Siempre se ha dicho que la Royal Navy tenía muchos más navíos en el siglo XVIII que la Real Armada, y es cierto, pero España tenía literalmente el doble de navíos de más de 100 cañones (13), frente a los 6 de Reino Unido. Mientras, Reino Unido tenía 67 de 74 cañones, y España 47.
Por el lado de navíos no de línea o menores, Reino Unido tenía muchos más, para completar los 116 navíos en total en 1796, mientras que España tenía unos 76. Estas equivalencias fueron similares en fragatas y fuerzas sutiles. Fueron dos doctrinas estratégicas enfrentadas.
En ese sentido, España siempre había apostado por la disuasión y por la potencia de fuego, algo que le resultó muy útil en ciertos momentos, mientras que Reino Unido lo hizo por la maniobrabilidad y la capacidad de adaptación. Ambas teorías resultaron ser efectivas.
A finales del siglo XVIII la doctrina española comenzó a tener muchos problemas, fundamentalmente por problemas económicos y falta de mantenimiento de los grandes navíos (más costosos). Sin embargo, en los combates se demostró que la teoría española no era para nada mala.
Por esta y otras razones, siempre se ha entendido la Real Armada española como un "león" y la Royal Navy como una "jauría", en términos de don Agustín Rodríguez: pocos navíos y muy poderosos VS. muchos de menor porte y más ligeros. Formas de hacer la guerra distintas.
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Federico Gravina es de esas figuras fascinantes que muchas veces han sido opacadas por la sombra de duda del nepotismo y los buenos contactos, pero la realidad es que fue uno de los diplomáticos más hábiles y comandantes navales más brillantes de las Guerras Napoleónicas.
Nunca se escondió tras de sus galones, al revés, tomó mandos peligrosos y osados, y todavía así supo sortear los entresijos de las cortes europeas, especialmente en Madrid y París. Defendió a sus compañeros de la Real Armada y murió de sus heridas tras combatir en Trafalgar.
Sirva para prueba sus palabras antes de iniciar el combate, a bordo del navío insignia Príncipe de Asturias: “pelear hasta morir”. Fue lo que le dijo a su mayor general Antonio de Escaño, curiosamente antes de morir le hizo llamar para entregarle su bastón de mando.
Seguro que reconocen al gran navío Santísima Trinidad, joya de la Real Armada, por su imponente porte de 4 baterías, 140 cañones y su inconfundible casco rojo. Pues la mayor parte de su historia no fue así: llevó sus baterías pintadas de amarillo y negro, concretamente hasta 1796
El navío Santísima Trinidad se botó en 1769 según el sistema Jorge Juan, y se proyectó como un tres puentes de gran tamaño. Al botarse, llevaba un patrón de pintura amarillo y negro, el típico de su época. Sufrió remodelaciones y repintes frecuentes, como el resto.
No fue hasta entre 1795 y 1796 cuando se le corrió una falsa 4ª batería (descubierta), se corrigieron ciertos defectos en su casco para soportarla, y se pintó a franjas rojas, negras y con finas líneas blancas. Así fue casi recién estrenado a la batalla del cabo de San Vicente.
Cuando llegó Alejandro Malaspina y su expedición a las costas del Noroeste de América se encontraron con una cosa muy curiosa y sorprendente: indios portando la típica barretina catalana. La razón era que la 1ª Cía. Franca de Voluntarios de Cataluña estaba destinada allí.
Esta tropa voluntaria reclutada en el Norte de Cataluña eran migueletes (infantería ligera de montaña) y vestía de forma muy particular, en vez de bicornio llevaba barretina en los servicios de armas. Defendían con su capitán Pedro Alberni el fuerte de San Miguel de Nutca
Además de participar en las labores de construcción de la ciudad de Santa Cruz de Nutca y del propio fuerte, el hospital y las fortificaciones, muchos embarcaron en las expediciones a Alaska como infantes de Marina. Su capitán participó activamente de la empresa científica.
Blas de Lezo pasaría a la posteridad como el defensor de Cartagena de Indias, pero antes de ese momento ya era famoso en la Real Armada. En noviembre de 1732 había encabezado una expedición de socorro para romper el cerco que estaban sufriendo las tropas españolas en Orán.
Orán y Mazalquivir habían sido reconquistadas por los españoles en la gran expedición de 1732, expulsando de la ciudad al bey Hassan y a sus tropas moras. Álvaro de Navia-Osorio había quedado como gobernador militar al frente de una guarnición española de 6.000 hombres.
Aunque el bey habría prometido no atacar la plaza tras su caída, organizó un gran ejército con la ayuda del bey de Argel, y asedió la ciudad con más de 10.000 hombres. La guarnición española aguantó los bombardeos, pero en una salida a romper el cerco sufrió muchas bajas.
En noviembre de 1592, en la bahía de Vizcaya, una escueta división española de 5 urcas se medía contra una flota inglesa de 6 galeones y 40 naves más. Tal desventaja supondría una derrota inmediata, pero el almirante español era Pedro de Zubiaur, que ordenó lanzarse al combate.
Las naves españoles atacaron directamente la formación enemiga, abordando y prendiendo fuego a la nave capitana inglesa, que se rindió. Esto causó una gran confusión en el convoy inglés, que no supo reaccionar ante los españoles, resultando muchos barcos dañados y tres capturados
A pesar de que cuando todavía no había terminado el combate había llegado otra escuadra inglesa, de 6 naves, para defender el convoy, los españoles ganaron la jornada. El convoy inglés quedó maltrecho y con muchos daños, perdiendo su capitana y otras tres naves.
Tal día como hoy, 23 de noviembre de 1248, el rey Axataf rendía la ciudad de Sevilla a manos del rey Fernando III el Santo de Castilla. Esta magna empresa se había podido realizar gracias al genio del almirante de Castilla, Ramón de Bonifaz, y a sus aguerridos marineros.
Los asedios por tierra en la era medieval podían ser muy largos y contumaces, y más si, como en el caso de Sevilla, la plaza podía ser auxiliada por tropas de refuerzo y víveres a través del río Guadalquivir. Así, hacerse con el control del río era imperioso tácticamente.
Ramón de Bonifaz armó una gran flota de galeras, naos y carracas en las Cuatro Villas de la Costa, reforzándose con hombres en Asturias y Galicia, para presentarse en la desembocadura del Guadalquivir con la intención de navegar hasta el corazón de Sevilla.