Diálogo entre Evita y las "damas" de beneficencia:
Evita bajó las escaleras con una elegancia que las dejó pasmadas. Vestía un tailleur en cuadrillé blanco y negro con adornos de terciopelo. Aunque aún se manejaba con un vocabulario inseguro, su lengua ya era rápida,
Evita bajó las escaleras con una elegancia que las dejó pasmadas. Vestía un tailleur en cuadrillé blanco y negro con adornos de terciopelo. Aunque aún se manejaba con un vocabulario inseguro, su lengua ya era rápida,
sarcástica y temible.
—¿Qué las trae, señoras? —dijo, sentándose en el taburete de un piano.
Una de las damas, ataviada de negro, con un sombrero del que se alzaban unas alas de pájaro, contestó, desdeñosa:
—El cansancio. Llevamos más de tres horas esperando.
Evita sonrió.
—¿Qué las trae, señoras? —dijo, sentándose en el taburete de un piano.
Una de las damas, ataviada de negro, con un sombrero del que se alzaban unas alas de pájaro, contestó, desdeñosa:
—El cansancio. Llevamos más de tres horas esperando.
Evita sonrió.
—¿Sólo tres horas? Tienen suerte. Hay dos embajadores, arriba, que ya llevan cinco. No perdamos tiempo. Si están cansadas, querrán irse rápido.
—Nos trae una obligación sagrada —dijo otra de las damas, que se envolvía el cuello con una estola de zorro
— Por respeto a una
—Nos trae una obligación sagrada —dijo otra de las damas, que se envolvía el cuello con una estola de zorro
— Por respeto a una
tradición que tiene casi un siglo, le ofrecemos que presida la Sociedad de Beneficencia.
—… aunque es usted demasiado joven —insinuó la del sombrero de pájaro—. Y tal vez, por haber sido artista, no esté familiarizada con nuestras obras. Somos ochenta y siete damas.
Evita se
—… aunque es usted demasiado joven —insinuó la del sombrero de pájaro—. Y tal vez, por haber sido artista, no esté familiarizada con nuestras obras. Somos ochenta y siete damas.
Evita se
puso de pié.
—Se darán cuenta que no puedo aceptar —dijo, cortante—Eso no es para mí. No sé jugar al bridge, no me gusta el té con masitas. Las haría quedar mal. Busquen a una que sea como ustedes.
La dama de la estola hizo un gesto de alivio acompañado por su mano enguantada.
—Se darán cuenta que no puedo aceptar —dijo, cortante—Eso no es para mí. No sé jugar al bridge, no me gusta el té con masitas. Las haría quedar mal. Busquen a una que sea como ustedes.
La dama de la estola hizo un gesto de alivio acompañado por su mano enguantada.
—Si es así, nos vamos.
—Se olvidan de la tradición —dijo Evita, ignorando el saludo—. ¿Cómo se van a quedar sin presidenta honoraria?
—¿Quiere sugerirnos algo? —preguntó, sobradora, la del zorro.
—Nombren a mi madre. Tiene ya cincuenta años y tiene la experiencia que buscan.
—Se olvidan de la tradición —dijo Evita, ignorando el saludo—. ¿Cómo se van a quedar sin presidenta honoraria?
—¿Quiere sugerirnos algo? —preguntó, sobradora, la del zorro.
—Nombren a mi madre. Tiene ya cincuenta años y tiene la experiencia que buscan.
Ella no es una hache ni una pe, como dice esta carta —contestó, desplegando la copia sobre la mesa—, pero es mejor hablada que ustedes (carta que llegó a las manos de Evita en donde dichas "damas* se referían a ella con términos despectivos e injuriantes)
Dió media vuelta, las
Dió media vuelta, las
dejó con la contestación atragantada en sus "refinadas" gargantas y subió las escaleras impulsada por la dignidad que solo demuestran los/as fuera de serie.
Evita personificó el desprecio colectivo por las embajadoras de la única raza despreciable que existe: la explotadora.
Evita personificó el desprecio colectivo por las embajadoras de la única raza despreciable que existe: la explotadora.
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