Esta fotografía, tomada en la iglesia del Carmen pocos días después de que comenzara la Guerra Civil, marcó el destino de sus protagonistas. A unos les costó la vida, a otros se la cambió. En este hilo descubrimos algunos de los secretos que esconde. Hilo⬇️Color @MadridColoreado
En el tumultuoso ambiente de los días inmediatamente posteriores al golpe de estado de 1936 se produce la incautación de la iglesia del Carmen por un grupo de milicianos que toman el lugar en nombre de la CNT. Durante la incautación se descubren esqueletos, momias y reliquias.
Se halló un total de 65 cadáveres repartidos por el templo. En la noticia publicada se habló de enterramientos del s. XVIII (probablemente de monjas carmelitas, allí inhumadas), del hallazgo de fetos y de una arqueta que contenía las reliquias de San Eugenio y Santa Casilda.
Varios milicianos posaron para un fotógrafo junto a una muestra de esos huesos y calaveras. Algunos tocados con bonetes, otros armados. El resultado sería una macabra instantánea que se publicó con la firma de Alfonso y que cambió la vida de algunos de los que en ella aparecen.
El 1 de agosto se publica en el ABC Madrid (que, tras haber sido incautado, era un “diario republicano y de izquierdas”) con este texto: “Las milicias de la CNT, que se incautaron de la iglesia del Carmen, han realizado ayer interesantes hallazgos en la cripta de dicho templo”.
Esa misma foto aparecería numerada del 1 al 16 en un proceso del año 39 recogido en la Causa General. Los números del 1 al 11 fueron reconocidos y juzgados. La imagen facilitó su identificación. Del 12 al 16, entre ellos dos muchachos muy jóvenes, no fueron identificados.
El hecho de que fuera mostrada y mencionada en varios procesos judiciales hace que a día de hoy tengamos abundante información sobre algunos de sus protagonistas, cuyas azarosas vidas habrían permanecido en el anonimato de no haber existido esta fotografía.
Pero (y aquí viene el primer giro), hay que decir que esta fotografía esconde más de un secreto. Por ejemplo, cabría aclarar que el asesino confeso del posible autor de esta foto aparece en ella señalado con un número y podría ser, además, el que menos se espera a simple vista...
Ramón Caballero (nº 1) tenía 21 años en 1939, cuando prestó declaración por los hechos acaecidos en la iglesia del Carmen unos años antes. Declaró que entonces era Sargento, nombrado por José Olmeda (nº 5), de las llamadas “Milicias de la CNT de la iglesia del Carmen”.
El grupo no tenía contacto con ningún órgano oficial. Admitió haber participado en la detención y fusilamiento de un falangista gallego que residía en una pensión de la calle del Carmen, pero negó que fuera él quien disparó. Afirmó que Guimaré había efectuado el tiro de gracia.
Antonio Guimaré Pino (nº 2) era un chófer melillense que tenía 24 años en julio del 36, cuando irrumpió en la iglesia. Dijo que los más destacados en todos los incidentes que se produjeron en aquel lugar fueron José Olmeda, Pedro del Oro, un tal Budi y Carmen, la Chula (nº 10).
Admitió que la noche del asesinato del falangista fue en coche hasta la zona de la Puerta de Toledo. Allí, un tal López obligó a bajarse de otro coche al joven y le pegó dos tiros. Negó ser el autor del tiro de gracia. Añadió que al encender los faros observaron varios cadáveres.
Alejandro Estévanez Quintana (nº 3), pintor viudo que tenía 40 años en 1936, indicó que él sólo pasaba por la iglesia porque le suministraban vales de comida. Sólo sabía que se habían sacado algunos huesos y calaveras de los ataúdes y que los tenían repartidos por el suelo.
Todo apuntaba a que el hecho de que apareciera en la famosa instantánea era fruto de la casualidad. De hecho, cuando Francisco Sacristán (nº 11) fue instado a identificar a los que aparecían en aquella fotografía, identificó a Alejandro Estévanez como “Antonio, el borracho”.
Manuel Romaní Martínez (nº 4), librero, 34 años en 1939, dijo haber sido nombrado Sargento de Milicias por José Olmeda y que como tal estaba encargado de organizar las guardias. El cura Manuel González afirmó que una vez le salvó la vida cuando unos milicianos querían fusilarlo.
Dijo que en una ocasión venía de un bar con Budi y Pedro del Oro y que estos llevaban una calavera, pero negó haber participado en los sucesos de la iglesia. Declaró que quienes sí participaron fueron, además de los mencionados, Guimaré, Caballero, Carmen Corau y José Olmeda.
José Olmeda Pacheco (nº 5) estaba al mando del grupo de milicianos de la iglesia. Allí se trasladó a vivir la Patro, con quien Olmeda mantenía una relación, cuando cerro el local en el que trabajaba, el Baile Taxi Shangay, situado en Montera 22, debajo de la checa de Listeros.
Parece que la Patro, la Chula y algunos milicianos, en ocasiones, daban rienda suelta a sus pasiones en mitad de la iglesia. Ante el revuelo suscitado por este y otros asuntos, el grupo allí instalado fue interrogado por miembros de la CNT y se descubrió una oscura trama...
José Olmeda había falsificado los carnets de afiliados de los allí presentes y estaba detrás del expolio y robo de varias alhajas. El Olmeda y la Patro fueron condenados a muerte por todo aquello y posteriormente fusilados junto a las tapias del cementerio de Aravaca.
Pedro del Oro (nº 6) trabajaba en el mercado de pescado. Durante la incautación de la iglesia fue, según algunos testimonios, de los más activos. Cuando la CNT se hace con el control envía a muchos de esos militares al frente. Pedro del Oro acabaría siendo condenado a muerte.
Había varios testimonios que lo implicaban en el caso del falangista gallego asesinado. Parece ser que fue él el que lo introdujo en el coche. Aquella foto, en la que aparecía señalado con el número 6, había sido, una vez más, una pieza clave en este caso.
Manuel González, párroco que le había conocido, al ser preguntado por Antonio Olmeda (nº 7), hizo una reveladora apreciación: “¡Tonto de remate!”. El hermano del líder del grupo, José, era cartero. Continuó ejerciendo durante la contienda y a veces se pasaba por la iglesia.
El cura exculpaba a Olmeda por aparecer vestido de esa guisa y lo achacaba a su evidente estupidez. Francisco Sacristán (nº 11) también pensaba que sufría algún tipo de "insuficencia (sic) mental". Antonio dijo que lo hizo por orden de su hermano que le había amenazado de muerte.
Ubaldo Estévez López (nº 8), era un joven nacido en Cuba que, según el testimonio de algunos de los que habían convivido con él, siempre iba armado, todo el día estaba hablando de fusilamientos y tenía al barrio atemorizado. Cuentan que se acabaría uniendo a la Guardia de Asalto.
Ubaldo, en cambio, negó haber participado “en forma alguna en las profanaciones de la iglesia del Carmen”. También negó que tuviera atemorizado al barrio. Dijo que le habían llevado detenido a la iglesia por ser falangista pero que se quedó cuando le ofrecieron vales de comida.
José Méndez Leiva (nº 9), era un hombre que solía ir a todos lados con un fusil. Curiosamente, en esta fotografía aparecía con una escoba. Extraño detalle en esta ya de por sí extraña estampa. Decían de él que era un dinamitero experimentado.
A pesar de haber sido identificado con el número 9, dijo no reconocerse en aquel hombre que en la fotografía portaba una escoba, pero sí realizó una serie de declaraciones bastante sorprendentes, ya que confesó haber acabado con la vida (accidentalmente), del tal Budi.
Carmen Corau Monterde (nº 10), tenía 18 años en 1936. Había trabajado en el Shangay. Cuando cerró el local se mudó con su pareja, Ramón Caballero (nº 1), a la iglesia que lleva su nombre. Se decía que la Chula solía amenazar a menudo a los presentes con la pistola de Caballero.
En su declaración admitió haber bailado junto a los cadáveres desenterrados, confesó haber mantenido relaciones con Caballero en la iglesia. También declaró que había amenazado de muerte a un hombre y que su pareja había vendido unos objetos de plata sustraídos de la parroquia.
Francisco Sacristán Meller (nº 11) dijo haber pasado por la iglesia para visitar a un amigo y que en el momento en el que se iba a tomar la foto fue requerido por el fotógrafo para que se uniera. Reconoció a varios de los que aparecían, como a Méndez, al que identificó con el 9.
Aseguró que José Méndez (nº 9) había sido el autor de la muerte fortuita de un tal "Budis". También dijo que Ramón Caballero (nº 1) había participado en el fusilamiento de un falangista y que Antonio Guimaré (nº 2) solía jactarse públicamente de haberle pegado el tiro de gracia.
Lo cierto es que el joven, que en 1936 apenas tendría 16 años, no dejó títere con cabeza. Facilitó toda la información que recordaba de cada uno de los participantes en aquel macabro asunto. Realizó interesantes revelaciones al respecto. Esto es parte de su declaración:
Tras el fusilamiento de Olmeda fue nombrado encargado de la iglesia el cura Manuel González, al que Sacristán, haciendo honor a su apellido, ayudaba en los asuntos mundanos y espirituales. El resto sufrió destinos dispares. González intercedió en casos como en el de Romaní.
Varios de los que aparecieron en aquella foto fueron condenados a muerte, pero la mayoría consiguieron que la pena capital les fuera finalmente conmutada y comenzaron un periplo por diferentes centros penitenciarios. A comienzos de 1940 este era el paradero de algunos de ellos:
Algunos, como Manuel Romaní o Carmen Corau, tras eludir la pena de muerte, parece que lograron volver a ver la calle después de pasar media vida encerrados. Otros, como Guimaré, no volvieron a salir nunca más. Murieron en prisión, cumpliendo condena.
Con esta información ya se podría deducir quién mató al misterioso fotógrafo, posible autor de la ya más que famosa foto. Las pistas, incluso las evidencias, están ahí.👀Ahora os dejamos pensando, porque mañana traeremos una información exclusiva que dará la vuelta a este caso.
Descubrir que existía la posibilidad de que quien realmente disparó aquella fotografía no fuera Alfonso y de que el asesino del posible autor verdadero apareciera en ella fue algo realmente fascinante. Si bien aquello quedó completamente eclipsado por lo que descubriría después…
Las casi 600 páginas de la Causa General relacionadas con el caso corresponden a diferentes años. Los primeros documentos son de diciembre del 39 y de enero del 40. En ellos se recogen las declaraciones de los milicianos del Carmen y en todos ellos se repetía un nombre al final.
Al comprobar esto, fui a buscar algo dentro de lo que hemos convenido en llamar "la caja prohibida". En ella atesoramos algunos enseres de unos tíos abuelos míos. Algunos de estos documentos fueron rescatados de ser tirados a la basura más por su valor documental que sentimental.
El motivo del nombre de esta caja se intuye cuando empiezan a aparecer fotografías de mi tío abuelo luciendo su uniforme de la División Azul con el águila y la esvástica nazi. Algo lógico, al fin y al cabo, porque la División Azul era 250.ª División de infantería de la Wehrmacht.
Aun así, resulta realmente impactante encontrarse con algo como esto en tus manos y más sabiendo que realmente ha podido ser utilizado durante la II Guerra Mundial. Es un pedazo de historia con mayúsculas, pero un pedazo de uno de los periodos más oscuros de la historia moderna.
También hay fotos inéditas del frente oriental muy interesantes. Sobre todo una (tomada en un lugar de Rusia, ilegible en la foto), fechada en diciembre de 1941, en la que aparecen los nombres de cada uno de los protagonistas en el reverso, como en la de la iglesia del Carmen.
Con el nº1 se había señalado a un tal Capitán Calero. Buscando información sobre él, descubrimos que este hombre podría haber muerto antes de diciembre del 41, lo que plantea la primera incógnita. Pero eso es otra historia y ahora tenemos que volver a la historia de otra foto...
Porque en el caso de la fotografía de la iglesia del Carmen el que se repetía era otro nombre: el de Julián Paredes, que ejerció de Secretario de la Causa General en aquel proceso. Y así, precisamente, se llamaba mi tío abuelo. Por ello fui a buscar algo a la caja prohibida.
Algo que confirmara que ese Julián Paredes y mi tío abuelo eran la misma persona. Y allí, entre algunos de esos documentos rescatados de la basura, encontré unos papeles con un membrete y unas tarjetas con un lacónico mensaje...
En aquellas tarjetas solamente ponía:
Julián Paredes Martínez
Secretario de la Causa General
Suficiente para confirmar que fue él, mi tío abuelo, aquel que tomó declaración a los implicados en el caso de la fotografía de la iglesia del Carmen. El descubrimiento me dejó completamente perplejo. Esto hizo que todo diera un giro radical y, en cierto modo, cerró un círculo.
Algunos de los milicianos de la iglesia del Carmen pasaron por la cárcel de Torrijos, un lugar que Julián conocería muy bien porque viviría justo enfrente, en la calle de Juan Bravo. En Torrijos estuvo preso Miguel Hernández. Allí escribió su emotivo poema "Nanas de la cebolla".
Hay quien piensa que fue en esa cárcel donde Antonio Buero Vallejo coincidió con Miguel Hernández y dibujó su célebre retrato, pero no fue allí, fue en la cárcel del Conde de Toreno. En Torrijos, sin embargo, Miguel Hernández coincidió con un preso, tocayo suyo: Miguel Gila.
Hernández había sido condenado a muerte y Buero se animó a dibujarlo. Eran días de vivir bajo la amenaza real de que la sentencia se ejecutara en cualquier momento. Al poeta de Orihuela le fue conmutada la pena de muerte por 30 años de cárcel pero murió en la prisión de Alicante.
Cuando se pintó el retrato ninguno de los milicianos del Carmen estaba en Conde de Toreno. Alguno estaba en Torrijos. Puede ser que Julián fuera allí sin saber que con el tiempo desde su ventana vería ese lugar y que allí fallecería una de las personas más importantes de su vida.
Julián era amigo de Buero Vallejo y casi vecino. Buero vivía en General Díaz Porlier 36 y él en Juan Bravo 53. Se ve que el dramaturgo hizo del posibilismo una forma de vida porque, a pesar de situarse cada uno en las antípodas políticas del otro, les unía una cordial amistad.
También solían coincidir los veranos en el Hotel Arcipreste de Hita de Navacerrada, al que Buero iba todos los años y en el que siempre ocupaba la misma habitación. Hoy es la número 314 y está decorada con sus fotos. Aquí tenemos dos libros con dedicatorias de aquellos días.
Pero la joya de la corona es una oreja. Una simple oreja, sí, pero dibujada por Buero Vallejo. Y como esa oreja casi podría pertenecer a cualquiera, podemos fantasear con la idea de que en realidad se trata de un retrato incompleto de Miguel Hernández.
Con el tiempo, la calle de Torrijos pasó a llamarse Conde de Peñalver y a partir de los años 50 la antigua cárcel funcionó como residencia geriátrica de la Fundación Fausta Elorz. En aquella residencia, muy cerca de donde había vivido, ingresó mi tía abuela María Jesús.
Al principio señalaba la que era su ventana en aquel edificio entre Juan Bravo Y Torrijos. Cuando entró en la residencia todavía recordaba que aquello había sido una cárcel. Más adelante, se convenció de que, al menos para ella, iba a seguir siéndolo.
Y llegó un momento en el que ya no recordaba nada. No se acordaba de Buero, ni de Julián, ni de los que la visitábamos. Nonagenaria y aquejada de diferentes dolencias, fallecería en ese mismo lugar poco tiempo después.
Con su muerte en la que fuera prisión de Torrijos (a donde alguno de aquellos milicianos fue a parar tras entrevistarse con su marido), se cierra un círculo. Un círculo que comienza a trazarse en julio del 36, en la Iglesia del Carmen, con una foto que escondía un último secreto.
Quien dice último, dice penúltimo secreto...
Resulta que en Conde de Peñalver, 53, en la capilla de la Fundación Doña Fausta Elorz, la antigua cárcel de Torrijos, también se celebró el funeral de Julián Paredes. Y así, por fin, parece que el círculo se cierra.
De momento...
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