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Dec 16, 2021 47 tweets 20 min read Read on X
Hay una plaza que fue laguna, mercado, jardín y estación de tranvías. Que vivió tres incendios e inició una revolución.

Un lugar que mira al cielo y que es el verdadero símbolo de Madrid.

En #LaBrasaTorrijos de hoy, gracias a @ferrovial_es, las vidas de la Plaza Mayor.

HILO 👇
Se recomienda complementar el hilo de hoy con este episodio del podcast "Sonidos de Infraestructuras", que está fenomenal (y además participo yo 😬)

open.spotify.com/episode/1hYPYE…
Se cuenta que, la mañana del 2 de mayo de 1808, el fraile Antonio de la congregación de San Gil, reunió a una masa de madrileñas y madrileños, a los que arengó con gran oratoria y pundonor contra la invasión de las tropas napoleónicas.
Y también se cuenta que esa arenga sirvió de acicate (o tal vez pistoletazo) para el levantamiento de ese mismo 2 de mayo.
Es posible que la arenga no fuese el mismo día 2, que quizá fuese anterior o incluso algo posterior a ese día.

Lo que sí sabemos es que el fraile Antonio la pronunció en una modesta barandilla a media altura del Arco de Cuchilleros, a la entrada de la Plaza Mayor de Madrid.
La "arenga del púlpito", tal y como se la conoce, fue uno de los hechos históricos que ha visto y que ha vivido la Plaza Mayor.

Una plaza que en 1808 ya tenía 200 años de antigüedad, aunque, en realidad, no llevaba ni 20 años en pie tal y como la conocemos.
Hace quinientos años, donde ahora está la Plaza Mayor de Madrid había una laguna, la Laguna de Luján. Hay que entender que, en realidad, tampoco había Madrid.

O sí, que lo había, pero era apenas un pueblo grande de unos cinco mil habitantes.
La laguna estaba justo en la parte exterior de la muralla, en los arrabales; así que cuando se desecó, en ese terreno floreció un mercado. El mercado del Arrabal.

Y floreció por picaresca. Justo fuera de la muralla se podía comerciar sin pagar los tributos de la ciudad.
Al principio, el mercado del arrabal se conformaba con casetas y carromatos pero, con el tiempo y la prosperidad, se fueron construyendo edificios a su alrededor.

Estamos a mediados del XVI y acaba de nacer la Plaza del Arrabal, que era el embrión de la Plaza Mayor.
La Plaza del Arrabal era de forma bastante irregular y de aspecto no demasiado regio, aunque ya contaba con dos emblemas arquitectónicos: la Casa de la Carnicería y la Casa de la Panadería.

Este edificio.
(Por cierto, que las Casas se llamaban así por su uso original: una concentraba el comercio de carne y la otra servía de almacén de trigo y tahona de la ciudad).
Sin embargo, el resto de la plaza era una cosa un poco chusca y deslavazada.

Así que, a principios del XVII, Felipe III decide demoler el entorno de la Plaza del Arrabal, para construir un espacio urbano acorde con el espíritu, digamos, imperial de los Austrias.
Y ese espacio se lo encarga a Juan Gómez de Mora, discípulo principal de Juan de Herrera.

Tras los derribos y demoliciones, Gómez de Mora entrega al rey (y a Madrid) un recinto urbano que es un prodigio del Barroco.

Es 1619.

Nace la Plaza Mayor.
¿Y por qué es un prodigio del Barroco?

Pues no solo por las cubiertas y los chapiteles. Tampoco porque unificase las fachadas interiores y regularizase el espacio.

Es un prodigio del Barroco, sobre todo, porque entiende que la plaza es un recinto estático al que "se llega".
Como ya he contado otras veces, el Barroco en arquitectura se manifiesta, sobre todo, por la comprensión del tiempo y el recorrido.

Los espacios no son entes estáticos, sino que forman parte de un recorrido.

En la Plaza Mayor no solo se está; a la Plaza Mayor se llega.
Porque es justo eso: un espacio enorme y abierto al cielo al que se llega desde callejuelas estrechas, y donde la simetría de la Casa de la Panadería cobre especial protagonismo al contemplarse en escorzos desde los accesos a la plaza y en los propios recorridos por ella.
Pero la plaza no duró mucho con la configuración de Gómez de Mora. La Plaza Mayor no dejaban de ser viviendas, no palacios, y como todas las viviendas de la época, estaba construida sobre todo con madera.

Por eso, en 1631 sufrió su primer gran incendio.

(Dadle al play ▶️)
No sería el primero.

Cuarenta años después arde la propia Casa de la Panadería casi por completo.

Para intentar que no se repita el desastre, la reconstruyeron con soportales de piedra. El resultado será muy similar al actual.
Esta reconstrucción duraría casi cien años.
Sin embargo, la madera seguía siendo el material fundamental de los edificios, y el 16 de agosto de 1790, un nuevo incendio destruye casi la mitad de la plaza.

Es el más devastador de todos y es el que la cambia para siempre.
La ingente empresa de volver a reconstruir la Plaza Mayor recae en Juan de Villanueva, magnífico arquitecto neoclásico y autor del Museo del Prado.

En la licencia de obra de 1791, Villanueva va directo al problema: hay que cambiar los materiales.

(Play, que esto mola mucho ▶️)
La licencia de obra de 1791 es este PRECIOSO documento reproducido (¡la portada es la original!), donde Villanueva dice que se debe sustituir la madera por piedra y otros materiales ignífugos, introduce cortafuegos de granito y, además, unifica estéticamente toda la plaza.
Villanueva define los balcones, el ritmo de las ventanas e incluso el color de las fachadas, pero también reduce una planta en altura, precisamente para que LLEGASE EL AGUA A LOS ÚLTIMOS PISOS y pudiese usarse en caso de incendio.

Fijaos como ahora tiene una planta menos.
Pero además, aunque Villanueva era neoclásico, toma otra decisión que vuelve INCLUSO MÁS BARROCA la lógica de la Plaza Mayor: convierte los accesos en arcos.
Los accesos, que antes eran abiertos al cielo, como se ve en el plano de Texeira, ahora son arcos cerrados.

El camino de lo comprimido a lo expansivo es ahora más lógico y más dramático. Es más genuinamente barroco.
La Plaza Mayor se convierte en un símbolo.
Pero no es, y nunca ha sido, solo un símbolo. Antes de los incendios y después de los incendios, la plaza ha tenido cien vidas.

Ha sido mercado, ha habido corridas de toros, autos de fe, ha sido estación terminal de los tranvías...
...ha sido jardín en el XIX y jardín artificial cuando SPY la colonizó con césped en 2017, ha sido aparcamiento en superficie hasta que se construyó el parking subterráneo y ha sido (y es) uno de los mercados navideños más concurridos del mundo.
Y tras sus fachadas siempre ha habido viviendas y en sus soportales hay uno de los ecosistemas de cafeterías y restaurantes más famosos del mundo.

Te puedes tomar un, ejem, café con leche, aunque yo prefiero el chocolate con churros.
Por eso, cuando Ferrovial se enfrentó a las obras de rehabilitación tanto de la plaza como de la Casa de la Panadería, el trabajo era MUY delicado.

Había que acometer una empresa muy minuciosa en un entorno protegido y afectando lo más mínimo a vecinos y a comerciantes.
Tuvieron que limpiar las fachadas. Rehabilitaron los tejados, sustituyendo canalones y todas las piezas de pizarra. Levantaron las losas del suelo para impermeabilizarlas...

Todo ello detrás de lonas miméticas para así afectar algo menos la experiencia urbana.
Y lo de levantar las losas no fue precisamente una tarea cómoda porque son enormes.

Aquí lo explica Laura Soler, jefa de obra de Ferrovial.
(En serio, parecen pequeñas pero pesan más de 100 y 150 kilos. Tuvieron que usar un sistema mecanizado de ventosas para levantarlas)
Tras la rehabilitación, y sobre todo gracias a la limpieza, la Plaza Mayor es sensiblemente más luminosa. Algunos la prefieren con más árboles, otros dicen que sus comercios son muy caros.

Quizá tienen razón.

Quizá la plaza siempre quiso ser solo un mercado.
Quizá lo importante son los accesos y los recorridos.
Quizá los tiovivos...
O quizá todo.
Porque 400 años después de nacer, y tras ser mercado, jardín, laguna, aparcamiento y estación de tranvías, la Plaza Mayor es, por encima de todo, el verdadero símbolo urbano de la ciudad.

Un espacio abierto al mar de Madrid.

Un espacio abierto al cielo.
Si queréis saber más sobre la historia de la Plaza Mayor, tenéis que escuchar este episodio de "Sonidos de Infraestructuras", el podcast de @ferrovial_es en el que he colaborado, y que es verdaderamente magnífico.

open.spotify.com/episode/1hYPYE…
Da un montón de detalles y tiene un ritmo narrativo precioso.

Lo tenéis en todas las plataformas:
Spotify: open.spotify.com/episode/1hYPYE…
Apple: podcasts.apple.com/es/podcast/10-…
Amazon: music.amazon.es/podcasts/530de…
iVoox: go.ivoox.com/rf/79675164
YouTube:
(Que el podcast es estupendo lo digo completamente en serio, no tiene nada que ver con esta colaboración. En mi opinión, es uno de los mejores podcast corporativos del mundo).
Y con estas tres fotos que resumen muy bien el episodio de hoy, vamos a despedirnos la Casa de la Panadería, del Barroco, de la Plaza Mayor y de #LaBrasaTorrijos de hoy.

Si os ha gustado, hacedme RTs, FAVs, follows o invitadme a una relaxing cup...bueno, a lo que queráis.
Si queréis conocer más territorios improbables, todos los episodios de #LaBrasaTorrijos están archivados en mi tuit fijado, que es este hilo de hilos de hilos:

Las imágenes del capítulo de hoy son de:

Sebastian Dubiel, Google Maps, Diario de Madrid, Jorge Franganillo, Gary Campbell-Hall, Carlos Teixidor, Ed Schipul, David Melchor Díaz, Jean Pierre Dalbera, Manuel M. V....
..., Patrick Mueller, Marcos Mas, El fosilmaníaco y un montón cortesía de Ferrovial.
El episodio de #LaBrasaTorrijos de hoy es una colaboración con @ferrovial_es. Tienen tienen un equipo de comunicación cojonudo que entiende que una empresa no es solo lo que "fabrica" y al que quiero agradecer desde aquí la confianza en el proyecto.
#LaBrasaTorrijos se escribe en directo todos los jueves desde el soleado barrio de Villaverde.

(Fin del HILO 🏡🏡🏛️🌇🏦🏡🏡)
Como ya he contado antes, este es el último capítulo de la primera parte de esta 3ª temporada.
#LaBrasaTorrijos se toma un descanso hasta el 13 de enero, cuando volverá con más Territorios Improbables y las historias que los crearon.

¡Nos vemos en 2022!

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More from @Pedro_Torrijos

Dec 7
El Cementerio de los Ingleses es un pequeño recinto tapiado frente a los acantilados de Camariñas, en A Coruña.

Pero ¿y si allí estuviese enterrado Jack el Destripador? (Y no, no es descabellado).

Esta es una historia de naufragios y patrimonio, en #LaBrasaTorrijos
🧵⤵️
Plymouth, 8 de noviembre de 1890. Un hombre sube al "HMS Serpent" como quien acepta una sentencia cuyo contenido desconoce pero cuyo peso reconoce al instante. Image
@DACTurismo El nombre que dio —Arthur, James, William, el que fuese— quedó casi disuelto en la humedad del muelle porque lo pronunció demasiado bajo, evitando el cruce de miradas con el oficial que anotaba en un registro ya curvado por la lluvia. Image
Read 31 tweets
Dec 1
Lo de que las estaciones del metro de Estocolmo son preciosas es algo digno de comprobarse in situ.

Pero también esconden una historia. Una historia de amor por los servicios públicos, por las infraestructuras públicas, por la gente que las construye y por la gente que las usa cada día:

La historia empieza, como empiezan casi todas las historias buenas de ciudades nórdicas, en la roca. Ni en el hormigón ni en el hormigón revestido de hormigón —que es la tentación internacional—, sino en la roca viva, la roca madre, el granito glacial que hace de Estocolmo una ciudad con vértebras de hielo fósil.

Cuando a mediados del siglo XX decidieron construir su red de metro, optaron por la solución más directa, casi geológica: excavar, dinamitar, abrir la montaña e insertar trenes. Y en algún momento de esa operación de ingeniería a mano armada surgió una pregunta casi infantil, tan evidente y, a la vez, tan peculiar que era muy raro que alguien se la preguntase: ¿y si dejamos la roca vista?

La respuesta tiene que ver con estética, sí, pero también con política y con época. Tras la Segunda Guerra Mundial, Suecia —como buena parte del norte de Europa— estaba articulando un nuevo pacto social: bienestar público, accesibilidad, democracia cotidiana.

Uno de los engranajes de ese pacto era la convicción tranquila, pero tenaz, de que el arte no debía ser un lujo sino un derecho. Así que, si el metro iba a convertirse en el gran espacio público donde cientos de miles de personas bajarían cada día, ¿por qué no convertirlo también en un lugar donde el arte descendiese con ellas? Un soporte para democratizar la belleza, para hacer país desde el subsuelo.

Esa respuesta convirtió al metro de Estocolmo en la frase con la que lo definen: la galería de arte más larga del mundo. Algo que va más allá del eslogan turístico; es una decisión conceptual. Si vas a perforar la ciudad, abraza sus entrañas. Si vas a mover a tanta gente bajo la tierra, ofréceles algo más que azulejos blancos y tubos fluorescentes.

Haz país. Haz estética. Haz política blanda —que es la mejor política—.Image
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La línea azul es el ejemplo más evidente. Basta bajar desde T-Centralen para entenderlo: la bóveda, pintada de azul profundo, conserva la piel rugosa de la roca. Tiene algo de caverna prehistórica, pero intervenida con brochazos gigantes. Parece la obra de un pintor expresionista que hubiera vivido aquí encerrado con un cubo de acrílico y demasiadas horas de invierno.

Además, en esa bóveda aparecen siluetas de obreros: un homenaje directo a los trabajadores que construyeron la red hace 75 años y que la mantienen cada día.

Tres cuartos de siglo de ciudad subterránea.
Sigue uno bajando por la línea y llegas a Solna Centrum, la estación más fotografiada de Suecia (y probablemente una de las más fotografiadas del mundo). Un túnel rojo, intensamente rojo, un rojo que no te abraza sino que te engulle.

Parece una bajada al infierno, sí, pero es un infierno con una intención: el mural, pintado en 1975, denuncia la deforestación sueca. El rojo del cielo frente al verde de los bosques como un aviso urgente en un país que hoy presume de sostenibilidad, pero que lleva décadas pensando en estas cosas.

Estando allí me pregunté si hoy ese mural se lee de otra manera. Si ya no habla solo de árboles sino del planeta entero.
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Nov 27
Estoy en Estocolmo, moviendo las manos porque hace tres grados bajo cero, y esto que tengo detrás es el ayuntamiento, el Stadshuset.

Visto así, con su ladrillo rojo, su torre alta y esta logia abierta al agua, parece un edificio medieval, casi un híbrido entre castillo nórdico y palacio veneciano. Podría colar como gótico italiano, o como algo que te encontrarías entrando en la plaza de San Marcos por la puerta equivocada.

Pero la gracia es precisamente que no es medieval en absoluto.
Es un edificio del siglo XX: se construye entre 1911 y 1923, lo diseña el arquitecto Ragnar Östberg y es uno de los grandes ejemplos del Romanticismo Nacional sueco, una arquitectura que mezcla referencias históricas con una idea muy moderna de lo que debe ser un edificio público.

Por eso está aquí, pegado al agua. Si esto fuera de verdad un ayuntamiento medieval, lo lógico es que estuviese bien adentro del casco antiguo, protegido por murallas, alejado de cualquier ataque por mar. Pero, en los años veinte, Suecia ya no está pensando en cañones y asedios: está pensando en democracia, administración y ciudad abierta.

El Stadshuset se coloca en la punta de Kungsholmen, justo donde el lago Mälaren se abre hacia el archipiélago que conecta con el Báltico. Es un gesto urbano clarísimo: el poder municipal se asoma al agua porque el agua es lo que organiza Estocolmo.
El patio donde estoy tiene ese aire muy veneciano: arcos de medio punto abajo y esa sensación de plaza porticada que se abre directamente al embarcadero. Te giras y podrías estar esperando que aparezca una góndola, pero lo que llega son ferris y hielo.

La torre, además, está claramente emparentada con el campanile de San Marcos, solo que coronada por las Tres Coronas doradas de Suecia, para que no haya dudas de quién firma el skyline.

Y luego está la obsesión material. El ayuntamiento está construido con unos ocho millones de ladrillos rojos, de los cuales cerca de un millón se hicieron a mano, precisamente para conseguir esta textura vibrante, nada uniforme, que ves en fachada: el típico ladrillo de monasterio nórdico, colocado alternando testas y tizones para que el muro nunca sea del todo plano ni del todo predecible.

Ragnar Östberg era bastante maniático con la textura: quería que el edificio, visto de cerca, tuviera una piel casi viva, con pequeñas variaciones en cada pieza.
Read 7 tweets
Nov 26
Estoy en Stortorget, la plaza central de Gamla Stan, el casco medieval de Estocolmo.
Hoy hay mercadillo navideño, con luces y turistas, pero bajo toda esta postal hubo, hace siglos, bastante menos encanto.

En esta plaza tuvo lugar la Boda Roja original:

Como sabréis por las novelas de George R. R. Martin y la serie Juego de Tronos, la Boda Roja es uno de los episodios más traumáticos de la historia. Martin lo escribió inspirándose en varios hechos históricos, uno de ellos fue el "Baño de Sangre de Estocolmo" de 1520.

Ese año, el rey Cristián II de Dinamarca conquistó Suecia y, para celebrarlo, organizó una gran coronación en el casco antiguo de Estocolmo. Tres días de fiesta, banquetes, vino caliente, diplomacia y buen rollo oficial. Hasta que, al tercer día, Cristián ordenó cerrar todas las puertas de la ciudad vieja.

Entonces empezó la matanza.
Entre ochenta y noventa personas —nobles, clérigos y ciudadanos influyentes de Estocolmo— fueron ejecutadas. Muchos fueron decapitados y sus cabezas expuestas en picas aquí mismo, en la plaza, durante semanas.

En este lugar tan bonito, tan instagrameable, con chocolates calientes y guirnaldas, a principios del siglo XVI se montó una escabechina monumental.

(Sí, ya sé que en el video digo 1580, es que me bailan las fechas más que Gene Kelly en El Pirata)Image
Hoy, Stortorget tiene otra cara.

Además del mercado de Navidad, uno de los edificios que dan a la plaza alberga la Academia Sueca, la institución que concede cada año el Premio Nobel de Literatura: el lugar soñado de Murakami, para entendernos.

Y, claro, aquí se levantan también las famosas Casa Roja y Casa Verde, dos fachadas del siglo XVII que, además de fotogénicas, son bastante tramposas.

La casa verde, por ejemplo: esas líneas blancas alrededor de las ventanas parecen molduras de piedra, pero en realidad son pintura. Querían simular nobleza, apariencia de sillería cara, pero no había presupuesto, así que resolvieron el asunto con pigmento.

En el fondo eran casas normales, con bodega abajo y almacén arriba. De hecho, la famosa ventana redonda superior no es un capricho barroco, es simplemente una forma eficaz de iluminar ese almacén.Image
Read 6 tweets
Nov 21
El Sexto Panteón del cementerio bonaerense de la Chacarita es, sencillamente, uno de los lugares más bellos y más estremecedores del mundo.
Un espacio casi desconocido que esconde un viaje de luz, emoción y la historia de una mujer.

Os la cuento en #LaBrasaTorrijos 🧵⤵️
A mediados del siglo XX, cuando Buenos Aires miraba a la modernidad como una hacia el futuro, una arquitecta recibió un encargo que, para cualquiera de su generación, ya habría sido enorme, pero que para una mujer en los años 50 era casi un desafío a la gravedad social. Image
Se llamaba Ítala Fulvia Villa y entraba en las reuniones de las oficinas municipales —llenas de ingenieros varones— con un cuaderno, algunos planos y esa paciencia feroz que sólo pueden tener las personas que saben que su talento será discutido antes incluso de ser visto. Image
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Nov 12
El edificio Kavanagh, en Buenos Aires, fue el primer rascacielos de Sudamérica.

Parece neoyorquino, pero tiene algo que los rascacielos de Nueva York no tienen: una leyenda. Porque el Kavanagh se construyó por un despecho amoroso.

Esta es la historia:
🧵⤵️
A principios de los años treinta, Corina Kavanagh, una rica heredera, compró una parcela frente al Parque de San Martín, junto a Puerto Madero, y mandó construir un rascacielos. Image
Inaugurado en 1936 con proyecto de Sánchez, Lagos y de la Torre, el Kavanagh, con su estilo Art Decó, recuerda ciertamente a los rascacielos de Nueva York, como el Chrysler o el Empire State.

Aunque este “solo” llega a 120 metros y 31 plantas. Image
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