Hace casi cien años hubo en Francia un edificio que medía 40 metros de largo, pesaba 100 toneladas y GIRABA a 12 metros de altura para orientarse hacia el sol.
Estos meses de pandemia (que parece que ya remite) nos han dejado unas cuantas propuestas arquitectónicas y urbanísticas un poco chiripitifláuticas florecidas como respuesta al abrasador sol de los confinamientos.
Ya sabéis: huidas al pueblo, huidas al campo, romantizaciones diversas de la España vaciada, lamentos por haber cerrado la terraza con carpintería de aluminio, balcones de quita y pon con escaso respeto por las normativas estructurales...
...piscinas en otros balcones con aún más escaso respeto por la integridad física de propietarios y viandantes...
...y, en general, un buen montón más de proyectos, empeños y sugerencias que han "aprovechado" una enfermedad global y han ido desde lo más razonable a lo decididamente absurdo.
Lo de que la arquitectura sirva para combatir (a su manera) una enfermedad no es nada nuevo. Los preceptos de la arquitectura moderna buscan, sobre todo, de una mejora en las condiciones de salubridad de las viviendas de TODAS las personas.
De hecho, uno de los edificios fundacionales de la arquitectura moderna es el sanatorio antituberculoso de Paimio, obra de Alvar Aalto de 1929, que ya entendía perfectamente que una buena ventilación era elemento esencial en el tratamiento de enfermedades respiratorias.
Treinta y cinco años después, Louis I. Kahn terminaba en La Jolla, California, una joya de madera y hormigón llamada Instituto Salk y que rendía honor tanto al inventor de la vacuna contra la polio como, y sobre todo, al inmarcesible sol de poniente en el Pacífico.
Tanto el sanatorio de Paimio como el Instituto Salk son dos edificios son preciosos, auténticas obras maestras, referencias en la historia de la arquitectura y monumentos a la comprensión de lo que necesita el ser humano para ser feliz.
No todos lo eran, claro.
Otros eran unas frikadas de campeonato. Ingeniosísimas, eso sí.
A principios de los años 30, en la localidad francesa de Aix-les Bains hubo un edificio que aunó estos dos posicionamientos respecto a las enfermedades infecciosas.
Pero no lo hizo de manera más o menos sutil.
No se trataba de que estuviese bien orientado al soleamiento preponderante en la Saboya alpina y sus habitaciones contasen con un buen sistema de huecos cruzados para facilitar la ventilación, no. El cacharro giraba sobre su eje siguiendo el movimiento del sol.
Sí, en serio.
La cosa comienza en 1921, cuando el radiólogo Jean Saidman llegó a Francia de su Rumanía natal y defendió en su tesis doctoral el uso masivo de la actinoterapia, es decir, el tratamiento médico basado en la radiación.
Este señor.
No se trataba de convertir a los pacientes en El Increíble Hulk, es que el doctor Saidman era un fervoroso creyente en las bondades de la radiación ultravioleta como arma para curar la tuberculosis y el raquitismo; enfermedades muy extendidas en aquel tiempo.
(También le molaba el tratamiento con rayos X, infrarrojos y ondas de radio, pero eso lo vamos a dejar para otro episodio).
El caso es que en esa misma tesis doctoral, Saidman defendía que la mejor fuente de rayos UVA era el sol y, por tanto, concibió la solución definitiva para alcanzar sus propósitos: el solárium giratorio.
Aprovechando que Aix-les-Bains ya era una localidad bien conocida por sus aguas termales y allí viajaban muchas personas acaudaladas para que las tratasen de sus reumas y sus artrosis, el doctor decidió que era el lugar perfecto para llevar a cabo su sueño.
Contactó con el arquitecto André Farde y, gracias a la financiación de unos cuantos inversores locales también acaudalados, a mediados de los años 30 inauguró su «Estación orientable para helioterapia».
Todo el mundo lo conocería como el Sanatorio Giratorio del doctor Saidman.
El edificio se componía de una base octogonal que contenía los consultorios médicos, la sala de Rayos X y la estructura general...
...y sobre esa base se levantaba un mástil giratorio de unos doce metros de altura que sujetaba el verdadero corazón del edificio: la plataforma móvil. Una crujía de 40 metros de largo por 6 de ancho y 4.5 de alto y 100 toneladas de peso.
La plataforma giraba siguiendo el movimiento del sol mediante un sistema motorizado de raíles.
Allí se ubicaban las salas de tratamiento, de tal manera que los pacientes estuviesen PERMANENTEMENTE enfrentados a los rayos ultravioleta.
No, en serio, PER MA NEN TE MENTE.
Por si estar tanto tiempo recibiendo radiación no fuese suficiente, las salas se habían equipado con lámparas UVA y camas basculantes preparadas para una orientación óptima hacia el sol. Y si el sol no era demasiado radiante, los rayos se concentraban mediante lentes de aumento.
Y si el día había amanecido nublado, se encendían las lámparas.
Que no se escapase ni una sola posibilidad de contraer cáncer de piel, claro que sí.
Lo cierto es que, en esa época, aún no estaba totalmente documentada la relación entre el melanoma y la exposición solar, así que el hospital giratorio del doctor Saidman fue un éxito total. Su silueta aparecía en carteles publicitarios y en postales turísticas de Aix-les-Bains.
De hecho, fue replicado en construcciones similares en puntos dispares del globo, como la localidad también francesa de Vallauris o la alejada ciudad india de Jamnagar.
Este es el de Jamnagar, algo más bajito.
Tanto fue así que el doctor Saidman siempre albergó el deseo de plantar una pequeña ciudad conformada a base de edificios giratorios que curasen los males mediante la exposición solar.
Una especie de girasoles gigantes de acero y madera floreciendo por la campiña alpina...
Desafortunadamente para los amantes de los Territorios Improbables (tm), Hitler y la 2ª Guerra Mundial tenían otros planes.
Tanto el sanatorio de Aix-les-Bains como el de Vallauris fueron destruidos y, aunque el de Jamnagar sigue en pie, ya ni gira ni funciona como hospital.
Siendo sinceros, ahora tampoco tendría sentido un edificio giratorio.
Ya sabemos por Calatrava que los edificios con partes móviles no suelen funcionar muy bien y, por otro lado, también sabemos que el sol es bueno, pero tampoco hay que perseguirlo.
Al fin y al cabo, no molaría nada ir a curarse de una pulmonía y terminar con un melanoma.
Así que mi consejo es que os echéis siempre crema solar, aunque el edificio en el que viváis no dé vueltas como un tiovivo.
Y con estas cuatro imágenes que resumen muy bien el hilo de hoy, vamos a despedirnos del Doctor Saidman, de la Saboya alpina, de Aix-les-Bains, del cáncer de piel y de #LaBrasaTorrijos de esta semana.
Si os ha gustado, hacedme RTs, FAVs, follows o compradme un autobronceador!
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(Es la hora de pasar la gorra!)
Nos vemos en un nuevo capítulo el próximo jueves a la misma hora.
Si os habéis quedado con ganas de viajar a más territorios improbables, todos los episodios de #LaBrasaTorrijos están archivados en este hilo de hilos de hilos:
Arnout Fonck, Luis Quintano, Sameer Mundkur, André Kertész, el instituto de poliradioterapia de Rajit y la inmensa mayoría que son de autor o autora desconocidos.
#LaBrasaTorrijos se escribe en directo todos los jueves desde el soleado barrio de Villaverde.
(Fin del HILO 🏥🌞🌞🌞🔃🔃)
(Y en el episodio de la próxima semana vamos a viajar a México a conocer la historia de un señor muy mayor que construyó una casa de colores)
¡Y este domingo, de 12:00 a 14:00, vuelvo a la Feria del Libro de Madrid a firmar!
⚡Apuntáos las fechas y venid a verme, que somos gente guay.
(Y si queréis, también podéis venir a mi Instagram, que cuento cosas...de otra manera: instagram.com/p/CTzrNPgrg3E/)
(Por razones que no vienen al caso, he tenido que reescribir todo el hilo de ayer. Hacedme unos RETUITS, colegas)
(A ver, que lo que ha pasado es que he borrado el primer tuit del hilo sin querer porque soy un manazas 👌
En fin, señor Tuiter, necesitamos una papelera de reciclaje y poder añadir tuits a los hilos POR ARRIBA)
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En Viena hay seis torres nazis de hormigón: colosales, indestructibles. Fueron fortalezas antiaéreas, pero hoy son acuarios o miradores.
Porque la ciudad ha entendido lo que hacer con su pasado: transformar la máquina de guerra en memoria.
Os lo cuento en #LaBrasaTorrijos 🧵⤵️
Si paseáis por Augarten, uno de los preciosoS parques al norte de Viena, enseguida os vais a encontrar, aunque no queráis, con una estructura que desafía la lógica: es la Flakturm G.
La Torre Flak G.
43 metros de diámetro, 55 de altura. Muros de hormigón de DOS METROS Y MEDIO DE ESPESOR Y UN TECHO DE TRES METROS Y MEDIO.
Una máquina de matar. Un símbolo nazi que aún sigue en pie.
Estos son los Gasómetros de Viena, uno de los conjuntos más fascinantes de la arquitectura europea reciente. ¿Por qué? Pues porque es arquitectura industrial —y de hace un siglo— transformada en viviendas.
Son cuatro cilindros gigantes de ladrillo —setenta metros de diámetro, ojo— que fueron en su día depósitos de gas, construidos a finales del siglo XIX para alimentar la red de alumbrado público de la ciudad. Estructuras industriales, apenas utilitarias, y pensadas para desaparecer cuando el gas dejara de arder.
Pero Viena decidió no demolerlos. A finales del siglo XX, la ciudad optó por algo más inteligente y más difícil: transformar el patrimonio industrial en patrimonio habitado. Entre 1995 y 2001, cuatro arquitectos —Jean Nouvel, Coop Himmelb(l)au, Manfred Wehdorn y Wilhelm Holzbauer— intervinieron cada gasómetro para convertirlos en viviendas, residencias de estudiantes y espacios públicos.
Y el resultado es brillante. Porque aquí no solo se conserva una fachada: se recupera una memoria de la ciudad. Se demuestra que los restos industriales, tan olvidados, pueden convertirse en lugares para vivir, para estudiar, para encontrarse. Que el pasado no tiene por qué ser siempre un museo, puede ser una estructura útil.
Las viviendas —en su mayoría de alquiler asequible— se agrupan en torno a enormes patios circulares abiertos al cielo, donde la luz entra con una precisión casi teatral. En el exterior se conserva la piel de ladrillo original; dentro, todo se reinventa. Rampas, galerías metálicas, pasarelas suspendidas.
Un corazón nuevo latiendo dentro de un cuerpo antiguo.
El Gasómetro B, de Coop Himmelb(l)au, es el más audaz: un edificio inclinado, de acero y vidrio, que se acerca al muro histórico sin tocarlo. Apenas lo roza, como si entendiera que el respeto no consiste en quedarse quieto, sino en moverse con cuidado.
Esto redondo que tengo detrás en el video no es una galería de arte ni una casa. Es, oficialmente, el país más pequeño del mundo. Se llama Kugelmugel, y está en medio del Prater de Viena. Su historia, aviso, parece una broma muy elaborada, pero es completamente real:
En los años setenta, en el otro extremo de Austria, un artista llamado Edwin Lipburger decidió construirse una casa esférica. Una bola de madera habitable, de unos veinticinco metros cuadrados, que iba a usar como estudio para sus cosas de artista (que, por lo visto, requerían mucha superficie curva).
Hasta que apareció la burocracia. Le dijeron que necesitaba licencias, permisos, sellos, tasas… y él, muy digno, contestó que no, que el arte no paga licencias. Que si Austria no lo entendía, se independizaba. Y se independizó.
Proclamó la República de Kugelmugel —que significa algo así como “la bola en la colina”—, y se declaró soberano. Diseñó una bandera (la austríaca, pero con los colores del revés), escudo propio, incluso sellos.
Austria, en un nada inesperado giro, no lo reconoció. Le cayeron diez meses de cárcel, aunque luego lo indultaron porque todo el asunto se había vuelto demasiado absurdo hasta para los austríacos.
Eso sí, Lipburger accedio al indulto (tócate las narices) con una condición: él cedía la bola, pero esta debía convertirse en galería de arte.
Y así, la Kugelmugel fue trasladada al Prater, con una última exigencia del artista: que su dirección oficial no fuera de Viena, sino de la Antifaschismusplatz, la Plaza del Antifascismo. El Ayuntamiento, probablemente ya un poco hasta las narices de todo, accedió.
Hoy sigue ahí, una esfera de madera rodeada de árboles y turistas, a pocos metros de la noria de "El Tercer Hombre".
Un país de un solo habitante que decidió que, si el mundo era cuadrado, lo más revolucionario era construirse una casa redonda.
En este video estoy en Viena, en la Michaelerplatz, y este edificio que tengo detrás es donde empezó todo. Aquí nació la arquitectura moderna.
Se terminó en 1909, hace más de un siglo, y es obra de Adolf Loos. Lo verdaderamente revolucionario no era su forma ni su función, sino su ausencia: fue el primer edificio del mundo sin decoración. Nada de molduras, guirnaldas, relieves o florituras. Solo piedra, proporción y ventanas.
Hoy se lo conoce como la Looshaus, la “Casa de Loos”, y tiene el más alto grado de protección patrimonial en Austria —y, siendo honestos, debería tenerlo en el planeta entero—. Pero en su momento fue detestado. Lo llamaron “un montón de estiércol”. El emperador Francisco José, que vivía justo enfrente, decía que era tan feo que prefería correr las cortinas para no tener que verlo desde el Hofburg.
Y algo de razón tenía si uno lo mira con ojos de su tiempo. En 1911, cuando se inauguró, las ventanas eran simples huecos rectangulares en una fachada completamente desnuda. Ni jardineras ni adornos. Nada. La ciudad de Viena obligó a Loos a añadir “algo”, lo que fuera, y él accedió con ironía: colocó unas jardineras con flores, que aún hoy sobreviven ahí arriba como una especie de concesión sarcástica al gusto burgués.
Abajo, en cambio, sí hay ornamento. La planta baja —entonces un banco, hoy una joyería— está revestida de mármol verde y tiene columnas dóricas. Loos lo hizo deliberadamente: quería marcar el contraste. La parte baja, ligada al espacio público, podía dialogar con la tradición; la superior, dedicada a la vida doméstica, debía ser limpia, racional, sin artificio.
De esa tensión —entre lo clásico y lo moderno, entre la plaza decorada y la vivienda desnuda— surgió uno de los textos fundacionales de la modernidad: “Ornamento y delito”, el ensayo en el que Loos proclama que el adorno es una forma de atraso moral. Desde aquí, desde este edificio que un emperador consideró insoportable, empezó el siglo XX arquitectónico.
En la costa chilena hay un lugar donde la gente no se cambia de casa. MUEVE LA CASA DE SITIO.
Y la mueve tirada por bueyes, por tractores y hasta por barcos.
Pero no es solo eso. Es la expresión del lazo de una comunidad.
En #LaBrasaTorrijos, la minga de Chiloé.
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En 1993, el cineasta colombiano Sergio Cabrera estrenó uno de los filmes más interesantes, más combativos y también más divertidos de la década: "La estrategia del caracol"
"La estrategia del caracol" es una dramedia que cuenta la historia de unos inquilinos que se rebelan contra su casero de una manera tan divertida como inverosimil: cambian de sitio el edificio donde viven y dejan apenas un trampantojo.