AllĂ podĂas ver fácilmente a los pobladores en las calles sin el nasobuco, a tal altura de surrealismo como cuando nos escandaliza ver escenas lejanas de gente sin mascarillas hablándose de cerca, o la euforia y el roce colectivo en un multitudinario concierto.
—Historias de solidaridad desinteresada, porque la situación en Moa no está nada fácil—escribo de vuelta.
—Ni Moa ni ningĂşn municipio de este paĂs estaban preparados para un evento como este. A pesar de los «Domingos de la Defensa» de los que nos jactamos hace años, replica ella.
—Bueno, ¿y cómo va tu carrera?—respondo.
—Va. PodrĂa contarte mucho de lo que hemos pasado, pero no tengo baterĂa.
—Ponlo a cargar.
—Se fue la corriente, mi vida. Acabo de llegar del centro de aislamiento del ISMMM (Instituto Superior Minero Metalúrgico de Moa)...
recuerdo en ese momento las publicaciones de moenses (algunos conocidos) que buscaban flumĂters, mientras otros compraban oxĂgeno a cualquier precio.
—Un paciente consume como promedio 300 litros de oxĂgeno por horas.
—10 mil litros, pero imagĂnate que Moa promedia un ingreso de 40 pacientes diarios repartidos en varios centros. De estos pacientes no se complican todos. Supongamos que se compliquen 10 en 1h: 3 mil litros de oxĂgeno en 1h. ÂżCuántas horas tiene el dĂa? —explica Vivi en un audio.
—¿Pero allá la vacunación no está frenando el contagio ni un poquito?
—¿Hace cuánto tú no visitas el municipio que te vio crecer?—señala en un audio bien molesta. La vacunación tocaba desde el 21 de junio, y empezaron el 25 de agosto.
—Oye, te ha durado la carga—reclamo inicial.
«Mima, no me puedo poner a buscar paciente por paciente porque aquà se me complican muy rápido, no puedo dejar un paciente para preguntar el nombre de otro», dice Vivi que le contestó la enfermera con la voz temblando, justo antes que se acabaran los 3 min que duran las llamadas
—Es muy triste todo esto. Al papá de David lo van a remitir para Santiago de Cuba— le cuento.
—Es lo mejor, no damos abasto. AquĂ se está trabajando dĂa y noche sin descanso y llevamos más de un año en esta pincha.
—Esa pincha no se paga ni con dinero—intento hacerle ver una vez
más lo humano de su profesión.
—Ahora tengo que salir a comprarle unos espejuelos a mi mamá, me los dejan en 600 pesos. Eso es otra cosa, en Moa los precios son exageradamente elevados.
—Porque los salarios de la fábrica son altos.