indultaron porque todo el asunto se había vuelto demasiado absurdo hasta para los austríacos.
Eso sí, Lipburger accedio al indulto (tócate las narices) con una condición: él cedía la bola, pero esta debía convertirse en galería de arte.
Y así, la Kugelmugel fue trasladada al Prater, con una última exigencia del artista: que su dirección oficial no fuera de Viena, sino de la Antifaschismusplatz, la Plaza del Antifascismo. El Ayuntamiento, probablemente ya un poco hasta las narices de todo, accedió.
Hoy sigue ahí, una esfera de madera rodeada de árboles y turistas, a pocos metros de la noria de "El Tercer Hombre".
Un país de un solo habitante que decidió que, si el mundo era cuadrado, lo más revolucionario era construirse una casa redonda.
En este video estoy en Viena, en la Michaelerplatz, y este edificio que tengo detrás es donde empezó todo. Aquí nació la arquitectura moderna.
Se terminó en 1909, hace más de un siglo, y es obra de Adolf Loos. Lo verdaderamente revolucionario no era su forma ni su función, sino su ausencia: fue el primer edificio del mundo sin decoración. Nada de molduras, guirnaldas, relieves o florituras. Solo piedra, proporción y ventanas.
Hoy se lo conoce como la Looshaus, la “Casa de Loos”, y tiene el más alto grado de protección patrimonial en Austria —y, siendo honestos, debería tenerlo en el planeta entero—. Pero en su momento fue detestado. Lo llamaron “un montón de estiércol”. El emperador Francisco José, que vivía justo enfrente, decía que era tan feo que prefería correr las cortinas para no tener que verlo desde el Hofburg.
Y algo de razón tenía si uno lo mira con ojos de su tiempo. En 1911, cuando se inauguró, las ventanas eran simples huecos rectangulares en una fachada completamente desnuda. Ni jardineras ni adornos. Nada. La ciudad de Viena obligó a Loos a añadir “algo”, lo que fuera, y él accedió con ironía: colocó unas jardineras con flores, que aún hoy sobreviven ahí arriba como una especie de concesión sarcástica al gusto burgués.
Abajo, en cambio, sí hay ornamento. La planta baja —entonces un banco, hoy una joyería— está revestida de mármol verde y tiene columnas dóricas. Loos lo hizo deliberadamente: quería marcar el contraste. La parte baja, ligada al espacio público, podía dialogar con la tradición; la superior, dedicada a la vida doméstica, debía ser limpia, racional, sin artificio.
De esa tensión —entre lo clásico y lo moderno, entre la plaza decorada y la vivienda desnuda— surgió uno de los textos fundacionales de la modernidad: “Ornamento y delito”, el ensayo en el que Loos proclama que el adorno es una forma de atraso moral. Desde aquí, desde este edificio que un emperador consideró insoportable, empezó el siglo XX arquitectónico.
En la costa chilena hay un lugar donde la gente no se cambia de casa. MUEVE LA CASA DE SITIO.
Y la mueve tirada por bueyes, por tractores y hasta por barcos.
Pero no es solo eso. Es la expresión del lazo de una comunidad.
En #LaBrasaTorrijos, la minga de Chiloé.
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En 1993, el cineasta colombiano Sergio Cabrera estrenó uno de los filmes más interesantes, más combativos y también más divertidos de la década: "La estrategia del caracol"
"La estrategia del caracol" es una dramedia que cuenta la historia de unos inquilinos que se rebelan contra su casero de una manera tan divertida como inverosimil: cambian de sitio el edificio donde viven y dejan apenas un trampantojo.